Read El hombre que quería ser feliz Online

Authors: Laurent Gounelle

Tags: #Ensayo, #Autoayuda

El hombre que quería ser feliz (2 page)

—No le he pedido que responda por los demás, sino por usted mismo —replicó con mucha calma.

Empezaba a exasperarme este tipo. Yo hago lo que me viene en gana y esto no es de su incumbencia, pensaba mientras empezaba a sentir un principio de cabreo.

—Digamos que sería más feliz si tuviera pareja.

¿Por qué le dije eso? Notaba cómo mi cólera se volvía contra mí. Soy incapaz de oponerme a lo que cualquiera me pide. Es lamentable.

—En ese caso, ¿por qué no la tiene?

Bien, a partir de ahí hacía falta tomar una decisión, aunque eso no fuera precisamente mi fuerte.

O le interrumpía y me iba, o le seguía el juego hasta el final.

—Me encantaría, pero hace falta que le guste a una mujer —me escuché responderle.

—¿Qué es lo que se lo impide?

—Bueno, soy bastante delgado —solté, rojo de vergüenza y de ira al mismo tiempo.

4

E
xpresándose muy lentamente, casi en voz baja, desglosando una a una cada palabra, me dijo:

—Su problema no se encuentra en su cuerpo, sino en su cabeza.

—No, no está en mi cabeza. Es algo objetivo, concreto. No tiene más que ponerme en una báscula, o medir mis pectorales o la circunferencia de mis bíceps. Podrá comprobarlo usted mismo. La cinta métrica y la báscula son imparciales. No puedo influenciarlas con mi mente retorcida y neurótica.

—Ésa no es la cuestión —me respondió con paciencia, conservando su gran calma.

—Resulta fácil decirlo…

—El problema no reside en su físico, sino en cómo usted cree que le perciben las mujeres. En realidad, el éxito que uno tiene o deja de tener con el otro sexo tiene poco que ver con nuestra apariencia física.

—Si le dijera eso a mi vecina de ciento veinte quilos que tiene la nariz con forma de patata, me estamparía en la cara el triple
Big Mac
que siempre lleva en la mano y apretaría hasta que el
ketchup
se me subiera por las fosas nasales.

—¿Nunca ha visto a personas cuyo físico está muy alejado de los cánones de belleza emparejadas con alguien bastante más agraciado físicamente?

—Sí, claro que sí.

—La mayoría de las personas que tienen su mismo problema poseen un físico «normal», con pequeños defectos sobre los que se concentran: una boca demasiado fina, las orejas demasiado grandes, las caderas un poco anchas, un ligero doble mentón, una nariz muy grande o muy pequeña… Piensan que son un pelín demasiado bajos o demasiado altos, demasiado gordos o demasiado delgados, y terminan por convencerse de ello. Cuando conocen a alguien que podría amarles, no tienen más que una obsesión: su defecto. Están convencidos de que no podrán gustar a esta persona por este motivo. ¿Y sabe usted qué pasa?

—¿Qué?

—¡Que tienen razón! Cuando uno se ve feo, los demás le ven feo. Estoy seguro de que las mujeres le encuentran demasiado delgado.

—¡Ya se lo había dicho!

—Los demás nos ven como nosotros mismos nos vemos. ¿Cuál es su actriz favorita?

—Nicole Kidman.

—¿Qué le parece esa mujer?

—Una excelente actriz, una de las mejores de su generación. Me encanta.

—No, quiero decir físicamente.

—Soberbia, magnífica. Es una bomba, vamos.

—Seguro que ha visto
Eyes Wide Shut
de Stanley Kubrick.

—¿Ve películas americanas? ¿Tienen parabólica en el
campan
?

—Si la memoria no me falla, hay una escena en la que aparece Nicole Kidman completamente desnuda junto a Tom Cruise.

—Su memoria funciona perfectamente.

—Vaya al videoclub de Kuta y pídales que le pongan
Eyes Wide Shut
. Tienen unas cabinas para la gente que no posee vídeo en casa. Cuando llegue a esta escena, detenga la imagen y contémplela atentamente.

—Bueno, esto no me costará mucho esfuerzo.

—Olvídese por unos instantes de que se trata de Nicole Kidman. Imagínese que es una desconocida y contemple su cuerpo con objetividad.

—Sí…

—Podrá constatar usted mismo que está bien, tiene un cuerpo bonito, pero no perfecto. Tiene un hermoso trasero, pero podría ser más redondeado, un poco más respingón. Sus senos no están mal, pero podrían haber sido más voluminosos. También podrían tener un perfil más bonito y estar un poco más firmes, erguidos. Y podrá ver que los rasgos de su rostro son regulares, finos, pero que no esconden una belleza excepcional.

—¿Adónde quiere llegar?

—Hay decenas de miles de mujeres tan bonitas como Nicole Kidman. Se cruza con ellas todos los días en la calle y ni tan siquiera se da cuenta. La verdadera fuerza de esta actriz reside en otra cosa.

—¿Sí? ¿En qué?

