Read Conspiración Maine Online
Authors: Mario Escobar Golderos
Tags: #Intriga, #Aventuras, #Histórico
Lee no se movió. Miró a todos los miembros de la Comisión y dirigiéndose a Sampson le señaló con el dedo y dijo:
—Tendrá sus informes, no se preocupe. Pero será mejor que no prolongue esto más de lo necesario.
—¿Me está amenazando embajador Lee?
—No, tan sólo le estoy advirtiendo. Nuestro país quiere justicia y ningún burócrata podrá apagar su voz.
—Señor Lee, lo que nuestro país quiere es la verdad, y eso he venido a buscar aquí, la verdad.
La Habana, 21 de Febrero.
El ruido cesó a primera hora de la mañana. Durante toda la noche, los gemidos, los suspiros y los gritos de los borrachos habían acompañado al pequeño grupo. Los hombres habían cedido la cama a la señorita y se habían instalado en el suelo y el sillón. Hernán les había dejado su pequeño cubículo, en medio del prostíbulo, un lugar confortable y limpio, pero que se encontraba en un sitio infecto y deprimente.
Una noche tan agitada como la que habían vivido terminó por rendir a todos; el último en dormirse fue el profesor Gordon, que acostumbrado a sus insomnes investigaciones, tardó más que el resto en caer en los brazos de Morfeo. Lincoln se despertó con la espalda molida, la fina alfombra no amortiguaba la rigidez del suelo. Sus compañeros permanecían dormidos en medio de las penumbras del cuarto. Unas pesadas cortinas bloqueaban la luz de la mañana, impidiendo que entrara con toda su fuerza. El norteamericano se levantó y a trompicones descorrió el pesado cortinón. El sol penetró con fuerza y el resto del grupo fue despertándose. Hércules estiró los brazos y una vez en pie, intentó colocarse su ropa desajustada y arrugada. Necesitaba un baño. Miró a Helen y comprobó que ella se había levantado de la cama perfectamente vestida, como si no se hubiera movido en toda la noche para no despeinarse ni un pelo. El profesor fue el último en incorporarse haciendo muecas de dolor a medida que sus huesos chasqueaban. Los cuatro se reunieron alrededor de la mesa. En ella, alguien había depositado varios tipos de frutas, una tetera y algunos dulces. Los cuatro desayunaron en silencio, hasta que Hércules empezó a planificar el día.
—Bueno, creo que es evidente que éste es un lugar de operaciones ideal.
—Por la noche, el sonido de este antro es infernal —comentó Helen, discrepando de la opinión del español.
—Usted, Helen, puede volver al hotel —contestó bruscamente Hércules—. En principio nadie la busca y no pienso que aquellos hombres la viesen anoche. Lincoln y yo también volveremos al hotel, pero usted profesor se encuentra más seguro permaneciendo escondido aquí.
—Pero, ¿qué voy a hacer encerrado en esta covacha? —señalando con cierta grima las cuatro paredes del cuarto.
—No se preocupe, le traeremos trabajo y Hernán puede ser un buen anfitrión cuando se lo propone.
—¿Quién? ¿Ese proxeneta de bajos fondos? —preguntó Lincoln.
—Hernán antes de ser un proxeneta fue un hombre inteligente y preparado. Esta maldita guerra está destrozando el alma de esta isla —se lamentó Hércules.
—Pero, ¿de qué conoce a su… amigo? —preguntó el profesor.
—Es una larga historia, pero podemos decir que es como de mi familia. Quiere esclarecer la muerte de un familiar y por eso nos ayudará.
—Espero que no nos venda al mejor postor, por unas pesetas —añadió Lincoln.
—Confío en él —afirmó Hércules.
—Hércules, no me gusta cómo está llevando esta investigación. Desde que llegué he intentado ser paciente con usted. No conocía el terreno y pensé que sería útil seguir sus consejos, pero sus decisiones nos han llevado a esta situación absurda —dijo Lincoln desahogándose.
—Lo comprendo. Pero creo que todo esto puede ayudarnos en la investigación. Los Caballeros de Colón aparecen por todas partes, opino que no es una pérdida de tiempo seguir esa pista. De todas formas, pensaba que usted y la señorita Helen podían hacerse con la lista de los invitados al
Maine
en estas semanas, interrogar a algunos supervivientes e intentar sonsacar a algún miembro de la comisión. Creo que dijeron que llegaban hoy.
