Ciudad de Dios (52 page)

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Authors: Paulo Lins

Tags: #Drama, otros

Después de escuchar la historia de Dé, Cabelo Calmo consintió en prestarle un revólver y le dijo que no hacía falta que fuese a Allá Arriba a atacar: su misión consistiría en defender a los compañeros cuando los enemigos tomasen la iniciativa. Si seguía sus instrucciones, todo iría bien.

Parazinho, hijo del chivato asesinado por Inferninho, rehusó la invitación a entrar en la banda de Bonito: Miúdo nunca le había hecho nada y no tenía el menor interés en granjearse su enemistad. Pero cuando se enteró por Cenoura de que el hijo del asesino de su padre estaba en la cuadrilla de la Trece, cambió de opinión y decidió aceptar. Se convirtió en un delincuente cruel; desarrolló el gusto por matar a las víctimas que no tenían dinero; violaba a las mujeres de la zona enemiga y atracaba en la favela a cualquier hora del día. En su primer ataque a Los Apês, mató a un maleante con un revólver calibre 32, y en el segundo, hirió a Madrugadão en la pierna. Muchas veces su osadía le llevó a atacar solo; se consideraba el mejor en el arte de pillar por sorpresa a los enemigos.

Por su parte, el hijo de Inferninho se sentía obligado a ser tan peligroso como lo había sido su padre. Cuando no había nada para comer en su casa, Berenice, su madre, totalmente alcoholizada, lo azuzaba diciendo que su progenitor nunca se había comportado mal en casa ni la había hecho pasar hambre. Fuera de casa, tanto Miúdo como Cabelo Calmo exageraban las hazañas de Inferninho en el mundo del crimen con el objetivo de convertir a su hijo en un soldado perfecto.

Corría el rumor de que el empresario Luís Prateado había enviado un montón de armas a la cuadrilla de Bonito, incluidas recortadas y ametralladoras. La gente decía que el objetivo del empresario era promover la guerra para, en connivencia con el gobierno, trasladar a la población de la favela a otro lugar. Una vez conseguido su propósito, construiría viviendas de clase media, pues la favela se hallaba situada entre Barra da Tijuca y Jacarepaguá, una zona que en los últimos años se había revalorizado enormemente. Sin embargo, nadie tenía la certeza de que esa historia fuera veraz.

Hasta Luís Cándido, el carpintero que un día fabricara una silla de limpiabotas para Miúdo por encargo de su madre, un socialista de primera, en nombre de sus principios marxistas-leninistas, opinaba que aquello no era más que una conspiración de la clase dominante y del capitalismo salvaje contra los pobres y oprimidos. En su lucha al frente del Consejo de Vecinos de Ciudad de Dios para derribar a esas fuerzas opresoras, a diario les mostraba que el pueblo unido jamás sería vencido.

La historia del empresario llegó a oídos de Miúdo, pero no le dio mucho crédito. Hacia las ocho de un sábado nublado, reunió a la cuadrilla para dar un golpe en Allá Arriba. Quería ver; de otro modo, no creería. Pasó por la Trece para reunir a todos los aliados de aquella zona y, tras dividirse en tres grupos, se dirigieron hacia su objetivo por caminos diferentes.

—¡Hay que prestar atención a los tiros y correr hacia donde estén disparando! —les advirtió.

Lincoln y Monstruinho remontaron la calle de Enfrente acompañados de otros seis policías. Bonito estaba probando armas con sus compañeros en la plaza de la
quadra
Quince. Gordurinha insistía en atacar en aquel momento y argumentaba que había que descartar la idea de salir exclusivamente de madrugada porque eso es lo que esperaban los de Miúdo.

—A estas horas hay muchos niños en la calle —rebatía Bonito.

—¡Joder! Sólo hacemos lo que tú quieres —respondió Gordurinha—. Un maleante no puede ser un santo. ¿Cuándo te entrará en la cabeza que tenemos que liquidar a ese cabrón cuanto antes? ¿O es que no te has dado cuenta de que el número de nuestras bajas es considerablemente mayor que el suyo? ¡No podemos pararnos a pensar en los niños! ¿Te suena la palabra estrategia?