—Aparentemente, Nicole Kidman está convencida de ser superior. Debe de ser consciente de que todos los hombres la desean y las mujeres la admiran o la envidian. Probablemente se vea como una de las mujeres más hermosas del mundo y lo crea con tanta fuerza que los demás terminan por verla así.

—En 2006 la revista británica
Eve
la eligió como una de las cinco mujeres más guapas del mundo.

—Ahí lo tiene.

—¿Y cómo explica esto?

—¿Que los demás tengan tendencia a vernos como nosotros mismos nos vemos?

—Sí.

—Mire, va a hacer una prueba. Durante un momento, se va a imaginar una cosa, sin importarle que sea verdadera o falsa. Convénzase a sí mismo de que es cierta. ¿Está listo?

—Así, ¿de repente?

—Sí, ahora mismo. Puede cerrar los ojos, si de este modo le resulta más sencillo.

—Vale, estoy listo.

—Imagínese que usted se ve muy guapo. Está convencido de tener un enorme impacto sobre las mujeres. Está dando un paseo por la playa de Kuta, rodeado de veraneantes australianas. ¿Cómo se siente?

—Muy, muy bien. Es un auténtico placer.

—Descríbame cómo camina, su postura. Le recuerdo que se ve muy guapo.

—Pues tengo una forma de andar… ¿cómo explicarlo?, bastante confiada; voy todo tieso.

—Descríbame su rostro.

—Camino con la cabeza erguida, la mirada al frente, una ligera sonrisa natural en los labios. Se puede decir que soy bastante atractivo y al mismo tiempo tengo mucha confianza en mí mismo.

—Bien. Ahora imagine cómo le ven las mujeres.

—Pues, está claro. Tengo, por así decirlo, cierto gancho.

—¿Qué piensan ellas del diámetro de sus bíceps y sus pectorales?

—Pues… No se fijan mucho en ello, la verdad.

—Puede volver a abrir los ojos. Lo que le agrada a las mujeres es lo que emana de su persona, sin más. Y esto depende directamente de la imagen que usted tiene de sí mismo. Cuando creemos algo sobre nosotros mismos, ya sea positivo o negativo, nos comportamos de una manera que lo refleja. Se lo demostramos a los demás constantemente. Aunque en principio se trate de una creación de la mente, termina por convertirse en la realidad para los demás, y por lo tanto para usted.

—Es posible. Esto, de algún modo, me dice algo, aunque todavía me resulta un poco abstracto.

—Poco a poco lo verá más claro. Me propongo hacerle descubrir, a través de diferentes ejemplos, que prácticamente todo aquello que usted vive tiene como origen lo que usted cree.

Empezaba a preguntarme dónde me estaba metiendo. Todavía andaba lejos de imaginarme que nuestra conversación y las charlas que le seguirían iban a trastocar toda mi existencia de forma permanente.

—Imagínese —retomó la palabra— que está convencido de ser alguien poco interesante, que aburre a los demás cuando habla.

—Me gustaba más el otro juego…

—No serán más que un par de minutos. Imagíneselo. Para usted es una evidencia: la gente se aburre en su compañía. Intente sentir lo que debe ser creer eso. ¿Lo consigue?

—Sí. Es patético.

—Siga en ese estado, consérvelo en su mente. Ahora imagine que está comiendo con unos compañeros o amigos. Descríbame la comida.

—Mis colegas hablan mucho. Están contándose lo que han hecho durante las vacaciones. Yo no digo gran cosa.

—Siga en ese estado. Ahora va a hacer un esfuerzo para contarles una anécdota que le ha sucedido en sus vacaciones.

—Déjeme un segundo, que me imagine la escena… De acuerdo: no ha tenido mucho efecto. No me prestan mucha atención.

—Es normal. Usted está convencido de no ser interesante, por eso se expresa de una forma que hará que su discurso resulte poco atractivo.

—Sí…

—Por ejemplo, como usted inconscientemente tiene miedo de aburrir a sus amigos, seguro que sin darse cuenta va a hablar deprisa, atrancándose con las palabras en un intento de no extenderse y resultar pesado para sus colegas. Como consecuencia, no tiene ningún impacto y su anécdota pierde interés. Usted lo siente así y lo transmite: soy patético contando historias. En consecuencia, cada vez lo hace peor e, inevitablemente, uno de sus colegas termina por tomar la palabra y sacar otro tema de conversación. Al final de la comida, todo el mundo habrá olvidado que usted ha hablado.

—Es duro…

—Cuando estamos convencidos de una cosa, termina por convertirse en realidad, en nuestra realidad.

Estaba bastante afectado por la demostración.

—Bien, de acuerdo. Pero ¿por qué alguien iba a querer convencerse de algo semejante?

—Ése, sin lugar a dudas, no es su problema, sino el de ciertas personas. Cada uno tiene sus propias creencias sobre sí mismo. Era sólo un ejemplo. Para seguir con ese modelo, imagínese que está convencido de lo contrario: usted está seguro de que interesa a la gente y de que impacta a los demás cuando se expresa. Desde que toma la palabra en la comida con sus colegas, está convencido de que su anécdota va a ser un éxito: va a hacerles reír, sorprenderles o, simplemente, atraer su atención. Movido por esta convicción, imagínese cómo va a tomar la palabra: anticipando el efecto que espera, se dará tiempo para sacar el tema y ajustar su voz. Se autorizará determinados silencios bien ubicados para aumentar el suspense. ¿Sabe qué? Los tendrá a todos pendientes de lo que salga de sus labios.

