Read Codigo negro (Identidad desconocida) Online
Authors: Patricia Cornwell
Tags: #Policíaco, Thriller
La tienda de Pit era para mí un mundo desconocido que jamás podría haber imaginado, y eso que a lo largo de mi carrera había estado en lugares muy extraños. Las paredes estaban cubiertas por completo con diseños de tatuajes. Había indios, caballos alados, dragones, peces, ranas y símbolos de culto que no significaban nada para mí. Las opiniones de Pit como «No confíes en nadie» y «Me las sé todas» aparecían por doquier. Cráneos de plástico hacían muecas desde estantes y mesas y por todas partes había revistas de tatuajes para que los valientes las hojearan mientras esperaban los pinchazos de la aguja.
Curiosamente, lo que hacía apenas una hora yo habría considerado muy ofensivo, de pronto tenía la autoridad y la fe de un credo. Las personas como Pit, y quizá gran parte de su clientela, eran seres marginales que se oponían con violencia a todo aquello que despojara a la gente del derecho de ser lo que se le antojara. Fuera de lugar en medio de todo esto se encontraba el muerto cuya carne yo llevaba en un frasco. No había nada contracultural ni desafiante en alguien que vestía ropa de Armani y zapatos de piel de cocodrilo.
—¿Cómo fue que se metió en todo esto? —le pregunté a Pit.
Chuck comenzó a curiosear los diseños como si paseara por un museo de pinturas. Yo puse la bolsa en el mostrador, junto a la caja registradora.
—Por los graffiti —contestó Pit—. He incorporado mucho de ellos a mi estilo, como lo que hizo Grime en San Francisco, y conste que no quiero decir que yo sea para nada tan bueno como él. Lo mío es más combinar imágenes de tipo graffiti con las líneas más definidas de la vieja escuela.
Golpeó con un dedo la fotografía enmarcada de una mujer desnuda con una sonrisa furtiva que tenía los brazos provocativamente cruzados sobre los pechos. En el vientre tenía tatuada una puesta de sol detrás de un faro.
—Por ejemplo, esa señora —dijo—, vino aquí con su novio y me dijo que él le regalaba un tatuaje para su cumpleaños. Empezó, muerta de miedo, con una pequeña mariposa en la cadera. Y ahora vuelve todas las semanas para que le haga otro.
—¿Por qué? —pregunté.
—Porque es una adicción.
—¿La mayoría de las personas se hace más de un tatuaje?
—Casi todos los que se hacen sólo uno, lo quieren por lo general en algún lugar oculto, fuera de la vista. Como, por ejemplo, un corazón en una nalga o en un pecho. En otras palabras, ese único tatuaje tiene un significado especial. O, quizá, la persona se lo hizo cuando estaba borracha; eso también sucede, pero no en mi tienda. Yo ni siquiera toco a alguien con olor a alcohol.
—Si alguien se hiciera un tatuaje en la espalda y no en ninguna otra parte, ¿eso sería importante? ¿Podría significar algo más que una bravuconada o que estar borracho? —pregunté.
—Diría que sí. La espalda es un lugar que la gente ve, a menos que uno nunca se saque la camisa. De modo que, sí, me parece probable que signifique algo.
Miró la bolsa que estaba sobre el mostrador.
—De modo que ese tatuaje pertenece a la espalda del tipo —dijo.
—Sí, son dos puntos amarillos redondos, cada uno del tamaño de la circunferencia de la cabeza de un clavo.
Pit quedó inmóvil, pensando en lo que yo acababa de decirle.
—¿Tienen pupilas, como las tendrían los ojos? —preguntó.
—No —respondí y miré a Chuck para ver si desde donde estaba podría oír nuestra conversación.
Se encontraba sentado en un sofá y hojeaba una revista.
—Caramba —exclamó Pit—. Entonces es bien difícil. Sin pupilas. No se me ocurre nada sin pupilas si es un animal o pájaro de alguna clase. Me parece que entonces no se trata de un diseño sino de algo más clásico.
Y barrió toda su tienda con las dos manos, como un director de orquesta de diseños ultrajantes.
—Todo lo que usted ve en las paredes son diseños —dijo—, en contraposición de los trabajos de tatuaje de un artista original como Grime. Lo que quiero decir es que uno puede mirar algunos tatuajes y reconocer un estilo particular. Algo así como reconocer un Van Gogh o un Picasso. Por ejemplo, yo puedo reconocer un Jack Rudy o un Tin Tin en cualquier parte; tienen los grises más hermosos del mundo.
Pit me condujo a lo que parecía una sala de examen del consultorio de un médico. La habitación estaba equipada con autoclave, jabón quirúrgico, vendas estériles, pomadas desinfectantes, bajalenguas y paquetes con agujas esterilizadas dentro de grandes frascos de vidrio. La máquina de tatuajes tenía el aspecto de algo que emplearía un especialista en electrología, y había un carrito con pomos de pinturas brillantes y recipientes para mezcla. Y en medio de todo esto, una camilla de ginecología. Supuse que los estribos facilitaban trabajar en las piernas y otras partes del cuerpo en las que no quería ni pensar.
