Assur (86 page)

Read Assur Online

Authors: Francisco Narla

Tags: #Narrativa, Aventuras

—Y ahora tengo que volver a hacer lo mismo… Regreso de tierras desconocidas con las bodegas del Gnod repletas, y el viejo encuentra de nuevo el modo de exigirme algo más. Siempre un paso más allá, siempre más difícil…

Assur dudaba de si Leif estaba simplemente hablando por hablar, en busca de consuelo y desahogo, o si bien el patrón escondía alguna intención más tras sus palabras. Pero le bastó reunir paciencia para aguardar un poco más y así comprender.

—Olav Tryggvasson ha muerto —anunció Leif desconcertando a su nuevo timonel—. Se ha dejado emboscar volviendo de una expedición a Wendland, ahora son los
jarls
de Haldr los que han recuperado el poder. —Assur intuyó que el patrón debía de referirse a los despechados herederos del depuesto Haakon—. Según me ha contado mi madre, el muy idiota se metió en un lío de faldas con la hermana de Svend Barba Hendida…

Assur, que aun con el tiempo vivido entre los nórdicos no llegaba a comprender las complejas y tensas relaciones entre los gobernantes de una y otra región, prefirió no pedir aclaraciones.

—… Y parece que a Svend le sentó como si le hubieran echado grasa derretida por el cogote. Sediento de venganza, consiguió aliarse con los sviars
,
los wendas y los hijos de Haakon. Reunió una gran fuerza con la que cobrarse su presa y le tendió una trampa a Olav.

»Por las noticias que han llegado hasta aquí, fue la ambición la que perdió a ese loco sanguinario, el muy estúpido incluso se creyó con el derecho de acuñar una moneda propia, al modo de Ethelred en las islas, hasta pensó que podía conseguir que su matrimonio con la hermana de Svend le garantizaría ascendencia sobre los nobles de Danemark; ahora descansa para siempre en el fondo de la bahía de Svolder… Según parece, él mismo se tiró por la borda cuando se vio perdido.

—Pues creo que todo eso demuestra el buen hacer de tu padre, no llegó a comprometerse jamás con el
konungar
Olav, ni siquiera cuando regresamos de Nidaros.

Leif asintió varias veces sin poder evitar que una sonrisa le colgase de las mejillas.

—Ahora —continuó Assur—, aunque los de Haldr hayan recuperado su poder, no pueden tomar represalias contra Groenland, tu padre se cuidó de no darles excusas a los enemigos de Olav.

El patrón abrió las palmas y bajó el mentón un par de veces para darle la razón al antiguo ballenero.

—En realidad se trata de una alianza —aclaró Leif—, los de Haldr han mantenido sus lazos con Svend y con otros nobles de Danemark. Ni siquiera estamos seguros de los detalles… Pero eso es lo de menos, lo relevante es que aquí, en Groenland, habrá cosas que tendrán que cambiar… Yo debo tomar ahora el liderazgo, así se ha decidido. Tengo que asumir mis responsabilidades como hijo de Eirik el Rojo y es necesario que me asegure de que las
tierras verdes
no sufren por culpa de este cambio en el poder, más aún, estoy obligado a garantizar la prosperidad de ambas colonias… No es algo que desee, pero parece que voy a convertirme en
jarl
de Groenland.

Assur comprendía que su amigo podía sentirse abrumado por los acontecimientos y entendía que las responsabilidades que tendría que asumir lastraban el ánimo de Leif.

—No creo que —se animó a decir el hispano—, si pudieran elegir otro líder, los habitantes de Groenland lo hiciesen. Eres digno hijo de tu padre y lo has demostrado en más de una ocasión, serás un
jarl
amado y respetado, y tu vida encontrará sus propios versos en las
eddas
—afirmó Assur con evidente sinceridad.

—Un líder no lo es de verdad si el orgullo es el único cataviento de su barco… Ahora que el momento se acerca, me doy cuenta de que hay muchos asuntos a los que nunca había prestado atención, y también me doy cuenta de que no tengo las soluciones —reconoció Leif sin revelarle al hispano lo que su madre le había contado sobre Víkar y la testarudez de Thyre—. Todos tienen preguntas que necesitan respuesta, mi madre me ha advertido de que la enfermedad del viejo ha dejado mil historias sin resolver… ¡Antes de que regresases, Starkard se ha acercado a pedirme una compensación! ¡Y mi padre aún está vivo!

Assur no supo ver lo que significaban para él las últimas palabras de Leif, pero sí comprendió con admiración la gran verdad que acababa de escuchar, y se sintió seguro de que las dudas que corroían el ánimo de su amigo demostraban, de hecho, que se convertiría en un líder digno y juicioso.

—No sé si podré hacerme cargo de todo. Y eso por no hablar de la guerra, ¿qué ocurrirá si los del Haldr deciden que los pequeños gestos hacia Olav han sido excesivos? Puede que envíen
drekar
llenos de hombres ansiosos de sangre, a saber cuáles son las intenciones de Svend y su alianza…

El hispano perdió por un momento el hilo del discurso del patrón, estaba pensando en aquella frase sobre Starkard, pero las siguientes palabras de Leif le obligaron a prestar atención de nuevo.

