Read El hombre que quería ser feliz Online

Authors: Laurent Gounelle

Tags: #Ensayo, #Autoayuda

El hombre que quería ser feliz (5 page)

—Sin lugar a dudas, en efecto.

—Ahora, imagínese que su creencia es totalmente opuesta. Que considera que el mundo es amistoso, que las personas son amables, honradas y de fiar, y que la vida ofrece un montón de buenos placeres para degustar. Haga como si esta convicción estuviese profundamente enraizada en su ser. ¿Sobre qué centraría su atención en este momento, y qué podría describir con los ojos cerrados y los oídos tapados?

—Supongo que hablaría de las plantas, que son realmente bonitas. De este viento suave y agradable que hace más soportable el calor. Creo que hablaría también del
gecko
, pues me diría: «¡Anda! Hay un
gecko
en el techo. Seguro que no hay insectos revoloteando alrededor». Además, describiría el semblante sereno de este simpático hombre que me hace descubrir montones de cosas interesantes sin tan siquiera cobrarme por ello.

—¡Exactamente! Lo que creemos sobre la realidad, sobre el mundo que nos rodea, actúa como un filtro, como unas gafas selectivas que nos conducen sobre todo a ver los detalles que van en el sentido de lo que nosotros creemos. De este modo, se refuerzan nuestras creencias y así se cierra el círculo. Si creemos que el mundo es peligroso, efectivamente vamos a dirigir nuestra atención a todos los peligros reales o potenciales, y tendremos la sensación de que vivimos en un mundo cada vez más amenazador.

—Es lógico, por supuesto.

—Pero no se termina ahí la cosa. Nuestras creencias también nos van a permitir
interpretar
la realidad.

—¿Interpretar?

—Usted acaba de mencionar las expresiones de mi rostro. Estas expresiones, junto a mis gestos, pueden ser interpretadas de distintas maneras. Sus creencias le van a ayudar a encontrar una interpretación. Una sonrisa será percibida como un signo de amistad, cortesía o seducción, pero también de ironía, burla o condescendencia. Una mirada insistente, como un signo de marcado interés o, por el contrario, como una amenaza, una voluntad de desestabilización. Cada uno estará convencido de su interpretación. Lo que usted cree sobre el mundo le conduce a dar un sentido a todo aquello que es ambiguo o incierto. Y esto refuerza sus creencias, una vez más.

—Comienzo a entender por qué decía que lo que creemos termina convirtiéndose en nuestra realidad.

—Sí, sobre todo teniendo en cuenta que esto nunca se detiene.

—Es infernal, su historia.

—Cuando uno cree algo, le lleva a adoptar ciertos comportamientos, los cuales van a tener un efecto sobre la forma de actuar de los demás en un sentido que va, a su vez, a reforzar lo que uno cree.

—Vaya, esto se enmaraña.

—Es muy simple. Quedémosnos con el mismo caso como ejemplo. Usted está convencido de que el mundo es peligroso y de que hay que andarse con ojo. ¿Cómo se va a comportar cuando conozca a alguien?

—Voy a andarme con precaución.

—Sí, y su rostro, probablemente, mostrará un gesto hostil, muy poco atractivo.

—Cierto.

—Estas personas que acaba de conocer van a percibirlo, a sentirlo. ¿Cómo van a comportarse ellas, por su parte, ante usted?

—Pues, en efecto, es muy probable que se anden con ojo y que no se abran mucho ante mí.

—¡Exacto! Y además usted lo va a notar y tendrá la sensación de que esta gente es cerrada y se comporta de un modo un poco extraño con usted. Adivine cómo va a interpretar esto, bajo el influjo de sus creencias.

—Evidentemente, me voy a decir que tenía razón al desconfiar.

—Sus creencias se refuerzan.

—Es terrible.