Pit desplegó una toalla sobre una mesada y los dos nos pusimos guantes quirúrgicos. Encendió una lámpara de cirugía y la acercó mientras yo le quitaba la tapa a mi frasco y mi nariz recibía enseguida la agresión del olor corrosivo de la formalina. Metí la mano en esa sustancia química rosada y extraje el bloque de piel. Estaba gomoso, el tejido estaba conservado y Pit me lo tomó de inmediato y lo sostuvo a la luz. Lo giró en una y otra dirección y lo observó a través de una lupa.
—Ajá —dijo—, ya las veo. Sí, son garras que aprietan una rama. Si uno levanta un poco la imagen del fondo, se alcanzan a ver las plumas de la cola.
—¿Un ave?
—Sí, ya lo creo que es un ave —aseveró él—. Tal vez un búho. ¿Sabe?, son los ojos los que saltan hacia uno, y creo que en una época eran más grandes que ahora. El sombreado lo indica. Justo aquí.
Me acerqué más y un dedo enguantado de Pit se movió sobre la piel como si la cepillara.
—¿Lo ve?
—No.
—Es muy leve. Los ojos tienen círculos oscuros, como los de un bandido, aunque los trazos no están realizados con mucha habilidad. Alguien trató de hacerlos mucho más chicos, y hay líneas que se irradian desde los bordes del ave. Es imposible notarlo a menos que se haya trabajado antes con esta clase de cosas, porque todo es muy oscuro y está en pésimas condiciones.
»Pero si se observa bien, se advierte que esas líneas son más oscuras y más pesadas alrededor de los ojos, por falta de otra manera de llamarlas. Sí. Cuanto más lo miro, más me parece un búho, y los puntos amarillos son un torpe intento de cubrirlos para convertirlos en los ojos de un búho. O algo parecido a los ojos de un búho.
Yo comenzaba a ver las líneas, las plumas, en el sombreado oscuro que él describía, y la forma en que esos ojos de color amarillo brillante estaban delineados con tinta oscura, como si alguien quisiera hacerlos más pequeños.
—Alguien se hace un tatuaje con puntos amarillos y después no lo quiere más y hace que le pongan algo encima —explicó Pit—. Puesto que ya no tenemos la capa superior de la piel, la mayor parte del nuevo tatuaje —el búho— desapareció. Supongo que las agujas no entraron a tanta profundidad. Pero sí lo hicieron con los puntos amarillos. Mucho más profundo de lo necesario, lo cual me indica que fueron obra de dos autores diferentes.
Estudió más el bloque de piel.
—En realidad, nunca es posible cubrir un tatuaje antiguo —dijo—. Pero si uno sabe lo que hace, puede trabajar encima y alrededor para de alguna manera lograr que no se vea. Ése es el truco. Supongo que casi se lo podría llamar una ilusión óptica.
—¿Existe alguna manera de averiguar a qué pertenecían originalmente esos ojos amarillos? —le pregunté.
Pit parecía desalentado y suspiró.
—Es una verdadera lástima que esto se encuentre en tan malas condiciones —murmuró, puso la piel sobre la toalla y parpadeó varias veces—. Demonios, qué vapores terribles. ¿Cómo hace para trabajar todo el tiempo con eso cerca?
—Con mucho, mucho cuidado —contesté—. ¿Le importa si uso su teléfono?
—Adelante, hágalo.
Me puse del otro lado del mostrador y miré con cierta intranquilidad a Taxi, que en ese momento se sentaba en su cama. Me miró como desafiándome a hacer un movimiento que a ella no le gustara.
—Tranquila, está todo bien —le dije con voz calma—. ¿Pit? ¿Puedo comunicarme con un pager y dejarle este número de teléfono?
—No es ningún secreto. Déselo.
—Eres una buena chica —le dije a Taxi mientras rodeaba el mostrador para hablar por teléfono.
Sus ojos pequeños y opacos me recordaron los de un tiburón; su cabeza gruesa y triangular, la de una serpiente. Su aspecto era el de algo primitivo que no ha evolucionado desde el principio de los tiempos, y de pronto pensé en lo que estaba escrito en la caja que había en el interior del contenedor.
—¿Podría ser un lobo? —le pregunté a Pit—. ¿Incluso un hombre lobo?
Pit volvió a suspirar, y en sus ojos se notó el cansancio de todo un día de trabajo intenso.
—Bueno, los lobos son muy populares. Ya sabe, instinto de grupo, lobo solitario —me dijo—. Es difícil cubrirlos con un ave, sea un búho o cualquier otra clase.
—Hola —era la voz de Marino desde el otro extremo de la línea.
—Demonios, podría ser tantas cosas. —Pit seguía hablando en voz muy alta—. Un coyote, un perro, un gato. Cualquier animal con pelaje largo y ojos amarillos sin pupilas. Sin embargo, debía de ser pequeño para poder cubrirlo con un búho. Realmente pequeño.
—¿Quién mierda es el que habla de pelajes de pelo largo? —preguntó groseramente Marino.
Le dije dónde estaba y por qué. Mientras tanto, Pit seguía hablando y señalando toda clase de diseños con pelo de la pared.
