La trampa (14 page)

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Authors: Mercedes Gallego

—Que se reincorpore al trabajo sin más. Al fin y al cabo, se trata de un asesinato de los muchos que nos azuzan, la mala suerte es que ha sucedido en el entorno de un policía. No ponga usted esa cara comisario, para una vez que encontramos un juez que está con nosotros, no vamos a poner pegas. De momento es mejor que lo de la pistola se mantenga al margen. Cuando envíe diligencias al juzgado diga simplemente que se está investigando la procedencia del arma.

Salgado abandonó el despacho aturdido. Caminó con la vista clavada en el suelo, tratando de ver en él las razones para una actuación tan extraña. ¿Morell y García sugeridos por el juez? ¿Acaso los conocía? No, claro, debió de sugerirlo el propio jefe superior. No entendía nada, sin embargo, lo intuía todo. ¿A quién podía interesar que el asesinato de la cantante no se resolviera?, porque poner a Morell y García al frente era lo mismo que firmar por archivar el caso dentro de un tiempo razonable, sin ningún resultado.

Esperaría acontecimientos pero no pensaba dejar las cosas así. Lo primero que haría sería enterarse quién era ese juez y qué tenía que ocultar.

No acudió a buscar a Candela. La llamó por el teléfono interior advirtiéndole que no dijese de quién era la llamada y que se reuniera con él en el Maracaibo.

El bar elegido para la cita extrañó a Candela, pero la voz del comisario y el tono en el que habló, le sugirieron obedecer. Vázquez observaba en silencio desde su mesa. Eran las once de la mañana, en la sala de inspectores sólo permanecían él y Candela.

—Me voy a seguir con unas gestiones sobre el caso que tenemos asignado Manel y yo. Sólo son entrevistas y las puedo hacer sola.

Vázquez asintió sin apenas mirarla, aunque se extrañó de que Candela diera explicaciones, cosa que no solía hacer. Las evasivas cuando preguntó por Manel y la pueril información que le había dado el comisario, diciéndole que estaba de baja, tampoco fueron de su agrado.

Media hora más tarde tomaban café en el bar preferido por Candela y odiado por el comisario.

—¿Cómo se te ha ocurrido citarme aquí? Siempre le has tenido manía a mi bar.

—Dejemos las divagaciones, Candela. El asunto es muy grave. Ya sé que muchas veces te he defraudado, incluso he coartado tu trabajo echándote encima mi burocracia, pero esta vez te pido todo lo contrario.

Candela miró a su jefe con una mezcla de miedo y regocijo por lo que estaba oyendo, instándolo a seguir para valorar lo que necesitaba de ella.

—Sabes que cuentas conmigo, Andrés. Y si hay que saltar por encima de los burócratas, mucho más. Bienvenido al club.

—Esto es más serio de lo que parece a simple vista. Veras, esta mañana, como sabes, me he reunido con el jefe superior y…

Cuando Candela oyó lo que su jefe le decía, en su cabeza empezó a perfilarse la idea de que algo muy sucio y oscuro amenazaba el horizonte.

—¿García y Morell? ¿Y no se le ha ocurrido nadie más al jefe superior?

—Yo he pensado lo mismo, me da la sensación de que pretenden dejarlo sin resolver.

—Peor me lo pones. Esto es muy raro, Andrés. Algo me dice que estamos ante un asunto que todavía no ha estallado. El juez pedirá algo a cambio.

—Ya lo sé. Lo que no sé es por dónde va a salir, pero lo sabremos. No lo dudes. Necesito tu ayuda, pero tienes derecho a negarte porque te juegas el puesto.

—Siempre me lo juego. La burocracia y yo no nos llevamos bien.

—Voy a investigar personalmente este crimen, para eso te necesito, pero tiene que ser con mucha discreción. La suerte es que los que lo llevarán no se caracterizan por su dedicación, así que no será difícil esquivarlos.

—¿Y qué vas a hacer con Manel?

—Nada. Que se reincorpore al trabajo como si nada.

—¿No se extrañará?

—Seguro que sí. Ni se te ocurra contarle nada, es capaz de liarla.

—Pero en cuanto se entere de que Morell y García llevan el caso se va a poner como un basilisco. Vázquez apenas asigna nada a esos dos porque siempre se escaquean. Normalmente se limitan a verificar datos o hacer gestiones vecinales, vaya, la morralla de las investigaciones.

—Que se ponga como quiera, ya te encargarás tú de frenarlo.

—Yo creo que haces mal manteniéndolo al margen. Vázquez es uno de los nuestros. Entre los dos haremos mejor el trabajo.

—Déjame que piense algo. Tienes razón, estamos a martes y debería haber hablado con él. Tenemos que organizar un plan para investigar sin que los que llevan el caso se den cuenta, pienso incluir a Vázquez. ¿Tienes ahí el teléfono de Manel?

Candela sacó una pequeña agenda de teléfonos de su bolso y escribió en una servilleta el número de su compañero.

—Aquí lo tienes.

Salgado se levantó buscando monedas en el bolsillo mientras se acercaba a la pared donde se hallaba el teléfono.

