Fabulosas narraciones por historias (37 page)

—¿Y su esposa? —preguntó Santos sin norte.

—Mi esposa y Patricio se pasan el día trabajando juntos; ya sabe, están intentando conseguir el dichoso prologuito de Ortega. Mientras tanto, mírenme: tengo que divertirme solo como los cornudos.

—¿Se pasan el día trabajando juntos? —preguntó Santos como si no entendiera el significado de las palabras.

—Trabajando es un decir. Frecuentan la tertulia de Ortega, a ver si consiguen ablandarle el corazón.

—¡Qué hijo de la gran puta! ¿O sea que va todas las tardes a la tertulia del incansable a rogarle que le escriba un prologuito? —exclamó Martini con incredulidad.

—No sea injusto con su amigo, Martiniano. Patricio ha escrito una novela soberbia, y es perfectamente lógico, comprensible y legítimo que intente publicarla de cualquier modo. Le diré más: lo inmoral sería no hacerlo, no esforzarse en publicarla. La obligación de Patricio consiste en hacer que esa novela se conozca en España; acabar con el monopolio estético y cultural de Ortega. Ustedes se enfadan con su amigo porque va a su tertulia, pero a quien deberían detestar no es a la víctima, sino a su verdugo, a Ortega, que obliga a que los jóvenes como ustedes se humillen y pierdan la dignidad para conseguir algo que les pertenece. Este caso es aún más grave porque Ortega jamás va a prologar la novela de Patricio. A mí siempre me ha extrañado, y se lo he dicho, que nunca le hayan hecho nada a Ortega. ¡Ustedes, que han luchado tanto por acabar con el poder y la hipocresía burguesa!

Martini, el nuevo anarquista, que estaba un poco harto de escuchar una y otra vez la misma gaita elogiosa, le soltó una fresca:

—¡Qué risa me da que compare nuestras gamberradas con la revolución bolchevique, Babenberg! Reventar tertulias, se lo he dicho mil veces, es una simple gamberrada, una acción políticamente estéril. Sólo el fuego y la violencia proporcionan alguna garantía de renovación.

—Desde luego, pero esos no son los únicos medios. El escándalo tiene las mismas consecuencias y la ventaja adicional de ser más limpio. Pero, de todos modos, sea así o no, por mucho que yo deteste a Ortega, jamás le desearé la muerte. Sí me gustaría, en cambio, que alguien le bajara los humos; que alguien lo dejara con el culo al aire, en ridículo, delante de todo Madrid; que alguien se atreviera a subir a su tertulia y a decirle en la cara que es un cerdo. Estoy convencido de que Madrid entero aplaudiría ese gesto, el primer paso para bajarlo del pedestal y rebajar su poder.

—¿Y por qué no lo haces tú?

—Porque si yo, el barón Leopold Klaus Babenberg, hiciera algo semejante, los periódicos dirían que me he vuelto loco, y Ortega saldría fortalecido de mi torpeza. Es necesario que eso lo haga gente joven, gente con la misma edad de los jóvenes que él patrocina. Por eso yo tenía tantas esperanzas puestas en ustedes. Pero ya es demasiado tarde. Ahora su amigo Patricio está intentando colocarle su novela; aunque, ya les digo, no hay demasiadas posibilidades de que acepte prologarla. Ortega está esperando la mínima excusa para deshacerse de él y de
Los Beatles.
De modo que habrá que dejarlo para las próximas generaciones. Sin embargo, me extraña que ustedes no supieran que Patricio se ha convertido en un asiduo de su tertulia. ¿Qué sucede? ¿Ya no se ven con él? ¿Es que se le está subiendo a nuestro amigo Patricio su futuro éxito a la cabeza?

—Hace mucho tiempo que no le vemos. Yo le he esperado hasta las tantas y al final me he tenido que ir a la cama sin verle. Otras veces me he levantado al punto de la mañana, y ya se había marchado. No duerme nada. O tiene insomnio o se lo ha tragado la tierra, no hay tu tía.

—Atutía no habrá, pero tiene que haber otra explicación —dijo Babenberg con sorna o bellaquería.

