Blonde (28 page)

Read Blonde Online

Authors: Joyce Carol Oates

Tags: #Biografía, Drama

Mientras Bucky estaba fuera de casa, Norma Jeane cubría con un pañuelo el cráneo del japonés expuesto sobre la radio. Poco antes de que él regresara a casa, retiraba el pañuelo.

—¿Qué hay aquí abajo? —preguntó cierta vez Harriet, y antes de que Norma Jeane pudiera detenerla, levantó el pañuelo y frunció su chata nariz. De inmediato dejó caer el pañuelo en su sitio—. Dios mío. Uno de ésos.

Norma Jeane quitaba amorosamente el polvo de las fotografías enmarcadas que decoraban el salón. Casi todas eran de su boda, brillantes y coloridas fotos en marcos de bronce. Hacía menos de un año que Bucky y ella se habían casado, pero ya habían acumulado muchos recuerdos felices. ¿Sería una buena señal para el futuro? A Norma Jeane le fascinaban las numerosas fotografías familiares que había en casa de los Glazer, expuestas en prácticamente todas las superficies adecuadas. Abuelos y tatarabuelos de Bucky ¡y una multitud de niños! Le maravillaba el hecho de que la historia de Bucky pudiera seguirse desde su primera aparición en el mundo como un bebé regordete y boquiabierto en brazos de Bess Glazer, en 1921, hasta el joven fornido y apuesto que era en 1942. ¡Una prueba de que Bucky Glazer existía y era amado! Aún recordaba de sus infrecuentes visitas a casa de sus compañeras del Instituto de Van Nuys que también aquellas familias exhibían con orgullo imágenes de sus miembros: fotografías sobre mesas, pianos y alféizares, o colgadas de las paredes. La propia Elsie tenía algunas fotos selectas de unos Pirig más jóvenes y felices. Fue doloroso percatarse de que Gladys era la única persona que nunca había enmarcado y expuesto fotos familiares, salvo la de aquel hombre moreno que según ella era el padre de Norma Jeane.

Norma Jeane emitió una risita. Era muy probable que aquella foto fuera un cartel publicitario de La Productora. La imagen de un hombre al que quizá Gladys nunca hubiera conocido bien.

—¿Qué más da? No me importa.

Ahora que estaba casada, rara vez pensaba en su padre desconocido o en el Príncipe Encantado. Rara vez pensaba en Gladys, excepto de la manera en que se piensa en un pariente que padece una enfermedad crónica. ¿Para qué?

Había una docena de fotos enmarcadas. Varias estaban tomadas en la playa; Bucky y Norma Jeane en traje de baño, cogidos de la cintura; Bucky y Norma Jeane con amigos de él durante una barbacoa; Bucky y Norma Jeane sentados en el capó del nuevo Packard de 1938. Pero las favoritas de Norma Jeane eran las de su boda. La radiante novia luciendo su vestido de raso blanco y una encantadora sonrisa, el novio con chaqueta de gala y pajarita, el pelo peinado hacia atrás y un perfil tan hermoso como el de Jackie Coogan. Todo el mundo se había quedado impresionado con la belleza de la pareja y lo mucho que se querían. Hasta el pastor había tenido que enjugarse los ojos.
Pero qué asustada estaba, aunque no se note
. Como en un sueño, un amigo de la familia Glazer había llevado al altar a Norma Jeane (porque Warren Pirig se había negado a asistir a la boda), que sentía la sangre agolpándose en sus oídos y una desagradable sensación de pánico en la boca del estómago. Ante el altar se tambaleó sobre los altos tacones de las apretadas sandalias (eran de un número menos que el suyo, pero los había conseguido por una minucia en la tienda de ropa de segunda mano), mirando con su sonrisa flanqueada de hoyuelos al pastor de la Iglesia de Cristo mientras éste entonaba las palabras de rigor con voz gangosa, y entonces se le ocurrió que Groucho Marx habría interpretado esa escena con mayor dinamismo, frunciendo sus cejas y bigote falsos y ridículos.
Tú, Norma Jeane, ¿aceptas a este hombre…?
No entendió la pregunta, pero entonces se volvió, o la obligaron a volverse, porque seguramente el novio le había pegado un codazo, y vio a Bucky Glazer a su lado mordiéndose nerviosamente los labios como el cómplice de un crimen, y atinó a responder la pregunta del pastor en un murmullo:
Sí, a-acepto
. Bucky respondió con mayor contundencia, en voz lo bastante alta para que lo oyeran en toda la iglesia:
¡Claro que sí!
Luego hubo cierta confusión con la alianza, que sin embargo se deslizó perfectamente sobre el helado dedo de Norma Jeane, y la señora Glazer, con su característica prudencia, le había hecho poner el anillo de prometida en la mano derecha, de modo que esa parte de la ceremonia transcurrió sin incidentes.
Estaba tan asustada. Quería salir corriendo. Pero ¿adónde?

