La voluntad del dios errante (57 page)

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Authors: Margaret Weis y Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

Sin embargo, aquella gente parecía… con harta facilidad…

—¡Mateeo! —gritó Zohra atemorizada, tirándolo de la manga—. ¡Mateeo!

El joven se quedó mirándola, parpadeando.

—¿Qué?

—No hables con esas extrañas palabras. No me gusta. Estoy segura de que ofenderán a Akhran.

—Lo…, lo siento —dijo él ruborizándose—. Estaba…, estaba rezando… a mi dios.

—Puedes hacerlo por la noche. Quiero aprender otro conjuro. Y, Mateeo —le dijo lanzándole una mirada severa—, ¡no intentes besarme otra vez!

Él sonrió con tristeza.

—Lo siento —dijo, tomando una profunda bocanada de aire—. Y, Zohra, has estado pronunciando mi nombre… bastante bien.

—Por supuesto —dijo ella, encogiéndose de hombros—. Ya sabía que lo estaba diciendo bien, Ma-teo. Eras tú el que no lo estaba oyendo bien. A veces —dijo, mirándolo con seriedad— creo que
estás
loco. Pero sólo un poquito —añadió acariciándole el brazo.

—Ahora —continuó, deslizando el cuenco hacia él—, dices que podemos ver imágenes en el agua. Enséñame a trabajar ese conjuro. Quiero ver imágenes de esa casa de la que me hablas.

—¡No! ¡No puedo! —dijo Mateo, echándose para atrás con verdadera alarma—. ¡No quiero que me traiga recuerdos!

Si veía su tierra natal, la casa de sus padres, elevándose entre los pinos sobre los altos riscos, y las nubes rosadas del atardecer, se le rompería el corazón. Podría volverse loco de verdad, más que un poquito.

—Antes cometí un error al decir eso —añadió con determinación—. Mi dios me dijo que estoy aquí para hacer Su voluntad, sea lo que sea. Añorar algo que es obvio que no puedo tener es…, es sacrilegio.

Zohra hizo un gesto de asentimiento y lo miró complacida.

—He estado viendo esta nostalgia enfermiza en ti durante mucho tiempo —dijo—. Ahora, tal vez te cures. Pero ¿qué vamos a ver en el cuenco?

—Miraremos el futuro —dijo Mateo.

Pensó que esto sería del agrado de Zohra y estaba en lo cierto. Recompensado con una cálida y ansiosa sonrisa, empujó el cuenco de agua hacia ella.

—Tú llevarás a cabo el conjuro. Echaremos una mirada a tu futuro y el de tu gente.

A decir verdad, él no tenía gran interés en consultar el suyo propio.

Los ojos de Zohra resplandecieron.

—¿Se hace así? —preguntó, arrodillándose delante del cuenco.

—Estás demasiado rígida. Relájate. Así. Ahora, escúchame con atención. Lo que vas a ver no son «imágenes» de lo que va a ocurrir. Verás símbolos que representan acontecimientos que se ciernen en vuestro futuro. Nuestra tarea será interpretar dichos símbolos con el fin de entender su significado.

Zohra frunció el entrecejo.

—Eso parece absurdo.

Mateo ocultó su sonrisa.

—Es el modo que Sul emplea para obligarte a pensar sobre lo que ves y estudiarlo, y no simplemente aceptarlo y seguir. Recuerda, también, que lo que ahí veas puede no llegar a acaecer nunca en el futuro si es alterado por el presente.

—¡Estoy empezando a preguntarme para qué nos molestamos!

—¡No te he prometido que esto sería fácil! Ni tampoco es un juguete —respondió Mateo con solemnidad—. Hay cierto peligro en escudriñar el futuro, ya que, si vemos que algo malo va a suceder, no hay forma de saber si deberíamos alterar el presente para cambiar el futuro o continuar como estamos.

—Si viésemos algo malo, ¡deberíamos tratar de impedirlo!

