Gente Independiente (47 page)

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Authors: Halldór Laxness

Tags: #Clásico, Drama

Himnos, se le ocurrió. ¿No debería, quizá, pedirle a la vieja Hallbera que se arrastrase hasta allí y entonase un himno? ¿O ir a buscar al sacerdote y rogarle que invocase a Jesús en hebreo? Por supuesto, no es que él, Bjartur de la Casa Estival, tuviera alguna fe en la religión; podía medirse con cualquier espectro. Por otra parte, había oído consejas que decían que los aparecidos creían en la teología y se rendían ante el poder de Jesús pronunciados en famosas lenguas antiguas, aunque, está claro, pocas esperanzas había de que el Reverendo Teodor, ese calvo, pudiese ayudarle mucho por lo que se refería a castigar a enemigos a quienes los vigorosos y ancianos sacerdotes de otrora, con sus ardientes exorcismos, habían enviado repetidas veces al infierno sin resultado.

Los chicos estaban afuera, sobre el montículo de nieve que se había acumulado contra la pared del corral de las ovejas, contemplándole en silencio mientras él colocaba sobre la pared las cabezas de las ovejas mutiladas. Fue el pequeño Nonni quien a la postre encontró algo que decir.

—Padre —dijo—, nuestro Helgi ve a menudo cosas en torno de la casa.

Bjartur se enderezó y, con el cuchillo ensangrentado en la mano, preguntó:

—¿Qué?

—Nada —repuso Helgi—. Está diciendo mentiras.

—Sí, ¿eh? ¿No te acuerdas de lo que me dijiste una noche, no hace mucho, cuando papá no estaba en casa y nos encontrábamos sentados en el empedrado, hablando acerca del salto de agua?

Bjartur se acercó a su hijo mayor con el cuchillo en la mano y, en términos nada vagos, exigió detalles más explícitos de lo que había visto. Pero el niño sostuvo que no había visto nada. Luego Bjartur le tomó del hombro y le dio unos azotes, y le dijo que sería peor para él, en vistas de lo cual el chico se asustó y confesó que una vez vio a cierta persona, a un individuo de edad madura, aunque a veces llevaba trenzas grises, como una anciana.

—¿Cuándo lo viste?

—Lo he visto correr desde el corral hacia la casa. A menudo traté de seguirlo.

—¿Por qué no lo dijiste antes?

—Sabía que nadie me creería.

—¿Hacia dónde fue?

—Corría.

Bjartur se tornó más insistente y ordenó que se le hiciese una descripción detallada de ese misterioso atleta, pero las respuestas del niño se hicieron más y más desatinadas; en ocasiones el hombre tenía barba; en otras, trenzas. Finalmente había aparecido con faldas…

—Faldas —repitió Bjartur—. ¿Qué clase de faldas?

—Rojas. Y llevaba algo en torno al cuello.

—¿En torno al cuello? ¿Qué tenía en torno al cuello?

—En realidad no sé qué era. Creo que era algo así como la gorguera de un sacerdote.

—¡La gorguera de un sacerdote, idiota! —exclamó Bjartur, perdiendo los estribos y dándole a su hijo un golpe en la mandíbula que casi lo derribó—. ¡Ahí tienes la recompensa por tu historia!

