Conspiración Maine (21 page)

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Authors: Mario Escobar Golderos

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Histórico

—Señorita Helen, yo soy baptista —explicó el inspector, mientras se quitaba la caspa de la chaqueta.

—Razón de más. ¿Dónde está el cada…? —pero antes de que pudiera terminar su pregunta descubrió a qué se debía ese asqueroso olor. Un hombre, o lo que quedaba de él, permanecía tumbado con los brazos abiertos. El cuerpo estaba entre ennegrecido y rosado, como un cerdo asado demasiado hecho. Restos de ropa pegados al cuerpo tapaban la única zona que a Helen no le apetecía ver. Su estómago empezó a revolverse y pensó que no podría resistir la arcada que empezaba a subir desde su estómago.

—¡Asqueroso! ¿Verdad? Le dije que no la defraudaría —dijo el inspector, mientras se recreaba en los detalles—. Pero fíjese en los pormenores. Le faltan los dos dedos índices. Parece como si se los hubiesen arrancado mientras estaba vivo. La sangre recocida le corre por las manos y los brazos. Como habrá comprobado, también le faltan los ojos.

Helen echó un vistazo de nuevo al cuerpo calcinado y, haciendo acopio de fuerzas, se agachó para examinarlo más detenidamente.

—¿Quién es? ¿Se sabe algo? —preguntó Helen, al tiempo que se agachaba y tocaba el cuerpo con la punta de su pluma.

—Es el vicario. El cura de la iglesia. El padre… —el inspector consultó su libreta y después dijo—: Pophoski. Un polaco.

—¿El padre Pophoski?

Todo el mundo conocía al sacerdote. Desde que había llegado a su nuevo destino, unos meses antes, había revolucionado el barrio. Creó un sistema de reparto de alimentos; después, organizó a los obreros e incluso había dado clases nocturnas a los adultos para que aprendieran inglés. Helen no lograba reconocer en ese trozo de carne deforme al pobre sacerdote. Unas semanas antes Helen había querido publicar un artículo sobre la labor social del padre, pero su redactor jefe le dijo que ese tipo de asuntos no interesaban a los lectores. Ahora, el padre polaco sí era una noticia para el
Globe
.

—¿Quién puede haber hecho algo así?

—Cualquiera. Algún vagabundo desagradecido que ha decidido cambiar su dieta de latas de atún, por carne —dijo morboso el inspector. Insinuando que alguien se había comido los dedos que le faltaban al cura.

—No tiene gracia inspector. ¿Se ha encontrado algún objeto junto al cadáver?

—El muerto estaba desnudo. Tan sólo llevaba un taparrabos. En la mano derecha, apretado contra su puño tenía esto.

El inspector le mostró una pequeña medalla en la que se veía grabado el rostro de un hombre. Por detrás las iniciales
K
y
C
.

Durante semanas Helen estuvo indagando por la zona del puerto, recorriendo las sucias calles de la zona, pero nadie había visto ni oído nada. La policía cerró el caso tras acusar a un vagabundo, al que le habían encontrado algunas pertenencias del cura, pero la periodista no se conformó con el dictamen judicial y siguió investigando. Sabía que aquello no era el trabajo de un vagabundo, e investigó la única prueba que tenía entre manos, el colgante. No tardó mucho en descubrir que el retratado no era otro que el descubridor Cristóbal Colón. Lo que costó mucho más fue descubrir el sentido de las iniciales
K
y
C
.

Monumento construido en Washington por los Caballeros de Colón y dedicado a Cristóbal Colón.

Justo unos días antes de salir hacia La Habana para investigar sobre el
Maine
, visitó al Arzobispo de la ciudad. Un hombrecillo pequeño de origen italiano, que desde su condición de humilde sacerdote había logrado ascender a uno de los cargos eclesiásticos más importantes del país. Aquello no era mucho para el norteamericano medio, ya que en Estados Unidos los católicos no estaban bien vistos a pesar de llevar allí más de doscientos años. Los primeros católicos se asentaron en las tierras de Maryland huyendo de las persecuciones que sufrían en Inglaterra. En Nueva York el número de católicos crecía de un día para otro, pero la mayor parte se concentraba en Florida, el Mississippi, Texas, California y el Suroeste de los Estados Unidos.