—¿Por ejemplo? —preguntó Santos gustándose, sintiéndose muy británico, no se sabe por qué.

—Por ejemplo que duerma con mi esposa todas las noches.

El barón aspiró el humo, y cesaron al punto las mil conversaciones del Rector's; cesó la música, y los camareros cesaron de servir; cesó la vida en el cuerpo de Martini, que se quedó a la mitad de un parpadeo, inquietante, con un ojo cerrado y el parche tapándole el otro, y quedó detenido y mudo el mundo, incluido Babenberg y su bocanada de humo en los pulmones. Santos se dio cuenta de que él era el único ser humano móvil entre todas aquellas fantasmagóricas figuras de cera. Musitó una excusa y, horrorizado, salió de aquel club a toda carrera. Él, que hacía bien poco habría dado su vida por verlo todo detenido, huía ahora de una imagen que también se había detenido en su cerebro. En ella podía verse la cabeza dulcemente rendida de María Luisa descansando sobre el velludo pecho de su amigo Patricio. Vaya traición.

Y quiso Dios que a su regreso se encontrara precisamente con el mentado peludo en el vestíbulo del hotel.

—¡Jesús, Santos, qué blanco estás! ¡Pareces un muerto! —le saludó Pátric. Santos no contestó, pero el otro, que huía de los pasos angelicales como del mismo diablo, lo llenó todo con su voz, su simpatía sin igual y su desfachatez multiplicada: no nos vemos mucho el pelo, llegó a decir. En unas décimas de segundo Santos consideró la posibilidad de patearle el culo como a la monja; pero finalmente se decidió por la palabra, pese a estar convencido de que tenía todas las de perder. Buscó un reproche entre sus cosas y lo encontró:

—Es verdad que no nos vemos el pelo, pero eso es culpa tuya, que no apareces por aquí. Hace unos días te estuve buscando por todas partes porque había ocurrido una tragedia, y no pude dar contigo: María Catarata está medio muerta; un vagabundo del Retiro la forzó y le dio una paliza —le explicó Santos, y esperó que su amigo le agitara y le preguntara, ¿cómo está ella?, ¿cómo está?, y propusiera vayamos a verla, vayamos ahora mismo. Pero las pupilas de su amigo no se contrajeron ni se dilataron. Santos se asomó un poco más a los ojos azules de su amado amigo y vio que en el fondo de su mirada risueña sólo había un pedazo de tocino.

—¿No te importa?

—No es que no me importe, Santos, es que la conozco. Sé que es un personaje de novela, y seguro que está exagerando. Lo que quiere es que se la metas; así que fóllatela; yo tengo cosas mucho más importantes que hacer —le contestó Patricio mientras esperaban el ascensor.

Santos no quiso oír más. Ante el cielo tenía la justificación perfecta para matarle. Flexionó las piernas y se lanzó al vacío con los brazos en cruz; voló hacia el cuello de Patricio y lo atrapó con las dos manos como agarra el balón un guardameta. Sólo el conserje, ayudado por un ejército de botones, logró separarle de su repugnante amigo empleando para ello el mismo esfuerzo que hubiera necesitado para arrancarle un miembro inferior.