Los fenómenos sobrenaturales son sumamente desagradables por este motivo: que, habiendo reducido a un caos todo el conocimiento ordenado del mundo que rodea al hombre y que es el cimiento sobre el cual se apoya, dejan al alma flotando en el aire, donde no tiene, en rigor nada que hacer. Uno no se atreve ya a sacar conclusiones, ni siquiera las que surgen del más sólido buen sentido, porque todos los límites, incluso los existentes entre las antítesis, se encuentran en un estado de perpetuo flujo. La muerte no es ya muerte, ni la vida, vida -como sostiene Einar de Undirhlíó, él, que todo lo separa en grupos correctos, como se hace con los naipes que se tiene en la mano-, porque las potencias ocultas de la existencia han irrumpido, sin previo aviso, en el mundo sensorial del hombre, sacándolo todo a flote, como si se tratase del heno de septiembre durante las lluvias otoñales. Algunas personas opinan que los fenómenos sobrenaturales se producen por el deseo del Señor de recordar a los simples mortales que Él es mucho más sabio que ellos. ¿Cuál era la opinión de Bjartur de la Casa Estival? ¿Permitiría que lo misterioso le arrinconara? ¿O se dirigiría a otros y les pediría consejo? ¿O lanzaría maldiciones en privado y esperaría hasta que los mal nacidos engendros de otro mundo hubieran sacrificado a todo su ganado y destruido todo su pegujal, como hicieron en 1750?

La tarde estaba tranquila, de modo que no tenía prisa alguna en hacer entrar las ovejas. Distraído, se alejó de la granja, hablando para sí, intercambiando insultos con las potencias superiores y no advirtiendo, quizás, adonde le llevaban sus pies. Luego, de pronto, la marcha comienza a hacerse difícil, ha llegado más lejos de lo que creía y se encuentra ahora ascendiendo la montaña, ¿quizá había ido a visitar a Einar y a los otros? Una dorada luna nueva se refleja ostentosamente en la dura nieve helada; la penumbra adquiere un tono cada vez más intenso de azul. Muchos dicen que el momento más hermoso del día es cuando comienza a caer la noche. Y allí, en el sereno paisaje invernal, cerca del borde del barranco, está el pétreo túmulo del espectro, con un costado en sombras y el otro iluminado por la pálida luz de la luna, entre día y noche, en una inocencia casi encantadora, en una serenidad casi digna. Pero Bjartur estaba lejos de sentirse encantado cuando, aumentando la velocidad de la marcha, trepó apresuradamente la pendiente como un toro enfurecido atacando a algún desdichado a quien ha resuelto condenar a muerte. Pero no atacó la tumba inmediatamente. Tomó una piedra de entre el cascajo y permaneció durante unos momentos sosteniéndola a la espalda.

—¡De modo que estáis ahí, los dos! —dijo, mirando con helado odio el lugar del entierro. Pateó ante las barbas de ellos. Pero no le respondieron.

No obstante, les habló durante largo rato. Les dijo que ya no se engañaba en punto a sus intenciones. En términos nada ambiguos les acusó de haberle asesinado esposas e hijos, y que ahora, al parecer, se dedicaban a las ovejas.

—Seguid —dijo—, seguid, pues, si os atrevéis. Pero no permitiré que nadie haga el tirano conmigo. Derrumbad la montaña sobre el pegujal, si queréis, pero allí me quedaré mientras tenga fuerzas para seguir respirando. Nadie me dominará, y vosotros menos que nadie.

Ninguna respuesta, aparte de que las estrellas del cielo sonrieron con sus extraños ojos dorados al hombre mortal y a sus enemigos.

Luego dijo:

—Aquí tengo una piedra —y ante las mismas narices de ellos agitó la piedra que había sacado de entre el cascajo—. Aquí tengo una piedra. Creéis que os la voy a dar. Os estáis diciendo: debe estar asustado, ahora que está ante nosotros con una piedra en la mano. Os estáis diciendo: al fin nos ha traído una piedra, porque tiene miedo de perder a su Asta Sóllilja como perdió a sus dos esposas. Pero yo digo: heme aquí, Bjartur de la Casa Estival, un hombre libre en la tierra, un islandés independiente desde el día de la colonización hasta esta hora y momento. Podéis dejar caer la montaña sobre mí. Pero nunca os daré una piedra.