—Tal vez no. Mira —explicó con paciencia Mateo, al ver su creciente frustración—, supon que miras en el agua y te ves a ti misma montando a caballo. De repente, tu caballo tropieza y cae. Tú sales despedida del animal y te rompes un brazo. Esto es algo malo, ¿verdad? ¿Harías lo que pudieras para impedir que pasara?

—¡Por supuesto!

—Bien, pongamos que, si el caballo no se cae, te va a conducir a unas arenas movedizas y ambos pereceréis en ellas.

Los ojos de Zohra se abrieron con amplitud.

—Ah, ya entiendo —murmuró Zohra, mirando hacia el agua con más respeto—. No estoy segura de si quiero hacer esto, Mateo.

Él le sonrió para tranquilizarla.

—Todo irá bien.

El brujo se sentía seguro, sabiendo que los símbolos eran por lo general oscuros y complejos de descifrar. Probablemente, ella no los entendería en absoluto y le llevaría días a Mateo adivinar lo que Sul quería decir. Mientras tanto, el escrutinio la mantendría entretenida y mantendría también sus pensamientos alejados de… otros asuntos.

—Relájate, Zohra —dijo él con suavidad—. Ahora debes vaciar tu mente de todo pensamiento, para que Sul pueda dibujar sus imágenes sobre ella lo mismo que un niño dibuja en la arena. Cierra los ojos. Comienza a repetir esta frase —y, lentamente, él pronunció las palabras arcanas del conjuro—. Ahora dilo tú.

Zohra tropezaba con las palabras y las pronunciaba con torpeza.

—Otra vez.

Ella volvió a repetirlas, esta vez con menos dificultad.

—Continúa.

Así lo hizo. Las palabras venían a sus labios cada vez con mayor facilidad.

—Cuando creas que estás preparada —dijo Mateo, bajando la voz hasta convertirla casi en un susurro para no perturbar su concentración—, abre los ojos y mira en el agua.

Al principio, a pesar de sus instrucciones, el cuerpo de Zohra estaba rígido y tenso por el nerviosismo y la excitación. Era una reacción natural y una de las razones por las que el canto se repetía una y otra vez: para obligar a la mente a sumergirse en aguas tranquilas, donde podía flotar hasta que Sul la reclamara. Mateo vio cómo los hombros de Zohra se relajaban, sus manos dejaban de temblar y su rostro ganaba más y más quietud, y experimentó un verdadero sentimiento de orgullo y realización al ver que su alumna lo había logrado. Había entrado en trance. A menudo, Mateo se había preguntado por qué los archimagos poderosos pasaban el tiempo enseñando a la gente joven, cuando podrían, por ejemplo, estar manejando reinos. Ahora estaba empezando a comprender.

Con un profundo suspiro, Zohra abrió los ojos y clavó la mirada en el agua. Una diminuta arruga de irritación apareció en su entrecejo.

—Al principio, no verás nada —dijo en voz baja Mateo—. Ten paciencia. Sigue mirando.

Los ojos de Zohra parpadearon mientras ella contenía la respiración.

—Dime lo que ves.

—Veo —dijo con voz vacilante— aves de presa.

—¿Qué clase de aves?

—Gavilanes. No, espera, hay un halcón entre ellos.

Este símbolo era bastante fácil de interpretar, pensó Mateo.

—¿Qué están haciendo?

—Están cazando. Es
aseur
, tras la puesta del sol; la noche está cayendo.

—¿Qué es lo que cazan?

—Nada. Luchan entre sí y su presa escapa.

Esto, por cierto, no resultaba inesperado. No pasaba un día sin que estallara alguna disputa menor entre las dos tribus acampadas alrededor del Tel. Mateo hizo un gesto de asentimiento.

—Sigue —dijo sin más.

—Otras aves se acercan. ¡Águilas! Muchas… —De pronto, Zohra lanzó un grito sofocado—. ¡Están atacando!

—¿Quiénes? —preguntó Mateo alarmado.

—¡Las águilas! ¡Están atacando a los gavilanes! ¡Desperdigándolos por el cielo! El halcón… ¡Ah!