La vio entrar en el salón Ambassador y dirigirse hacia él hermosa como una gacela. Hola, corcita, te he echado mucho de menos, este mes sólo te he visto en la tertulia, y se me ha hecho interminable, saludó él; y ella le correspondió con otra sarta de originalidades sólo para no seguir oliendo la ocena del incansable: a mí también, amor mío, se me han hecho larguísimos estos treinta días, no sabía qué hacer para verte, pero tienes razón, por fin estamos otra vez en nuestro nidito. Deseo poseerte, dijo él. Hazme tuya, contestó ella, pero antes quisiera tomar un cock-tail para ir perdiendo la cabeza. Yo no lo necesito porque hace mucho tiempo que perdí la cabeza por ti, corcita. Eres un donjuán, Pepe. Venga, corcita, vamos a nuestro nidito. Sin prisas, mi vida, quiero saborear cada minuto que transcurre junto a ti; no sólo me das placer cuando me jodes, sino también cuando me hablas. María Luisa se sintió muy satisfecha de sus palabras, que sin duda habían sido convincentes porque el incansable la miraba embelesado. Pidieron cock-tails. María Luisa le relató sin desdeñar el recurso de la amplificación lo que había hecho y dejado de hacer durante sus días y sus noches. Él volvió a quejarse de que últimamente sólo la veía en la tertulia. Ella dijo, oye, Pepe, hablando de la tertulia, ¿te das cuenta de que ese chico, Patricio Cordero, no es tan gamberro como pensabas? No las tengo, repuso el incansable, todas conmigo, ya veremos por dónde sale; a continuación, usando mucha esdrújula y sustantivo abstracto vino a decir algo así como que Patricio Cordero le parecía un listillo. Todo eso son prejuicios, cariño; Patricio es un muchacho muy prometedor, y tu obligación es echarle una mano como siempre has hecho con la juventud, le recordó ella; y en ese momento alzó desde su regazo el manuscrito de
Los Beatles,
lo depositó sobre la mesa y añadió te he traído esto porque me gustaría que lo prologases. Ortega leyó el título y se puso tenso; María Luisa sin embargo fingió no haber percibido su reacción y dijo vamos a nuestro nidito. Pero entonces el que no quería ir al nidito era él, que le dijo oye, mira, no tengo tiempo para leer esto. No te estoy pidiendo que lo leas, cariño, sino que lo prologues. Al incansable le excitó el cinismo de su corcita, que quiso tranquilizarle: fíate de mí, es un novelón. Mira, corcita, tú no lo entiendes, no estoy solo en esto, nosotros somos un equipo, y personas de este equipo ya la han leído y me han dicho que es una novela muy, muy tradicional, que no cuadra con el tipo de literatura que estamos haciendo ahora; no puedo enfrentarme a mi gente patrocinando una novela decimonónica; ahora mismo estamos haciendo otro tipo de trabajo. Pepe, Pepito mío, prológala, suplicó María Luisa cogiendo su mano y llevándosela a su pecho. Así, por lo menos, no le pringaba de sudor. Prológala, y si no quieres hacerlo por él hazlo por nuestro amor; y ya está bien de discutir, yo he venido aquí a que me metas tu incansable pollón de filósofo español. Y no se hable más.

«Si […] la sabiduría no es sino guiarse por la razón y, por el contrario, la estulticia dejarse llevar por el arbitrio de las pasiones, Júpiter, para que la vida humana no fuese irremediablemente triste y severa, nos dio más inclinación a las pasiones que a la razón […]. Además relegó a la razón a un angosto rincón de la cabeza, mientras dejaba el resto del cuerpo al imperio de los desórdenes y de los tiranos violentísimos y contrarios: la ira que domina en el castillo de las entrañas y hasta en el corazón, fuente de la vida; y la concupiscencia, que ejerce dilatado imperio hasta lo más bajo del pubis.»

Erasmo de Rotterdam,
Elogio de la locura,
Madrid, Espasa Calpe, 1982, XVI.

«CONFIDENCIAL: Junta de Apoyo a la Juventud y a las Artes. Actas de la Sesión Extraordinaria 1/24. [Siglas sujetas a códigos establecidos.]

«1. La sesión se abrió a las 17:00 sin que se registrara ninguna ausencia.

»2. AJF tomó la palabra para agradecer la presencia de todos los miembros y recordó que la Junta estaba celebrando la presente sesión extraordinaria a petición de JOYG.

»3. JOYG tomó la palabra y explicó que el motivo de su convocatoria obedecía a una cuestión de orden. En la pasada sesión (ver acta 2/23), la Junta había decidido con el voto unánime de todos sus miembros no publicar la obra
Los Beatles
de Patricio Cordero. JOYG confesó que había votado con ligereza, sin haber leído la novela, legítimamente influido por las opiniones de otros miembros, que tenían su total confianza. JOYG reveló que había vuelto a encontrarse con la obra las pasadas navidades y que la había leído movido por la curiosidad. La novela le había fascinado. Puesto que los estatutos de la Junta sólo permitían la revocación de una decisión si aquélla era aprobada por la mayoría absoluta, JOYG dijo haberse visto obligado a importunar a los miembros para solicitar de ellos una reconsideración de la decisión tomada. RGDLS manifestó su satisfacción ante el cambio de actitud de JOYG y lo apoyó sin condiciones.