A pesar de que la Constitución norteamericana había sido firmada por dos católicos, esta minoría tenía vetado el acceso a la mayor parte de los cargos públicos, era discriminada en las escuelas y en los sistemas de salud estatal. La mayor parte de los católicos trabajaban como criados u obreros de sus patronos protestantes, pero todo aquello estaba cambiando. Los católicos habían fundado numerosas escuelas e instituciones sanitarias, organizaciones de apoyo a católicos que habían devuelto la dignidad a un pueblo acomplejado. A la periodista le costó mucho que el arzobispo le concediese una entrevista. Helen tuvo que ocultar la verdadera intención de su visita, por eso, cuando la periodista le enseñó la medalla que había comprado al inspector, las pruebas eran un sobresueldo para muchos policías, el sacerdote miró a la mujer entre enfadado y aturdido. Ella le sonrió y el arzobispo por fin dijo:

—Esta medalla debe pertenecer a algún miembro de los
Knights of Columbus
.

—¿Quiénes son los
Knights of Columbus
?

—Un grupo de católicos de Nueva Haven creó una orden para ayudar a las personas desfavorecidas. Unos verdaderos ángeles. Por desgracia su fundador murió hace unos años. Yo llegué a conocerlo, un santo, el padre Michael J. McGivney. Un hombre de familia muy humilde, pero un sabio —dijo el arzobispo con las manos entrecruzadas, mientras jugueteaba nerviosamente con su anillo.

—¿Por qué se llaman Caballeros de Colón?

—Colón representa para los católicos un enviado de Dios para traer la fe de Roma a esta salvaje tierra de América. Fue sin duda un hombre providencial, de esos que sólo nacen cada quinientos años.

—¿Están muy extendidos? —preguntó Helen, mientras anotaba todo en su libreta.

—Muchísimo. Su orden se encuentra por todas partes. Nueva Hampshire, Illinois, Nueva Jersey, Pennsylvania, Delaware, también tienen casas en Canadá. Deben de ser más de cincuenta mil caballeros en todo el país.

—¿Cincuenta mil? —preguntó sorprendida la mujer.

—Maravilloso, ¿verdad? En tan poco tiempo, un verdadero ejército de Cristo. En Nueva York están empezando. Algunos de esos sacerdotes obreros han venido a quejarse de ellos, pero le aseguro que son un regalo del cielo —insistió el arzobispo, que con gesto nervioso comenzó a mover la pierna.

—¿Sabe algo más de ellos?

—La verdad es que no. Pero puede contactar con ellos en Nueva Haven, seguro que estarán muy contentos de que difunda su labor social —dijo el arzobispo, dando por terminada la reunión.

Después de aquella reunión, el
Maine
estalló en La Habana y Helen aparcó su investigación por un tiempo; la actualidad mandaba y estaba dispuesta a demostrar cómo las mujeres del futuro siglo XX eran capaces de hacer las mismas cosas que los hombres.

Los Caballeros de Colón colaboraron con el gobierno federal en el reclutamiento de voluntarios durante la 1ª Guerra Mundial, para lavar su cara de antipatriotas y conspiradores.

Capítulo 25

Annapolis, Maryland, 20 de Febrero.

El campamento estaba apartado de la ciudad, perdido entre los bosquecillos que cubrían buena parte del estado. Las medidas de seguridad eran extremas. Un muro alto, media docena de perros sueltos y veinte hombres guardando el perímetro, los caballeros pensaban que ésas debían de ser razones suficientes para disuadir a cualquier curioso.

Aquella tarde, el nuevo Caballero Supremo visitaba las instalaciones de la orden, donde mil hombres recibían instrucción militar. Aquel campamento representaba la joya de la corona de la organización y era el modelo a seguir de los nuevos campamentos, que se estaban levantando a lo largo y ancho del país. Su ubicación era privilegiada, a unas horas de Washington, comunicado por mar por la Bahía de Chesapeake y equipado con las últimas armas y técnicas de entrenamiento militares.

El Caballero Supremo revisó a los caballeros en formación. Su aspecto era impecable, la elite dentro de sus más de cincuenta mil caballeros, un ejército al servicio de Dios. Las avanzadillas de doce millones de católicos en el país.

Mientras recorría las filas se acordaba de las últimas encíclicas del Papa, la
Rerum Novarum
y la
Diuturnum Illud
. Aquellas palabras diabólicas que León XIII había tenido que pronunciar al estar rodeado por sus enemigos; prisionero en su propia casa. Los rojos servidores de Garibaldi, la bota del II Reich de Bismarck, el gobierno satánico de la reina Victoria en Inglaterra y todos sus secuaces, todos ellos deberían estar muertos. Por fin el pueblo devoto se levantaría para parar toda esa ignominia. Y lo haría precisamente allí, en la tierra que Colón había descubierto quinientos años antes.

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