La trampa (20 page)

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Authors: Mercedes Gallego

—Ya lo sabía; creo que te conté que Manel me lo había dicho.

—Eso es lo malo. ¿Tú no puedes convencerlo para que siga un tiempo? Sólo hasta que esto esté aclarado.

—Lo intentaré, pero no sé para qué quieres que siga actuando.

—Porque sin actuación, aquello es un bar de mala muerte perdido en un barrio. Nos interesa que esté lleno y alguien que pueda tener algo que ver crea que se puede camuflar entre el gentío. Si está vacío no van a aparecer por allí.

—No lo había pensado, pero puedes tener razón. Se lo diré a Manel. Y por favor, habla con Vázquez. Es un buen tío y no merece tu desconfianza, puede influir en el futuro de nuestro grupo.

—Tal vez tengas razón. Hoy mismo lo pongo al corriente de todo. No le diré que he hablado contigo. Se me ocurre que podemos utilizarlo de correo entre tú y yo. Recuerda que el peso de esta investigación recae sobre ti, porque yo debo estar entre bastidores.

Dudó antes de seguir hablando; al final decidió lanzarse aunque sin decir que no era una sospecha sino una certeza.

—Otra cosa, jefe. No me llames a casa, no hables conmigo por teléfono de nada relativo al asunto de Manel.

—No pensarás que tienes pinchado el teléfono.

—Yo no pienso nada, Salgado, sólo es precaución. Todo esto es muy raro y ya sabes que soy un poco paranoica.

—Como quieras, pero me parece innecesario.

—Innecesario o no, tú deberías tener cuidado también.

—Vamos Candela, que no hay para tanto. Esto terminará con la aparición del juez pidiéndome que haga algo que no debería hacer. Tiempo al tiempo. Eso es lo que me consume. Pero mira lo que te digo, si las cosas se precipitan y el juez se pasa conmigo, me voy a Madrid y monto un sarao que no va a quedar títere con cabeza, aunque la primera en rodar sea la mía.

—No empieces tú ahora. Deja pasar los días, en este caso el tiempo juega a nuestro favor. Dame lo que tienes del Flaco y su gente, por eso quería verte, entre otras cosas.

Salgado prometió dárselo.

Manel la estaba esperando cuando llegó a la sala del grupo. Candela no sabía que excusa darle; se le daba mal mentir, mucho más a un compañero que cada día consideraba más amigo que otra cosa. Sin embargo, tenía demasiadas dudas para ser sincera con él. El hecho de que fuese el protagonista de una historia tan turbia en la que había muerto una amiga suya, le hacía temer que el inspector no fuese capaz de controlar sus emociones y pudiera dar al traste con la investigación, a pesar de todo, debía hablar con él para cumplir lo que el comisario le había pedido: saber si continuaba consumiendo cocaína y convencerlo para que volviese a actuar.

En la sala no había nadie.

—¿De dónde sales a estas horas? Son más de las once. ¿Has subido a Información?

—Vaya batería de preguntas, ¿por dónde empiezo a responder?

—Venga Candela, que no tengo ganas de bromas.

—Se me ha hecho tarde a lo tonto. He venido a primera hora, pero me he acordado que tenía un recado que hacer y me he entretenido.

—Me dan pánico tus «recados», pero bueno. No importa. ¿Y lo de las escuchas del vidente?

—Me he encontrado con el comisario en el bar y le he pedido que suba él. Espera, voy a llamarlo a ver si ha hecho algo. ¿Por qué no has subido tú?

—¡Uf! No me atrevo a moverme, Candela. Mi situación es muy difícil. No sé quién sabe algo de mí y qué sabe, pero lo peor de todo: qué piensan. Si no hubiera hecho vacaciones me iría ahora mismo.

—Vamos, Manel. No seas tonto. Te puedes imaginar que en el sitio que estamos, todo el mundo lo sabe todo, y más estando por medio la parejita de marras —dijo señalando a la mesa que ocupaban Morell y García—. Espera, voy a llamar al comisario.