»Tomó la palabra JR, quien tras calificar de "acción irresponsable" la convocatoria de una sesión extraordinaria para reconsiderar la publicación de esa mierda, sugirió que se deberían revisar las circunstancias personales bajo las cuales, según la voz popular, RGDLS primero y JOYG después habían adoptado posiciones claramente contrarias a la estrategia. Adelantó que por su parte no tenía nada que reconsiderar, que la decisión ya había sido tomada, y añadió que Patricio Cordero era un indeseable y que no iba a publicar en España mientras él viviera. JOYG dijo que lamentaba la oposición de JR y añadió que tal vez lo que habría que reconsiderar fuera si continuaba siendo rentable para el Proyecto mantener a JR alojado durante tanto tiempo en la Residencia con todos los gastos pagados, sólo porque tuviera problemas en su matrimonio.

»JMV consideró que publicar a Cordero después de haberle expulsado de la Residencia sería perjudicial para ésta y en definitiva para el Proyecto. JOYG negó que la publicación de
Los Beatles
afectara en algo al Proyecto. En cuanto a que fuera perjudicial para la Residencia, JOYG le recordó a JMV sus propias palabras en la última sesión: él era el único responsable de lo que sucedía allí; los miembros de la Junta no tenían por qué sufrir las consecuencias derivadas de las decisiones que JMV había tomado unilateralmente, tales como expulsar a Cordero de ella. JOYG se preguntó si el jefe de estudios estaba cumpliendo con su obligación, o si se estaba distrayendo demasiado con proyectos tan poco constructivos como La Barraca.

»CH advirtió que si
Los Beatles
tenía éxito, sería muy difícil para ellos seguir manteniendo en público que la novela realista era una moda del siglo pasado. JOYG se comprometió a escribir un prólogo en el que tal contradicción quedara justificada y recordó que la obligación de CH era precisamente mantener vivo el espíritu del Proyecto entre el vulgo; ése era su trabajo, y a causa de él obtenía beneficios editoriales todos los años. Podía renunciar a esa tarea, pero debía tener claro que en ese caso se le cerraría el grifo del dinero. JOYG propuso votar sin perder más tiempo. AJF preguntó si todos estaban listos para la votación. LKB tomó la palabra, manifestó que había consultado el acta de la sesión anterior y mostró su extrañeza ante el hecho de que fuera precisamente JOYG, uno de los que con más decisión se había opuesto a la publicación de ese chico, quien solicitara tan vehementemente ahora publicarlo. JOYG repitió que había votado en aquella ocasión sin haber leído el libro e insistió en que después de hacerlo había descubierto que la novela tenía calidad; JOYG se había dicho a sí mismo que darlo a la luz era una cuestión de honestidad. LKB quiso saber desde cuándo tomaba JOYG decisiones basándose en la honestidad. Como JOYG no contestó, LKH hizo de nuevo uso de la palabra para que los miembros de la Junta tomaran conciencia del dinero que él había invertido en esa operación; les recordó a los presentes el compromiso que habían adquirido con él de proporcionarle en el plazo máximo de quince años una generación literaria con un Nobel y un mártir; él nunca había puesto objeciones a que la generación fuera poética, aunque siempre le había parecido una decisión arriesgada desde el punto de vista de los beneficios económicos; había aceptado, recordó, porque al fin y al cabo eran ellos los que entendían de literatura; sin embargo, llegados a ese punto, no tenía más remedio que intervenir; no había que ser un erudito para darse cuenta de que, si lo decidido era promocionar una vanguardia poética, era una chapuza ponerse a publicar una novela decimonónica, como decían ellos que era la obra de Cordero. LKB concluyó su intervención dejando claro que la Junta podía decidir democráticamente lo que quisiera, pero que la novela de Cordero no se iba a publicar con su dinero.

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