Habitaciones Cerradas (38 page)

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Authors: Care Santos

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Amadeo no escondió su satisfacción.

—¿Pasamos al gabinete? —preguntó.

—Mandaré que os sirvan algo de beber —ofreció Teresa, solícita, quedando al instante al margen de los negocios masculinos.

Para sus adentros no pudo evitar pensar que era una tonta. ¿Cómo iba a ver algo raro su esposo en la presencia de su más íntimo amigo? ¿Cómo podían pasar por su cabeza ideas tan viles de personas tan nobles? Antes de permitir que llegara a la escalera, la voz de Amadeo la reclamó con la autoridad acostumbrada:

—Ponte algo más sobrio, querida. Deseo que me acompañes a la visita a la Generalitat. —Y volviéndose hacia don Octavio, explicó—: Este año me han nombrado jurado del concurso de puestos de flores, ¡menudo compromiso! ¿Sabías que dan cuatrocientas pesetas en premios? ¡Habrá que afinar!

Teresa subió y eligió otro vestido. Le gustaba acompañar a su marido a los actos oficiales. En ellos, Amadeo se mostraba más solícito que de costumbre, sonreía a todo el mundo y cultivaba la parte de sí mismo que todos admiraban, sobre todo ella. En esos actos multitudinarios, repletos de personalidades de la ciudad y de mentes cultivadas, Teresa se sentía brillar con luz propia. De algún modo fue educada para ello, y no era ajena al poder de atracción que su belleza ejercía sobre los demás. Y tampoco a las envidias que tanto ella como Amadeo despertaban a su paso.

Pero existía otra razón por la que gozaba de esas veladas: en ellas casi siempre se encontraba con su hermana Tatín, cuyos tocados buscaba con ilusión entre las insípidas cabezas concurrentes. La testa de la mayor de las chicas Brusés siempre destacaba entre la multitud. No había modo de equivocarse: bajo los más exagerados penachos, floripondios o perifollos, siempre estaba su hermana. Tras el abrazo con olor a rosas, sus alocadas palabras tenían el don de hacerle olvidar todos los problemas.

Ese día la pequeña Teresa necesitaba como nunca de las palabras de Tatín. Sentía una opresión fatal en el pecho, unas ganas de llorar que nada calmaban y un presentimiento sin confirmar que le resultaba aterrador. Sabía lo que iba a decirle Tatín en cuanto le expusiera el rosario de sus angustias. «Los hombres se cansan de todo, Tessita. Y son libres: para pensar y para actuar. El tuyo es como todos los demás. Da gracias de que aún te saque de casa. Y si echas algo en falta, búscate un amante. No hay mejor solución.»

A Teresa le escandalizaban estos consejos, que de ningún modo pensaba seguir, pero los escuchaba porque ejercían sobre ella el efecto de un bálsamo. Después de hablar con Tatín, sus mayores tribulaciones se disolvían como azúcar en el agua.

Mientras se vestía de nuevo, esta vez con un modelo algo más largo y de color tostado, Teresa deseó que Tatín estuviera en la recepción oficial de la Generalitat. Deseó que, como otras veces, increpara cariñosamente a Amadeo por abandonarla tanto. Deseó que se quedara con ella mucho rato, desatendiendo a sus admiradores, y que le contara algún chisme de la buena sociedad, o le diera detalles de sus últimas conquistas. También deseó darle la noticia que de momento sólo ella sabía —aunque Maria del Roser la había intuido aquella misma mañana— y decirle que si su hijo fuera hembra le gustaría ponerle su nombre. No Maria Auxiliadora, sino Tatín. Tatín Lax Brusés. Nombre de mujer independiente.

Aunque para eso habrá de contar con el beneplácito de su marido. Como para todo lo demás.

Cuaderno Moleskine de Violeta Lax

Abril 2010

Inventario del contenido de la caja de galletas

encontrada en el cuarto tapiado de Violeta

—Dibujo infantil en colores rojo, negro, azul y verde. Representa una mujer (lleva una falda larga). Dimensiones: 28 x 20 cm .

—Recorte de La Vanguardia correspondiente a la sección «Notas locales» con la crónica del entierro de doña Maria del Roser Colorons de Lax, publicado el día 27 de diciembre de 1932.

