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Authors: Anne Golon,Serge Golon

Tags: #Histórico

Indomable Angelica (65 page)

—¿Le habéis conocido, Osmán Bey? ¿No es, como vos, un mago?

Él movió la cabeza lentamente.

—Tal vez, mas su magia es de otro origen que la mía… Pero, en efecto, encontré a ese cristiano. Habla el árabe y varias lenguas, aunque sus palabras se unen dificultosamente en mi mente. Me considero ante él como un hombre del pasado ante un viajero venido del horizonte cargado con provisiones de tiempos futuros. ¿Quién puede acogerle? ¿Quién puede oírle? En verdad, nadie puede oírle todavía…

—Pero no es más que un vulgar pirata —exclamó ella, indignada—, un vil traficante de plata…

—Él busca su camino en un mundo que le rechaza. Marchará así hasta el día en que encuentre su lugar elegido. ¿No puedes comprender eso, tú que has vivido ya tantos destinos contrarios y que intentas en vano revestir tu verdadero rostro?

Angélica tembló de pies a cabeza. ¡No! ¡No era cierto! El Gran Eunuco no podía conocer su vida. No podía haber leído en los astros… Aterrada, sondeó el cielo nocturno. La noche era pura y perfumada. La brisa, viniendo del desierto, espigaba al pasar el incienso que exhalaban los jardines cercados de Mequinez. Era una noche como todas las noches, pero que en lo alto de la Torre Mazagreb se cargaba de efluvios inquietanes. Angélica hubiese querido huir, dejar allí, en el decorado de sus extraños instrumentos, al mago negro y a su escriba con antiparras que inscribía cifras cabalísticas como insecto atareado. ¡Ella no quería saber ya nada!

Se sentía dominada por la fatiga, pero permanecía inmóvil, incapaz de apartar su mirada del tardo movimiento del objetivo enfocado hacia el firmamento. La ciencia de Osmán Ferradji levantaba un pliegue del telón echado sobre lo Invisible. ¿Qué iba a anunciar ahora…? Creía ver en él la tez pizarrosa que era su manera de palidecer; y de pronto la miró fijamente con expresión casi horrorizada, como si contemplase a sus pies un desastre desencadenado por él.

—Osmán Bey —exclamo ella—, ¡Oh! ¿qué habéis leído en los astros…?

Hubo un largo silencio. El Gran Eunuco había bajado los párpados.

—¿Por qué has huido del Rescator? —murmuró al fin—. Hubiera sido el único hombre con fortaleza bastante para aliarse contigo… y quizá también Muley Ismael pero… ¡no sé ahora si el riesgo habría sido peor! A los hombres que se apasionan por ti ¡les traes la muerte…! ¡Así es!

Ella lanzó un grito de agonía y suplicó juntando las manos.

—¡No, Osmán Bey, no, no digáis eso…!

¡Era como si la acusara de haber herido con su propia mano al esposo a quien amaba! Bajó la cabeza como una culpable y cerró los ojos para apartar la visión de otros rostros que reaparecían llegando del pasado.

—Les traes la muerte, o la derrota, o el pesar que corromperá su goce de vivir. Hay que ser de una fuerza excepcional para librarse de ello. Todo eso porque te obstinas en ir a donde nadie puede seguirte… Abandonas en el camino a los que son demasiado débiles. La fuerza que el Creador ha puesto en ti no te dejará detenerte hasta haber alcanzado el lugar adonde debes ir.

—¿Cuál es, Osmán Bey?

—Lo ignoro. Pero mientras no lo alcances lo devastarás todo a tu paso, aun tu propia vida… He querido captar esta fuerza y me he engañado, porque no es de las que puedan domeñarse. Tú misma la ignoras en gran parte, aunque no eres por eso menos temible…

Angélica se echó a llorar, con los nervios rotos.

—¡Oh, Osmán Bey! Veo muy bien que lamentáis ahora no haberme dejado morir en las torturas de Muley Ismael. ¡Oh! ¿Por qué habéis mirado las estrellas esta noche? ¿Por qué…? ¡Erais mi amigo y ahora me decís cosas terribles!

La voz del Gran Eunuco se suavizó. Pero ella siguió alterada y henchida de ansiedad profunda.