Gordurinha hablaba como un auténtico pedante. Había acabado la secundaria, era blanco, nunca había vivido en una favela y se sentía superior entre aquellos analfabetos. Se había integrado en la banda a instancias de Messias, con quien había coincidido en la cárcel. No pudo regresar a su casa porque su padre, general del ejército, no quiso volver a saber de él después de que lo detuvieran en la terminal de autobuses Novo Rio con tres kilos de marihuana. Messias lo puso en contacto con Cenoura: sin duda el traficante le echaría una mano. Y así fue. En prueba de su gratitud, Gordurinha decidió ir al interior de Minas Gerais a buscar armas, porque en sus viajes por medio país, siempre a dedo, había descubierto una armería en una pequeña ciudad de aquel estado. No se sabe el motivo, pero jamás reveló a nadie el nombre del lugar. Atracó la tienda y regresó con rifles, revólveres y hasta con una escopeta de aire comprimido. Su hazaña le granjeó el respeto de los compañeros, lo que le llevó a darse tono al hablar y a cuestionar las decisiones de Bonito y Sandro Cenoura con frecuencia.

Se enjugó el rostro con la toalla que siempre llevaba colgada al cuello porque sudaba mucho y se marchó con la intención de tomarse un refresco en una taberna de la Rua do Meio. Durante un rato caminó con la cabeza gacha; llevaba una ametralladora INA y una pistola 765. Justo en ese momento, algunos integrantes de la cuadrilla de la Trece caminaban por la misma calle cautelosos y en fila. Gordurinha los divisó sin ser visto, retrocedió para alertar a sus amigos y todos se emboscaron en la esquina.

Borboletão, después de contemplar el nombre de la calle, se internó en ella.

—¡No hay peligro, chaval! —exclamó tras recibir un tirón de Monark.

—¿Cómo lo sabes?

Apuntó el arma en dirección al muro y disparó dos veces. Gordurinha colocó el cañón de la ametralladora en el mismo lugar de los impactos y disparó.

—¿Lo ves? —dijo Monark.

Desde el otro extremo de la plaza, Miúdo se acercaba con ocho hombres más y, detrás de los integrantes de la Trece, llegaron los policías. Al ver a sus enemigos, Miúdo disparó.

—¡Hijo de puta! ¡Cabrón! —gritó Miúdo.

El tiroteo fue tremendo. La cuadrilla de Bonito no pudo hacer otra cosa que saltar los muros de las casas más cercanas. El y Parazinho se enfrentaron solos a los hombres de Miúdo. Parazinho, al no ver al hijo de Inferninho, optó por perseguir a los de la Trece, que en aquellos momentos se encontraban también saltando muros, en un intento de localizarlo. En cuanto lo vio, apuntó a la cabeza de su mayor enemigo y disparó. El hijo de Inferninho cayó muerto. En la plaza, Bonito provocó la desbandada de sus adversarios, matando a uno e hiriendo a dos. Otros maleantes aparecieron en la retaguardia de los policías. Biscoitinho disparó con el único propósito de que los policías diesen tregua a los compañeros. Lincoln devolvió los tiros y acertó en la pierna de uno, y Monstruinho acorraló a un seguidor de Bonito que no había logrado saltar el muro.

Con un intervalo de ocho horas, Miúdo intentó dos nuevos ataques en Allá Arriba, pero en ambos tuvo que batirse en retirada.

—¡Los tíos han conseguido armas! —se lamentaba Miúdo ante Cabelo Calmo y Peninha.

—Pero nosotros tenemos más soldados —repuso Cabelo Calmo.

—¡Pero no son suficientes, colega!

—Tendríamos que hablar con aquellos paracaidistas para que vuelvan a unirse a nosotros —sugirió Cabelo Calmo.