—Esquela publicada en La Vanguardia el 27 de agosto de 1914: « LA NINA Violeta Lax y Colorons, natural de Barcelona, HA FALLECIDO habiendo recibido los Santos Sacramentos y la bendición Apostólica (E.RD.). Sus afligidos madre y hermanos, doña Maria del Roser Colorons viuda de Lax, Amadeo y Juan; las razones comerciales Industrias Lax y Manufacturas Colorons y demás parientes, participan a sus amigos y conocidos tan sensible pérdida y les ruegan la tengan presente en sus oraciones y se sirvan asistir a la conducción del cadáver que tendrá lugar hoy jueves a las diez desde la casa mortuoria, pasaje Domingo número 7, a la iglesia parroquial de la Concepción y de allí al Cementerio del Este. No se invita particularmente.

—Catálogo ilustrado de Grandes Almacenes El Siglo. Temporada de otoño-invierno 1899-1900. 130 páginas.

—Páginas 9 a 11 de La Vanguardia del día 27 de diciembre de 1932, correspondientes a la crónica del incendio de El Siglo, ocurrida dos días antes.

—Dos fotografías recortadas de otro periódico (sin especificar). En ambas se ve el amasijo de vigas deformadas que ocupa el interior de un edificio en ruinas, del que sólo queda en pie una parte de la fachada.

A través de las ventanas desnudas, se aprecia parte de Las Ramblas y, a lo lejos, la torre de la catedral. El pie de foto de esta segunda dice: «Aspecto de la nave principal después de la desgracia.»

—Páginas 41 a 48 deba luz del porvenir. Revista de estudios psicológicos y ciencias afines. Número 272, de junio de 1934. Contienen el artículo «En ausencia y recuerdo de Maria del Roser Golorons. Texto de homenaje ofrecido por Teresa Brusés de Lax en el transcurso del pasado Congreso Espiritista de Barcelona.»

—Programa de mano del V Congreso Espiritista Mundial (Palacio de Proyecciones de Barcelona, del 1 al 10 de septiembre de 1934), entre cuyos ponentes figura Teresa Brusés de Lax.

—Veinte programas de mano de exposiciones de Amadeo Lax, correspondientes a salas de diversas ciudades españolas y europeas (años 1923 a 1940). Uno de ellos es de la Sala de Exposiciones El Siglo y lleva fecha de diciembre de 1932.

—Fotografía de estudio firmada por B. Moreno («calle de la Canuda número 8») de los miembros del servicio de casa de los Lax. Son seis mujeres y dos hombres, de edades muy distintas. Los cuatro de más edad están sentados. El resto, de pie, tras ellos. Las mujeres visten uniforme oscuro, con delantal y cofia. En el dorso, escrito a lápiz, se lee: «Año 1910. Eutimia, Felipe, Vicenta, Antonia, Julián, Rosalía, Higinio y Carmela.» El orden no corresponde al que ocupan los retratados. En la lista de nombres falta el de Conchita, que también está en la foto (de pie, entrada en carnes, ligeramente más alta, con un moño sobre la coronilla y una sonrisa de complacencia).

—Fotografía de estudio firmada por B. Moreno. Niño de corta edad (unos 2 años) con Concha vestida de uniforme. El niño es Amadeo Lax. En el dorso, anotado a lápiz: «1900.»

—Postal del Coliseo de Roma (blanco y negro), fechada el 5 de octubre de 1908, dirigida a «Concha Martínez Cruces. Pasaje Domingo número 7. Barcelona. Spagna». El texto dice: «Querida Concha: mira cómo está Roma. Toda rota. Seguro que tú encontrarías el modo de repararla. Mientras lo encuentras, yo busco el mío de convertirme en un gran pintor. Verás cómo lo consigo, tal y como predijiste. Te abraza tu, Amadeo.»

—Postal de la Torre Eiffel de París (coloreada). Mismas señas. Fechada el 19 de noviembre de 1928. «Estimada Concha. Amadeo me pide que la escriba a usted para decirle que estamos bien y que nuestro viaje discurre con normalidad. Quiere que nos tengamos confianza. Ya le he dicho que eso no me va a costar, siendo usted la mujer a quien él debe la vida. Con todo cariño, Teresa.»

