Fragmentos de una enseñanza desconocida (14 page)

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Authors: P. D. Ouspensky

Tags: #Autoayuda, #Esoterismo, #Psicología

"La gente capta lo que debe entenderse por «saber». Reconocen la posibilidad de diferentes niveles de saber: comprenden que el saber puede ser más o menos elevado, es decir, de más o menos buena calidad. Pero esta comprensión no la aplican al ser. Para ellos, el ser designa simplemente «la existencia», que ellos oponen a la «no existencia». No comprenden que el ser puede situarse a niveles muy diferentes, incluir varias categorías. Tomen, por ejemplo, el ser de un mineral y el ser de una planta. Son dos seres diferentes. El ser de una planta y el de un animal, son también dos seres diferentes. Igualmente lo son el ser de un animal y el ser de un hombre. Pero dos hombres pueden diferir en su ser más aún que un mineral y un animal. Esto es exactamente lo que la gente no capta. Ellos no comprenden que
el saber depende del ser.
Y no solamente no lo comprenden, sino que no quieren comprenderlo. En la civilización occidental en particular, se admite que un hombre pueda poseer un saber vasto, que pueda ser por ejemplo un sabio eminente, autor de grandes descubrimientos, un hombre que hace progresar la ciencia, y que al mismo tiempo pueda ser, y tiene el derecho de ser, un pobre hombre egoísta, discutidor, mezquino, envidioso, vanidoso, ingenuo y distraído. Parece que aquí se considera que un profesor tiene que olvidar en todas partes su paraguas.

"Y sin embargo, tal es su ser. Pero en Occidente se estima que el saber de un hombre no depende de su ser. La gente da mayor valor al saber, pero no sabe darle al ser un valor igual, y no tiene vergüenza del nivel inferior de su propio ser. Ni siquiera comprende lo que esto quiere decir. Nadie comprende que el grado del saber de un hombre es función del grado de su ser.

"Cuando el saber excede demasiado al ser, se vuelve teórico, abstracto, inaplicable a la vida, aun puede tornarse nocivo, porque en lugar de servir a la vida y de ayudar a la gente en su lucha contra las dificultades que la asaltan, tal saber comienza a complicarlo todo; desde luego, ya no puede aportar sino nuevas dificultades, nuevos problemas y toda clase de calamidades que no existían antes.

"La razón de esto es que el saber que no está en armonía con el ser, nunca puede ser bastante grande o, mejor dicho, no puede estar lo suficientemente calificado para las necesidades reales del hombre. Éste será el saber
de una cosa,
ligado a la ignorancia
de otra:
será el saber del detalle, ligado a la ignorancia del
todo:
el saber de la
forma,
ignorante de la
esencia.

"Tal preponderancia del saber sobre el ser puede ser comprobada en la cultura actual. La idea del valor y de la importancia del nivel del ser está completamente olvidada. Y se ha olvidado también que el nivel del saber está determinado por el nivel del ser. De hecho, a cada nivel de ser corresponden ciertas posibilidades de saber bien definidas. Dentro de los limites de un «ser» dado, la
calidad
del saber no se puede cambiar, y dentro de estos límites, la única posibilidad de cambio reside en la acumulación de informaciones de una sola y misma naturaleza. Un cambio en la naturaleza del saber es imposible sin un cambio en la naturaleza del ser.

"Tomado en sí, el ser de un hombre presenta múltiples aspectos. El del hombre moderno se caracteriza sobre todo por la ausencia de
unidad en si mismo
y por la ausencia aun de la menor traza de aquellas propiedades que le complace especialmente atribuirse, la «conciencia lúcida», la «libre voluntad», un «ego permanente» o «Yo», y la «capacidad de hacer». Sí, por asombroso que esto les parezca, les diré que el rasgo principal del ser de un hombre moderno, que explica
todo lo que le falta, es el sueño.

"El hombre moderno vive en el sueño. Nacido en el sueño, muere en el sueño. Del sueño, de su significado y de su papel en la vida, hablaremos más tarde. Ahora, reflexionen solamente en esto: ¿qué puede saber un hombre que duerme? Si ustedes piensan en ello, recordando al mismo tiempo que
el sueño
es el rasgo principal de nuestro ser, no tardará en ser evidente para ustedes que Un hombre, si verdaderamente quiere saber, debe reflexionar ante todo en las maneras de despertarse, es decir, de cambiar su ser.

"El ser exterior del hombre tiene muchos lados diferentes: actividad o pasividad; veracidad o mala fe; sinceridad o falsedad; coraje o cobardía; control de sí mismo o libertinaje; irritabilidad, egoísmo, disposición al sacrificio, orgullo, vanidad, presunción, asiduidad, pereza, sentido moral, depravación; todos estos rasgos, y muchos más,

componen el ser de un hombre.

"Pero todo esto en el hombre es enteramente
mecánico.
Si miente, significa que no puede dejar de mentir. Si dice la verdad, significa que no puede dejar de decir la verdad; y así es en todo. Todo
sucede:
un hombre no puede
hacer
nada, ni interior ni exteriormente.