Zohra se llevó las manos a la boca mientras miraban el agua con horror.

—¿Qué? —preguntó Mateo casi gritando.

El joven hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para no agarrar el cuenco de agua y mirar, pese al hecho de saber que él no podía compartir la visión con ella.

—¿Qué ocurre, Zohra? ¡Dime!

—El halcón cae a la arena… con el cuerpo atravesado por las agudas garras… Los gavilanes son destruidos, aniquilados o llevados por las águilas a sus nidos… para alimentar… a sus jóvenes…

—¿Nada más? —preguntó impaciente Mateo.

Zohra sacudió la cabeza.

—El cielo está oscuro ahora. Es de noche. No puedo ver nada más. Espera… —dijo mirando el cuenco con perplejidad—. ¡Estoy viendo todo esto otra vez!

Mateo, confuso y aprensivo, estaba tratando de hallar algún sentido a aquella aterradora visión, y al oírla levantó con presteza los ojos hacia ella.

—¿Exactamente lo mismo que antes?

—Sí.

—¿Exactamente? —insistió él—. ¿Ningún cambio, por pequeño que sea…?

—Ninguno… salvo que ahora es
fedjeur
, el amanecer. Los gavilanes y el halcón están cazando a la salida del sol.

Mateo dio un estremecido suspiro de alivio.

—Sigue —dijo con voz casi inaudible.

—No entiendo.

—Te lo explicaré más tarde.

—Los gavilanes están luchando de nuevo entre sí. La presa escapa. Las águilas se acercan. Están atacando. ¡No puedo seguir viéndolo!

—¡Sí que puedes! —dijo Mateo a punto de sacudirla, y se clavó las uñas en la palma para controlarse—. ¿Qué sucede ahora?

—Las águilas embisten al halcón. Éste cae… ¡pero no en la arena! Cae… en una poza de barro y estiércol… Todavía vive y lucha por salir de la poza. Está deseando combatir. Pero las águilas se alejan, en persecución de los gavilanes.

—¿Y el halcón?

—Está herido… y tiene las alas embadurnadas de… suciedad… Pero está vivo.

—¿Y?

—Y el sol brilla.

Entonces se quedó callada, observando el agua.

—¿Nada más?

Zohra sacudió la cabeza. Despacio, parpadeando como si estuviera volviendo en sí, se giró hacia Mateo.

—Eso era muy malo, ¿verdad?

—Sí —respondió él apartando la mirada.

—¿Qué quiere decir?

—D… debo estudiarlo —contestó evasivamente.

—No —dijo ella—. No hay necesidad de estudiarlo, Mateo. Yo sé lo que significaba. Lo sé en mi corazón. ¡Una gran batalla se acerca! ¡Mi gente luchará y morirá! ¿No es eso lo que quiere decir?

—Sí, en parte es eso —dijo Mateo—. ¡Pero no es tan simple, Zohra! Te advertí que no lo sería. Para empezar, ¡Sul está ofreciéndote esperanzas! Es por eso por lo que has tenido dos visiones.

—¡Es que yo no veo ninguna esperanza! —dijo ella con amargura—. ¡Los gavilanes son atacados y resultan muertos!

—Pero, en la primera, era al ponerse el sol, y luego de noche. Mientras que, en la segunda, estaba amaneciendo y, después, brillaba el sol. En la primera, el halcón muere. En la segunda, Khardan vive.

—¡Khardan! —exclamó Zohra clavando sus ojos en él.

Mateo se sonrojó. No había pretendido decirlo.

Zohra apretó con fuerza los labios. Se puso en pie y buscó la entrada de la tienda con la mirada. Levantándose tras ella, y adivinando su intención, Mateo la cogió del brazo.

—¡Suéltame!

Sus ojos brillaban peligrosamente.

—¿Adonde vas?

—A decírselo a mi padre; a avisarles.

—¡No puedes hacerlo!

—¿Por qué no?

Furiosa, se libró de él de un tirón y se dispuso a salir.