—Ya está. Mañana se incorpora.

—¿Has hablado con él?

—Sí, ¿por qué?

—Porque ayer estuve llamando todo el día y su madre siempre me decía que estaba durmiendo. Claro que hoy no lo he intentado todavía. Iba a hacerlo a primera hora, pero antes necesitaba hablar contigo y luego, bueno, ya sabes lo que ha pasado.

—Se lo ordené yo. Le dije que no hablase con nadie hasta nueva orden.

—¿Y con lo del Barrio Chino qué hacemos?

—Seguir, así no levantarás sospechas en el grupo. Esto es muy turbio, Candela. Muy turbio.

—Tienes que pensar en la forma de reunirnos para que no nos vean. No descarto que Morell y García estén al acecho.

—Puedes estar segura de que lo estarán. Haremos una cosa. Si vas y vienes a mi despacho se extrañarán, ya sabes que desde la remodelación de los grupos esta labor recae en los jefes. Tampoco deberás usar el teléfono interior, que los de la centralita son amigos de la pareja de marras —después de pensar unos instantes, Salgado continuó—. Vamos a hacer una cosa. Si tenemos algo que decirnos nos pasamos notas en el Condal. Allí no levantaremos la liebre porque hemos ido siempre. Eso sí, vas a tener que desayunar allí todos los días. Yo suelo hacerlo a las ocho. ¿Y tú?

—Yo normalmente desayuno sobre las nueve menos cuarto, a las ocho y media como muy pronto, pero adelantaré el horario, no hay problema.

—Yo también lo retrasaré. Sobre las ocho y cuarto más o menos nos vemos por allí y cruzamos una mirada. Si tenemos algo nos pasamos una nota. No pienso quedarme al margen, yo también haré mis pesquisas.

—¿Vuelves a jefatura? —preguntó Candela.

—Sí. Tengo que poner en marcha la investigación. A ver cómo lidio con esos dos para que lleven el caso. Dándoles jabón seguro que funciona, pero ya sabes que eso a mí se me da fatal.

—Que no te pase nada. Yo me voy a la calle Sepúlveda a una de las casas en las que trabaja la amiga de la segunda víctima del caso que llevamos. A la hora de comer llamaré a Manel a ver qué cuenta, a lo mejor quiere que comamos juntos.

—Ten mucho cuidado, Candela. Quítale importancia a los hechos.

—No sé, jefe. Manel no tiene un pelo de tonto y se va a extrañar, mucho más cuando sepa los que van a llevar el caso. Pero no te preocupes, ya me las apañaré.

Salgado llamó a la pareja de policías a su despacho saltándose la jerarquía de Vázquez, pero sabía que el inspector jefe se extrañaría de que un caso tan delicado y del que ni siquiera había sido informado, recayera en los de menos prestigio.

Morell y García se presentaron ante Salgado exhibiendo su característico cinismo.

—¡Vaya, comisario! Qué sorpresa tan agradable. Nosotros investigando un homicidio. No, si al final, cuando las cosas se ponen feas siempre se recurre a los mismos. Pierda cuidado, comisario, le traeremos al culpable —García se ufanaba ante Salgado.

—Vosotros sois de la vieja escuela y no dudo que haréis las cosas con discreción, ya sabéis que el inspector Romeu actúa como músico en ese bar. No quiero que la imagen de la policía sufra ningún menoscabo. Así nos lo ha pedido el juez, que dicho sea de paso, se está portando de maravilla.

—Aquí entre nosotros, comisario, el pollo ese no es trigo limpio. No hay más que ver las melenas que lleva y la pinta de revolucionario que tiene —terció Morell.

—Además, es rojo —García puso de relieve una vez más su eterna fobia—. A lo mejor si aclaramos las cosas nos ganamos el ascenso, que ya va siendo hora.

Salgado guardó para sí la opinión que merecían los comentarios vertidos. No valía la pena entrar al trapo y caer en las provocaciones. Se limitó a contestar con parsimonia:

—Todo se andará, inspector, todo se andará… Ahora a trabajar, que este asunto es prioritario. Y no lo olviden: máxima discreción. No hablen del caso con nadie, los informes me los entregan a mí personalmente.

La pareja de inspectores abandonó el despacho del comisario con una sonrisa triunfal plasmada en el rostro.

—¿Tú qué piensas, García? —preguntó Morell entre la extrañeza y el regocijo.

—Que esto huele a mierda, pero a mí me toca los cojones que se acuerden de nosotros para tapar a un capullo de poli que tiene una pinta de rojo que tira para atrás. ¿Y si llamamos al juez?

—¿Al juez? ¿Nosotros?

—Sí, joder, nosotros. Somos de la policía judicial, ¿no? O es que le han puesto el nombre porque suena bonito. Lo llamamos para ponernos a sus órdenes, como está mandado.

Mientras el comisario encargaba el caso a los inspectores ordenados, más que sugeridos, Candela recorría la calle Sepúlveda buscando el portal en el que había trabajado Cayetana Romero, la mujer de cincuenta y dos años asesinada sin motivo aparente el siete de marzo. Hacía ocho meses.