—Postal de San Pedro de Roma (coloreada). Mismas señas. Fechada el 7 de diciembre de 1928. «Querida Concha. Hemos llegado a Roma, después de visitar Berlín, Milán y Bolonia. Amadeo siente por estas tierras un enorme cariño. Dice que sin reparos se quedaría a vivir en Italia. No será así, por ahora: después de Navidad y antes de Año Nuevo marchamos a Grecia. Estamos bien y el viaje es estupendo. Con cariño, Teresa.»

—Postal del Partenón (coloreada). Mismas señas. 31 de diciembre de 1928. «Sólo unas palabras desde el corazón de la cultura occidental para desear a todos un próspero 1929. Con todo el afecto de Amadeo y Teresa.» La letra es la de Teresa.

—Postal de la Esfinge de Giza (en blanco y negro). 10 de enero de 1929. Mismas señas. «Querida Conchita: Amadeo sentía muchos deseos de conocer a Tutankamon y aquí estamos. El calor es sofocante incluso en esta época. Por mi parte, sólo deseo partir hacia la última etapa de nuestro viaje. Comienzo a pensar en regresar a casa más que en dejarme cautivar por paisajes desconocidos. Amadeo opina que es lo deseable en una mujer casada. Con todo el cariño de Teresa.»

—Telegrama fechado el 25 de febrero de 1930. «Llegamos mañana. Envía coche grande recogernos. Línea Marsella-Barcelona. Aeródromo del Prat. 11 horas. Amadeo.»

MARTES, 27 DE DICIEMBRE DE 1932
LOCAL LA VANGUARDIA 41

HORROROSO INCENDIO EN BARCELONA

El fuego destruye los Grandes Almacenes El Siglo

Los Grandes Almacenes El Siglo, S. A. han sido destruidos por un colosal incendio. Aquel popular comercio que en plenas Ramblas era un exponente de la potencialidad mercantil catalana fue durante la jornada del domingo pasto de las llamas, que consumieron en poco más de dos horas lo que se había logrado gracias al gigantesco esfuerzo de largos años y a un alto espíritu de empresa. La ciudad ha vivido días de sincero y legítimo dolor. La festividad del día navideño fue conturbada por la gran catástrofe que tenía por escenario el más barcelonés de nuestros paseos y en todos los hogares, durante las plácidas horas de la fiesta familiar, hubo un comentario dolorido por el gran suceso, que se había difundido por toda la urbe con la celeridad de las noticias infaustas. La vida ciudadana fue alterada en su ritmo habitual y el triste espectáculo de las densas columnas de humo que se alzaban sobre aquel edificio —y que desde los alrededores de Barcelona daba la sensación exacta de la gran pérdida que afligía a la ciudad— será de imperecedera memoria para la generación actual, que ha visto arruinado por un accidente desgraciado un bazar genuinamente barcelonés que había llevado el prestigio del comercio catalán más allá de las fronteras. El Siglo era, sin duda, el primer comercio de Barcelona y de profunda raigambre ciudadana, pero ha sido preciso que la catástrofe se produjera para que los barceloneses comprendiéramos cuánto amor sentíamos por él y cómo considerábamos algo nuestro aquel bazar lujoso, magnífico y moderno, el primero en toda la península y, sin hipérbole, de los mejores del mundo.

El fuego fue voraz y en su desarrollo no respetó dependencia ninguna, y así, cuando los bomberos, con su obstinado y heroico esfuerzo, consiguieron localizar las llamas evitando su propagación, los tres inmuebles en que estaban instalados aquellos almacenes no eran más que una inmensa pira, que en su furia destructora no tan sólo situaba a una empresa poderosa en trance difícil, sino que hacía desaparecer un comercio en el que ganaban su pan más de un millar de familias humildes.