—¡No llores, Firuzé! No es culpa tuya. Es algo que está fuera de ti. Tú no llevas la desgracia. Llevas la felicidad. Pero hay seres que son demasiado débiles para soportar el peso de ciertas riquezas. ¡Peor para ellos! ¡Ay! Sí, yo soy siempre tu amigo. ¡Y peor para mí! No podría asumirse sin riesgo la responsabilidad de tu muerte y evitándola he querido también librar a Muley Ismael de invisibles sanciones. Pero ahora va a ser preciso que yo realice algo terrible, algo sobrehumano: luchar contra lo que está escrito. Luchar contra la suerte, a fin de que Tú no seas mas fuerte que yo…

LVI Angélica se alía con Leila Aicha.

Se libra de la pantera y del Gran Eunuco.

Un grupo de mujeres cruzó el patio donde retozaban las palomas. El esclavo que arreglaba el mecanismo del surtidor dijo a media voz:

—¿La francesa…?

Angélica le oyó y aminoró el paso, dejando que sus compañeras fueran delante. No iban escoltadas por eunucos ya que estaban en su patio interior. ¿Cómo podía un esclavo francés trabajar allí impunemente? Si le veía un eunuco, se exponía a la muerte.

Inclinado sobre la canalización que destornillaba:

—¿Sois vos la cautiva francesa? —musitó.

—Sí, y tened cuidado. Está prohibido a los hombres entrar en este recinto.

—No os preocupéis por mí —farfulló—. Tengo derecho a circular a mi antojo por el harén. Haced como si os interesaseis por las palomas mientras os hablo… Colin Paturel me envía a vos.

—¿Sí?

—¿Seguís estando decidida a huir?

—Sí.

—¿Os ha perdonado Muley Ismael porque habéis cedido…?

—No he cedido, ni cederé jamás. Quiero huir. ¡Ayudadme!

—Lo haremos a causa del viejo Savary, a quien se le había metido en la cabeza sacaros de aquí. Era, según creo, vuestro padre. No podemos dejaros, aunque represente un riesgo más tomar a nuestro cargo una mujer. En fin, escuchad. Una noche, cuya fecha se fijará, Colin Paturel u otro os esperará en la puertecita del Norte que da sobre un montón de inmundicias. Si hay un centinela le matará, abrirá la puerta con la llave porque no se abre más que desde afuera; vos estaréis detrás y él os conducirá. Vuestra tarea consiste en procuraros esa llave.

—Según parece, el Gran Eunuco tiene una, y la negra Leila Aicha, otra.

—¡Hum! Poco fácil. En fin, nosotros, sin esa llave, no vemos otro medio. Buscad, pensad algo. Estáis dentro del sitio, podéis pagar a unas sirvientas. Cuando la tengáis, me la entregaréis. Estoy siempre merodeando por aquí. Me he encargado de revisar todos los surtidores de los patios del harén. Mañana, estaré trabajando en el de la sultana Abechi. Es una mujer buena, amable y que me conoce mucho; nos dejará hablar sin complicaciones.

—¿Cómo conseguir esa llave?

—¡Tenéis que ingeniároslas, pequeña! De todas maneras, os quedan varios días por delante. Esperaremos las noches sin luna para la evasión. ¡Buena suerte! Cuando queráis verme, preguntad por Esprit de Cavaillac, de Frontignan, el ingeniero de Su Majestad…

Recogió sus herramientas y la saludó con leve sonrisa de aliento. Ella se enteró después de su historia por la sultana Abechi, muy charlatana. Para hacerle apostatar, Muley Ismael le impuso suplicios especialmente odiosos, haciéndole atar con una cuerda y arrancar por el ímpetu de su caballo, lo que nadie se atreve a nombrar. Esprit de Cavaillac había sido curado por sus compañeros y sobrevivido a sus horribles lesiones. Gracias a su mutilación, tenía libre acceso al interior del serrallo y podría servir de mensajero entre Angélica y los conjurados del exterior.

Su encuentro despertó el valor en la joven. ¡No la olvidaban! ¡Aún se consideraba posible su evasión…! Pues bien, se haría. ¿No había dicho Osmán Ferradji que su fuerza era la de un volcán? Cuando se sintió tan débil, enferma, con la espalda magullada, aquellas palabras le habían parecido irrisorias. Ahora, rememoraba todo a lo que se había atrevido y realizado en unos años de su vida y no veía —no, no lo veía— por qué no iba a conseguir esto tan insensato: ¡escaparse del harén!