Estaba mirando los números de los portales cuando oyó que la llamaban por su nombre: era Virginia, la policía que había ingresado en turno libre de oposición en la misma convocatoria que ella. Se habían saludado y tomado café alguna vez en el bar de la jefatura, pero nunca habían mantenido una conversación más allá de esos convencionalismos sociales. Virginia estaba destinada en la Brigada de Información, dedicada básicamente desde que cambió la situación política, a delitos de terrorismo, y las vigilancias o intervenciones telefónicas ordenadas por los jueces, además de investigar asuntos relativos a los funcionarios.

—Hola Virginia, no te había visto.

—¿Te ocurre algo? No tienes muy buena cara.

No se había dado cuenta del cansancio acumulado. El sábado había trasnochado por ir a ver la actuación de Manel. El sábado también se había acostado tarde porque estuvo en el Maracaibo con sus habituales noctámbulos y en la madrugada del domingo al lunes la llamada de Manel le había quitado el sueño, que no lograba conciliar con tranquilidad desde entonces. Apenas había dormido tres horas cuando aquella mañana inició su extraña jornada.

—No he dormido demasiado en los últimos días, será eso.

—Te invito a un café. Ahora iba a tomármelo. Estamos de vigilancia —señaló un coche aparcado en la acera de enfrente— mi compañero y yo nos turnamos para tomar cafés, es agotador esto de hacer vigilancias. Si lo miras detenidamente, no se hace nada, pero mantener la atención sobre algo todo el día te deja hecha polvo, te lo aseguro.

Aceptó. No le vendría mal distraerse un poco antes de empezar el interrogatorio que se disponía a hacer. En su cabeza bullían demasiadas preocupaciones para centrar su atención en lo que iba a preguntar dueña de la casa en la que había trabajado Cayetana.

—Y tú, ¿qué te traes entre manos?

—Mi compañero y yo Investigamos tres muertes, pero hoy está de baja y he venido sola.

—No sabes cómo te envidio. En Información no me puedo quejar, la verdad. Me tratan a cuerpo de rey, pero el trabajo es de lo más aburrido. Estoy loca por salir de allí. ¿No necesitan a nadie en Homicidios?

—Eso estaría bien —respondió—. ¿Por qué no hablas con el comisario, a ver qué te dice?

—¿Con el mío o con el tuyo? —respondió riendo Virginia.

—Con los dos —respondió Candela devolviéndole la sonrisa.

—El mío me va a decir que no, ya lo sé. Dice que le viene muy bien tener una mujer, porque así nos toman por pareja y no llamamos la atención. Ahora vamos detrás de un pájaro de extrema derecha que se largó de España, pero tenemos un soplo y nos ha dicho que está a punto de regresar por lo de
l’Estatut
. Nuestro trabajo consiste en marcarlo y que los otros le echen el guante. Ya sabes, nosotros no intervenimos nunca en detenciones a menos que no haya más remedio.

Sabía que Virginia había interrumpido los estudios de medicina en quinto curso obligada por la muerte de su padre, se lo había contado ella misma en la Escuela de Policía, cuando se conocieron.

—¿Cómo lo tienes para seguir la carrera?

—De momento ni lo he pensado. Me queda sexto entero y un par de quinto. Eso son dos años si tengo que combinarlo con el trabajo y este curso ya está perdido porque ni siquiera me he matriculado. Lo intentaré el que viene, pero con el tiempo perdido estudiando las oposiciones me va a costar retomar el ritmo, menos mal que mi jefe me ha dicho que me echará una mano para que me asignen turnos compatibles con las clases.

—Puedes ir de oyente mientras, ¿qué turno tienes ahora en la Brigada?

—Más o menos, todo el día. Ya sabes. Entramos a las nueve, relevamos al que esté de vigilancia y a nosotros nos relevan sobre las tres. Luego, entre elaborar el informe y demás, se nos hacen las cinco, así que ya me dirás. Eso sin contar los días que nos tenemos que chupar dos turnos porque no hay gente. ¿Y tú?

—Nosotros tenemos el horario más flexible. No se trata tanto de trabajar de nueve a cinco, como de los resultados. Lo vemos sobre la marcha. Hay días que me puedo largar cuando me dé la gana, pero hay otros que no tienes tiempo ni de comer y lo de ir a dormir, se alarga hasta el infinito. Depende del caso.

—Me han dicho que eres amiga del comisario Salgado, habla con él a ver qué posibilidades tengo.

—Lo haré, descuida. Pero tendrás que ser tú la que convenzas a tu jefe, es más difícil salir de Información que entrar en la Criminal. Bueno, ahora se llama Policía Judicial, ya sabes. Comprendo perfectamente lo que te ocurre, yo pasé por lo mismo, también estuve en Información.

—Pues yo en cuanto vuelva a la Brigada se lo digo al mío, aunque ya sé lo que me va a decir, se lo he pedido otras veces.

—Me alegraré si lo consigues, estaría bien dejar de ser «la chica».

—¿No os han asignado ningún servicio extra para la votación?

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