"Sin embargo, hay límites. Por regla general, el ser del hombre moderno es de una calidad muy inferior. A veces de una calidad tan inferior que no hay posibilidad de cambio para él. Nunca hay que olvidarlo. Aquéllos cuyo ser puede aún cambiar se pueden considerar afortunados. ¡Hay tantos que son definitivamente enfermos, máquinas rotas con las cuales no se puede hacer nada! Son la gran mayoría. Pocos son los hombres que pueden recibir el verdadero saber; si ustedes reflexionan sobre esto, comprenderán por qué no lo pueden los otros: su ser se opone a ello.

"En general, el
equilibrio
del ser y del saber es aún más importante que el desarrollo separado de uno o del otro. Porque un desarrollo separado del ser o del saber no es deseable de ninguna manera, aunque este desarrollo
unilateral
sea precisamente lo que parece atraer de manera especial a la gente.

"Cuando el saber predomina sobre el ser, el hombre
sabe, pero no tiene el poder de hacer.
Es un saber inútil. Inversamente, cuando el ser predomina sobre el saber, el hombre
tiene el poder de hacer
, pero no sabe qué hacer. Así el ser que él ha adquirido no le puede servir para nada, y todos sus esfuerzos han sido inútiles.

"En la historia de la humanidad, encontramos numerosos ejemplos de civilizaciones enteras que perecieron ya sea porque su saber sobrepasaba a su ser, o porque su ser sobrepasaba a su saber."

—¿A qué conduce un desarrollo unilateral del saber y un desarrollo unilateral del ser? preguntó uno de los asistentes.

—El desarrollo de la línea del saber sin un desarrollo correspondiente de la línea del ser, respondió G., produce un
Yogui débil,
quiero decir un hombre que sabe mucho, pero que no puede hacer nada, un hombre que no
comprende
(acentuó esta palabra) lo que sabe, un hombre
que no aprecia,
es decir: incapaz de evaluar las diferencias entre uno y otro tipo de saber. Y el desarrollo de la línea del ser sin un correspondiente desarrollo del saber produce un
Santo estúpido.
Es un hombre que puede hacer mucho pero que no sabe qué hacer, ni con qué; y si hace algo, actúa esclavizado por sus sentimientos subjetivos que pueden desviarlo y hacerle cometer graves errores, es decir, de facto, lo contrario de lo que quiere. Por consiguiente, en ambos casos, tanto el
Yogui débil
como el
Santo estúpido
llegan a un punto muerto. Se han vuelto incapaces de todo desarrollo ulterior.

"Para captar esta distinción y, de una manera general, la diferencia entre la naturaleza del saber y la del ser, y su interdependencia, es indispensable comprender la relación que tienen con la comprensión el saber y el ser, tomados en conjunto.
El saber es una cosa, la comprensión es otra
. Pero la gente confunde a menudo estas dos ideas, o bien no ve claramente donde está la diferencia.

"El saber por sí solo no da comprensión. Y la comprensión no se puede aumentar por el solo acrecentamiento del saber. La comprensión depende de la relación entre el saber y el ser. La comprensión resulta de la conjunción del saber y del ser. Por consecuencia, el ser y el saber no deben divergir demasiado, de otra manera la comprensión se encontraría muy alejada de ambos. Como ya hemos dicho, la relación del saber con el ser no cambia por el simple acrecentamiento del saber. Sólo cambia cuando el ser crece paralelamente al saber. En otras palabras, la comprensión no crece sino en función del desarrollo del ser.

"Con el pensamiento ordinario, la gente no distingue entre saber y comprensión. Piensan que cuanto más saben tanto mas deben comprender. Es por esto que acumulan el saber o lo que ellos así llaman, pero no saben cómo se acumula la
comprensión
y no les importa saberlo.

"Por lo tanto, una persona ejercitada en la observación de sí, sabe con certidumbre que en diferentes períodos de su vida ha comprendido una sola y misma idea, un solo y mismo pensamiento, de maneras totalmente diferentes. A menudo le parece extraño que haya podido comprender tan mal lo que ahora comprende tan bien, según cree. Sin embargo, se da cuenta que su saber sigue siendo el mismo; que hoy no sabe nada más que ayer. ¿Qué es, entonces, lo que ha cambiado? Lo que ha cambiado es su ser. Tan luego cambia el ser, la comprensión tiene también que cambiar. La diferencia entre el saber y la comprensión se aclara al darnos cuenta que el saber puede ser la función de un solo centro. Por el contrario, la comprensión es la función de tres centros. De modo que el aparato del pensar puede
saber algo.
Pero la comprensión aparece solamente cuando un hombre tiene el
sentimiento
y la
sensación
de todo lo que está vinculado a su saber.