—En este caso, sí. Pero también funciona a la inversa. En el ejemplo contrario, si usted, en lo más profundo de su ser, está convencido de que todo el mundo es simpático, se va a comportar de forma muy abierta ante la gente. Va a sonreír y mostrarse relajado. Esto, por supuesto, va a conducir a que los demás se abran por sí solos y se encuentren distendidos en su presencia. Inconscientemente, tendrá la prueba de que la gente es simpática. Su creencia se reforzará. Pero hay que comprender que todo este proceso es inconsciente. Ahí reside su fuerza. En ningún momento usted se dice conscientemente: «Está bien esto que creo, la gente es simpática». No, no necesita decírselo porque para usted es lo normal. Es así, la gente es simpática, es una evidencia. Del mismo modo, los que creen que hay que desconfiar a todo precio de los demás encuentran natural conocer a gente cerrada, desagradable, aunque, por otro lado, lo lamenten.

—¡Qué locura! Finalmente, sin darnos cuenta, cada uno se crea su propia realidad que, de hecho, no es otra cosa que el fruto de sus creencias. Es realmente increíble. Alucinante.

—Esta última palabra es muy acertada.

Adiviné una cierta satisfacción en él. Debía de darse cuenta de que yo empezaba a comprender la fuerza y el alcance de esta teoría. Es cierto que estaba anonadado. Tenía la sensación de que los seres humanos son víctimas de sus propias ideas, de sus propias convicciones, de sus propias «creencias», utilizando su expresión. Lo más terrible, quizás, era que no se daban cuenta de ello. ¡Y con razón! Ni tan siquiera son conscientes de que creen lo que ellos creen. Sus creencias no están conscientemente en su mente. Tenía ganas de gritarle a la tierra entera, de explicarle a la gente que hay que dejar de creer en cualquier cosa. Quería decirles que se estaban arruinando la vida debido a ideas que ni tan siquiera eran la realidad. Me imaginaba recorriendo el planeta al volante de una de esas furgonetas que sirven para anunciar circos en gira. Gritaría de pueblo en pueblo a través de un altavoz que amplificaría mi mensaje: «Señoras y señores, es necesario que dejen de creer en lo que creen. Se están haciendo sufrir, créanme». En menos de tres días aparecerían los hombres de blanco y se me llevarían embutido en una camisa de fuerza. Mi circo particular tendría las paredes acolchadas.

—Bien, pero, una cosa: las creencias que tenemos, ¿a qué dominios conciernen? ¿Hasta dónde se extienden?

—Todos hemos desarrollado creencias sobre nosotros mismos, sobre los demás y nuestras relaciones con ellos, sobre el mundo que nos rodea. En definitiva, tenemos creencias sobre casi todo: desde nuestra capacidad para sacar adelante nuestros estudios hasta la educación de nuestros hijos, pasando por nuestra evolución profesional y nuestras relaciones conyugales. Cada uno lleva en su interior una constelación de creencias. Son incontables y dirigen nuestra vida.

—Unas son positivas y otras negativas, ¿no es así?

—No, para nada. No se puede juzgar nuestras creencias. Lo único que podemos afirmar es que no son la realidad. Lo que es más interesante, en cambio, es comprender sus efectos. Cada creencia tiende a producir a su vez efectos positivos y limitantes. Ahora, reconozco que determinadas creencias inducen más efectos positivos que otras.

—Sí, me parece que tenemos más interés en creer que el mundo es amistoso, ¿no? Además, no veo en qué puede resultarnos positiva la creencia de que el mundo es peligroso.

—Pues sí que puede. Una creencia de ese tipo le llevaría, por supuesto, a protegerse en exceso, malgastando un poco su vida sin lugar a dudas, pero el hecho es que, si un día se encontrara con un peligro real, seguramente estaría más protegido que una persona que cree que todo va a pedir de boca en el mejor de los mundos.

—Sí.

—Por eso es pertinente ser conscientes de lo que creemos y después darnos cuenta de que no son más que creencias, para finalmente descubrir sus efectos en nuestra vida. Esto puede ayudarnos a comprender bien las cosas que vivimos.

—A propósito de esto, ayer me dijo que trataríamos lo que me impide ser feliz.