Hércules miró al agente, suavizó el gesto y terminó por sonreír. Lincoln le mantuvo la mirada. Aquello le parecía razonable, todo menos lo de ir con Helen a investigar nada. La prensa sólo podía darles problemas. Pero empezaba a cansarse de obedecer las órdenes del español.
—Y usted, ¿qué hará? —preguntó Lincoln.
—Interrogar a los dos profesores que pertenecen a los Caballeros de Colón, informarme de si alguno de los miembros de la tripulación pertenecía a dicha orden e indagar cómo van las investigaciones que está realizando la policía y la Comisión española.
—Puede que sea más necesario que le eche una mano a usted —comentó Lincoln—. Su entrevista con esos Caballeros de Colón puede ser peligrosa y seguro que la señorita Helen se moverá mejor sin cargar conmigo—terminó diciendo mientras miraba a la periodista de reojo.
—Como quiera, pero luego no se queje —añadió Hércules.
Helen refunfuñó, pero no dijo nada. Tampoco le dio tiempo, ya que en ese momento Hernán entró en la sala y todos miraron su pálida cara y sus afectos ojos negros. Hizo un gesto de molestia hacia el foco de luz de la ventana, pero poco a poco recuperó su sonrisa maliciosa.
—Espero que hayan descansado en mi humilde hogar. Cualquier cosa que necesiten, tan sólo tienen que pedirla. Lo único que les suplico es que la señorita entre y salga con discreción, acompañada siempre por alguno de ustedes. No puedo responder por mis clientes —dijo Hernán, al tiempo que enseñaba sus dientes amarillentos imitando algo que parecía una sonrisa.
—No te preocupes Hernán, no queremos causarte más problemas —contestó Hércules—. ¿Has escuchado algún comentario sobre una orden llamada los Caballeros de Colón?
—Algo he oído. Unos caballeros a los que les gusta disfrazarse por las noches, unos fanáticos religiosos, pero no creo que sean muy peligrosos —concluyó el proxeneta, mientras se acariciaba la barbilla con la mano.
—¿Quién te ha hablado de ellos?
—Un lacayo. El mayordomo de un noble.
—¿Un noble?
—Sí, pero no le di mucha importancia. No sé de qué noble se trata. Los comentarios y rumores en este sitio son de lo más increíble —dijo Hernán, al tiempo que se acercaba a uno de los rincones de la habitación, donde varias imágenes de santos y vírgenes formaban un altar, retiró unas flores marchitas y se dirigió a la puerta.
—¿Podrías enterarte de dónde se organizan esas veladas?
—Intentaré averiguar algo —respondió Hernán con su sonrisita socarrona, antes de cerrar la puerta.
Hércules se puso en pie anunciando a todos que tenían mucho trabajo por hacer y que no tenían tiempo que perder. En unos pocos días la Comisión norteamericana realizaría su investigación, terminaría sus conclusiones y entonces no servirían para nada todos sus esfuerzos.
La Habana, 21 de Febrero.
El club de oficiales permanecía en penumbra durante las horas más calurosas del día. El aroma a puros habanos, café y el perfume a rosas frescas de los floreros creaban una atmósfera relajante, parecida a la de un salón de caballeros de Londres. Los salones, vestidos con finas telas, maderas nobles y lámparas de araña, tenían la suntuosidad de las mansiones parisinas. Aquél era el último refugio de los restos del imperio español. Unas estancias que rezumaban la grandeza perdida, casi extinguida por una imparable decadencia.
En uno de los cómodos sofás el capitán Del Peral leía los periódicos de Madrid y de Washington. El oficial intentaba entretener su mal humor relajándose con las desgracias de un mundo que se deshacía. En el cenicero descansaba su puro y en una mano removía sin parar una copa de brandy. El todavía joven oficial prefería acudir a aquellas horas al club. Mientras la mayor parte de sus compañeros dormía la siesta bajo las mosquiteras de sus casas y el salón estaba desierto y en silencio. Pero, a pesar de que estaban todos los elementos que le producían placer, no lograba apartar de la mente la humillante escena en el puerto. El Almirante Mantorella los había obligado a entregar una copia de su informe a los norteamericanos. Algo inadmisible. En primer lugar, porque el informe no estaba terminado. Quedaban demasiados cabos sueltos, pero lo que era aún más importante, esos
yanquis
no se merecían tanta cordialidad.