Marcó el número interior del despacho de Salgado pero no obtuvo respuesta.

—Debe estar fuera; no contesta.

—Y hoy ¿qué hacemos? Has pensado algo —preguntó Candela.

—No. ¿Y tú?

—Pues había pensado ir a casa del vidente para hablarle de Cayetana, a ver qué cara pone.

—Será mejor que vayas solo, porque yo soy «clienta». Mañana es jueves, el día que va la mujer del juez. Me voy a plantar en la puerta y cuando salga, hablaré con ella.

—¿Y qué le vas a decir? ¿Que el vidente es un asesino?

—Para el carro, Manel. Yo no estaría tan segura de que Mefisto se haya cargado a nadie. Mis sospechas van por otro camino: la estafa.

—A veces las cosas se van de las manos y lo que empieza por dinero termina con muertos para que no se destape el pastel.

—¿Y eso qué? No tenemos una sola prueba. Si de verdad lo crees lo que tenemos que hacer es trabajar para conseguirlas. ¿Se te ocurre algo?

—Bueno, había pensado agarrar de los huevos al prestamista. Te aseguro que si sabe algo un par de hostias le refrescarán la memoria. Si no, mira el del bar.

—Ten cuidado, Manel. Las cosas están cambiando y, precisamente tú no eres el más indicado para andar por ahí repartiendo hostias.

—¡Y qué coño quieres que haga! —gritó Manel—. No me muevo por la jefatura por si me miran raro. Tengo que trabajar con cuidado porque si me paso me empapelan. ¡A la mierda con los favores! Yo mismo pienso ir a Madrid a contar lo que me han hecho y que se investigue como Dios manda.

Manel estaba enfurecido. Candela, hasta cierto punto, comprendía a su compañero y sabía que llevaba razón. Se notaba a la legua que era una burda trampa para quitarlo de en medio. ¿Qué habría hecho ella? Probablemente lo que él amenazaba con hacer, pero entonces, ¿cómo quedaba el comisario? Intentó tranquilizarlo.

—Es probable que tengas razón, pero espera unos días. Si quieres pide la baja y ya está.

En ese momento Vázquez entró en la sala. Su cara volvía a ser la de siempre, cordial y de buen humor. Candela pensó que Salgado había hablado con él y el jefe de grupo había vuelto a recuperar la seguridad que el secretismo le había quitado.

—¿Qué pasa, pareja? ¿Cómo va el caso del Barrio Chino?

—Ahí tienes el informe de ayer —respondió Manel, que lo había hecho mientras esperaba a Candela.

Vázquez se acercó a su mesa, ojeó los dos folios mecanografiados que Manel acababa de poner sobre ella y sentándose se dispuso a leerlos.

Los policías esperaron en silencio.

—No estaría de más que vayas a hacerle unas preguntas al tal Mefisto.

—Eso pensaba hacer ahora, me pillas aquí de milagro. Me voy solo porque a Candela la conoce.

—No te fíes. Es posible que a ti también, aunque tú no lo sepas.

Manel se despidió de Candela. Quedaron en reunirse de nuevo a la hora de comer.

Habían transcurrido pocos minutos desde que el inspector abandonó la sala, cuando el comisario Salgado llamó por teléfono pidiendo a Candela que acudiese a su despacho.

—Vengo de información —dijo Salgado sin dar apenas tiempo a Candela para entrar—. Tienen escuchas desde el lunes, porque la orden judicial no se firmó antes por la huelga en del juzgado y nadie se la presentó al juez para la firma.

—O sea que había algo de los días pasados y no nos lo quieren dar.

—Más o menos.

—Hay que joderse con los jueces. ¿Entonces qué? Te han dado algo.