Y como prueba de esta falta de respeto, lanzó la piedra al barranco y se la escuchó despertando ecos. Y de abajo llegó el sonido de voces aprensivas y viejas, como si la ramera y su familia hubiesen despertado del sueño de siglos e iniciado su averiguación. Nunca estuvo Bjartur tan lejos de buscar la ayuda de nadie como en ese momento en que aclaró su posición. Nunca se sintió más decidido a enfrentarse, solo y sin apoyo, contra los monstruos del país y a continuar la lucha singular hasta el fin.

Volviéndose sobre los talones, se alejó hacia su valle.

44. Procesionar

Pero la gente del campo, camino de regreso a sus casas desde el pueblo, había visitado la Casa Estival y se habían enterado de las noticias por los niños. Llevaron las nuevas tierras adentro, a las casas solariegas, donde la historia del fantasma no tardó mucho tiempo en difundirse. Fue recibida calurosamente por jóvenes y viejos, con la ausencia de titilación emocional que es tan famosa característica de los cortos días de mediados de invierno. Y todos se mostraban tanto más dispuestos a dejarse convencer de los merodeos de los fantasmas cuanto más escépticamente pusieron en dudas los correteos de las ratas, porque el alma del hombre tiene cierta tendencia a lo increíble, pero duda de lo creíble. Antes de que pasara mucho tiempo, el número de visitantes empezó a crecer. Por extraño que ello pueda parecer, la gente demuestra muy raramente tanto entusiasmo como cuando busca pruebas de la veracidad de una historia de fantasmas… el alma acoge todas esas cosas en su hambriento seno. Bjartur, naturalmente, declaró que era muy propio de los habitantes de los valles eso de lanzar espumarajos de excitación y luego correr en busca de un fantasma, pero que tenían pleno derecho a gastar las suelas de sus zapatos como mejor les pareciera. Él, personalmente, no tenía tiempo para responder a todas las tonterías que le preguntaban acerca de los fantasmas, pero una cosa les podía decir, y era que ese condenado gato había ido y asustado a las ovejas durante la noche, de tal modo que éstas enloquecieron de terror y, chocando contra las paredes o los comederos, se quebraron el cuello o se empalaron en clavos mohosos. Los niños, por su parte, se mostraban ansiosos de entretener a los visitantes y estaban afuera, apoyados contra la pared, parloteando incesantemente acerca de los fantasmas. Por primera vez en su vida eran personas de importancia ante un auditorio complaciente. La señora de Myri llegó incluso a enviar a Asta Sóllilja un poco de café y azúcar a espaldas de Bjartur, así como el libro titulado La Vida Sencilla, de un famoso extranjero de talento y genio literario. Más aún: resultó que los chicos habían visto al fantasma y conversado con él. El mayor y el menor, en especial, no necesitaban más que entrar en el corral de las ovejas y cerrar la puerta tras de sí para que el fantasma apareciese. Podían verle brillar los ojos en la oscuridad, pero nunca entendían bien lo que les decía, porque hablaba con espantoso ceceo y bufaba mucho. Sin embargo, logró comunicarles lo siguiente: como hacía mucho tiempo que se había cansado de vivir en silencio, sin que nadie le cuidase, estaba decidido a hacer que su presencia se sintiese nuevamente y no volvería a portarse como es debido a menos que se le tratase con el adecuado respeto, preferiblemente con canciones y sermones, con oraciones, y en especial con panegíricos. Muchos de los visitantes entraron en el corral para canturrearle uno o dos versos de un himno o mascullarle un trozo del padrenuestro. Asta Sóllilja estaba atareadísima sirviendo café. Más visitantes, decía el fantasma, mándame más visitantes mañana. Evidentemente no era ningún falso dios, sino un dios verdadero que rezaba a los hombres y decía: Nuestra oración de cada día, dámela hoy. Y luego, cuando las recibía, se sentía mucho mejor. La parroquia hervía con los más ofensivos rumores en punto a ese demonio que cabalgaba sobre los tejados del valle del páramo y podía ser visto correteando por las bardas de los techos o bajando a tierra, a la luz del día, y lanzando las amenazas más espantosas acerca de lo que ocurriría si no recibía sus oraciones. El pequeño pegujal, del que nadie hizo caso hasta entonces, se convirtió repentinamente en el solo tema de conversación en todo un distrito, incluso en otros distritos. Hombres y perros que nunca habían sido vistos anteriormente se paseaban por el empedrado y hasta invadían la sala. Las historias del fantasma, las acaloradas discusiones, los distintos puntos de vista, las explicaciones teológicas y filosóficas… no habría sido una broma para nadie tener que anotar todo eso. El resultado habría sido casi tan largo como la Biblia. En ésta como en otras religiones había varias sectas. Algunas personas se sentían convencidas de que era una revelación. Otras preguntaban, ¿qué es una revelación? Un tercer grupo sostenía, teniendo en cuenta todos los hechos, que las ovejas se habían matado ellas mismas. Algunos decían que el fantasma tenía la estatura de un gigante, otros que sólo tenía un tamaño corriente, y otros, en fin, que era pequeño y robusto.

