La voluntad del dios errante (53 page)

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Authors: Margaret Weis y Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

Mateo vaciló. ¿Debía entrometerse en ello? ¿No se estaría poniendo en peligro de muerte, exponiendo su propio poder a quienquiera que fuese el agente de aquello? Intentó no hacerle caso y volvió a su trabajo. Pero su mano temblaba y derramó una mancha de tinta en el pergamino que arruinó su labor. La aureola del mal crecía en torno a él.

Mateo se puso en pie. Podía ser un cobarde cuando se trataba de acero brillante, pero no cuando se trataba de magia. Él conocía lo arcano, lo entendía y podía luchar con ello. Además, admitió con tristeza para sí mientras cogía con presteza la bolsa de los pergaminos y salía de la tienda sumergiéndose en la noche, su curiosidad era mucho más fuerte que su miedo.

La fuente del encantamiento era fácil de localizar. Golpeaba su rostro como el calor de las primeras horas de la tarde. Casi podía oír su pulsación. ¡Provenía de la tienda de Zohra!

¿Lo habría engañado la mujer? ¿Acaso sería, en realidad, una poderosa maga involucrada en las artes negras? No, pensaba Mateo mientras se acercaba con sigilo, eso no era posible. Salvaje, exaltada, feroz, pero sincera hasta el exceso. No, se repitió a sí mismo con determinación, si Zohra quisiese matarte, sencillamente iría hasta tu tienda y te atravesaría el corazón con un cuchillo. La sutileza de la magia negra no iba en absoluto con ella ni con su modo de ser.

Lo que quería decir…

Con el corazón en la garganta, Mateo aceleró el paso. La distancia entre sus dos tiendas no era grande; ambos formaban, después de todo, el harén de Khardan. Pero a Mateo le pareció una eternidad hasta que logró alcanzar la tienda y echar a un lado la solapa de entrada.

Allí mismo se detuvo, paralizado de horror.

Una nube luminiscente de humo se cernía sobre la durmiente figura de Zohra. Justo mientras él se precipitaba hacia ella, la nube se zambulló y se introdujo por las ventanas de la nariz de la mujer. Esta la absorbió con su propia inhalación.

Cuando fue a exhalar, el aliento no salía. Zohra abrió los ojos. Intentó coger aire con la boca y la nube se coló también por ella, asfixiándola. Sus ojos se dilataron de terror. Luchó contra ello, intentando agarrar con sus manos la trémula y mortífera nube. Pero sus frenéticos dedos no encontraron otra cosa que humo.

¿Qué era aquella aparición? Mateo no tenía la menor idea; jamás había visto ni oído hablar de nada parecido. Lo que quiera que fuese, estaba matando a Zohra. Esta no resistiría más de unos minutos; sus esfuerzos estaban ya debilitándose y el humo continuaba deslizándose por los orificios de su nariz. ¿De dónde venía? ¿Cuál era su fuente? Tal vez, si ésta era destruida…

Lanzando una rápida ojeada a su alrededor, en busca quizá de algún rollo mágico o algún ensalmo, Mateo vio el brasero de carbón y el humo elevándose desde él y diri-giéndose, no hacia arriba ni hacia el exterior de la tienda, sino hacia las cama de Zohra. El carbón… ardiendo…

Corriendo fuera de la tienda, Mateo cogió un puñado de arena, volvió a entrar a toda prisa y lo arrojó sobre el ardiente brasero, pensando que con ello podría distraer a aquella cosa. Pero no tuvo ningún efecto. Haciendo caso omiso de él y concentrándose exclusivamente en su víctima, el letal humo seguía penetrando en el cuerpo de Zohra, sofocándola. Su rostro estaba azul y los ojos habían girado hacia atrás; su cuerpo se convulsionaba con sus fútiles esfuerzos por tomar aliento.

Echándose al suelo de rodillas, Mateo empezó a recoger puñados de arena y a arrojarlos uno tras otro sobre el brasero. Al principio creyó que había fracasado, que ahogar el fuego no detendría la magia. No podía combatir a aquella cosa, pensó con una mezcla de rabia y desesperación. No con los pocos pergaminos que tenía. Tendría que ver morir a Zohra…

Con desesperado frenesí, Mateo continuó arrojando arena hasta que el brasero quedó prácticamente enterrado. El cuerpo de Zohra estaba ya exangüe y sus forcejeos habían cesado, cuando de pronto el humo dejó de moverse. La espantosa luminosidad de la nube comenzó a debilitarse y vacilar. Animado por una nueva esperanza, Mateo agarró una manta de fieltro y la arrojó sobre el brasero cubierto de arena. Después la apisonó bien y la presionó con firmeza en torno al objeto, obstruyendo toda posible fuente de aire.

Una ola de ira y odio le asestó una embestida física, haciéndolo caer de espaldas en el suelo. Con un alarido de rabia que pudo oír en su alma, no en sus oídos, la nube salió como expelida del cuerpo de Zohra. Elevándose en el aire como un caballo encabritado, arremetió contra él a una velocidad increíble con unas manos luminosas que buscaban su garganta.

Mateo no podía hacer nada: no tenía tiempo de reaccionar en defensa de sí mismo.

De repente, una fría brisa, soplando a través de la entrada, a sus espaldas, penetró en la tienda. Como si hubiese sido abanicada por unas alas, la nube se disgregó. Un instante después, no era otra cosa que misteriosos hilillos de humo reluciente que volaban furiosos y a la deriva por el interior de la tienda. Y, otro instante más tarde, habían desaparecido.