—¿Crees que no lo he hecho ya? Pero dijeron que sólo dispararán si los de Bonito aparecen por aquí.

—¿Y los Caixa Baixa?

—Ésos se las piraron después de lo de la Gabinal, ¿sabes? Y si aparecen en la zona, me los cargaré uno a uno.

—Tal vez sea mejor dejarles que regresen, mantener una charla con ellos y, si están dispuestos a unirse a nosotros, llegar a un acuerdo.

—¡Genial! Eres un rufián magnífico, ¿lo sabías? Dicen que andan por la Quintanilla. Hay que mandarles un mensaje para que vuelvan —dijo Miúdo.

—Anda, ve a comprarme algo de comer, vamos, ve a comprarme algo —dijo Gordurinha.

—¿Qué pasa, tío? ¿Me has visto cara de recadero? —preguntó Ratoeira.

—Hermano, no te hagas el longuis. Anda, vete ya y no tardes.

—¡No voy ni loco, chaval! —contestó Ratoeira levantándose.

—Si te lo pidiese Bonito o Cenoura irías rapidito… ¡Si no vas, te voy a meter un tiro en el culo!

—¡Lo que pasa es que ellos no me pedirían algo así, hermano!

Gordurinha apuntó con la pistola a la pierna del que consideraba el más burro de la cuadrilla. Algo le decía que, con el paso del tiempo, éste haría alguna cagada, pues no sabía transmitir un mensaje, no sabía contar y mucho menos leer. Un gusano. Apretó el gatillo y dio en el blanco.

Los demás maleantes presentes no abrieron el pico y se limitaron a mirar a Ratoeira, que caminaba cojeando hacia Laminha. Gordurinha, con el arma en la mano, preguntó si alguien quería comprar la hierba de Ratoeira. Silencio.

Al día siguiente, Bonito, sin levantar la vista del suelo, escuchó por boca del propio Ratoeira los detalles del suceso. Recordó el día en que Gordurinha se empecinó en atacar la Trece de día; recordó las palabras de Cenoura afirmando que el tal Gordurinha era un tipo muy temperamental y que no era bueno darle la espalda, no sólo por su actitud sino también por no haber nacido en la favela. En realidad, nadie sabía quién era. Ratoeira le mostró con lágrimas en los ojos su pierna perforada. Bonito, irritado, ordenó a uno de los compañeros que llamase a Gordurinha.

—Oye, chaval, ¿cómo se te ocurre pedir al muchacho que te compre comida? ¡El también es un maleante! No vuelvas a humillar a nadie que esté trabajando con nosotros.

—¡Vete a tomar por culo! ¿Crees que soy como esos mocosos que te obedecen sin rechistar? ¡Vengo de la cárcel, colega! No me voy a quedar aquí acatando órdenes.

—Sabes de sobra que no me gustan los tacos. Y si quieres seguir aquí, vas a tener que hacer lo que Cenoura o yo te digamos.

—Vaya, ¿eres un maleante y no te gustan los tacos? Jamás había visto nada parecido. ¡Tendrás que perder no sólo a tu abuelo, sino también a tu padre y a tu madre, y muchas cosas más, para que aprendas a ser listo!

Bonito le pegó el primer tiro en la tripa. Gordurinha, conociendo la puntería del tirador, no sacó las pistolas: cruzó la
quadra
Quince corriendo, pero al final cayó entre convulsiones, con su toalla alrededor del cuello. Bonito caminó con paso firme y le descerrajó tres tiros más en la cabeza.

Cabizbajo, se fue de allí sin mirar a sus compañeros y se dirigió a la casa de su nueva mujer. No quería matarlo, pero aquel desgraciado podía haberle tenido más respeto y no nombrar a su abuelo ni meter a su madre en todo aquello.

—Si te soy sincero, creo que él tenía razón, ¿sabes? Esa idea de atacar sólo por la noche habrá que descartarla, ¿de acuerdo, Bonito? Nuestras posibilidades de liquidarlos aumentarían si nos presentáramos a una hora en la que nunca hayamos aparecido. Hasta puede que los pillemos durmiendo.