—… Necesitaré a los míos, no podré hacerlo solo. Sería un mentecato si pensase lo contrario. —Assur no evitó la franca mirada del patrón y se preocupó al instante—. Los consejos de Tyrkir serán ahora más valiosos que nunca, es una pena haber perdido tantos hombres buenos en Vinland.

Se volvían las tornas y Assur temió que el patrón se arrepintiese de haberle granjeado su libertad. El hispano sabía que no podría negarse, se sentía en deuda con aquel hombre, era su amigo. Y si Leif le pedía que abandonase la idea de regresar a Galicia, Assur sabía que se quedaría en Groenland. No podría negarse. Y la pregunta que le corroía el alma tendría que quedar sin respuesta, ya no podría saber si sería capaz de encontrar a Ilduara.

Cada palabra le atravesó el gaznate como un trago de plomo derretido, pero Assur lo dijo igualmente:

—Si hay algo que pueda hacer, no tienes más que decirlo… Me quedaré en Brattahlid…

El patrón miró a su amigo a los ojos dejando que su sonrisa se diluyese. Afirmó con un leve gesto, suspiró, y asumió un tono severo para hablarle al hispano.

—Por eso mismo voy a lamentar que te vayas…

Assur escrutó el rostro extrañamente serio de su amigo y no tardó en comprender que era sincero.

—Gracias.

—No tienes nada que agradecer, como ya te dije en el Gnod, eres libre…

El hispano se sintió reconfortado al descubrir que la sonrisa había regresado al rostro del patrón. Aun así, necesitó añadir algo más.

—De todos modos, me quedaré hasta la primavera…

Leif asintió. Y ambos se abrazaron con la torpeza singular e incómoda de dos osos de feria, dudando de cómo y dónde colocar manos que habían pasado demasiados años empuñando espadas y preparándose para el combate.

Clom era ante todo un hombre prudente, con ideas claras. Por lo que no puso ninguna objeción cuando supo que Eirik el Rojo iba a ser despedido a la vieja usanza. Incluso a pesar de que la viuda parecía haber recurrido a la nueva fe para mitigar su dolor, y le había solicitado consuelo y consejo desde una ferviente devoción que sustituía a la suspicacia a la que se había acostumbrado anteriormente, Clom no quiso imponer su criterio cuando se enteró de que Leif no pensaba enterrar a su padre con una misa y una cruz.

A él le bastó con saber que, tras las exequias, habría hidromiel abundante y que, mientras los escaldos recordaban las hazañas del
jarl
muerto, él podría ocuparse de bebérselo. Por lo que el sacerdote no insistió en sus sugerencias sobre celebrar un ritual cristiano, consciente, además, de que desde la muerte de Olav su situación era más bien precaria, pues los nuevos señores del norte, incluido Svend Barba Hendida, parecían encantados con la idea de borrar de un plumazo todos los esfuerzos que el derrocado
konungar
había hecho por la fe de Cristo.

Así, esa noche, mientras Brattahlid se ahogaba en cerveza espumosa y licores fuertes, Clom se emborrachaba con paciente disciplina escuchando las alabanzas que todos tenían para el muerto; diciéndose a sí mismo entre susurros que, fuera cual fuera la religión, los recién muertos siempre encontraban halagos en las conversaciones de los vivos. Aunque fueran cumplidos que solo duraban hasta que se terminaba el funeral. Y el religioso lamentó que fuera la última de las noches en las que se celebraban las honras del
jarl
de las
tierras verdes
.

Eirik había recibido los honores que solo eran dispensados a los grandes señores del norte. Bajo la ceñuda mirada de Leif habían sacado a dique seco su viejo
langskip
y lo habían acomodado en un terraplén a espaldas de los almacenes de Brattahlid, en una pequeña meseta desde la que se dominaba el fiordo que llevaba su nombre.

En lo único en lo que Leif cedió fue en la cremación. El nuevo
jarl
de Groenland habría preferido encender el cuarteado navío y, como en los viejos tiempos, permitir que el fuego se hiciese cargo. Pero Thojdhild se había dejado llenar la sesera por las ideas del borracho Clom y había insistido tanto que Leif había terminado por consentir.

Sin embargo, en todo lo demás, su padre recibió los honores que se habían dispensado siempre a los grandes señores: en su
langskip
introdujeron sus mejores capas y una docena de las más bellas pieles, incluido el enorme y grueso pellejo de uno de aquellos fieros osos blancos de los hielos del norte. También dejaron junto a él los dos grandes colmillos de morsa que Ulfr había conseguido la temporada anterior. Y las más bellas de sus fíbulas, los escudos que le habían acompañado en su batalla en Breidabolstad, y la espada con la que limpió su honor en Thorsnes. Su hacha preferida, las plumas de sus mejores águilas, un arcón con herramientas en el que metieron dos básculas para plata, y un cofre que llenaron de ámbar, metales y piedras preciosas. Y también su lecho fabrido y su sitial labrado.

