Fabulosas narraciones por historias (27 page)

—Renovarse, sí. A cualquier precio, no. Morir, tal vez. A mí no se me caen los anillos por unirme a los de arriba, pero me niego a pagar un céntimo para que venga alguien relacionado con la Residencia —hizo saber Ventura Tunidor.

—¿Y eso por qué, si puede saberse? —inquirió, un poco molesto, don Carlos Hernando.

—Porque allá arriba son todos una pandilla de corruptos, si es que no son algo más, fíjese lo que le digo —repuso Tunidor.

—Óigame, Ventura, que yo trabajo allí arriba y no le voy a permitir que diga eso —le amonestó el señor Iglesias.

—Yo no digo nada; lo dicen los periódicos. Y no sólo hoy. Todos los días.

—Los periódicos no; solamente el periódico del Johnson ese —aclaró don Carlos Hernando.

El señor Iglesias se recostó ligeramente sobre la mesa acercándose a Ventura Tunidor, que estaba frente a él:

—¿Sabe usted por qué Paco Johnson, que en paz descanse, se metía con la Residencia? Se lo voy a decir yo, para que lo sepa: porque no admitimos a su hijo. No es porque la Residencia esté corrompida; es porque no admitimos a su hijo, mire usted por dónde. La Residencia sólo acepta a estudiantes de provincias, y así se lo dijo el director. Bueno, pues ¡no quiera ver usted cómo se puso!; que si ustedes esto, que si ustedes lo otro. Al día siguiente empezó con todos esos artículos y encuestas. ¡Decía unas cosas que no tenían ni pies ni cabeza! ¡Vamos, que decir que los chicos van por ahí metiendo pistolas por el trasero! No se puede decir eso en los periódicos.

—¡Pero si Paco Martínez Johnson no tenía hijos! —exclamó don Críspulo Pinar.

—No importa —repuso el bedel—. No se puede decir lo que él iba diciendo por ahí se tenga hijos o no. La gente no sabe nada y se lo cree todo. Luego, claro, me paran los vecinos por la calle y me dicen lo que usted: ¡anda, señor Iglesias, en menudo sitio te has metido! Pero, que yo sepa, no han cortado las partes a nadie. Y lo de la pistola en el pompis, pues menos pistola y menos pompis. En la Residencia, como en la mili, como en todos los sitios donde hay juventud, los veteranos hacen novatadas a los de primer año como se han hecho toda la vida, y nunca ha pasado nada. Resulta que la otra noche fueron a hacerle la novatada de rigor al chiquito ese del parche que estuvo el otro día en la tertulia de esos ignorantes, el sobrino de ese artífice genial del estilo que es Azorín. Como el condenado tiene muy malas pulgas, en vez de aceptarla, se puso hecho un basilisco. Pero de ahí a decir que le metió una pistola por salva sea la parte hay un abismo. En fin, para bien o para mal, ya no habrá más artículos de Johnson.

—Usted vio el accidente, ¿no, don Obrero? —preguntó don Críspulo.

—¡Me cago en la puñeta que si lo vi! A la misma distancia que está usted. Menudo cuerpo que se me puso. No le digo más que cómo me vería el barón, que me tuvo que ofrecer un brandy al punto de la mañana.

Aquí don Obrero hizo una pausa antes de relatar lo que había sucedido:

—Pues nada, que estábamos los dos ahí parados, en Fuencarral, casi en la plaza de Santa Bárbara, cuando, sin comerlo ni beberlo, uno que venía corriendo le empujó justo al paso del tranvía y adiós muy buenas. Partido en dos: las piernas por un lado y el cuerpo por otro. Imagínense.

Hubo un momento de silencio en el que todos vieron delante de sus ojos la carnicería descrita por don Obrero. El primero en recuperarse del horror fue don Carlos Hernando, que dijo:

—He oído que la Guardia Civil piensa que se trata de un asesinato y no de un accidente, y que están buscando a los gamberros esos que amenazaron a Ramón con la pistola y que van por ahí provocando a todo el mundo. Al parecer, hay muchos testigos que coinciden en que la persona que empujó a Martínez Johnson tenía un parche en el ojo.

—Lo que te digo: ¡Martiniano Martínez! —exclamó el señor Iglesias.