En otra de sus fotos favoritas aparecían el novio y la novia cortando el pastel de tres pisos durante la fiesta celebrada en un restaurante de Beverly Hills. La mano grande y hábil de Bucky sobre los delgados dedos de Norma Jeane y la larga hoja del cuchillo; ambos sonriendo de oreja a oreja a la cámara. A estas alturas, Norma Jeane había bebido un par de copas de champán y Bucky, champán y cerveza. Había una fotografía de los recién casados bailando; en otra, saludaban desde el Packard de Bucky, adornado con guirnaldas de papel y un cartel de
RECIÉN CASADOS
. Norma Jeane había enviado éstas y otras fotos a Gladys al hospital de Norwalk, junto con una nota informal y alegre escrita en papel de carta decorado con flores:

Lamentamos mucho que no pudieras asistir a mi boda, madre. Pero, naturalmente, todo el mundo lo entendió. Fue el día más maravilloso de mi vida.

Gladys no respondió, pero Norma Jeane no esperaba respuesta.

—¿Qué más da? No me importa.

Era la primera vez que bebía champán. Como miembro de la Ciencia Cristiana, censuraba el consumo de bebidas alcohólicas, pero una boda es una ocasión especial, ¿no? Qué delicioso era el champán y qué agradable el hormigueo de las burbujas en la nariz, pero no le gustaron el mareo posterior, la risa incontenible, la sensación de haber perdido el control. Bucky se emborrachó con champán, cerveza y tequila y vomitó sobre la falda de su precioso vestido de raso. Por suerte, Norma Jeane se proponía quitárselo enseguida, antes de salir hacia el hotel de Morro Beach donde pasarían la luna de miel. La señora Glazer mojó una servilleta y se apresuró a quitar la hedionda mancha.

—¡Qué vergüenza, Bucky! —riñó a su hijo—. ¡Es el vestido de Lorraine!

Bucky puso cara de niño arrepentido y lo perdonaron. La fiesta continuó. La orquesta siguió tocando a todo volumen. Norma Jeane, ahora descalza, bailaba otra vez con su marido.
Don’t Get Around Much Anymore, This Can’t Be Love, The Girl That I Marry
. Se deslizaban por la pista de baile, chocaban con otras parejas, reían a carcajadas. Las cámaras disparaban sus flashes. Hubo una lluvia de confeti, globos y arroz. Los compañeros de instituto de Bucky empezaron a arrojar globos de agua y le empaparon la pechera de la camisa. Sirvieron tarta de fresa con nata montada. De alguna manera, Bucky se las ingenió para dejar caer una cucharada de pegajosas fresas en la falda acampanada del vestido de lino blanco que Norma Jeane acababa de ponerse.

—¡Qué vergüenza, Bucky!

La señora Glazer estaba escandalizada, pero todos los demás (incluidos los recién casados) rieron.