—Morralla. Gente pidiendo hora, el vidente hablando con clientes de sus problemas, pero nada comprometedor. Toma, aquí tienes lo que había.

—¿Y por qué no me lo dieron a mí ayer?

—Porque te tienen miedo, Candela. Por si les montabas una bronca. Recuerda que has estado destinada allí y todos saben la mala leche que tienes.

—Esto no es nuevo. La tengo desde que nací, pero no me como a nadie. No me lo dieron porque no les dio la gana. Porque la explicación de la huelga no cuela. Este tío está blindado, jefe. Huele a mierda que tira para atrás.

—No te pases, Candela. Si no hay orden no hay nada que hacer, y en Información no van a jugársela. Las cosas ya no se hacen como antes.

No respondió. No, no se hacían como antes, ahora había que disimular, pero el resultado era el mismo. Pensaba en Manel y en la difícil situación que le estaba tocando vivir.

—Oye Andrés. Lo que no termino de ver claro es la situación de Manel. ¿Pretendes que se cruce de brazos mientras media jefatura lo mira de reojo y murmura a sus espaldas? El tío está acojonado, no se atreve ni a subir a Información. ¿Piensas hablar con él o lo vas a dejar así? Tengo miedo de que se ponga a actuar por su cuenta y la líe. Tú no lo conoces, Manel es muy impulsivo.

—Eso es parte de tu trabajo en este asunto. No perder de vista al inspector Romeu e impedir que se lance.

—Coño, jefe, que esto no es una guardería ni Manel un niño; es mayorcito, es policía y cuando me despido de él cada día, no sé a lo que se dedica.

—No me atosigues, Candela, que bastante tengo con este marrón.

—No, si yo no te atosigo, pero Manel está harto y piensa levantar la liebre. Me ha dicho que si nadie hace nada se irá al Sindicato.

—¿Al de policía?

—No va a ser al del Metal. Claro, al de policía que aprobaron en Mayo. Acto seguido preguntó—: tienes algo sobre la bala que mató a Miriam. No me había vuelto a acordar.

—Sí. Es de la pistola de Manel.

—O sea que ya saben lo que ha pasado un montón de policías: los del Gabinete, seguro. Los que investigan, también. ¿Piensas que van a mantener la boca cerrada? Vamos, Salgado, yo creo que en esto tiene razón Manel. Hay que destapar la mierda antes de que nos ahogue a todos. ¿Qué estás esperando?

—Que el juez me pida algo. Eso estoy esperando. Será la única manera de poder poner en marcha una investigación en condiciones desde fuera de Barcelona, porque aquí no sé de quién fiarme en este asunto. Es un tema para hablarlo directamente con Madrid.

—¿Saltándote al jefe superior?

—Saltándomelo no, pero sin darle alternativas.

—Pues mira bien este despacho porque te queda poco para disfrutarlo…

Salgado asintió en silencio; Candela recogió las intranscendentes escuchas del teléfono del vidente y abandonó el despacho.

¿Y ahora qué? De nuevo a esperar: esperar que fuese jueves para sorprender a la mujer del juez. Esperar a ver qué novedades conseguía Manel con un tercer grado al falso judío. Esperar… lo que menos le gustaba en este mundo.

Capítulo 9

Candela no había conseguido influir en Manel para que se olvidase de la investigación en la que estaba involucrado; tampoco en su decisión de abandonar la música. Recordaba sus palabras: «Va unida a la coca, Candela. No sé cómo, pero se ha unido. No volveré a tocar en un conjunto, tocaré para mí y para todos los que os apetezca escucharme». Al menos le arrancó la promesa de mantenerla al día si descubría algo por su cuenta.

Todos menos Manel formaban parte del dispositivo creado para proteger las urnas del Referéndum convocado para aprobar el Estatuto de Autonomía. El jefe de grupo le ofreció una excusa barata al decirle que no estaba incluido en el servicio especial del día veintiséis, ese hecho terminó hundiendo su moral; la vida no le dejaba otra alternativa, pensó.

