La trampa (15 page)

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Authors: Mercedes Gallego

—De momento no, pero lo esperamos. ¿Tú crees que se va a liar?

—Algo pasará. Los ultras están ahí, ya lo sabes.

—Pues entonces nos veremos estos días, supongo. Bueno, Virginia. Voy a seguir con mi ronda. A ver si saco algo de esta casa.

Candela no consiguió completar el horario de Cayetana; la señora desconocía las casas en las que trabajaba su empleada. Ella no se la había recomendado a nadie.

Salió de allí desilusionada; no es que abrigase demasiadas esperanzas, pero en el fondo siempre queda un resquicio. A lo mejor en la última casa que le faltaba lo sabían, pensó. ¿Por qué habrían matado a una mujer de la limpieza? Estaba segura de que el dato que buscaba era vital. Intuía que había visto algo que podía poner en peligro al culpable de los asesinatos y por eso decidió quitarla de en medio. El móvil era el punto de partida de la investigación y hasta que no aflorase, no podía avanzar.

Era la hora de comer. Decidió probar suerte por si conseguía hablar con Manel, aunque lo tenía decidido: se haría asidua del bar donde tocaba, ahora precintado por lo sucedido, que tenía previsto abrir en los próximos días, una vez que se hubiera descartado cualquier implicación del dueño en los hechos, tarea que recaía sobre Morell y García.

—Candela. Me alegro de oírte, no me apetece llamar a Homicidios y pensaba esperar a la noche para que nos viéramos un rato. ¿Dónde estás?

—En la calle Sepúlveda, vengo de entrevistar a una de las señoras para las que trabajaba Cayetana. ¿Has hablado con el jefe?

—Sí. Me ha llamado hace poco. Dice que quiere verme a las siete en su despacho. ¿Has comido? —preguntó Manel.

—No, ahora iba a comer, ¿por qué?

—Espérame, no tardo nada. ¿Hay algún bar por ahí? O mejor, si no te importa nos vemos en otro sitio; ya te explicaré.

Manel estaba irreconocible. Unas profundas ojeras rodeaban sus ojos que exhibían una tristeza que Candela no le había visto nunca. Había llorado, algo que siempre había extrañado a Candela, poco acostumbrada a ver llorar a los hombres, lo mucho que lloraba su compañero. Pero esta vez Manel tenía muchas razones para llorar y para estar triste: no comprendía lo que había sucedido y se hallaba totalmente abatido por la muerte de Miriam, a la que él había convencido para actuar en el bar. Si no lo hubiera hecho a lo mejor estaría viva…

—Ha sido todo culpa mía, Candela. A ver con qué cara miro yo ahora a sus padres, que no querían que fuese cantante. ¿Los has visto?

—No, yo no sé nada de este asunto. Nadie dice ni pío. Todavía está en el depósito, le tienen que hacer la autopsia.

—¿No se la han hecho aún?

—No sé nada, Manel. Al fin y al cabo la llevaron ayer a mediodía. Es pronto.

—Tengo miedo, Candela. ¿Sabes algo?

Claro que lo sabía, pero no podía decir nada. Negó con la cabeza.

—No, pero confía en el jefe. Él ha dado la cara por ti. Eso sí, por si sale a relucir yo le diría lo de la coca.

—¿Al jefe? Tú estás loca. ¡Menudo se va a poner!

—Mira Manel. En esta vida hay que dar la cara y Salgado la ha sacado por ti. No merece enterarse por terceros de algo que en sí mismo constituye una falta disciplinaria. En el bar corre la coca, así que tarde o temprano se enterará.

—Joder, Candela. Me da corte…

—Pues te aguantas. O se lo dices tú o se lo digo yo. Esta mañana he estado a punto de hacerlo, pero no quería traicionar tu confianza. Ahora, ya lo sabes: o hablas o hablo.

—¿Y cómo se lo digo?

