Fragmentos de una enseñanza desconocida (13 page)

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Authors: P. D. Ouspensky

Tags: #Autoayuda, #Esoterismo, #Psicología

"El hombre no tiene individualidad. No tiene un gran «Yo» único. El hombre está dividido en una multitud de pequeños «yoes».

"Pero cada uno de ellos es capaz de llamarse a sí mismo con el nombre del Todo, de actuar en el nombre del Todo, de hacer promesas, de tomar decisiones, de estar de acuerdo o de no estar de acuerdo con lo que otro «yo», o el Todo, tendría que hacer. Esto explica por qué la gente toma decisiones tan a menudo y tan raramente las cumple. Un hombre decide levantarse temprano, comenzando a partir del día siguiente. Un «yo», o un grupo de «yoes» toma esta decisión. Pero levantarse es problema de otro «yo» que no está de acuerdo en absoluto, y que quizás ni siquiera ha sido puesto al corriente. Naturalmente, a la mañana siguiente el hombre seguirá durmiendo, y por la noche decidirá nuevamente levantarse temprano. Esto puede traer consecuencias muy desagradables. Un pequeño «yo» accidental puede hacer una promesa, no a sí mismo, sino a alguna otra persona en un momento dado, simplemente por vanidad, o para divertirse. Luego desaparece. Pero el hombre, es decir el conjunto de los otros «yoes» que son completamente inocentes, tendrá que pagar quizás por toda su vida esta gracia. La tragedia del ser humano es que cualquier pequeño «yo» tiene el poder de firmar contratos, y que luego sea el hombre, es decir el Todo, quien deba enfrentarlos. Así pasan vidas enteras, cancelando deudas contraídas por pequeños «yoes» accidentales.

"Las enseñanzas orientales están llenas de alegorías que intentan describir, desde este punto de vista, la naturaleza del ser humano.

"Según una de ellas, el hombre es comparado a una casa, sin Amo ni mayordomo, ocupada por una multitud de sirvientes. Éstos han olvidado completamente sus deberes; nadie quiere cumplir su tarea; cada uno se esfuerza en ser el amo, aunque fuere un momento, y en esta especie de anarquía la casa está amenazada por los más graves peligros. La única posibilidad de salvación está en que un grupo de sirvientes más sensatos se reúna y elija un
mayordomo
temporal, es decir, un
mayordomo suplente.
Este
mayordomo suplente
puede entonces poner en su sitio a los otros sirvientes, y obligar a cada uno de ellos a realizar su trabajo: la cocinera a la cocina, el cochero al establo, el jardinero al jardín, y así sucesivamente. De esta manera, la «casa» puede estar lista para la llegada del verdadero mayordomo, el cual a su vez preparará la llegada del verdadero Amo.

"La comparación del hombre con una casa en espera de su amo es frecuente en las enseñanzas del Oriente que han conservado las huellas del conocimiento antiguo, y como ustedes lo saben, esta idea aparece también bajo formas variadas en numerosas parábolas de los Evangelios.

"Pero aunque el hombre comprendiera sus posibilidades de la manera más clara, esto no lo acercaría ni un paso hacia su realización. Para estar en condición de realizar estas posibilidades, debe tener un ardiente deseo de liberación, debe estar listo a sacrificar todo, a arriesgar todo por su liberación."

Hay otras dos conversaciones interesantes que se relacionan con este período.

Yo había mostrado a G. una fotografía que había tomado en Benarés de un "faquir sobre una cama de puntas de hierro".

Este faquir no era simplemente un malabarista hábil como los que había visto en Ceilán, aunque era indudablemente un "profesional". Me habían dicho que en el patio de la Mezquita Aurangzeb, en la margen del Ganges, había un faquir acostado sobre un lecho de puntas de hierro. Esto producía una impresión muy misteriosa y terrorífica. Pero cuando llegué allí, no estaba sino la cama sola, sin el faquir. El faquir, me dijeron, se había ido a buscar la vaca. Pero cuando fui por segunda vez, el faquir se encontraba allí. No estaba sobre el lecho, y según pude comprender, no se acostaba sino a la llegada de espectadores. Por una rupia me mostró todo su arte.

Se acostaba realmente, casi desnudo, sobre la cama erizada de largos clavos de hierro bastante agudos. Y si bien se cuidaba evidentemente de no hacer ningún movimiento brusco, se movía de un lado a otro sobre los clavos, apoyándose
con todo su peso
sobre ellos, de espaldas, de costado o sobre el estómago. Sin embargo, era visible que no lo punzaban ni lo rasguñaban. Tomé dos fotografías del personaje, pero no pude explicarme el significado del fenómeno. Aquel faquir no daba la impresión de ser un hombre inteligente ni religioso, su rostro tenía una expresión torpe, aburrida e indiferente; nada en él hablaba de aspiraciones hacia el sacrificio o el sufrimiento.

Le conté todo esto a G. al mostrarle la fotografía, y le pregunté qué pensaba.