Mientras Candela vigilaba de cerca junto a otros compañeros el colegio electoral asignado, él iniciaba su investigación particular. El primer paso fue presentarse en casa de Gabi sin avisar. El batería dormía cuando Manel llamó a la puerta.

—Joder, Manel, que son las nueve de la mañana. Anda pasa, prepararé un café y me cuentas como va todo. Quería llamarte pero al final no lo he hecho. El bar sigue cerrado, ya lo sabes ¿no?

—Por poco tiempo, mañana volverá a estar abierto, pero yo no pienso tocar más. Luego iré a ver a Ismael para decírselo.

—No me jodas, tío. ¿Y de dónde vamos a sacar un saxo?

—Ese no es mi problema, Gabi. Yo tengo cosas más urgentes que resolver que mi vacante en el conjunto.

—Joder, macho. Menuda putada. Preguntaré a Benito si todavía está interesado.

Manel lanzó a su amigo una mirada cargada de tristeza.

—Vaya, parece que lo tenías controlado…

—No hombre, qué va… No seas desconfiado, es que si te largas, habrá que poner a alguien.

El café humeaba ante ellos en la cocina de Gabi, en el único rincón de la mesa en la que no había cacharros sucios.

—Anda, coge la taza y vamos al comedor, que esto está hecho una mierda. Es un palo eso de fregar…

Al inspector Romeu no le importaba el aspecto de la cocina, de hecho, ni siquiera le había prestado atención. Hacía muchos días que deambulaba por la vida sin darse cuenta de lo que sucedía en el exterior. Su mundo discurría en torno al cadáver de su amiga Miriam y la idea de que él hubiera podido matarla. Necesitaba saberlo, no podía esperar a que dos personajes como Morell y García irrumpieran en su vida no se sabía muy bien con qué oscuros propósitos; el hecho de que el mismo juez que había hecho la vista gorda a la situación que él vivía, los hubiera elegido para investigar, despertaba todos sus sistemas de alerta y no comprendía cómo el comisario no hacía nada. Claro que él ignoraba que su compañera Candela sólo esperaba que abrieran de nuevo el bar para iniciar la investigación paralela ordenada por el comisario.

—Escúchame, Gabi. A mí me importa una mierda tu cocina y todo lo demás. No estoy aquí en visita de cortesía, necesito que me ayudes. ¿Dónde puedo encontrar al Flaco?

—¿Al Flaco? ¿Qué pasa, que no tienes polvos?

¿Y si le decía que lo buscaba por eso? Tal vez fuese mejor, pero no, porque corría el peligro de que su amigo le diera una papelina para ir tirando, o lo que era peor, le invitase, rompiendo su decisión de no volver a tomarla. Había sido muy fácil pensarlo, pero cada día era más difícil mantenerla. No. No volvería a esnifar. Eso se había acabado junto con la música.

—No quiero comprar nada, Gabi, pero necesito hablar con él.

—¿Por lo de Miriam? ¿Y él que va a decirte?

—Algo me dirá, al fin y al cabo a las últimas personas que recuerdo a mi lado aquella noche son él y a su amigo.

—¿No lo está investigando la policía?

—Yo soy policía.

—Ya, pero tú…

—Déjate de hostias y dame su dirección. Lo demás es cosa mía.

—Allá tú. Pero yo no sé nada. Yo no te he dado la dirección, a mí no me has visto desde el día… Bueno, ya me entiendes ¿no?

La lluvia arreciaba con fuerza cuando llegó al barrio de la Mina de Barcelona con sus innumerables chabolas junto a edificios construidos con materiales baratos, mostrando sus fachadas desportilladas con surcos de humedad. Las callejuelas llenas de basura depositada en las aceras que los perros y gatos vagabundos revolvían a su antojo esparciendo los desperdicios, deprimieron todavía más al inspector Romeu.

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