Más tarde, mientras comían, se levantó un viento que hizo que se movieran las cortinas, y cuando se levantaron de la mesa se oían truenos. Bernhard salió al jardín. Brillaba el sol, pero al norte el cielo estaba oscuro, y percibió truenos en la lejanía. Se sentó junto a la mesa de hierro forjado; tenía la cara vuelta hacia el norte y esperaba a la lluvia. Llegó un nuevo rayo y él pensó en la vieja expresión: como un rayo en cielo raso. Luego pensó: Pero eso es imposible, un rayo en cielo raso es imposible. En ese instante Marion lo llamó por su nombre. Estaba en la puerta abierta. Voy un momento a casa de Camilla, dijo ¿te quedas aquí? Él asintió con la cabeza. Ella le dijo adiós con la mano y se fue. Un par de minutos después él se levantó y entró. La llamó por su nombre. Luego subió la escalera y entró en la habitación de Marion. La cama estaba hecha, y de los respaldos de las sillas no colgaba ninguna prenda. Se acercó a la cómoda y se quedó contemplando la foto de sus padres. Pensó: Me parezco más a él que a mi madre. Permaneció unos instantes más delante de la foto, sintiendo algo por dentro que pensaba que iría creciendo, pero no fue así. Luego abrió el primer cajón de la cómoda, echó un vistazo y volvió a cerrarlo. Lo hizo sin más. Y luego hizo lo mismo con el segundo cajón empezando por arriba y con el segundo desde abajo. El cajón de abajo del todo estaba cerrado. No tenía llave. Sacó el segundo cajón empezando por abajo y lo dejó en el suelo. Miró por el hueco y vio una cartera, un montón de cartas atadas con una goma, dos cajitas, una agenda y una funda de gafas. Y un poco apartado de todo lo demás, un diario. Metió la mano y sacó el montón de cartas; todas iban dirigidas a su padre, volvió a colocarlas donde estaban. Miró hacia la puerta abierta y se quedó escuchando, luego cogió la cartera y la abrió. Había siete billetes de mil coronas. Volvió a dejar la cartera exactamente en el lugar de donde la había tomado. Levantó el diario; debajo había una revista porno. Abrió el diario. Era de Marion. Volvió a dejarlo donde estaba y cogió el cajón del suelo. Permaneció un rato con él en las manos, estaba lleno de ropa interior, luego volvió a dejarlo en el suelo. Cogió el diario, lo hojeó hacia atrás, hasta lo último que ella había escrito. Miércoles, 17 de agosto. Ha llegado Bernhard, no lo esperaba. Me da mucha pena, aunque no sé muy bien si hay motivos para ello. Preguntó tanto a Oskar como a Camilla si conocían bien a papá. Camilla dice que hay algo siniestro en él, por ejemplo, en la manera de reírse, pero Oskar dice que le parece una persona completamente normal. Supongo que quiere consolarme.
Bernhard cerró el diario y lo colocó de manera que tapara la revista porno. Luego empujó el cajón hasta encajarlo bien y salió rápidamente de la habitación. Se detuvo en la entrada y encendió un cigarrillo. Abrió la puerta de la calle y salió a la escalera exterior. Como una persona completamente normal, pensó. Luego pensó: No me ven, nadie me ve. Al cabo de un rato unos jóvenes llegaron andando por la calle; él tiró el cigarrillo, atravesó la casa y salió al jardín, donde se sentó junto a la mesa de hierro forjado. Seguro que se trae a Camilla, pensó, así no tendrá que estar conmigo a solas.
Ella no llegó hasta que el sol se hubo puesto y él ya había arrancado casi toda la mala hierba de la huerta. El trabajo de jardinería lo había calmado, los pensamientos lo habían desviado hacia caminos pacíficos más allá del aquí y el ahora, y cuando la oyó llegar, levantó la cabeza y sonrió. Qué bonito lo estás dejando, dijo ella en una voz baja y cálida. Él sintió una ola por dentro. Sí, contestó. Ella permaneció en el mismo lugar, sin decir nada más. La ola rodaba en su interior. Era incapaz de levantar la vista. Acabo enseguida, dijo. Vale, contestó ella, y se fue.
Ella volvió a salir mientras él estaba lavándose las manos bajo el grifo. Llevaba una botella de vino y dos copas altas. Estuvieron sentados durante el crepúsculo bebiendo vino a pequeños sorbos y diciendo pequeñas palabras sobre pequeñas cosas. La oscuridad llegaba. Por fin no ha llovido, dijo Bernhard. No importa, repuso Marion. Tú has regado. Sí, dijo él. La miró, las facciones de su cara estaban casi borradas. Ella dijo: Empieza a refrescar. Creo que me voy a meter. ¿Tú te quedas? Él asintió con la cabeza. Un rato más, contestó.
Una de las pocas personas que saben que aún existo es la señora M., de la tienda de la esquina. Dos veces por semana me trae lo que necesito para vivir, pero no es que se mate por el peso. La veo muy de tarde en tarde, porque tiene una llave del piso y deja la compra en la entrada, es mejor así, de ese modo nos protegemos mutuamente, y mantenemos una relación pacífica, casi diría amistosa.