Y, tal y como era debido, el propio Leif se aseguró de que su padre vistiese pronto para la batalla. Eirik el Rojo se despidió calzando su mejor
brynja
, pulida y brillante, la más valiosa de sus capas y la más afilada de sus espadas, listo para ser recogido por una bella valquiria y sin dejar lugar a dudas de que, aun viéndose privado del honor de morir en la guerra, aquel hombre batido por los fríos de septentrión había sido, ante todo, un hombre de armas.

Y, aunque no se sacrificó a ninguno de los
thralls
de Brattahlid, sí los obligaron a ver más allá con ayuda de los brebajes del
godi.
Se aseguraron de que Eirik encontraría quién lo recibiera para llevarlo al
Valhöll
. Además, engarronaron dos de sus caballos, un par de sus lebreles y un gran macho cabrío, y los dispusieron a todos en la tablazón del navío.

El túmulo se levantó aupado en tramos de zarzo y tepe, y se marcó con grandes piedras que siguieron el perfil de la borda del
langskip
. Todo el conjunto se convirtió en un gran monumento digno del hombre que Eirik había sido. Y durante las noches de los días que duraron las exequias el gran salón de Brattahlid acogió a todos los de la colonia para escuchar a los escaldos y compartir hidromiel y cerveza.

Esa velada, la última del largo funeral, los hombres de Groenland le dieron su definitivo adiós a Eirik el Rojo y recibieron a su heredero, Leif Eiriksson, como su nuevo
jarl
; el ciclo debido se cumplía y la vida continuaba. Y entre los muchos que, rebosantes de alcohol, eran incapaces de hacer otra cosa que tambalearse, también había otros que, taciturnos, lamentaban profundamente haber vivido para ver morir a su líder.

Assur bebía con moderación, una vez más sorprendido por la gula y sed desmedidas de los nórdicos. Habían sido días duros y extraños. El antiguo ballenero se había preocupado de estar siempre dispuesto para echar una mano a Leif. Él mismo había ayudado a disponer la tumba. Y una jornada tras otra se había esforzado porque su amigo se sintiera arropado.

La que peor parecía estar llevando los cambios era Thojdhild. La antaño incombustible
husfreya
de Brattahlid había perdido su fuerza y carisma, ya solo parecía preocupada por encontrar consuelo en las oraciones y plegarias que Clom le enseñaba cuando estaba sereno. Viéndola así, el rencor que Assur había llegado a sentir se apagó como una fogata abandonada en un día de lluvia, sibilante y sin fuerzas para prender de nuevo.

Pero si el odio de Assur se apagó, hubo otros que se reavivaron.

Entre los muchos que llenaban el gran salón de la
skali
de Brattahlid estaba Starkard, al que Assur vio hablar airadamente con Leif, lo que le hizo recordar las palabras del patrón unos días antes. Algo que no fue suficiente para que el hispano tuviera ocasión de prepararse para lo que iba a suceder.

Víkar, tan ebrio como para que sus pasos se contradijeran, tardó una eternidad en recorrer el escaso trecho, y el timonel del Gnod solo lo vio cuando ya se le echaba encima.

Assur se preparó para una pelea, el normando irradiaba furia. Tyrkir, intuyendo problemas, se acercaba a toda prisa. Los de alrededor se arremolinaron en un instante. Y el antiguo ballenero se dio cuenta de que muchos comenzaban a susurrar con gestos cómplices que tapaban bocas y cuellos estirados que acercaban oídos ansiosos.

—Fue culpa tuya —gritó Víkar con voz tomada y haciendo un claro esfuerzo por mantenerse derecho—, he esperado hasta hoy…

Por un momento el nórdico calló, perdido el hilo de sus pensamientos por culpa del alcohol.

—He esperado hasta hoy. —Hubo una nueva pausa en la que Víkar braceó para mantener el equilibrio—. Pero ya no esperaré más…
¡Hólmgang! Hólmgang
—bramó el normando alzando ambos brazos y escupiendo saliva—.
¡Hólmgang!

Assur no sabía lo que significaba aquella palabra, pero se dio cuenta de que no podía presagiar nada bueno, pues incluso los más borrachos parecieron salir de su estupor para corear los gritos de Víkar. Y, si no estaba seguro, le bastó ver la expresión preocupada de Tyrkir. El contramaestre negaba pesadamente con la cabeza, y los temores de Assur se reafirmaron.

—Como un
einvigi

La cara del arponero le dijo a Tyrkir que tampoco comprendía aquella palabra.

—Un duelo… —insistió el contramaestre con tono interrogativo.

El Sureño vio que Ulfr asentía y decidió explicarse.

—Es una tradición vieja como el hombre. El modo en el que se resuelven las disputas. Algo que se hacía en el
paso del norte
y que se siguió haciendo en Iceland. Especialmente, en la
isla de hielo

Other books

We Were Soldiers Once...and Young by Harold G. Moore;Joseph L. Galloway
Sudden Death by Allison Brennan
Enigma Black by Furlong-Burr, Sara
My Little Rabbit by James DeSantis
El maestro iluminador by Brenda Rickman Vantrease
One Night Stand by Cohen, Julie
The Exile by Steven Savile