"Anteriormente hemos hablado de la mecanicidad. Un hombre no puede decir que comprende la idea de la mecanicidad, cuando la
sabe
solamente con su cabeza. Tiene que
sentirla
con toda su masa, con su ser entero. Sólo entonces la comprenderá.

"En el campo de las actividades prácticas, la gente sabe muy bien diferenciar entre el simple saber y la comprensión. Se da cuenta que saber y
saber hacer
son dos cosas completamente distintas, y que
saber hacer
no es fruto sólo del saber. Pero, fuera de este campo de actividad práctica, la gente deja de comprender lo que significa «comprender».

"Por regla general, cuando la gente se da cuenta que no comprende una cosa, trata de encontrarle un nombre, y cuando le ha encontrado un nombre, dice que «comprende». Pero «encontrar un nombre» no significa haber comprendido. Por desgracia, la gente se satisface habitualmente con nombres. Y se considera que un hombre que conoce un gran número de nombres, es decir, una multitud de palabras, es muy comprensivo, excepto en las cosas prácticas donde su ignorancia no tarda en ponerse en evidencia.

"Una de las razones de la divergencia entre la línea del saber y la línea del ser en nuestra vida, en otras palabras, la falta de comprensión que es en parte la causa y en parte el efecto de esta divergencia, se encuentra en el lenguaje que emplea la gente. Este lenguaje está lleno de conceptos falsos, de clasificaciones falsas y de asociaciones falsas. Lo peor es que las características esenciales del pensar ordinario, su vaguedad y su imprecisión, hacen que cada palabra pueda tener mil significados diferentes según el bagaje de que dispone el que habla y el complejo de asociaciones en juego en el momento mismo. La gente no se da cuenta de cuán subjetivo es su lenguaje, de cuán diferentes son las cosas que dice, aun cuando todos usan las mismas palabras. No ven que cada uno de ellos habla su propia lengua sin comprender nada, o muy vagamente, la de los demás; sin tener la menor idea que el otro les habla siempre en una lengua que les es desconocida. La gente está absolutamente convencida de tener un lenguaje común y de comprenderse entre sí. De hecho, esta convicción no tiene el más mínimo fundamento. Las palabras que usan están adaptadas a las necesidades de la vida práctica. Pueden comunicarse así informaciones de carácter práctico, pero apenas entran en un dominio ligeramente más complejo, están perdidos y dejan de comprenderse, aunque no se den cuenta de ello. A menudo, si no siempre, las personas creen comprenderse y en todo caso se imaginan que podrían comprenderse con sólo tomarse la molestia; se imaginan también comprender a los autores de los libros que leen, y no ser los únicos que son capaces de comprenderlos. Esta es una ilusión más de las ilusiones que se forjan y en medio de las cuales viven. En realidad, nadie comprende a nadie. Dos hombres pueden decir la misma cosa con profunda convicción, pero dándole nombres distintos, y discutir interminablemente sin sospechar que su pensamiento es exactamente el mismo. O bien, inversamente, dos hombres pueden usar las mismas palabras e imaginar que están de acuerdo, que se comprenden, mientras que en realidad dicen cosas absolutamente diferentes, y no se comprenden en lo más mínimo.

"Tomemos las palabras más simples, las que nos vienen constantemente a los labios, y tratemos de analizar el sentido que se les da: veremos que en todo momento un hombre pone en cada palabra un sentido especial que otro hombre nunca le da y que ni aun sospecha.

"Tomemos por ejemplo la palabra «hombre», e imaginemos una conversación en la cual esta palabra se repitiese a menudo. Sin exagerar, habrá para la palabra «hombre» tantos significados como personas presentes, y estos significados no tendrán entre ellos nada en común.

"Al pronunciar la palabra «hombre», cada cual la enfocará involuntariamente desde el punto de vista desde el cual considera al hombre en general, o desde donde lo considera actualmente por tal o cual razón. Así una persona puede estar preocupada por la cuestión sexual. Entonces la palabra «hombre» perderá para ella su sentido general, y al oírla, se preguntará en seguida: ¿Quién? ¿Hombre o mujer? Otra persona puede ser devota, y su primera pregunta será: ¿Cristiano o no cristiano? Una tercera quizá es médico, y el concepto «hombre» se reducirá para ella a sano o enfermo... y por supuesto, desde el punto de vista de su especialidad. Un espiritista pensará en el hombre desde el punto de vista de su «cuerpo astral», y de la «vida en el más allá», etc., y si se le pregunta, dirá que hay dos clases de hombres: los médiums y los no-mediums. Para un naturalista, el centro de gravedad de sus pensamientos será la idea del hombre como tipo zoológico, tendrá especialmente en vista la estructura craneana, la distancia entre los ojos, el ángulo facial... un abogado verá en el «hombre» una unidad estadística o un sujeto para la aplicación de leyes, un criminal potencial o un posible cliente. Un moralista, al pronunciar la palabra «hombre» no dejará de introducir la idea del bien y del mal. Y así sucesivamente, sin fin.

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