Pero una vez que la oí abrir la puerta con su lave, me vi obligado a llamarla. Me había caído y me había dado un golpe en la rodilla, y era incapaz de llegar hasta el diván. Por suerte, era uno de los días en que le tocaba subirme la compra, así que sólo tuve que esperar cuatro horas. La llamé cuando llegó. Quiso ir a buscar un médico inmediatamente, su intención era buena, sólo es la familia más allegada la que llama al médico de mala fe, cuando quiere librarse de la gente mayor. Le expliqué lo necesario sobre hospitales y residencias de ancianos sin retorno, y la buena mujer me puso una venda. Luego hizo tres sándwiches que me dejó en una mesa junto a la cama, además de una botella de agua. Al final, llegó con una vieja jarra que encontró en la cocina. «Por si la necesita», dijo.
Y se marchó. Por la noche me comí un sándwich, y mientras me lo estaba comiendo vino a verme. Su visita fue tan inesperada que he de admitir que me vencieron los sentimientos, y dije: «Qué buena persona es usted». «Bueno, bueno», dijo escuetamente, y se puso a cambiarme la venda. «Esto le irá bien», dijo, y añadió: «Así que no quiere saber nada de las residencias de ancianos; por cierto, supongo que sabe que ahora no se llaman residencias de ancianos, sino residencias de la tercera edad». Nos reímos los dos de buena gana, el ambiente era casi alegre. Es un placer encontrarse con personas que tienen sentido del humor.
La pierna me estuvo doliendo durante casi una semana, y ella vino a verme todos los días. El último día dije: «Ahora estoy bien, gracias a usted». «Bueno, no se ponga solemne —me interrumpió—, todo ha ido perfectamente». En eso tuve que darle la razón, pero insistí en que, sin ella, mi vida podría haber tomado un desgraciado rumbo. «Bah, se las hubiera arreglado de una u otra manera —contestó—, es usted muy terco. Mi padre se parecía a usted, así que sé muy bien de lo que hablo». Me pareció que estaba sacando conclusiones sobre una base demasiado endeble, pues no me conocía, pero no quise que pareciera una reprimenda, de modo que me limité a decir: «Me temo que piensa demasiado bien de mí». «Oh, no —contestó—, debería usted haberlo conocido, era un hombre muy difícil y muy testarudo». Lo decía completamente en serio, admito que me impresionó, me entraron ganas de reírme de alegría, pero me mantuve serio y dije: «Comprendo. ¿También su padre llegó a muy mayor?». «Ah sí, muy mayor. Hablaba siempre mal de la vida, pero nunca he conocido a nadie que se esforzara tanto por conservarla». A eso podía sonreír sin problemas, resultó liberador, incluso me reí un poco, y ella también. «Supongo que usted también es así», dijo, y me preguntó impulsiva si le dejaba leerme la mano. Le tendí una, no recuerdo cuál de las dos, pero quiso la otra. La miró muy atenta durante unos instantes, luego sonrió y dijo: «Justo lo que me figuraba, debería usted haber muerto hace mucho tiempo».
KJELL ASKILDSEN, es uno de los grandes maestros actuales del relato corto. Su primer libro,
Desde ahora seré yo quien te lleve a casa
(1953), fue aclamado por la crítica, y al tiempo prohibido por «inmoral» en la biblioteca pública de su ciudad natal. Además de este
Últimas notas de Thomas F. para el público en general
(Premio de la Crítica en Noruega, 1983), sus libros más conocidos son
Un vasto y desierto paisaje
(de nuevo Premio de la Crítica en Noruega) y
Un repentino pensamiento liberador
(Premio Riksmål, 1987). Ha sido traducido, además de al español, a dieciocho lenguas.
«El Noruego Kjell Askildsen resulta un referente fundamental dentro de la narrativa breve escandinava y europea en general» (M.ª Victoria Reyzábal,
Diario de Málaga
).
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Por ejemplo, rastreamos en la prensa internacional de los últimos años estas calificaciones: «El más deslumbrante maestro del cuento europeo». «Nada de lo que expone con su concisa brevedad nos es totalmente ajeno». «El temblor sísmico, hasta el horror, que acecha bajo la aparente intrascendencia de los hechos pequeños: así nos lo hace saber con feroz insistencia». «Sus personajes son captados en un momento cualquiera de sus vidas, como si les fotografiasen un momento de su crisis permanente». «Maestro de la escena breve; una velada, un día o una tarde le son suficientes para exprimir los conflictos larvados durante años por sus protagonistas». «Son bisturíes del interior humano, que rastrean entre las vísceras para ponerlas sobre la mesa. Porque eso es lo que hace con sus relatos». «Teje una trama ligera pero repleta de sugerencias muy sutiles». «Sobrio, conciso y claro como el hielo, pocos como Askildsen consiguen en muy pocas líneas retratar la llamada “sociedad del bienestar” y golpean de esta forma en la conciencia del lector». «Emparentado con los más grandes: Hemingway y Carver, por el estilo; Kafka, Beckett y Camus, por el sentido». «[En un mundo trivial] Askildsen confiere a sus personajes destinos más propios de la tragedia griega». «[Lo suyo] es una manera elegante en la que consigue que el lector vea lo que sus protagonistas no ven».
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[2]
Con excepción de «Carl Lange» incluido en su libro
Últimas notas de Thomas F. para la humanidad
, se presentan todos los cuentos publicados en español por el autor y no se tiene noticia de que haya otra colección de relatos sin traducción. En su forma original, todos bajo el sello Lengua de Trapo, fueron publicados de la siguiente manera:
Un vasto y desierto paisaje
(2002),
Últimas notas de Thomas F. para la humanidad
(2003),
Los perros de Tesalónica
(2006) y
Desde ahora te acompañaré a casa
(2008).
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