—Sí, pero de entrada voy a ponerle a trabajar solo: tengo dos tareas que encargarle y debe realizarlas después de esta sesión, esperando que volvamos a vernos.

—De acuerdo.

—La primera consiste en soñar estando despierto.

—Bueno, creo que sabré hacerlo.

—Bien, entonces va a soñar que está en un mundo donde todo es posible. Imagine que no hay ningún límite a lo que usted es capaz de realizar. Haga como si tuviera todos los diplomas del mundo, todas las cualidades que existen: una inteligencia perfecta, unas habilidades sociales muy desarrolladas, un físico de ensueño… todo lo que quiera. Todo es posible para usted.

—Creo que este sueño me va a gustar.

—Entonces, imagínese cómo sería su vida en ese contexto: qué hace, su profesión, sus placeres, cómo se desarrolla su existencia. Tenga siempre presente que todo es posible. Después anote todo esto y me lo trae.

—Muy bien.

—Su segunda misión consiste en realizar una serie de búsquedas.

—¿Búsquedas?

—Sí. Quiero que recopile los resultados de las investigaciones científicas llevadas a cabo en Estados Unidos sobre el efecto de los placebos. Después hablaremos de ello.

—Pero ¿dónde puedo encontrar eso?

—En Estados Unidos los laboratorios farmacéuticos están obligados a llevar a cabo tales experimentos. No se les autoriza a sacar al mercado un nuevo fármaco sin antes haber demostrado científicamente que es más eficaz que un placebo, es decir, una sustancia inactiva. Esto proporciona indirectamente datos precisos sobre la eficacia de los placebos. Nadie utiliza esta información, pero para mí merece un gran interés. Sé que los laboratorios han publicado algunos resultados. Usted tiene que encontrarlos.

—¿Usted los conoce?

—Claro que sí.

—Entonces, ¿por qué me pide que los busque? Ganaríamos más tiempo si habláramos de ellos ahora mismo. El sábado cojo el avión para volver a casa, así que no tenemos mucho tiempo para vernos.

—Porque no es en absoluto lo mismo escuchar a alguien revelar una información que obtenerla uno mismo directamente de la fuente.

—Discúlpeme, pero no veo que esto cambie mucho las cosas.

—Si se lo dijera yo, siempre podría dudar de los datos que le proporciono. Conociéndole un poco, estoy seguro de que ésa sería su reacción. Quizá no ahora, pero puede que más adelante. Además, no se progresa escuchando a una persona, sino actuando y viviendo experiencias.

—Pero ¿de dónde voy a sacar esos datos? No me alojo en un hotel. No tengo ninguna forma de acceder a Internet y no he visto ningún
cíber
en la isla.

—Quien tira la toalla ante la primera dificultad del camino nunca llega muy lejos en la vida. Vamos, confío en usted.

—Una última cosa. ¿A qué hora debo venir mañana para que esté plenamente disponible, para que tenga tiempo?

Me miró durante unos instantes sonriendo. Me pregunté si habría vuelto a decir algo que no debía. Ese día no paraba de meter la pata.

—Sobre todo, no empiece a creer que me necesita. El tiempo que le pueda dedicar a la hora que usted venga será suficiente.

8

M
ientras volvía al coche, me preguntaba cómo este hombre podría permanecer tan calmo, sereno y con una mirada tan acogedora al decir cosas que a veces no iban en el sentido de lo que me apetecía escuchar. Se trataba de un ser imprevisible, distinto a los demás. Seguía maravillado por el conocimiento que demostraba de cuestiones científicas occidentales, algo que contrastaba con su personaje. Habría jurado sin problemas que nunca había salido de su pueblo, y me costaba imaginar que este viejecillo de la otra punta del mundo pudiera extraer su sabiduría de experimentos llevados a cabo en Occidente. Todo era muy extraño.

Empezaba a conocerme la carretera, así que tardé muy poco en llegar a Ubud. El sol se pone muy pronto en los trópicos y ya era de noche cuando aparqué junto al gran mercado. Un olor a incienso emanaba de la terraza-jardín de un pequeño restaurante. Los balineses suelen utilizar el incienso para espantar a los mosquitos. Se podían ver barritas consumiéndose sobre platitos dispuestos en los jardines o a la entrada de las casas. Esto contribuía a crear ese ambiente mágico de la noche de Ubud.