Bailaron durante un rato más entre una acalorada, festiva confluencia de olores.
Tea for Two, In the Shade of the Old Apple Tree, Begin the Beguine
. Todo el mundo empezó a aplaudir para ver a Bucky Glazer, cuya cara brillaba como el tapacubos de una rueda de coche, marcarse un tango.
Lamento que no pudieras asistir a mi boda. ¿Crees que me importa? Pues no
. Bucky y su hermano mayor, Joe, reían. Elsie Pirig, enfundada en un vestido de tafetán verde chillón, apretó la mano de Norma Jeane y le hizo prometer que la telefonearía al día siguiente y que ella y Bucky irían a visitarla en cuanto regresaran de la luna de miel de cuatro días. Norma Jeane volvió a preguntar por qué Warren no había ido a la boda, aunque Elsie ya le había dicho que era por asuntos de trabajo.

—Te manda recuerdos, cariño. Te echaremos de menos, ¿sabes?

Elsie, que también estaba descalza, medía unos cuatro centímetros menos que la joven. De repente dio un paso al frente para besar violentamente en los labios a Norma Jeane. Ninguna mujer la había besado así antes.

—Tía Elsie —suplicó—, déjame ir contigo a casa. Sólo una noche más. Podría decirle a Bucky que aún no he terminado de empacar mis cosas, ¿vale? Por favor.

Elsie rió como si se tratara de un chiste y empujó a la joven en dirección al novio. Era hora de que los recién casados emprendieran viaje hacia el hotel donde pasarían la luna de miel. Bucky y Joe no reían; discutían. Joe intentaba quitarle las llaves del coche a Bucky, que decía:

—Puedo conducir. ¡Joder, soy un hombre casado!

Norma Jeane pasó miedo durante el viaje en coche por la costa. La bruma del mar cubría la autopista y el Packard hacía eses sobre la línea de división de carriles. Norma Jeane ya estaba perfectamente sobria y viajaba con la cabeza sobre el hombro de Bucky, preparada para coger el volante en caso necesario.

Cuando llegaron al Loch Raven Motor Court, situado encima del océano cubierto de niebla, ya oscurecía. Norma Jeane ayudó a Bucky a salir del adornado Packard y tropezaron, resbalaron y poco faltó para que cayeran juntos, con sus mejores ropas, sobre el sendero de tierra volcánica. La cabaña olía a insecticida, pero había típulas corriendo sobre la colcha de la cama.

—Son inofensivas —dijo Bucky con alegría, dándoles puñetazos—. Los que matan son los escorpiones. Los alacranes. Si te pican en el culo, estás perdida.

Rió con ganas. Necesitaba ir al lavabo. Norma Jeane le rodeó la cintura con un brazo y lo acompañó. Se sentía turbada. La primera visión del pene de su marido, que hasta ahora sólo había sentido cuando él se apretaba o restregaba contra ella, fue desconcertante: estaba hinchado de orina, siseando y sacando vapor sobre la taza del váter. La joven cerró los ojos.
Sólo la mente es real. Dios es amor. El amor tiene el poder de curar
. Poco después, ese mismo pene penetraría en su cuerpo a través de la estrecha raja que había entre sus muslos. Bucky fue alternativamente metódico y brutal. Por supuesto, Norma Jeane estaba preparada para ese trance, al menos en teoría, y tal como Elsie Pirig había predicho, el dolor no era peor que los de la regla. Aunque quizá más punzante, como un destornillador. Otra vez cerró los ojos.
Sólo la mente es real. Dios es amor. El amor tiene el poder de curar
. Había manchas de sangre en el montoncillo de papel higiénico que ella, pulcramente, había colocado bajo su cuerpo, pero era sangre fresca y roja, no oscura y hedionda. ¡Si pudiera darse un baño! ¡Sumergirse en un reconfortante baño caliente! Pero Bucky estaba impaciente; quería volver a intentarlo. Un condón de aspecto mustio se le caía una y otra vez de las manos y él maldecía («Joder») con la cara roja e hinchada como un globo a punto de estallar. Norma Jeane tenía demasiada vergüenza para ayudarlo con el condón: era su noche de bodas, no podía dejar de temblar y estaba sorprendida —no había imaginado nada semejante— de la incomodidad que cada uno de ellos experimentaba ante la desnudez del otro. No era en absoluto como verse desnuda en un espejo. Era una experiencia llena de torpeza, sudor, piel pegajosa. Era como si faltara espacio. Como si en la cama hubiera otras personas, además de ella y Bucky. Durante muchos años se había maravillado al ver a su Amiga Mágica en el espejo, sonriendo y haciéndose guiños a sí misma, moviendo el cuerpo al compás de una música imaginaria como Ginger Rogers, aunque ella no necesitaba una pareja para bailar y ser feliz. Pero ahora era diferente. Todo sucedía demasiado deprisa. No podía verse para saber qué pasaba. Ah, cuánto deseaba que todo terminara para acurrucarse en brazos de su marido y dormir, dormir, dormir…, quizá soñando con su boda y con él.