—Eso tenías que haberlo pensado antes. Ahora lo que tienes que hacer es colaborar y la mejor forma de hacerlo es no ocultando información. ¿Quién te metió en esto, Manel?

—Te lo dije ayer: Gabi. Bueno, en realidad me metí yo solito. Llegaba muerto de sueño a la actuación del sábado y Gabi me invitó a la primera raya. Fue genial, te lo juro. Aquel día toqué como nunca. A partir de ahí, empecé a comprársela al Trepa. Es muy amigo de Gabi, el batería. Te lo conté ayer… No emplees conmigo tácticas para ver si caigo en contradicciones, ¿quieres?

—No, si encima me vas a salir malpensado —Candela comía con apetito el plato del día: lentejas estofadas. Manel apenas las había probado—. Venga Manel. Come, que necesitas reponer fuerzas para la que se avecina.

—No te creas. Seguro que el comisario me ha dicho que quiere verme porque piensa suspenderme de empleo y sueldo. Te apuesto el culo.

Sentía no poder tranquilizarlo.

—No adelantes hechos, espera a ver qué pasa.

—¿Qué dicen en el grupo? ¿Has oído algo?

—En realidad no creo que sepan nada, vamos que no lo sé. Cuando yo me he marchado de allí nadie había dicho nada.

—¿Y Vázquez?

—Tampoco. Ni el comisario. No sé nada, Manel. Anda, come de una vez.

Terminaron de comer en silencio, pero los pensamientos de ambos se podían oír. Los de Candela, centrados las muchas preguntas que necesitaba hacer a su compañero para la investigación clandestina que Salgado y ella llevarían al margen de la oficial, a cargo de la pareja Morell–García. Por su parte Manel, pensaba en qué emplearía su tiempo hasta que se aclarasen los hechos, porque estaba seguro de que sería cesado temporalmente. También le angustiaba la idea de tener que visitar a los padres de Miriam para darles el pésame. Pero él no pensaba quedarse al margen así como así. Era el más indicado para esclarecer lo sucedido y si tenía tiempo, que lo tendría, porque por mucho que hicieran el juez y el comisario, estaba seguro de que al final lo suspenderían de empleo, ese sería su trabajo: investigar en solitario. No pensaba decir nada a Candela, no quería comprometerla, aunque dudaba mucho de que ella se mantuviera tan al margen como intentaba aparentar, la conocía y sabía que le ocultaba algo, pero no era momento de insistir.

Quedaron en verse cuando él se hubiera entrevistado con el comisario. Candela esperaría en la sala a partir de las siete. Antes de despedirse, puntualizó:

—Si me preguntan yo no sé nada, ¿entendido? A ti no te beneficiará y a mí, menos —advirtió Candela antes de marcharse.

Antes de la hora convenida ya estaba en la Brigada esperando a Manel. Vázquez la abordó nada más entrar.

—¿Qué ha pasado con Manel, Candela? ¿Sabes algo?

Oficialmente no tenía por qué saber nada, a pesar de todo, le costó trabajo aparentar ignorancia.

—Creo que no se encuentra bien.

—Eso ya me lo dijo el comisario por la mañana. ¿No sabes nada más? No me creo que Salgado no te haya contado lo que le pasa —preguntó incrédulo.

—Pero si no lo he visto, Tomás. ¿Qué coño te ocurre? No des más rodeos y cuéntame —era necesario mostrar sorpresa o Vázquez se daría cuenta.

—Una historia rarísima. Tú sabías que toca en un conjunto de jazz, ¿no? Pues por lo visto se han cargado a la solista. ¿Seguro que no sabes nada?

Le costaba mucho trabajo disimular ante el jefe de grupo. Desconocía lo que le había contado Salgado, pero era evidente que Vázquez sabía lo sucedido, sin embargo ella no quería dar por supuesto que estuviera informada. Afortunadamente Manel entró en la sala cortando la conversación. Por si había olvidado lo acordado, le habló en un tono festivo que no engañó a nadie.

—¡Hombre! El enfermo. ¿Cómo estás?