—Es difícil explicarlo en dos palabras, respondió G. En primer lugar, evidentemente el hombre no es un «faquir» en el sentido en que yo he empleado esta palabra. Sin embargo, tiene usted razón al pensar que no se trata solamente de un truco.
Pero él mismo no sabe cómo lo hace
. Si usted le hubiera untado la mano, quizás habría logrado que le contara lo que él sabía; entonces, sin duda le habría informado que conocía
cierta palabra
que tenía que decirse a sí mismo, después de lo cual podía acostarse sobre los clavos. Quizás hasta hubiera consentido en decirle esta palabra. Pero esto no le hubiera servido a usted de nada, porque dicha palabra hubiera sido perfectamente ordinaria; sobre usted, no habría tenido el menor efecto. Aquel hombre provenía de una escuela, pero en ésta no era un alumno,
era un experimento
. Se servían de él para experimentar. Ciertamente, había sido hipnotizado muchas veces, y bajo la hipnosis su piel se había vuelto insensible a las puntas y capaz de resistirlas. Además, esto es posible en pequeño, aun para los hipnotizadores europeos ordinarios. Luego, la insensibilidad y la impenetrabilidad de la piel se hicieron permanentes en el por medio de una sugestión posthipnótica. ¿Sabe usted lo que es la sugestión posthipnótica? Se duerme a un hombre, y mientras duerme, se le dice que cinco horas después de despertar, deberá ejecutar cierta acción o pronunciar cierta palabra, y que en ese mismo momento, sentirá sed, o se creerá muerto o algo por el estilo.

"Después de lo cual, se le despierta. A la hora indicada, siente un deseo irresistible de hacer lo que le fue sugerido; o bien, al acordarse de la palabra que le fue dicha, la pronuncia, y cae inmediatamente en trance. Esta es exactamente la historia de su faquir. Se le ha acostumbrado bajo hipnosis a recostarse sobre los clavos; luego se le ha dicho que cada vez que pronuncie cierta palabra será capaz de hacerlo de nuevo. Esta palabra lo hace caer en un estado de hipnosis. Sin duda es por esto por lo que tiene la mirada tan adormecida, tan apática. Esto sucede a menudo en tales casos. Puede ser que hayan trabajado sobre él durante largos años, después de lo cual simplemente lo han dejado ir para que viva como pueda. Por consiguiente, él ha instalado esta cama de puntas, y sin duda de esta manera gana algunas rupias por semana. Tales hombres son numerosos en la India. Las escuelas los toman para sus experimentos. Generalmente, cuando aún son niños, los compran a sus padres, que con esto obtienen una ganancia. Pero es evidente que el hombre no comprende nada de lo que hace ni de la manera como lo hace."

Esta explicación me interesó mucho, porque nunca había oído ni leído nada semejante.

En todas las tentativas de explicación que había encontrado sobre "los milagros de los faquires", o bien se "explicaban" éstos como malabarismos, o se pretendía que el ejecutante sabía muy bien lo que hacía, y que si no revelaba su secreto era porque no quería o porque tenía temor de hacerlo. En este caso el punto de vista era por completo diferente. La explicación de G. me parecía no solamente probable sino, me atrevo a decir, la única posible. El faquir mismo no sabía cómo hacía su "milagro" y naturalmente no hubiese podido explicarlo.

Hablamos en otra ocasión del Budismo de Ceilán. Yo expresé la opinión de que los Budistas deben
tener una magia,
cuya existencia no reconocen ellos mismos, y cuya posibilidad misma es negada por el Budismo oficial. Sin relación alguna con esta observación, y, si tengo buena memoria, mientras le mostraba mis fotografías a G-, le hablé de un pequeño relicario que había visto en casa de un amigo en Colombo, en el cual había, como de costumbre, una estatua de Buda, y al pie de este Buda una pequeña
dagoba
de marfil en forma de campana, es decir, una réplica cincelada de una verdadera
dagoba,
con el interior hueco. Mis anfitriones la abrieron en mi presencia y me mostraron algo que se consideraba como reliquia —una pequeña bola redonda del tamaño de una bala para fusil grande, cincelada en una especie de marfil o de nácar, según me pareció.

G. me escuchaba atentamente.

—¿No le explicaron el significado de esta bola? me preguntó.

—Me dijeron que era un fragmento de hueso de uno de los discípulos de Buda; una antiquísima reliquia sagrada.

—Sí y no, dijo G. El hombre que le mostró el fragmento de hueso, como usted dice, no sabía nada o no quería decirle nada. Porque no era un fragmento de hueso, sino una formación ósea particular que aparece alrededor del cuello como una especie de collar como consecuencia de ciertos ejercicios especiales. ¿Ha oído usted esta expresión: «el collar de Buda»?

—Sí, le dije, pero el sentido es completamente diferente; es a la cadena de las reencarnaciones de Buda a lo que se le llama «el collar de Buda».