—¡Ande, don Carlos, que tiene usted más imaginación que imaginación! Allí no hubo más testigo que yo, y le puedo decir que ni la Guardia Civil me ha preguntado nada ni el tío que empujó al reportero ese tenía un parche, eso seguro —afirmó don Obrero.

—No sé, no sé. Yo le digo lo que he oído.

—Si uno hiciera caso de todo lo que oye o de todo lo que lee, se volvía loco, fíjese lo que le digo.

«Madrid, 18 de noviembre de 1923

»Queridos todos:

»Espero que os encontréis bien, a Dios gracias. Empieza a hacer frío en este Madrid, y yo he cogido un catarrillo sin importancia que me hace moquear. Por lo demás, todo igual. Tengo pensado comprar un billete para el día 23 de diciembre, si Dios quiere, como todos los años.

»No os podéis imaginar con quién coincidí la otra noche en una ocasión, de aquí, de Madrid. ¿No lo adivináis? Pues con el barón Leo Babenberg. Que chinchen la Justa y la Araceli. Es más alto que en las revistas y es muy serio. Estuvimos tomando el vermú con él y con un amigo suyo. Estuvimos hablando de todo un poco, y me preguntó de dónde era y también por los estudios. Le dije que los estudios iban fenomenales y que yo era de Fuentelmonge. ¿Os podéis creer que conoce Fuentelmonge? Me puse más contento que unas pascuas. Dijo que había pasado por allí una vez, y también que estaba muy interesado en la cría de cerdos, y que a ver si nos reuníamos un día para que le explicara los secretos de la crianza. ¿Os imagináis a vuestro Santitos hablando con el Babenberg? Cualquier día me veis en las revistas. Igual hasta salgo pronto porque hacernos, nos hicieron una foto. A su mujer no la conocí esa noche porque no estaba, pero como hemos acabado tan amigos, resulta que me ha invitado a cazar a su finca. ¡Lo que me he podido arrepentir de no haberme traído el traje de cazador de padre! Ahora, en cuanto termine esta carta, me voy a pasar por una mercería que hay cerca de la tía. Cuando vuelva de la cacería os contaré cómo ha ido todo.

»Besos y abrazos a todos de quien os quiere,

«Santitos.

»¡Hola otra vez! Pensaba haber echado al correo la carta, pero me la dejé en la mesa y luego me fui a la cacería. Pasamos el día en el campo con el Babenberg y su mujer, que es guapísima, mucho más guapa de lo que sale en las revistas. Había muchos invitados, muchos marqueses y condes y todo eso. El Rey no vino, pero dicen que suele ir mucho. No pude encontrar un traje de cazador y me tuve que poner el terno de los domingos, que se me llenó de cardos. ¡Lo que me pude arrepentir de no haberme traído el traje de padre! Cacé un ciervo de aquí te espero. Le metí un tiro que para qué, y estuvieron a punto de darme el premio principal, que se llama el pavo. Me llevó y me trajo un auto particular del barón, con su chófer y todo. Me he hecho muy amigo de él y de su mujer, y hemos quedado en volvernos a ver. Bueno, ya os contaré cuando vaya para navidades. Tengo ya billete para el 23, como todos los años. Ahora ya sí que me despido. Un abrazo para todos.»

No es que se arriesgaran; es que aquella mañana el Moreno estaba haciendo gestiones fuera de la Residencia. Luis Araquistáin aupó al Temario, y éste empezó a gritar:

«Compañeros residentes, creedme, es urgente que la opinión pública española conozca el tema de lo que está pasando aquí, la opresión de la que estamos siendo objeto, el permanente chantaje criminal al que la Dirección nos somete diariamente. Compañeros: estamos siendo dirigidos, manipulados por una banda criminal, por una mafia que no ha dudado ni dudará en asesinar si alguien pone en peligro el tema de sus intereses. La última víctima ya sabéis quién ha sido: el reportero Paco Martínez Johnson, que, haciendo caso omiso al tema amenazas, nos había ofrecido su periódico. Allí estuve yo denunciando la corrupción que existe aquí. Allí estuvo el compañero Martini denunciando la ley del terror que nos han impuesto aquí. Al día siguiente Gervasio López Paradero le empujó justo cuando pasaba el tranvía de Hortaleza. Hemos podido agenciarnos las declaraciones oficiales de los testigos, y todos describen al del empujón como un tipo grande con poco pelo, unicejo y con fino bigotillo. Mirad a vuestro alrededor y decidme cuántos veis con esas características».