Vázquez escudriñaba las caras de ambos; si notó algo raro, no dio muestras de ello.

—Me acabo de enterar de lo que ha pasado, Manel. Lo siento de veras. Cuenta con mi apoyo desde este momento, ya está en marcha la investigación. El comisario se la ha asignado directamente a Morell y a García; por lo visto la orden viene de arriba. Yo me he enterado por ellos, con decirte eso te lo digo todo. A mí no me han dado vela en este entierro —la manera de hablar del jefe de grupo denotaba su enfado.

—¿A esos dos? Pero si nunca rascan bola —respondió Manel.

—Deberías estar contento de que no te hayan suspendido de empleo. Deja las cosas quietas, yo te aconsejo que te mantengas al margen —mirando a Candela añadió—: y tú, que nos conocemos todos. No te metas, y ni se te ocurra ir por libre y ponerte a investigar a escondidas. Ah, y no vuelvas a hacerte la loca conmigo, que te veo venir antes de que hayas salido.

—¿Yo? Pero si no tengo ni idea de lo que estáis hablando.

—Vamos, Candela. Que no he nacido ayer. Tú sabrás por qué te callas, pero no me vaciles —Vázquez estaba molesto con Candela y se lo demostró antes de continuar hablando—. El caso es reservado y los que están al frente le darán los informes directamente al comisario. Órdenes del jefe superior. Ahora me largo, que ya está bien por hoy. Estoy hasta los cojones de secretitos y triquiñuelas. Que le den por culo a la Brigada, al grupo de Homicidios y a la madre que parió a todos los mandos.

Vázquez abandonó la sala visiblemente molesto. El hecho de que su jefe y amigo Salgado no le hubiera dicho nada del asunto hasta que éste no estaba en marcha, saltando su autoridad al asignar él directamente el caso a dos funcionarios a sus órdenes, le había molestado sobremanera. Nunca había reclamado el primer plano, pero en esa ocasión las cosas habían ido muy lejos; ¿cómo iba él a mantener la autoridad si a las primeras de cambio era el mismísimo comisario el que la socavaba? Estaba seguro de que ellos sabían muy bien que el caso ni siquiera había pasado por su control.

—Vamos a mi casa, Manel. Tenemos que hablar.

—Sí, vámonos de aquí. Mañana será otro día.

—El de hoy no ha terminado. No para nosotros. Por cierto, ¿has hablado con Salgado?

—No. Ha hablado él, sólo me ha permitido decir que sí, no me ha dado alternativas.

—Supongo que te habrá dicho que sigas cómo si nada y que te mantengas al margen.

—Más o menos… ¡cómo si eso fuese tan fácil!

Capítulo 7

La noche era cerrada y oscura, lo mismo que el ánimo de los inspectores cuando recorrieron la calle Magdalenas camino del 4L de Candela. Manel se retorcía las manos dando muestras de ansiedad, ella concentró aparentemente su atención en conducir, mientras el silencio sólo era roto por el ruido del motor que subía y bajaba en los cambios de marcha. Ambos se hallaban sumidos en sus pensamientos. Finalmente Candela, sin mencionar directamente el caso de Miriam, dijo:

—Tengo que hablar con Julia, desde el sábado no sé nada de ella. En cuanto llegue a casa la llamo porque si no, lo hará cuando estemos enfrascados y prefiero que no nos interrumpa.

—¿Sabe algo?

No necesitaba preguntarle a qué se refería, para ambos no existía nada más aquella noche.

—No. Por eso no la he llamado, porque sé que si hablo con ella me notará rara y al final termina sacándome lo que me pasa. No la conoces.

—Pues mira, no estaría mal que nos echase una mano. A mí me ha caído muy bien, claro que no se yo… Con esto de ser policía me imagino que no tengo muchos puntos con ella.

—Te equivocas. Está entusiasmada contigo y cabreada porque seas policía. ¿Sabes que ella me dijo la noche que fuimos a verte actuar que ibas hasta el culo de coca?