Rápidamente, bordeó el patio, y se adentró con paso ligero por una larga galería, cruzó un jardín donde dos higueras dejaban caer sobre un pilón sus oblicuas sombras, penetró en otro patio y desde allí, bajo los arcos que formaban claustro y precedían a los oscuros pórticos de los apartamentos, apareció ante ella Raminan el jefe de los guardianes de la sultana Leila Aicha.

—Quisiera ver a tu dueña —le dijo Angélica.

La fría mirada del negro la midió, vacilante. ¿Qué quería la inquietante rival, la criatura del Gran Eunuco, por la cual Leila Aicha y Daisy Valine convocaban desde hacía ocho días los sortilegios maléficos de sus hechiceros? La imperiosa sudanesa de la tribu Loubé no se había engañado sobre el significado de la flagelación sufrida por Angélica. Había adoptado, resistiéndola, el medio más seguro de interesar a Muley Ismael. La punta del puñal que la rebelde había puesto sobre la garganta, agudizaba su deseo. Le urgía dominar a aquella tigresa, hacerla arrulladora como las palomas. Se lo había confesado a la propia Leila Aicha. Decía que aquella mujer no podía resistir al amor. Sin la imprudencia de haber conservado su puñal en el cinturón, la francesa estaría ya desfallecida en sus brazos. Se comprometía a mantenerla bajo el imperio de la voluptuosidad. Adormecería su espíritu y cautivaría su cuerpo. Por primera vez, Muley Ismael se dejaba llevar por la inverosímil ambición de apegarse a una mujer dispuesto a todo para arrancarle una sonrisa y un solo gesto de abandono.

La lúcida negra era muy sensible a aquel cambio. La cólera y el miedo la invadían con sus oscuras oleadas. Por poco hábil que fuese la francesa, dominaría al tirano de un modo indefectible le llevaría como leopardo domesticado, como ella misma dominaba a la pantera Alchadi.

Diabólico, Osmán Ferradji hacía el juego a la extranjera. Hacía correr el rumor de que la francesa estaba moribunda. El Sultán pedía sin cesar noticias de ella. Quería ir a verla. El Gran Eunuco se oponía a ello. La enferma estaba aún aterrorizada y el aspecto de su señor y dueño podía provocar de nuevo la fiebre. Sin embargo, ella había sonreído al recibir el presente que Muley Ismael le había hecho llevar: un collar de esmeraldas, cogido en una galera italiana. ¡A la francesa le gustaban, pues, las joyas…! Desde aquel momento el Sultán recibía a los orfebres de la ciudad y examinaba con la lupa sus piezas más bellas.

Aquellas locuras agitaban a Leila Aicha y a Daisy. Habían examinado todas las soluciones y primero, la más sencilla, puesto que su inquietante rival estaba moribunda: ayudar con tisanas apropiadas una obra tan bien comenzada. Pero las más hábiles sirvientas y los brujos más astutos, encargados de aportar el remedio, habían tropezado con la vigilancia reforzada de los guardias de Osmán Ferradji. Y ahora, la francesa estaba allí de nuevo, con excelente salud al parecer, y solicitando hablar con la que la perseguía con sus imprecaciones y su odio. Raminan, después de pensarlo, le rogó que esperase. El príncipe Bombón —turbante frambuesa y vestido de blanco-azúcar— jugaba no lejos de allí cortando cabezas con su sable de madera. Le habían quitado su sable de acero, porque había producido demasiadas heridas a su alrededor.

El eunuco volvió, y con un gesto, introdujo a Angélica en la estancia donde reinaba la enorme negra entre un amontonamiento de braseros, hornillos y cazoletas de cobre en donde ardían hierbas olorosas. Daisy Valiné, estaba junto a ella. En dos mesas bajas, había unas copas de cristal de Bohemia, en las que las sultanas bebían su té con hierbabuena, así como gran número de cajas de cobre conteniendo té, golosinas o tabaco.

