Read Conspiración Maine Online
Authors: Mario Escobar Golderos
Tags: #Intriga, #Aventuras, #Histórico
Firma de Colón. Esta firma es curiosa por qué en ella el navegante hace una evocación a Cristo, constituyendo en su portador o mensajero
—Pero, ¿cómo podemos saber que ese libro existió? Al fin y al cabo, no hay pruebas de que el libro que robó Lulio y recuperaron los franciscanos terminara en manos de Colón —comentó incrédulo Hércules.
—Además de la prueba del descubrimiento de América, tenemos el testimonio del propio Bartolomé de las Casas cuando dice
que Colón tenía certidumbre de que había descubierto tierras y gente, como si en ella personalmente hubiera estado y que estaba tan seguro de que iba a descubrir lo que descubrió y hallar lo que halló, como si dentro de una cámara con su propia llave lo tuviera
. Pero la prueba más importante es que yo mismo descubrí el libro en Santo Domingo.
Todos le miraron sorprendidos y Hércules le preguntó:
—¿El libro está en América?
—Efectivamente. El manuscrito que me pidió el vicerrector de la Universidad Católica de Washington y el mismo que, según creo, buscan los Caballeros de Colón.
—Pero, ¿qué valor tiene el libro ahora? Si lo que mostraba era cómo llegar a América, no creo que eso tenga mucha utilidad —comentó Lincoln, que por fin había atado todos los cabos y entendía lo que el profesor les estaba explicando.
—Yo no he afirmado que el libro fuera únicamente un mapa para llegar a América. Lo que esconde el libro de San Francisco es un misterio mucho más profundo.
Colón demostrando ante los doctores la existencia de un paso occidental hacia Asia.
La Habana, 21 de Febrero.
La luna llena de aquella noche alargaba la sombra de Vicente Yáñez. No le gustaba escaparse de su casa mientras su esposa dormía, pero junto al resto de los caballeros sentía el calor de una hermandad que trascendía a los lazos familiares. Unos meses antes vivía sin rumbo, empujado por la palpitante situación política de la isla, admirando a Martí, el líder de la revolución cubana, pero todo había cambiado. La causa revolucionaria era un pequeño reflejo de una lucha más importante y profunda. Entró en el edificio, descendió al sótano y tomó asiento en silencio esperando a que llegara el resto de sus hermanos. Poco a poco, todos los miembros de la orden fueron ocupando sus puestos, mientras charlaban animadamente unos con otros. Cuando llegó el Caballero Piloto los cuchicheos del resto de participantes cesó. Se sentaron alrededor de la mesa y pusieron sus espadas sobre ella. Tras el breve ritual de apertura, el Caballero Piloto comenzó a hablar.
—Esta hermandad lleva pocos años constituida en la isla pero, como parte de la gloriosa Orden de los Caballeros de Colón, el Caballero Supremo ha puesto en nuestras manos la llave para cambiar el futuro. No podemos permitirnos cometer más fallos. ¿Cómo es posible que todavía no hayan conseguido el libro de San Francisco?
—No se preocupe Caballero Piloto, esta misma noche recuperaremos el libro y el Caballero Supremo tendrá la llave para que la Iglesia de Roma recupere su grandeza perdida —dijo Vicente Yáñez con nerviosismo en la voz.
—Eso espero. Mañana llega el escudero León, tiene una misión secreta que cumplir, espero que le ayuden en todo lo que necesite. El informe que lleve al Caballero Supremo debe ser favorable.
Los caballeros se levantaron y tras convocarse a la Virgen Santísima, al gran Padre Celestial y a la Santa Iglesia de Roma, se despidieron. Yáñez salió de la sala y dejando los ornamentos en la entrada, tomó su sombrero y subió las escaleras. Ahora era un caballero de cuarto grado y los caballeros de cuarto grado conocían todos los misterios, pero también tenían que estar dispuestos a todos los sacrificios.
Madrid, 21 de Febrero.
Tras cerrar la puerta del consulado el secretario cruzó la calle a oscuras. Las farolas de gas escaseaban en la ciudad y los faroleros encendían manualmente las lámparas que apenas reflejaban una luz exigua y mortecina. La noche era extrañamente cálida para ser mediados de febrero, Young no se acostumbraba al clima español. En su ciudad, Nueva York, el clima era extremo pero sabías qué ponerte en cada momento. Caminó por la calle Alcalá hasta la Puerta del Sol y se perdió entre las callejuelas que llevaban al Teatro Real. La ópera en España era de muy baja calidad, pero una compañía italiana estaba en la ciudad y el secretario necesitaba relajarse un poco y olvidar las últimas semanas de trabajo agotador.
Dejó el sombrero y el abrigo en el ropero, subió hacia el palco y se sentó en la primera fila. El palco estaba vacío, un pequeño capricho que el secretario podía permitirse en un país pobre. No le gustaba que los ruidosos españoles le molestaran en uno de los pocos momentos en los que recuperaba la calma necesaria para seguir adelante.