—De acuerdo. Comprendo que lo que creemos se convierte automáticamente en real. Pero, aun así, tengo una pregunta.

—¿Sí? ¿Cuál?

—¿Cómo empezamos a creer cosas sobre nosotros mismos, sean positivas o negativas?

—Hay muchas explicaciones. De entrada, está lo que los demás afirman sobre nosotros. Si, por una razón u otra, estas personas gozan de nuestra confianza, entonces nos lo creemos.

—¿Nuestros padres, por ejemplo?

—Pues sí, generalmente empezamos con nuestros padres o las personas que nos educan. Un niño pequeño aprende muchísimo de sus padres y, al menos hasta una cierta edad, tiende a aceptar todo lo que éstos le dicen. Se graba en él, lo interioriza.

—¿No podría darme un ejemplo?

—Si los padres están convencidos de que su hijo es guapo e inteligente y se lo repiten constantemente, es muy probable que el niño se vea así y demuestre mucha seguridad en sí mismo. En este caso, no habrá más que efectos positivos, aunque puede que el crío salga un poco arrogante…

—Entonces, ¿las dudas que tengo sobre mi físico son culpa de mis padres?

—No necesariamente. Como acaba de ver, hay muchos orígenes posibles para lo que creemos acerca de nosotros mismos. En lo que concierne a la influencia de los demás, no se debe sólo a los padres. Por ejemplo, la opinión de los profesores tiene a veces el mismo impacto, positivo o negativo.

—Esto me recuerda algo. En la escuela, yo era muy bueno en matemáticas hasta que llegué a quinto. Tenía una media de dieciocho sobre veinte. Pero, cuando estaba en cuarto, tuve una profesora que no paraba de repetir que éramos todos unos negados. Recuerdo que gritaba sin parar. ¡Cómo se le hinchaban las venas del cuello cuando nos regañaba! Terminé el curso con un cuatro de media.

—Seguramente creyó lo que ella decía.

—Es posible. Pero, en honor a la verdad, no todos mis compañeros sacaron un cuatro como yo.

—Sin duda eran menos sensibles que usted a la opinión de la profesora.

—No sé, puede ser.

—En los años setenta, investigadores de una universidad americana llevaron a cabo un experimento. Comenzaron formando un grupo de alumnos de la misma edad que habían sacado el mismo resultado en las pruebas de coeficiente intelectual. Según el test, estos niños tenían todos un nivel similar de inteligencia. Dividieron al grupo en dos. A unos les asignaron un profesor, a quien le dieron esta consigna: «Siga el programa habitual, pero, para su información, sepa que estos niños son más inteligentes que la media». Al profesor encargado del otro grupo le dijeron: «Siga el programa habitual, pero, para su información, sepa que estos niños son menos inteligentes que la media». Al cabo de un año, los investigadores repitieron el test de inteligencia a todos los niños. Los del primer grupo sacaron unos resultados claramente superiores a los del segundo.

—¡Qué pasada!

—En efecto, resulta bastante impresionante.

—¡Es increíble! Basta con hacer creer a un profesor que sus alumnos son listos para que los haga inteligentes. Y si está convencido de que son unos zoquetes, los convierte en brutos.

—Es un experimento científico.

—Aun así, hay que estar enfermo para hacer ese tipo de experimentos con niños.

—En efecto, es bastante discutible.

—Pero, vamos a ver, ¿cómo es posible? Quiero decir, ¿cómo el hecho de creer que sus alumnos son idiotas puede llevar a un profesor a convertirlos en ello?

—Hay dos explicaciones posibles. De entrada, cuando se dirige a alguien estúpido, ¿cómo se expresa?

—Pues con palabras muy sencillas, haciendo frases muy cortas y utilizando ideas fáciles de entender.

—Ahí lo tiene. Si nos dirigimos de ese modo a niños cuyo cerebro necesita ser estimulado para desarrollarse, van a estancarse en lugar de progresar. Ésta es la primera explicación. Hay otra, más perniciosa todavía.

—A ver…

—Si se ve obligado a ocuparse de un niño a quien considera estúpido, todo en usted estará insinuándole constantemente que es estúpido: no solamente su vocabulario, como acabamos de decir, sino también su forma de hablar, su mímica, su mirada… Sentirá cierta compasión por él o, por el contrario, exasperación, y esto no se le escapará al pequeño: se sentirá idiota en su presencia. Si usted es alguien importante para él, si su posición, su edad y su papel le convierten en una persona que goza de credibilidad a sus ojos, entonces hay muchas probabilidades de que el niño no ponga en cuestión este sentimiento. Empezará a pensar que es estúpido. Ya sabe lo que viene después.

Other books

King's County by James Carrick
Highland Wolf by Hannah Howell
The relentless revolution: a history of capitalism by Joyce Appleby, Joyce Oldham Appleby