Gervasio, bravucón y descerebrado, le interrumpió poniéndose en pie:

—Temario, te voy a cortar los cojones y te los voy a meter en la boca para que te calles de una puta vez.

Pero una mirada del Cantos bastó para sentarle. El Temario sonrió satisfecho. La provocación había dado resultado.

—Tengo pruebas de que la Residencia ha dejado de ser aquel proyecto pedagógico revolucionario y de que se ha convertido en una herramienta de propaganda cultural y política en manos de un grupo que sólo persigue el tema-beneficios económicos, y en el que están todos pringados: desde el director hasta los López Paradero pasando, claro está, por Juancho, por Moreno y por gente aparentemente tan respetable como Ortega. Mientras la Residencia conserve su prestigio social, todos los productos que tengan que ver con ella se venderán como churros. Por eso hay que traer a Juancho el fino; por eso hay que dar la impresión de convivencia pacífica; por eso hay que eliminar a quien ponga en peligro El Proyecto.

—¿No te parece que exageras un poco, Temario? —le interpeló alguien, no se ha podido saber quién. Los residentes apoyaron a quienquiera que fuese con un murmullo de aprobación.

—No exagero ni un pelo. Os aseguro que tengo en mi poder actas de reuniones secretas que os pondrían los pelos de punta. Tenemos pensado publicarlas, ya veréis. Pero os diré más: a nosotros no debe importarnos el tema de que alguien gane dinero o no gane dinero; a nosotros lo que nos molesta es el tema de que nos metan a Juancho aquí durante un año, cambien las normas, recorten el presupuesto de becas, expulsen arbitrariamente a los más débiles y no duden en emplear la ley del terror para meternos en cintura, olvidando los acuerdos firmados. En este tema decimos basta. Que ganen todo el dinero que quieran, pero respetando los compromisos. La Residencia nació como proyecto pedagógico revolucionario y debemos unir nuestras fuerzas, para impedir que deje de serlo. Por eso creo que nuestra obligación es llamar la atención de la opinión pública y denunciar ante la sociedad española las aberraciones que se están cometiendo. Compañeros: es imprescindible que aprovechemos la visita de los Reyes y del Gobierno en el próximo Recital Extraordinario de la Natividad para manifestar pública y libremente nuestras quejas. Compañeros: no contribuyáis al engaño; quieren hacer creer que la Residencia es el limbo cultural de España, donde todos somos felices; pero no olvidéis que es mentira. Nosotros no somos felices aquí. Aquí la gente como el compañero Vacunin es golpeada brutalmente; aquí la gente como el compañero Ciruelo es expulsada arbitrariamente; aquí la gente como el compañero Martiniano es violada y humillada sistemáticamente; aquí la gente está dividida en dos grupos: los que tienen la sartén por el mango y los que estamos fritos. Compañeros: no seáis cobardes y manifestad vuestra ira el cinco de diciembre porque sólo unidos podremos vencer.

Muchos residentes esperaron que el Cantos o alguno del Sindicato le contestara algo; pero después de la salida de tono de Gervasio, ninguno levantó la vista del plato y siguieron desayunando como si tal cosa. Algunos residentes, los más observadores, se percataron de que la yugular del Cantos estaba a punto de reventar y salpicarles a todos de sangre. Pátric, Santos y Martini no se fijaron en eso; terminaron de desayunar mientras comentaban que el Temario estaba siendo manipulado por Homero Mur, y salieron a echarse un pito al banco de piedra que todavía se conserva en la entrada principal. Lo llamaban el banco del Duque porque había sido un regalo del duque de Alba a la Residencia.