La ópera empezó con puntualidad, otra rareza en el informal horario hispano. Se levantó el telón y Young por fin pudo cerrar los ojos y escuchar la música. Una sombra al fondo del palco se aproximó hasta colocarse justo detrás del secretario.
—Señor secretario, veo que compartimos gustos.
El secretario se estremeció, la voz era conocida, pero nunca hubiera esperado que ese individuo fuera capaz de asaltarle en un lugar público como aquél.
—¿Qué hace usted aquí? Nadie puede vernos juntos —susurró Young mirando a los palcos más cercanos.
—No se preocupe, he entrado cuando la ópera había comenzado.
—¿Qué quiere? ¿Más dinero?
—No. Tan sólo advertirle de que usted y su amigo no están cumpliendo su palabra. El embajador está haciendo intentos para llegar a un acuerdo con España. Nosotros estamos haciendo todo el trabajo sucio, pero si esto se supiera en Washington puedo asegurarle que rodarían muchas cabezas y la primera sería la suya.
—No se preocupe, el acuerdo es imposible, el gobierno español nunca aceptará renunciar a Cuba pacíficamente.
—Eso esperamos —dijo amenazante la voz.
La sombra salió del palco con tanta rapidez que Young tardó un momento en darse cuenta de que estaba de nuevo a solas. La visita inesperada de ese individuo había estropeado su único momento de tranquilidad. Teodoro tenía que saber lo antes posible que aquellos tipos empezaban a impacientarse.
La Habana, 21 de Febrero.
El profesor Gordon dejó solos a sus invitados y desapareció por una de las puertas del salón. Los tres se miraron sin poder ocultar su perplejidad. De todos los misterios relatados aquella noche, la fabulosa historia del libro de San Francisco y su relación con Colón era sin duda el más desconcertante. Lincoln se sentía inquieto. No lograba comprender la relación que tenía todo aquello entre sí. Estaba convencido de que todo era una desgraciada coincidencia. Aquel pequeño símbolo encontrado en el camarote del capitán Sigsbee era el resultado del descuido de algún oficial, sin conexión con la historia de Helen Hamilton y los Caballeros de Colón y, sin duda, muy alejada de las historias de aquel doctor lunático. Hércules parecía encantado escuchando a Gordon. El profesor representaba el eco de su pasado, cuando todavía creía que las cosas podían ser diferentes; tenía una misión, alguien a quien amar y su vida estaba repleta de sentido y propósito.
Mientras sus dos acompañantes pensaban en sus cosas, Helen se movía inquieta. Se levantó del sillón y comenzó a curiosear observando aquel salón repleto de aparatos que nunca había visto antes. Las emociones la embargaban; trabajar en un país desconocido y sin contactos era mucho más complicado de lo que imaginaba. La actitud de los hombres ante una mujer como ella era siempre la misma. Sorpresa e inmediato rechazo. La acogida de sus nuevos compañeros no podía haber sido mejor. Notaba el recelo del agente Lincoln, pero pensó que con el tiempo él también llegaría a aceptarla.
El profesor entró en la sala y todos dejaron sus pensamientos observando atentamente lo que el hombre llevaba en la mano derecha. Era un libro pequeño, encuadernado en una piel oscura y con un broche con un escudo dorado. Todos se reunieron alrededor del profesor y éste los llevó hasta el fondo del salón, donde había una mesa redonda con cuatro sillas.
—Señores y señorita, tienen ante ustedes el libro de San Francisco. Una pieza única, se lo puedo asegurar —dijo el profesor con una sonrisa complaciente. Se ajustó las gafas y mirando a Hércules dijo—: En mis manos corre serio peligro. Querido amigo, me temo que debo encomendarle una tarea muy importante. Deseo que sea usted el que custodie el libro.
Alargó el libro y lo puso en la mesa, cerca de Hércules. Éste negó con la cabeza, pero el profesor insistió, acercando el libro con la mano.
—¿Yo? Profesor no sabría qué hacer con él. Vivo en un hotel, no tengo ningún lugar donde guardarlo.
—Ya se le ocurrirá algo. Hay mucha gente detrás de este libro, el primer sitio que buscarán será aquí —dijo el profesor señalando a su alrededor.
—Pero, ¿qué hace tan importante a este libro? —preguntó Lincoln mirándole por encima. El profesor se lo arrebató de las manos y volvió a colocarlo encima de la mesa, cerca de Hércules.
—Ya les he dicho que esconde un misterio, pero además tiene un gran valor espiritual. No olviden que gracias a él, el enigmático San Francisco de Asís se convirtió e impulsó uno de los movimientos espirituales más importantes de todos los tiempos.
—Entonces tiene un valor simbólico, espiritual —comentó Lincoln con cierto desdén. El profesor le hincó la mirada y continuó explicándose.
—He dicho que tiene un valor espiritual, pero me temo que los que quieren apoderarse de él buscan algo más material. Un secreto que oculta el libro y que puede cambiar el futuro.
—El libro es una especie de tratado místico —dijo Helen, que con sus clases de español había estudiado a los místicos del siglo XVI.