El lugar de la catástrofe

Serían poco más de las diez y media de la mañana del domingo cuando algunas de las personas que transitaban por Las Ramblas se dieron cuenta de que por los intersticios de las puertas metálicas de los Grandes Almacenes El Siglo salía humo en abundancia. Rápidamente se dio la voz de alarma, apresurándose los guardias de seguridad y algunos urbanos que prestaban servicio por aquellos alrededores a comunicarlo a sus jefes y a los cuartelillos de bomberos. El humo fue en aumento, invadiendo todo el edificio y buscando salida por los numerosos balcones que daban a la Rambla de los Estudios. Los almacenes El Siglo ocupaban tres cuerpos del edificio, señalados con los números 3, 5 y 7 de la Rambla de los Estudios. El número 1 corresponde a las oficinas de la Compañía General de Tabacos de Filipinas, en cuya planta baja se halla instalado el Banco Hispano Colonial. Por el otro lado linda El Siglo con el edificio de la Academia de Artes y Ciencias, en cuyos bajos se halla instalado el teatro Poliorama. La parte trasera de El Siglo recae a la calle Xuclá, estrecha vía de poco más de dos metros de anchura a la que tenían salida cuatro o cinco grandes puertas de los almacenes siniestrados. También había otra salida en la plaza del Buensuceso, cuya fachada comunicaba con la sección de comestibles.

Hay que tener en cuenta que en El Siglo se vendían artículos de todos los ramos. El edificio ocupaba una extensión de millares de metros cuadrados, con una altura de siete pisos, en cada uno de los cuales había instaladas diversas secciones. La de juguetes, sobre todo, era una de las más importantes de la casa y ocupaba un considerable espacio de la planta baja, junto a la calle Xuclá.

Los primeros trabajos de extinción trataron de realizarlos los siete vigilantes que quedaban dentro de los almacenes todos los días festivos. Para ello intentaron hacer funcionar algunos de los extintores colocados estratégicamente en diversas secciones, pero la humareda que se produjo desde los primeros instantes fue tan espesa que imposibilitó todo intento y obligó a los vigilantes a abandonar rápidamente el edificio para no perecer asfixiados. Uno de ellos, llamado José Sánchez, en sus esfuerzos por extinguir el fuego que se iniciaba vorazmente, sufrió quemaduras en ambas manos, de las que tuvo que ser auxiliado en el dispensario de la calle Sepúlveda. Tan espeso era el humo que salía por las puertas de Las Ramblas que hubo necesidad de cortar inmediatamente el tránsito de coches y tranvías por el arroyo lateral descendente. Poco después de las once llegaron los primeros auxilios. Los bomberos comenzaron con toda rapidez el montaje de máquinas y mangueras. Acudieron los retenes de todos los cuartelillos al mando de sus respectivos jefes.

Mientras tanto el fuego, como reguero de pólvora, se había corrido vertiginosamente por toda la planta baja del edificio, especialmente en los dos cuerpos inmediatos a la Academia de Ciencias, y lo que antes era humo se había convertido en llamas, abrasándolo todo. Resulta casi inexplicable la velocidad con que se propagó el fuego por toda la casa. Bien es verdad que mesas, pinturas, telas, juguetes y demás artículos que se expendían en El Siglo eran de facilísima combustión, y, como azotado por un soplo invisible, todo ardió en el escaso tiempo de pocos minutos. A las doce y media el edificio siniestrado ofrecía desde Las Ramblas un aspecto impresionante. Por todas las puertas y balcones, cuyos marcos y persianas ardían como teas, salían unas llamas imponentes en las que chisporreteaba el agua lanzada por los bomberos con sus mangueras. Pero el fuego era tanto que apenas si hacían mella en él los fuertes chorros lanzados. Toda la parte del edificio que se divisaba por las aberturas de Las Ramblas era una hoguera inmensa. El fuego despedía tal calor que era imposible acercarse a corta distancia. Durante los primeros trabajos de extinción, un bombero que se aventuró a penetrar en el edificio sufrió síntomas de asfixia, teniendo que ser trasladado al dispensario. También recibió lesiones leves un guardia.