Desde que eran amigos de Babenberg, como decía Santos, Patricio daba muestras de mayor optimismo y se comportaba con una suave insolencia que, en su caso, era síntoma de buen humor. Pensaba, sin duda, que era un genio incomprendido que acababa de encontrar la horma de su zapato, el mecenas de su vida, su extranjero azul y salvador. Si el barón Leopoldo Babenberg, amigo de todos los artistas e intelectuales europeos, se fijaba en él, ya podían oponerse ejércitos de Ramones y Juan Ramones, que él saldría triunfador y victorioso. Por eso, cuando el exquisito poeta y refinado prosista pasó frente a ellos en un momento de su paseo matutino, no dudó en levantarse el sombrero y saludarle en chunga diciéndole buenos días tenga don Juancho el Fino. El exquisito, sordo al mundo exterior, no le contestó, pasó de largo y ni siquiera quemó esa mínima cantidad de hidratos de carbono que se necesita para dibujar en la cara una mueca de desprecio. Patricio se encogió de hombros y encendió un pito, estiró las piernas, dio una calada larga y se llevó las manos a la nuca.

—¿Qué será eso que ha descubierto el Temario? —preguntó Santos. Martini lo tenía claro:

—El Temario es un fantasma. ¿Es que hace falta tanto misterio y tanta reunión secreta para saber que están todos en el ajo, desde Federico hasta Babenberg?

Patricio saltó, claro, con valor y chulería torera, arrimándose:

—¿En qué ajo están metidos, a ver?

Pero Martini no embistió, sino que miró para otro lado.

—¡Pues en el ajo, tío, en el ajo cultural!

—¡Menudo ajo estás tú hecho! —exclamó Pátric haciéndole un desplante—. El Temario exagera un poco con todas esas historias de asesinatos y crímenes. Los del Sindicato serán unos bestias, pero no van por ahí cargándose escritores. Ya lo dijo el Ruso: el Temario lo que quiere es machacar al Cantos. Todos sabemos que Ramón, Juancho, el Moreno y toda esa gentuza tienen los mismos intereses. ¡Pero que digas, igual que Homero Mur, que Babenberg está metido en el ajo tiene delito! Entérate, Martini: Babenberg es ahora mismo el único con poder y prestigio intelectual suficientes como para oponerse a todos esos intelectuales y artistas que tanto te repugnan. Con él se puede empezar un movimiento contra-vanguardista, una nueva era.

En ese momento volvió a pasar frente a ellos el exquisito poeta y refinado prosista. Patricio le citó desde el centro del ruedo:

—Juancho, estamos hablando de ti. Se oyen unas cosas muy feas de tu persona y de tu banda.

Y entonces Juan Ramón se acercó a ellos y sin mirarlos a la cara empezó a hablar en voz muy baja, suavemente. Y a los tres les dio la impresión de que había desaparecido su acento andaluz:

—Cordero, creo que anda por ahí babeando a todo el mundo para que le publiquen esa tontería que ha escrito. ¿Sabe que es usted el hazmerreír de todos los madrileños? Usted jamás va a publicar en España mientras yo viva. Me han dicho que va por los bares creyéndose un surrealista francés. ¡Un surrealista francés! Usted es un infeliz, Cordero, y es intolerable que se crea un genio. ¿Y su obra? ¿Dónde está su obra genial? ¿Es esa mierdecilla que ha escrito su obra genial? ¿O es ir sacando pistolas y ofendiendo a la gente su obra genial? ¿Es eso lo que le dice su amigo Babenberg? ¿Le dice que usted es genial porque va sacando pistolas a la gente? Me da igual; nos da igual a todos, Cordero. Aunque usted fuera un genio, no iba a publicar una línea en su vida. ¿Sabe por qué? Porque no me da a mí la real gana. Eso si fuera usted un genio, conque ¡figúrese siendo un mediocre como es en realidad! La lista de los que van a pasar en el primer cuarto de siglo, ¡entérese!, está ya cerrada, Cordero; y usted no ha sido incluido en ella. ¿Con qué obra quiere usted pasar a la historia? ¿Amenazando quiere usted pasar a la historia de la literatura? ¡Por favor! Y a ustedes, ¿no les da vergüenza ser las comparsas de un psicópata megalómano? Claro que ustedes solos, por su cuenta, no brillarían nada en esta casa y necesitan la luz temporal de este cortocircuito para lucir por unos segundos. No tienen ustedes dignidad. Han consagrado sus vidas a este mierda; giran ustedes alrededor de este pobrecito que no va a llegar nunca a nada.

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