Entré en el restaurante, me instalé bajo un árbol y pedí pescado asado. Sobre las mesas del jardín habían dispuesto velas, acompañadas por antorchas plantadas en la hierba que ardían lentamente difundiendo una luz dulce y cálida. Algunos gritos surgían aquí y allá, provenientes de la calle, sin duda balineses que atraían a los paseantes extranjeros para ofrecerles sus servicios de taxistas improvisados. Tenía una hora por delante antes del concierto. Bali es el único lugar sobre la faz de la tierra en el que no miro el reloj cada media hora. Aquí, el tiempo no tiene importancia. Es la hora que es, eso es todo. Pasa lo mismo con el clima. Nadie se preocupa por saber qué tiempo hará mañana. Sea como sea, cada día ofrecerá su ración de sol y de lluvia. Es así. Los balineses aceptan lo que les ofrecen sus dioses sin plantearse cuestiones embarazosas.

Reflexioné sobre lo que me había pedido el sabio: soñar con una vida ideal en la que fuese feliz. Necesitaba un poco de tiempo para meterme en la piel de alguien que pudiera permitírselo todo e imaginarme cómo sería mi vida. Uno no se plantea estas cuestiones todos los días. Personalmente, soy más proclive a fijarme cada día en lo que no funciona en mi vida, en lugar de pensar en cómo me gustaría que fuera.

En cuanto di rienda suelta a mi imaginación, la primera cosa que me vino a la mente fue que, si todo fuera posible, cambiaría de oficio. Profesor es un trabajo noble y gratificante, no lo niego, pero ya estaba un poco harto de enseñar una materia a alumnos que no la sabían apreciar y a quienes incluso les aburría profundamente. Por supuesto, era consciente de que si me lo tomaba de otra forma podría acrecentar su motivación por aprender y llegar a interesarles, pero estaba obligado a aplicar al pie de la letra el programa oficial y a aferrarme a los métodos pedagógicos en boga, métodos por otra parte muy poco apropiados para los alumnos de hoy en día. No aguantaba más verme atrapado entre las exigencias de la administración y las de la realidad del día a día, totalmente opuestas. Tenía ganas de aire fresco, de cambiar radicalmente de profesión y de realizarme en un dominio artístico. Soñaba con hacer de mi pasión mi oficio, y mi pasión era la fotografía. Sobre todo, me encantaba capturar la expresión de los rostros con retratos que revelasen la personalidad del sujeto, sus emociones y estados de ánimo. Incluso me atraía la fotografía de bodas. Si todo fuera posible, crearía mi propio estudio. No sería una de esas fábricas de despachar fotos sin ningún interés, no, se trataría de un estudio especializado en retratos tomados al instante, en vivo, para captar actitudes y expresiones que mostraran quién era esa persona. Mis fotos contarían historias. Al mirarlas, entenderíamos qué piensa y siente cada individuo retratado. Descifrarían las emociones de los padres, las esperanzas o temores de los abuelos, la mirada de la hermana mayor que se pregunta cuándo le llegará su hora, la de los divorciados que se dicen que los recién casados creen en Papá Noel. También me gustaría inmortalizar la felicidad de las personas para que, toda su vida, pudieran con sólo un vistazo sumergirse de nuevo en el ambiente de ese gran día y recuperar esas emociones que habían sido suyas. Una foto bien lograda dice muchas más cosas que un largo discurso.

Other books

Shotgun by Courtney Joyner
The Whitney I Knew by BeBe Winans, Timothy Willard
The Waiting Game by Sheila Bugler
El ladrón de tumbas by Antonio Cabanas
The Silent Weaver by Roger Hutchinson
Good Earl Gone Bad by Manda Collins
Blood of Eden by Tami Dane
How to Wed an Earl by Ivory Lei