—No me jodas ¿en serio?

—Lo que oyes. Lo que más rabia me da es que yo ni me había enterado.

—En el fondo eres una ingenua, Candela. Te falta mundo.

—¡Otro con esa canción! ¿Qué mundo me falta? ¿El de la mierda? Pues qué quieres que te diga, por mí, que siga faltándome, porque maldita la falta que me hace, y valga la redundancia.

—Según se mire, como persona no, pero como policía no estaría de más que te enterases un poco de qué va la cosa.

—Pues hasta la fecha no he fracasado en ningún caso de los que andaba la droga de por medio. En el primero que trabajé, el de la canaria, ya te lo he contado, me encuentro con los porros, en el otro, con la nieve ¿no se llama así también? Los dos están resueltos. Además, por lo que me dices, tú no tomabas hasta hace unos meses, o sea que no te las des de listo.

—¡Para tía, para! Joder, qué mala leche tienes. No se te puede decir nada.

—Es que estoy hasta las narices de que siempre me echen en cara mi falta de experiencia, mi falta de mundo… Que todavía no he cumplido los veintiocho, ¿qué mundo quieres que tenga si me paso la vida estudiando o investigando muertes?

—No te enfades, mujer. En el fondo tienes razón, perdona.

Decidió aflojar la tensión. Los dos estaban nerviosos, por lo que Candela optó por cambiar de tema.

—Si quieres compramos algo para cenar y le digo a Julia que se apunte.

—Por mí no hay problema, si ella quiere. Su opinión nos puede ayudar.

Aparcaron el coche en la calle Castillejos detrás de la casa de Candela. Fueron a una charcutería que vendía pollos asados, a
l’ast
, como decía Manel. Acto seguido, cruzaron la avenida de Gaudí para entrar en una tienda de comestibles que vendía también verduras; una lechuga, tomates y dos botellas de vino, se incorporaron a la compra.

Julia aceptó encantada la invitación; el hecho de que alguien hubiera tendido una trampa a un policía que no parecía serlo, era suficiente para que el suceso llamase toda su atención. Acompañada por una botella de whisky llamó a la puerta media hora después. La pareja de policías preparaban la cena cuando llegó.

—Me has leído el pensamiento, Julia. Queda menos de media botella y con lo que soplamos los tres, no teníamos ni para empezar.

—Me lo he imaginado, por eso la he traído. Ya me contaréis qué es eso de que se han cargado a la solista en las narices de Manel.

Resultaba sorprendente que todos estuvieran allí por el mismo motivo y ninguno hablaba abiertamente de él. El tiempo que Candela y Manel llevaban juntos, algo más de una hora, apenas si habían rozado la situación que los había freunido. La llegada de Julia, tampoco lo propició. La cena transcurrió tensa hablando de naderías, pero cuando hubo terminado, Julia, siempre práctica, fue la primera abordarlo.

—Bueno. ¿Alguien va a contarme lo que ha ocurrido?

—Yo te cuento mi parte y Manel que te cuente la suya si quiere —Candela encendió un cigarrillo, dio un largo trago de su vaso y siguió hablando—. Para mí esta historia empieza en la madrugada del domingo con una llamada de Manel—. Me contó que al llegar a su casa se dio cuenta de que le faltaba la pistola y regresó al bar a buscarla. Lo malo es que la encontró junto a Miriam, mejor dicho, al lado de su cadáver. A partir de ahí, ya te lo puedes imaginar.

—Pues no. No me lo imagino. Prefiero conocer lo que ocurrió en vez de recurrir a mi imaginación.

—Pasó que entre pitos y flautas se hicieron las siete y media, la señora de la limpieza va al bar a eso de las ocho, así que Manel se fue a su casa a esperar acontecimientos, yo me mantuve al margen. Cuando la señora llegó y vio el panorama, llamó a su jefe, éste a Manel, él a Salgado y la maquinaria se puso en marcha.

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