—Exacto, éste es uno de los sentidos de la expresión, dijo G., pero yo hablo de otro. Este collar de hueso que circunda el cuello bajo la piel está directamente ligado a lo que se llama «cuerpo astral». El «cuerpo astral» está en cierta forma ligado a él, o para ser más preciso, este collar liga el cuerpo físico al cuerpo astral. Ahora, si el cuerpo astral continúa viviendo después de la muerte del cuerpo físico, la persona que posee un hueso de este collar podrá siempre comunicarse con el cuerpo astral del muerto. Esta es su magia. Pero nunca hablan abiertamente de ello. Tiene usted razón al decir que poseen una magia, y éste es un ejemplo de ella. Esto no significa que el hueso que usted vio fuese verdadero. Usted encontrará huesos semejantes en casi todas las casas; yo le hablo solamente de la creencia en la cual está basada esta costumbre."

Una vez más tuve que admitir que jamás había encontrado una explicación de este tipo.

G. esbozó para mí un diseño mostrando la posición de estos pequeños huesos bajo la piel; formaban en la base de la nuca un semicírculo que comenzaba un poco adelante de las orejas.

Este esbozo me hizo recordar inmediatamente el esquema corriente de los ganglios linfáticos del cuello, tal como pueden verse en las láminas anatómicas. Pero acerca de esto no pude aprender nada más.

Capítulo
cuatro

Reacciones a las ideas de esta enseñanza. Miradas retrospectivas. Una proposición fundamental. La línea del saber y la línea del ser. Diferentes niveles del ser. Divergencia de la línea del saber y de la línea del ser. El hombre vive en el sueño. Rasgos del ser. El resultado del desarrollo del saber sin el desarrollo correspondiente del ser — y el resultado del cambio del ser sin el crecimiento del saber. Lo que significa "comprender". La comprensión es el resultado del saber y del ser. Diferencia entre comprensión y saber. La comprensión es función de tres centros. Por qué la gente se esfuerza por hallar nombres para las cosas que no comprende. Nuestro lenguaje. Por qué las personas no se comprenden unas a otras. La palabra "hombre" y sus diferentes significaciones. El lenguaje adoptado por la enseñanza. Distinción de siete grados en el concepto "hombre". El principio de relatividad según la enseñanza. Gradaciones paralelas a las gradaciones del hombre. La palabra "mundo". Diversidad de sus significaciones. Examen de la palabra "mundo" desde el punto de vista del principio de relatividad. La ley fundamental del Universo. La ley de los tres principios o de las tres fuerzas. Necesidad de tres fuerzas para engendrar un fenómeno. La tercera fuerza. Por qué no vemos la tercera fuerza. Las tres fuerzas según las antiguas enseñanzas. La creación de mundos por la voluntad del Absoluto. La cadena de mundos: el "rayo de creación". Número de leyes en cada mundo.

Las exposiciones de G. provocaron muchas conversaciones en nuestros grupos.

No todo había llegado a ser claro aún para mí. Sin embargo, muchas cosas se habían conectado ya, y de una manera completamente inesperada, a menudo una cosa aclaraba otra que no parecía tener ninguna relación con ella. Ciertas partes del sistema comenzaban a tomar forma vagamente, de la misma manera que una figura o un paisaje aparece poco a poco sobre una placa fotográfica durante su revelado. Pero había todavía muchos lugares en blanco o casi vacíos. Y lo que se revelaba era a veces todo lo contrario de lo que yo esperaba. Pero me esforzaba por no llegar a conclusiones y por esperar. A menudo una palabra nueva o que no había notado antes, venía a modificar el cuadro entero y me veía obligado a reconstruir todo. Así, tenía que rendirme ante la evidencia; se necesitaría todavía mucho tiempo antes de que pudiera considerarme capaz de delinear correctamente todo el sistema. Siempre me sorprendía mucho el comprobar cómo algunas personas que asistieron a una sola de nuestras reuniones, de golpe comprendían todo, explicaban a los demás y se formaban opiniones fijas, no sólo sobre lo que habíamos dicho, sino también sobre nosotros mismos. Debo confesar que en esta época, recordaba a menudo mi primer encuentro con G. y la velada que pasé con el grupo de Moscú. Yo también, en ese tiempo, estuve a punto de enjuiciar definitivamente a G. y a sus alumnos. Pero algo me detuvo. Y ahora que había comenzado a darme cuenta del prodigioso valor de estas ideas, estaba casi aterrorizado ante el pensamiento de cuan poco faltó para que las hubiese dejado de lado. Cuán fácilmente hubiera podido ignorar la existencia de G. o perder su rastro, si no le hubiese preguntado cuándo podría volverlo a ver.

En casi todas sus exposiciones, G. regresaba a un tema que evidentemente consideraba de suma importancia, pero que era para muchos de nosotros difícil de asimilar.

—El desarrollo del hombre, decía él, se opera a lo largo de dos líneas: «saber» y «ser». Para que la evolución se realice correctamente, ambas líneas deben avanzar juntas, paralelas una a otra y sosteniéndose una a otra. Si la línea del saber sobrepasa demasiado a la del ser, o si la línea del ser sobrepasa demasiado a la del saber, el desarrollo del hombre no puede hacerse regularmente; tarde o temprano tiene que detenerse.

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