—¿Tú crees?

—Tal vez nos convenga dar una vuelta para ver cómo está el patio…

—Entonces vayamos ahora mismo —respondió Bonito—. ¡Berruga, llama a todos los muchachos y diles que vamos a bajar!

A las once de la mañana, la cuadrilla de Bonito se deslizaba sigilosa por los callejones bajo un sol intenso. No había vigías de Miúdo merodeando por los alrededores. En la Trece, Cabelo Calmo y Madrugadão fumaban marihuana con los demás compañeros; la mayoría mantenía elevada una cometa en el cielo; había más de treinta porros encendidos. Monark no reparaba en el odio que despertaba en Borboletão cada vez que abrazaba a Cabelo Calmo en medio de un clima distendido.

Bonito y sus seguidores eran cada vez más hábiles; en vez de entrar por el Rala Coco, optaron por recorrer toda la calle del brazo derecho del río, se metieron por la última callejuela paralela y desembocaron frente a la Trece. Se detuvieron para comprobar las armas y corrieron hacia la zona del enemigo.

El tiroteo fue breve, porque los enemigos se retiraron antes de ser alcanzados y también porque Lincoln, Monstruinho y ocho policías más llegaron abriendo fuego.

Minutos antes del tiroteo, Renata de Jesús miraba a todos los que pasaban desde su cochecito. Hacía pucheros, reía y lloraba, acciones propias de quien tiene siete meses de vida. Su madre intentó sacarla del porche de la casa, pero un tiro de recortada llegó antes y le destrozó la cabeza.

—¡Alto! —gritó uno de los policías que perseguían a la cuadrilla de Bonito; en ese momento, el policía vio a Bira, que intentaba levantarse después de la caída que había sufrido mientras corría, lo que le dejaba expuesto a las balas de sus perseguidores.

Lo esposaron y se lo llevaron a comisaría. Bira era un prófugo del Instituto Penal Esmeraldino Bandeira, acusado también de haber violado, tres días antes, a una niña de nueve años que vivía en las inmediaciones de la
quadra
Trece. La propia víctima se había desplazado hasta la Trigésima Segunda Comisaría de Policía a presentar la denuncia, acompañada por su madre. En comisaría, torturaron a Bira hasta que éste confesó la violación y, por añadidura, firmó la autoría del asesinato de Renata de Jesús.

A la muerte de Renata siguió una tregua espontánea. Bonito se pasó dos días sin hablar con Cenoura porque éste había defendido la idea de atacar de día. El resultado había sido una niña muerta por las balas de su cuadrilla. En realidad, nadie sabía quién la había alcanzado, pero sólo él, su hermano, un subordinado, Fabiano y Parazinho iban armados con recortadas. Resolvió que jamás volvería a aceptar sugerencias con las que no estuviese de acuerdo, y consiguió que el remordimiento por haber matado a Gordurinha desapareciera para siempre. Pero no se había resignado al otro crimen. Para que eso no volviese a ocurrir, cada vez que salía para atacar enviaba a un niño por delante para que comunicase a la cuadrilla de la Trece y a la de Los Apês el día y la hora del ataque. Miúdo se reía y decía a sus amigos que el bruto de Bonito era un pringado, pues sólo un imbécil avisaría a su enemigo cuándo iba a atacar. En cierta ocasión, Huguinho anunció que el próximo viernes, a media noche, Bonito iría a presentar batalla en Los Apês. Miúdo organizó todo para sorprenderlo, pero Bonito no se presentó porque la policía montó un cerco en Allá Arriba. La siguiente vez que Huguinho apareció para dar un nuevo aviso, recibió tres tiros de recortada en la cabeza.

—¿Quieres ganar un dinero fácil?

—Sólo los banqueros ganan dinero fácil, chaval.

—Lo digo en serio, tío.

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