La esposa primera de Muley Ismael apartó de sus labios su larga pipa y exhaló una bocanada de humo hacia el techo de madera de cedro. Aquel era su vicio secreto, porque el Sultán reprobaba vivamente el vicio de fumar como el de beber, prohibidos por Mahoma. Él mismo, no bebía más que agua y no había llevado nunca a sus labios la boquilla de narguilé como hacen esos turcos corrompidos que gozan de la vida sin preocuparse de la grandeza de Dios. Leila Aicha se proporcionaba tabaco y aguardiente por medio de los esclavos cristianos, únicos que podían comprarlo y consumirlo.

Angélica se adelantó, y luego, se arrodilló humildemente sobre las suntuosas alfombras. Permaneció así con la cabeza baja ante las dos mujeres que la observaban en silencio. Después se quitó la sortija con una turquesa, regalo, en otro tiempo, del embajador persa Bachtiari bey y la puso ante Leila Aicha.

—Este es mi presente —dijo en árabe—. No puedo ofrecerte nada mejor, porque no lo tengo.

Los ojos de la negra llamearon.

—¡Rechazo tu presente! Y eres una embustera. Posees también el collar de esmeraldas que te ha dado el sultán.

Angélica movió la cabeza y dijo en francés a la inglesa:

—He rechazado el collar de esmeraldas. No quiero ser la favorita de Muley Ismael, ni lo seré jamás… si me ayudáis.

La inglesa tradujo y la negra se inclinó de pronto hacia ella con movimiento ávido y atento:

—¿Qué quieres decir?

—Que tenéis algo mejor que hacer que suprimirme, envenenarme o echarme vitriolo: ayudarme a huir.

Hablaron ellas muy bajo y largo rato, unidas y cómplices. Angélica había transformado a su favor el odio que sus rivales le tenían. En el fondo, ¿qué arriesgaban ellas en la aventura? O Angélica triunfaba en la evasión y no volverían a verla en su vida; o la capturaban y esta vez sería condenada a una muerte horrible. De todas maneras no podrían achacar a las dos primeras sultanas la responsabilidad de su desaparición como ocurriría si la encontrasen muerta por efectos de un veneno. Ellas no eran en modo alguno responsables del harén. No se les podía atribuir la fuga de una concubina.

—Jamás se ha fugado una mujer del harén —dijo Leila Aicha—. ¡Le cortarán la cabeza al Gran Eunuco!

Las pupilas amarillentas inyectadas de sangre, brillaron con rojo fulgor.

—Comprendo. Todo concuerda… Mi astrólogo ha leído realmente en los astros que tú serías la causa de la muerte de Osmán Ferradji…

Un largo estremecimiento recorrió el espinazo de Angélica. «El también lo ha leído, sin duda —pensó—. Por eso Ferradji me miraba con aquel gesto extraño…» «Ahora tengo que luchar contra la suerte, Firuzé ¡para que no seas más fuerte que yo…!» La angustia que sintió en lo alto de la Torre Mazagreb la invadió de nuevo.

El olor de las hierbas, del té y del tabaco la sofocaba y sentía que el sudor humedecía sus sienes. Se dedicó con tenacidad agotadora a obtener de Leila Aicha la llavecita de la puerta Norte. Esta se la entregó por fin. No había opuesto resistencia más que por costumbre y en su afán de hablar largamente. En realidad, desde las primeras palabras de Angélica, se había adherido a su plan porque le desembarazaría de su peligrosa rival, lo que acarrearía al propio tiempo la perdición de su enemigo, el Gran Eunuco; se pondría al abrigo de la cólera de Muley Ismael, el cual no le hubiese perdonado el dañar a su nueva pasión y además ella se arreglaría para enterarse por Angélica del plan de los fugitivos y los haría capturar de nuevo, lo cual asentaría su prestigio y sus dones de adivinación ante su Dueño. Quedó convenido en que la noche de la evasión, Leila Aicha en persona acompañaría a Angélica y la guiaría por el harén hasta la escalerita que daba al patio del secreto donde se abría la puerta secreta. Así podría evitarle ser víctima de la pantera, agazapada en algún rincón. Ella conocía el lenguaje de la fiera y le llevaría unas golosinas para amansarla. Los guardianes dejarían también pasar a la Sultana de las sultanas, cuya venganza y mal de ojo temían.

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