—¿Me ayudas, cariño? Por favor.

Bucky la besaba repetidamente, rechinando los dientes contra los de ella, como si tuviera que demostrar una idea durante una discusión. En algún lugar cercano, las olas rompían en la playa como un aplauso burlón.

—Dios, te quiero, cariño. Eres tan dulce, tan buena, tan bonita. Vamos.

La cama vibraba. El colchón lleno de bultos comenzó a deslizarse peligrosamente hacia un lado. Ella volvió a poner papel higiénico bajo su cuerpo, aunque Bucky no prestaba atención. Norma Jeane chilló e intentó reír, pero Bucky no estaba de humor para reír. Uno de los últimos consejos que le había dado Elsie Pirig era: «Lo único que tienes que hacer es no interferir». Norma Jeane había dicho que eso no sonaba romántico, a lo que Elsie había respondido: «¿Quién ha dicho que lo fuera?». Sin embargo, Norma Jeane empezaba a entender. Los apremiantes movimientos de Bucky tenían un carácter extrañamente impersonal; no se parecían en nada a los «besuqueos» y «manoseos» del mes anterior. La joven sintió un intenso ardor entre las piernas y vio manchas de sangre en los muslos de Bucky; cualquiera hubiera dicho que aquello era suficiente, pero Bucky estaba empeñado en seguir. De nuevo había conseguido meterse a través de la raja que había entre las piernas de ella, esta vez más profundamente que la primera, y ahora sacudía la cama, gemía y de súbito se irguió como un caballo al que le hubieran disparado en plena carrera. Con la cara arrugada y los ojos en blanco, emitió un sonido semejante a un relincho:

—Seee-ñor.

Se dejó caer sobre los brazos de Norma Jeane, se sumió en un profundo sopor y empezó a roncar. Norma Jeane dio un respingo de dolor y trató de adoptar una postura más cómoda. La cama era muy pequeña, aunque fuera de matrimonio. Acarició con ternura la frente empapada de sudor de Bucky y sus fornidos hombros. La lámpara de la mesa de noche estaba encendida y la luz le hacía daño en los ojos cansados, pero no podía alcanzarla sin molestar a Bucky. Ah, si al menos pudiera darse un baño. Era lo único que quería: un baño. Y hacer algo con la sábana bajera, que estaba arrugada y húmeda. En varias ocasiones durante la larga noche que acabaría en la mañana del 20 de junio de 1942 y en una niebla prácticamente impenetrable, Norma Jeane despertó de un sueño ligero con dolor de cabeza, y Bucky seguía encima de ella, clavándola a la cama. Trató de levantar la cabeza para verlo entero. Su marido.
¡Su marido!
Parecía una ballena en la playa, desnudo, con las peludas piernas abiertas. Se oyó reír, emitir una risita de niña asustada, pues Bucky le recordaba la muñeca que tanto había querido, la muñeca sin nombre, a menos que se llamara «Norma Jeane», la muñeca con lánguidas piernas y pies de trapo.

6

Other books

A Just Determination by John G. Hemry
Hunted (Reeve Leclaire 2) by Norton, Carla
Homer’s Daughter by Robert Graves
The Black Duke's Prize by Suzanne Enoch
Stripping Asjiah II by Sa'Rese Thompson.
Until There Was You by Higgins, Kristan