Se derrumba la fachada

El fuego, favorecido por un vientecillo que soplaba en dirección sur, se avivó extraordinariamente en la parte correspondiente a la calle Xuclá. Como desde ésta se hacía imposible todo trabajo de extinción por el peligro de un derrumbamiento, los bomberos tuvieron que colocarse en los balcones y azoteas vecinas para desde ellos enfocar sus mangueras. Tal era la voracidad del incendio en aquella parte que pronto se adivinó un derrumbamiento inminente. En efecto, una hora después se derrumbaba con estrépito un gran trozo de cornisa y poco después caían varios metros de fachada. Como el peligro había sido previsto y la calle estaba rigurosamente desalojada, no hubo que lamentar desgracias personales.

A la una y media de la tarde los bomberos, tras ímprobos esfuerzos y secundados por la fuerza pública y por no pocos ciudadanos, lograron cortar el avance destructor de las llamas. Se derrumbaron las techumbres y pisos del edificio, quedando sólo en pie las paredes maestras y el ala en que se halla enclavado el escritorio. Dentro seguía el fuego, pero bastante dominado. Por la parte cercana a la plaza del Buensuceso las llamas seguían coronando los remates de la fachada, pero con señales evidentes de su disminución. En este sector del edificio, que era donde se hallaba instalada la sección de comestibles y licores, se produjeron numerosas explosiones que causaron gran alarma. Según los técnicos, eran ocasionadas por los botes de conservas, botellas de alcohol y otros géneros similares.

Las causas del incendio

Hasta ahora no se han puesto en claro, pero algunas personas que acudieron en los primeros momentos daban por seguro que el fuego se había iniciado a causa de un cortocircuito en uno de los escaparates de Las Ramblas y desde allí se propagó a los pisos, comunicándose principalmente por las grandes escaleras interiores. Por esa razón el trabajo de los bomberos se hizo en los primeros momentos muy difícil. Las inesperadas proporciones del incendio desmoralizaron un poco a estos abnegados hombres. Pero pronto se serenaron y aun luchando con la escasez de agua y de los medios extintores que, a pesar de no ser nada despreciables en un siniestro como éste, único hasta ahora en Barcelona, resultaban a todas luces deficientes.

También acudieron en los primeros momentos al lugar del siniestro guardias de seguridad y de asalto y los urbanos adscritos a aquella demarcación, que, además de ayudar a los bomberos en su ardua labor, contuvieron al público que acudía en masa al extenderse la noticia por toda la ciudad.

El pánico que se produjo entre los vecinos de la calle Xuclá, cuyas viviendas estaban a punto de ser pasto de las llamas de un momento a otro, es indescriptible. Gritos de auxilio, ayes de dolor y un sinfín de familias que llevando sólo lo más indispensable abandonaban despavoridas sus domicilios. Las llamas que salían de El Siglo eran tan vivas que prendían en las persianas y balcones de las casas de la calle Xuclá. Las plantas bajas de dicha calle, ocupadas por establecimientos de diversa clase, fueron también desalojadas por sus propietarios.

Los bomberos comenzaron los trabajos más importantes en esta calle por el mayor peligro que ofrecía el fuego de propagarse a las casas vecinas. Horroriza pensar la catástrofe que se hubiera producido de prender las llamas en ellas, pues entonces seguramente hubiera sido pasto de las llamas una extensa manzana de casas donde habitan centenares de familias. Las mismas escenas de terror se produjeron en la plaza y calle del Buensuceso, donde hay varias casas colocadas en forma de cuña dentro del terreno ocupado por los Almacenes El Siglo. Algunos vecinos no pudieron contenerse y cargaron baúles y prendas de ropa sin esperar a que les avisaran. Por la parte de la plaza del Buensuceso las fuerzas de aviación militar, alojadas en el antiguo cuartel del mismo nombre, cooperaron desde los primeros instantes tanto a los trabajos de extinción, como a los de mantenimiento del orden.

Todo el edificio arde como una inmensa pira

A pesar de los trabajos de los bomberos, cuya acción extintora se desarrollaba ya conjuntamente por las tres fachadas del edificio siniestrado, arrojando sobre las llamas toda el agua de que se podía disponer, a las doce el fuego alcanzaba proporciones aterradoras. Por la cubierta salían llamas ingentes envueltas en una humareda negra y espesísima que se elevaban a centenares de metros de altura. Toda la casa semejaba una pira colosal, despidiendo llamas destructoras por todas sus aberturas.