Hércules logró colarse en el club gracias a su amistad con algunos de los soldados que hacían guardia en la puerta. Los convenció de que a aquella hora nadie advertiría su llegada. Lo realmente complicado consistió en que permitieran la entrada del agente Lincoln. Un hombre de color y norteamericano, algo inadmisible para los exclusivos clubes del ejército. Al final, el nombrar al Almirante Mantorella fue suficiente para que les franquearan la entrada del edificio. Subieron por la escalinata central de mármol blanco y una vez en el salón principal, se acercaron al único hombre que estaba sentado en el amplio salón.
—Capitán Del Peral —dijo Hércules con una voz neutra. El capitán alzó la mirada del periódico y tras observar unos segundos a la extraña pareja, decidió ignorarlos. Hércules volvió a repetirle—: Capitán, como comprenderá esto me gusta menos a mí que a usted.
—No sabía que dejaban pasar a borrachos en este club —contestó Del Peral sin levantar la vista. Hércules se contuvo. Sabía que si respondía a sus provocaciones no podrían sacarle ni una sola palabra.
—Capitán, le ruego que olvide el pasado. Estoy aquí en calidad de agente de la Armada.
—Ya había oído ese disparatado asunto. Un borracho comisionado para descubrir el misterioso hundimiento del
Maine
. Veo que vienes acompañado de tu esclavo negro.
Lincoln cerró los puños y apretó los dientes. No iba a admitir un insulto de ese tipo. Su padre había sido esclavo la mayor parte de su vida y no estaba dispuesto a aceptar que aquel tipo le ofendiera. Hércules le puso la mano en el hombro y con un gesto le tranquilizó. Hércules avanzó un paso y muy tieso le dijo: —George Lincoln es un agente de los Estados Unidos—. Típico de ti, introduces a un espía de un gobierno extranjero en un club de oficiales y esperas que hable con él sobre una investigación de la Armada de su Majestad. Veo que a estas horas ya estás completamente beodo—dijo el capitán tomando un trago, mientras saboreaba su victoria.
—Esta investigación está autorizada por el Almirante y apoyada por los presidentes español y norteamericano. Tu deber es colaborar —dijo Hércules perdiendo la paciencia.
—¿Mi deber? Tú me hablas de deber —dijo Del Peral, mientras soltaba el periódico y con el dedo índice señalaba a su antiguo compañero—. Con tu deserción nos dejaste a todos en una difícil tesitura. Se disolvió la agencia de inteligencia y todos fuimos investigados y enviados a destinos de castigo, por aquel asunto de los campos de concentración.
—¡Lo siento!
—Lo siento, sólo se te ocurre decir eso —dijo el capitán, al tiempo que su cara enrojecía.
—Por el bien de todo lo que dices defender, por favor colabora con nosotros y respóndenos a unas preguntas. ¿Prefieres que tu orgullo quede intacto o evitar la muerte de más gente inocente? —le pidió Hércules en tono reconciliador.
El oficial se acarició la barba y sosegándose volvió a recostarse sobre el sillón. Por su mente pasaron como un rayo los últimos años. Hércules y él habían estudiado juntos, compartido destino y pertenecido a la agencia de inteligencia de la Armada. Ahora, eran poco más que dos desconocidos separados por un abismo de rencor.
—Responderé a lo que pueda —determinó el capitán al tiempo que recogía el puro del cenicero.
—Está bien —dijo Hércules aproximando una silla. En ese momento uno de los camareros de color se acercó, pero al ver a Lincoln dudó unos instantes y terminó alejándose sin ofrecerles nada de beber. El agente español comenzó preguntando al capitán—. Seremos breves. ¿Cuáles han sido las conclusiones del estudio?
—Nos faltaban muchos datos. El capitán Sigsbee nos facilitó algunos planos del barco y conseguimos las descripciones de algunos buzos, aunque éstas eran muy imprecisas y vagas. El hecho irrefutable es que una explosión hundió el barco. Mejor dicho, dos explosiones, una más pequeña y otra posterior más grande.
—La explosión fue externa o interna.
—Ése es el punto más importante de la investigación. Si la explosión fue externa, eso quiere decir que un agente indeterminado hizo explosionar un artefacto con la intención de propiciar un incidente diplomático y posiblemente la guerra. Puede que, en el caso de tratarse de una explosión exterior, los que realizaron la acción no pretendieran que el barco se hundiera, pero que fortuitamente pusieron la carga explosiva en una zona delicada, en contacto con las calderas y los almacenes de municiones y la quilla no lo resistió.