—¿Cómo lo vas a explicar? —le dijo Mateo y, cogiéndola de nuevo, la agarró por ambos brazos obligándola a mirarlo—. ¿Cómo vas a explicarles la magia, Zohra? ¡No lo entenderán! ¡Nos pondrás en peligro a ambos! ¡Y aún no sabemos lo que Sul está tratando de decirnos!

«Perdona mi mentira, Promenthas», rogó en silencio.

—¡Pero, vamos a ser atacados!

—Sí, pero ¿cuándo? Podría ser esta noche. ¡Podría ser dentro de treinta años! ¿Cómo puedes decirlo?

Mateo sintió que los tensos músculos de Zohra se relajaban, y lanzó un suspiro de alivio. Entonces la dejó libre. Volviéndose de espaldas a él, Zohra se restregó los ojos con una mano, secándose unas lágrimas que él no debía ver.

—¡Preferiría no haber hecho esto jamás!

Frustrada, pisó con violencia el cuenco del agua, haciéndolo pedazos e inundando cojines, ropas y el suelo de la tienda.

Mateo estaba a punto de decir algo consolador —sin sentido, quizá, pero consolador— cuando una nube de humo apareció dentro de la tienda y se transformó al instante en el fofo corpachón del djinn. Usti dirigió una aprensiva mirada al reciente destrozo.

—Princesa —dijo con voz temblorosa—, se acostumbra echar la colada en el agua y no el agua en la colada. Supongo que se me pedirá que ordene este desastre.,.

—¿Qué es lo que quieres? —apremió Zohra con un chasquido de dedos.

—Un pequeño descanso, si no te importa, señora —dijo Usti quejumbroso—. He estado vigilando a la mujer, Meryem, durante días, y la cosa más interesante que ha hecho ha sido aprender a ordeñar una cabra. Y, aunque pasarme las veinticuatro horas del día con la constante visión de un cuerpo blanco y nubil y un cabello dorado ante mis ojos habría sido el sueño de mi juventud, encuentro que a esta edad mi mente se desvía hacia pensamientos de cordero asado y almendras azucaradas…, todo ello agradablemente digerido, claro está, mientras descanso en mi diván…

—¿Qué está haciendo ella ahora? —preguntó Mateo, interrumpiendo los desvarios del djinn.

—Durmiendo al calor de la tarde, sidi —dijo Usti malhumorado—, como toda la gente cuerda debería hacer. Y no hay ninguna insinuación personal en este comentario —añadió el djinn con un respetuoso saludo.

Mateo suspiró y miró a Zohra.

—Supongo que no hará ningún daño dejar de vigilarla un poco —dijo—. Como dice Usti, han pasado varios días sin que ella haya intentado nada. Me pregunto por qué —aquí había todavía otro problema a considerar—. ¿Qué piensas de ello?

—¿Mmmm
? —hizo Zohra volviéndose para mirarlo. Era obvio que no había oído una palabra—. Oh —dijo, encogiéndose de hombros—. No me importa. Me estoy cansando de todo este andar persiguiendo nada, de todos modos. Dejad a la chica en paz.

—Al menos durante unas horas. Yo limpiaré todo esto —se ofreció Mateo, sin poder evitar todavía la incómoda sensación de irrealidad que siempre experimentaba al hablar con un ser en el que aún no estaba muy convencido de si creía o no—. Puedes irte.

Usti le dedicó una mirada agradecida.

—Que Akhran derrame sus bendiciones sobre ti, hombre loco —dijo con fervor, y se apresuró a desaparecer antes de que nadie pudiera cambiar de parecer.

—La cabeza me palpita —dijo Zohra con gravedad poniéndose las manos en las sienes—. Voy a mi tienda a pensar en lo que se debe hacer.

—Esperanza, Zohra —le dijo Mateo en voz baja cuando ella pasaba por delante de él—. Hay esperanza…

Los oscuros ojos de la mujer se fijaron penetrantemente en los suyos; su mirada era intensa y cálida. Entonces, sin una palabra, abandonó la tienda, deslizándose a través de la arena horneada por el sol.

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