Además de un gentío que no bajaría de cincuenta mil personas, al poco de iniciarse el incendio acudieron algunos miembros de la familia propietaria de El Siglo, don Eduardo y don Javier Conde. Ambos se mostraban desolados. Sobre todo don Javier, con el que tuvimos ocasión de conversar breves instantes.

—Más que por nosotros mismos —nos dijo—, lo siento por los empleados que quedarán en la calle. Algunos experimentarán tanta pena como nosotros, porque hay que tener en cuenta que había empleados que llevaban treinta y cuarenta años de servicio en la casa.

Don Javier aprovechó la ocasión para comunicarnos que desde el pasado viernes ostentaba la dirección de los almacenes en sustitución de su hermano mayor, don Octavio, quien precisamente el día de Navidad marchó rumbo a Estados Unidos en el buque
Magallanes.
El insigne comerciante planea en breve establecer en Nueva York sus propios negocios que, con toda probabilidad, serán tan prósperos como los que avalan su trayectoria hasta el día de hoy.

Las pérdidas

Son cuantiosas. De momento no pueden precisarse, aunque tal vez alcanzarán la suma de treinta millones de pesetas. Tanto el edificio como las existencias estaban asegurados. Las pérdidas han sido mayores que si el incendio se hubiera registrado en otra época del año ya que, tradicionalmente, para las fiestas de Navidad, Año Nuevo y Reyes El Siglo hacía gran acopio de toda clase de artículos y especialmente objetos de fantasía y juguetes. Los dueños no pueden aún prever si se procederá a la reconstrucción.

Los almacenes El Siglo fueron fundados hace cincuenta años. Jamás se había registrado en ellos un incendio, salvo pequeños conatos sin importancia rápidamente atajados. Además, disponían de un completo servicio de extintores y mangueras, servidos por bomberos particulares, que en esta ocasión no han servido para nada.

A las cinco de la tarde del domingo el presidente de la Generalidad, don Francisco Maciá, se dirigió de nuevo al lugar del siniestro con objeto de enterarse personalmente de los trabajos que se seguían realizando para la total extinción. Permaneció en aquel lugar cerca de una hora.

La noche del domingo al lunes

Los bomberos, provistos de reflectores enfocados hacia el interior del local, se dedicaron durante la noche a combatir los pequeños focos que se mantenían latentes.

El jefe de los bomberos, señor Jordán, nos dijo a última hora que, como durante la noche habrían de producirse fenómenos de retracción en las columnas y demás masas metálicas sustentadoras, era sumamente peligroso adentrarse en el edificio. Como el peligro parecía haber desaparecido por aquella parte, a las dos de la madrugada se permitió el tránsito del público por la plaza del Buensuceso. Millares de personas desfilaron por delante de aquella fachada, contemplando el grandioso montón de escombros en que quedó convertida la riqueza acumulada en los almacenes. No obstante, las precauciones se mantuvieron por lo que se refiere al público en Las Ramblas y en la calle Xuclá, donde el peligro de nuevos derrumbamientos no había desaparecido.

En el transcurso del siniestro resultaron heridos dos bomberos y tres vecinos que colaboraban en las labores de extinción. Los dos bomberos heridos fueron visitados por el alcalde. En la farmacia de la calle del Carmen, 21, tuvieron que ser asistidas cuatro mujeres, todas vecinas de la calle Xuclá, que sufrieron accidentes de carácter nervioso.

Trágico colofón

A partir de ayer por la mañana se permitió la circulación de transeúntes por Las Ramblas y la plaza del Buensuceso, al mismo tiempo que se hacían los trabajos necesarios por evitar nuevos derrumbamientos. A las tres y media de la tarde volvió a visitar el lugar el presidente de la Generalidad, señor Maciá, acompañado de su esposa, señora Lamarca. También estuvieron allí el alcalde, doctor Aguadé, el diputado a Cortes don Martín Esteve y algunos concejales. Según manifestaciones que nos hizo el señor Ribé, jefe de la Guardia Urbana, en vista de que no hay peligro, es muy probable que hoy se restablezca el servicio de tranvías y el tránsito de toda otra clase de vehículos por Las Ramblas.

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