Había varias personas que presentaban pruebas históricas para demostrar que era masculino, otras que poseían pruebas igualmente válidas de que era femenino y otro más que habían desarrollado una teoría instructiva y altamente digna de encomio, de que era neutro.

Finalmente, alguien que sentía amistad hacia la gente de Casa Estival fue a visitar al sacerdote, porque circulaba un rumor de que el fantasma tenía la intención de destruir el pegujal para Navidad; alguien lo había escuchado de los chicos, que se encontraban en comunicación constante con el fantasma… y, ¿no querría el sacerdote tener la bondad de visitar la Casa Estival y celebrar una pequeña ceremonia para ver si el demonio no quería ceder a sus ruegos al Señor? Alegró intensamente al cura que a la postre se hubiese presentado una situación que recordaba a su tibia grey la existencia del Señor, porque él mismo no se había atrevido a mencionar Su nombre en el pulpito por propia voluntad, desde que aceptó el puesto, ya que cualquier cosa espiritual disgustaba a sus feligreses o, simplemente, les movía a risa.

Y así fue que una noche la casa del pegujal estaba tan atestada que cualquiera habría creído que se iba a celebrar una fiesta campestre. El tiempo estaba calmo y las estrellas luminosas, la luna casi llena. Escarcha. Una gran multitud de jóvenes había llegado y se encontraba afuera, sobre la nieve caída del techo, como papanatas, saboreando el tenso horror que la noche incubaba arriba con su rígida luz azul. Las diversiones eran proporcionadas por un garboso joven de Fjóróur que trabajaba en una de las granjas de tierra adentro, como ayudante, en invierno. Conocía todas las canciones modernas, todos los aires de danza de la gente de Fjóráur, y los demás trataron de unirse a él para disipar sus aprensiones. Pero había otros, además de los simples buscadores de emociones. Había hombres maduros y de experiencia, dignas y antiguas relaciones, entre los que se encontraba el rey del rodeo, que había conseguido ser elegido para el concejo local dos años antes y que, por lo tanto, se encontraba a menudo abrumado por la responsabilidad que pesa sobre la administración de una pedanía en estos tiempos difíciles. Y el sacerdote, el joven calvo, con las manos cubiertas de eccema, se dejó convencer y había aparecido. Y ahora declaraba que había llegado el momento de hacer exposiciones de carneros en la región y de conseguir la colaboración de algún experto de la capital para que ayudara en los preparativos. Citó las últimas palabras que acerca del tema había publicado la Revista Agrícola. Varias personas apartaron a los chicos a un lado para interrogarles en punto al fantasma, su aspecto, su conversación, pero Bjartur estaba de talante agrio y casi no respondió a los saludos de los visitantes. No invitó a nadie a que subiera y permanecía mascullando trozos de las Rimas, que se perdían entre sus barbas.

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