—Fantástico. —Marino se enfureció enseguida—. Ya que estás ahí, ¿por qué no te haces uno?
—En otra oportunidad, tal vez.
—No puedo creer que hayas ido a un salón de tatuajes sola. ¿Tienes idea de la clase de gente que va a esos lugares? Narcotraficantes, presos en libertad condicional, pandillas de motociclistas.
—Está bien.
—¡No, no está nada bien! —saltó Marino.
Estaba enojado por algo que iba más allá de mi visita a un salón de tatuajes.
—¿Qué ocurre, Marino?
—Nada, a menos que consideres que ser suspendido sin goce de sueldo es algo malo.
—No existe ninguna justificación para una cosa así —exclamé con furia, aunque hubiera temido que era inevitable que sucediera.
—Pues Bray no opina lo mismo. Supongo que anoche le arruiné la cena. Dice que si llego a hacer una cosa más, me despedirá. La buena noticia es que lo paso muy bien pensando cuál podría ser «esa cosa más» que podría decidir hacer.
—¡Eh! Venga, le mostraré algo —gritó Pit desde el otro extremo de la habitación.
—Ya veremos qué hacer al respecto —le prometí a Marino.
—Sí, claro.
Los ojos de Taxi me siguieron cuando corté la comunicación y la rodeé. Miré el diseño de la pared y me sentí peor. Quería que el tatuaje fuera un lobo, un hombre lobo, uno pequeño, cuando en realidad podía ser algo muy distinto y probablemente lo era. No podía tolerar que un interrogante quedara sin respuesta, que la ciencia y el pensamiento racional llegaran al máximo de sus posibilidades y terminaran dándose por vencidos.
No recordaba haberme sentido alguna vez tan desalentada e inquieta. Las paredes parecían cerrarse sobre mí y los diseños brotar como demonios. Los corazones atravesados por puñales, los cráneos, las tumbas, los esqueletos, los animales malignos y los espíritus truculentos formaban una ronda infantil conmigo.
—¿Por qué las personas quieren lucir la muerte en la piel? —Levanté la voz y Taxi levantó la cabeza. —¿No es suficiente vivir con ella? ¿Por qué querría alguien pasar el resto de la vida viendo la muerte en su brazo?
Pit se encogió de hombros y no pareció molestarle nada que yo pusiera en tela de juicio su arte.
—Le diré una cosa, Doc —dijo—. Cuando se lo piensa, no hay nada que temer salvo el miedo. Así que las personas quieren tener tatuada la muerte para que la muerte no las asuste. Es como las personas a las que las aterrorizan las serpientes y entonces tocan una en el zoológico. En cierta forma, uno también lleva encima la muerte todos los días. ¿No cree que es posible que la temiera más si no la viera todos los días?
No supe qué contestarle.
—Verá, usted tiene un pedazo de la piel de un muerto en ese frasco y no le teme —continuó—. Pero si alguien entrara de pronto aquí y viera eso, lo más probable sería que gritara o vomitara. Ahora bien, yo no soy ningún psicólogo —aclaró y mascó con vehemencia un chicle—, pero hay algo realmente importante detrás de lo que alguien elige para tener dibujado en forma permanente en su cuerpo. Tomemos, por ejemplo, a este hombre muerto. Ese búho dice algo sobre él. Sobre lo que le pasaba adentro. Más que nada, sobre lo que él más temía, que puede tener mucho más que ver con lo que está debajo de ese búho.
—Entonces, parecería que muchos de sus clientes les tienen miedo a las mujeres desnudas y voluptuosas —comenté.
Pit mascó su chicle con fuerza y reflexionó un momento acerca de mis palabras.
—Eso sí que no se me había ocurrido —aceptó—, pero encaja. A la mayoría de los tipos que tienen tatuadas mujeres desnudas por todas parte, las mujeres les dan mucho miedo. Les asusta la parte emocional.
Chuck había encendido el televisor y miraba el programa de Rosie O'Donnell con el volumen bajo. Yo había visto miles de cuerpos con tatuajes, pero nunca los consideré un símbolo del miedo. Pit le dio golpecitos a la tapa del frasco con formalina.
—Algo le daba miedo a ese tipo —dijo—. Y todo parece indicar que tenía buenas razones para estar asustado.
Después de llegar a casa, apenas si había tenido tiempo de colgar el abrigo y dejar caer mi maletín junto a la puerta, cuando sonó la campanilla del teléfono. Eran las ocho y veinte y lo primero que pensé fue que era Lucy. La última noticia que había recibido era que ese fin de semana Jo sería transferida en algún momento al hospital de la Facultad de Medicina de Virginia.
Estaba asustada y un poco resentida. A pesar de lo que dictaban las políticas, los protocolos o el buen juicio, Lucy podría ponerse en contacto conmigo. Podría hacerme saber que ella y Jo estaban bien. Podría decirme dónde estaba.
Tomé enseguida el teléfono y quedé al mismo tiempo sorprendida e inquieta cuando la voz del ex subjefe Al Carson apareció del otro lado de la línea. Yo sabía que él no me llamaría, sobre todo a casa, a menos que fuera algo muy importante o una muy mala noticia.