Dejando caer la cabeza, y con el cuerpo bañado en sudor, Mateo dio un estremecido suspiro. Poniéndose vacilantemente en pie, corrió al lado de Zohra. Esta yacía inmóvil, con la cara de un blanco cadavérico a la luz de la luna y los ojos cerrados. El joven brujo le puso la mano en el corazón y sintió que aún latía, pero muy tenuemente. Ya no se hallaba bajo encantamiento. La magia había sido sofocada con el carbón. Pero, de todos modos, ella se estaba muriendo.

Sin saber qué otra cosa hacer, consciente sólo de que aquella cosa había sorbido el hálito vital del cuerpo de la mujer y que había que devolvérselo, Mateo le abrió la boca y exhaló su propio aliento dentro de ella.

Una y otra vez hizo esto, sin ninguna certeza de que resultase, pero sintiendo que debía hacer algo. Hasta que, de pronto, sintió que el pecho se movía bajo su mano, y, luego, una ligerísima corriente de aire de la boca de la muchacha tocaba sus propios labios. Regocijado, siguió insuflando aire en el cuerpo de Zohra. Esta pestañeó varias veces y abrió los ojos de par en par, aterrada. Sus manos se agarraron a la cara del joven.

—¡Zohra! —susurró él, retirándole el pelo de la frente con una caricia—. Zohra. Soy Mateo. Estás a salvo. ¡La cosa se ha ido!

Ella se quedó mirándolo fijamente durante unos momentos, asustada, incrédula. Entonces soltó un estremecido sollozo y escondió la cara en el pecho de su salvador. Éste la cogió entre sus brazos, acariciándole el pelo y meciéndola como a un niño. Temblando de miedo ante el horrible recuerdo, ella se aferró a él, sacudida por el llanto, hasta que, poco a poco, el movimiento hipnótico de la mano tranquilizadora del joven y los relajantes murmullos de su voz fueron disipando su miedo. Sus sollozos cesaron.

—¿Qué…, qué era eso? —consiguió preguntar.

—No lo sé —dijo Mateo mirando hacia el brasero, ahora cubierto con la manta—. Era magia, fuera lo que fuese. Magia poderosa. Magia negra. Procedía de ese brasero de carbón.

—¡Khardan ha intentado matarme! —jadeó ella arrancando un último sollozo de su cuerpo y escondiendo el rostro entre sus manos.

—¿Khardan? ¡No! —dijo Mateo abrazándola y calmándola de nuevo—. ¡Tú sabes lo que él piensa de la magia! Él no haría una cosa así. Entra en razón, Zohra.

Restregándose las lágrimas con el dorso de la mano, Zohra pareció darse cuenta de pronto de que se hallaba entre los brazos de Mateo. Sonrojándose, se apartó de él. Él también se sintió turbado y violento y la soltó con presteza.

Levantándose apresuradamente, Mateo se acercó hasta el brasero y retiró con cautela la manta.

—¿De dónde has sacado este objeto?

Tras varios intentos, los dedos de Zohra, todavía torpes y temblorosos, encendieron el candil y sostuvieron su titilante luz sobre el brasero. Mateo retiró con las manos la arena que lo cubría.

—Está frío —informó, mirándolo con respeto; y luego se volvió hacia Zohra con gesto confuso—. ¿Qué has querido decir con que Khardan ha intentado matarte?

—Él me envió esto —dijo Zohra.

La cólera vino a reemplazar a su desvaneciente miedo.


¿Él
te lo envió? —repitió Mateo rehusándose todavía a creerlo.

—Bueno… —corrigió Zohra—, yo lo supuse… —añadió con un profundo suspiro—. Lo trajo a mi tienda una sirviente diciendo que había sido enviada por Badia, la madre de Khardan…

Mateo levantó la mirada hacia ella.

—¡Meryem!

—¿Meryem? —dijo Zohra con gesto burlón—. Antes sospecharía de un gatito…

—Los gatitos también tienen uñas —murmuró él recordando con súbita y vivida claridad la noche en que había estado a punto de ser ejecutado—. Yo vi su mirada cuando frustraste su matrimonio con Khardan. Te habría matado en aquel mismo momento, Zohra, si hubiese sabido cómo. Últimamente la he visto observándonos. Tú eres un obstáculo para su propósito de casarse con el califa y ella trata de solucionar este pequeño inconveniente.

Los ojos de Zohra centellearon con una furia salvaje. Poniéndose en pie de un salto se dirigió con paso impetuoso hacia la salida.

—¡Espera! —Mateo la cogió del brazo—. ¿Adonde vas?

—¡La haré pagar por esto! ¡La llevaré a rastras ante los jeques! ¡La acusaré de ser una maldita bruja…!

—¡Detente, Zohra! ¡Piensa! ¡Es una locura! Ella lo negará todo. Ha estado en el serrallo toda la noche, probablemente cuidándose de permanecer a la vista de las mujeres del harén de Majiid. ¡No tienes ninguna prueba! ¡Sólo mi palabra, y yo soy un loco! ¿Que el humo intentó matarte? Se reirán de ti, Zohra… Khardan pensará que no son más que estúpidos celos.

—¡Makhol
! Tienes razón —murmuró ella.

Poco a poco, su rabia se fue evaporando dejándola agotada. Zohra se dejó caer sobre los cojines.

—¿Qué puedo hacer? —musitó apoyando la cabeza en las manos, con su largo pelo negro enredado entre los dedos.

—No estoy seguro —dijo Mateo con gesto sombrío—. Primero debemos averiguar por qué ha hecho esto.

—Tú lo has dicho. ¡Para casarse con Khardan! —los ojos de Zohra ardieron, ofreciendo una terrible visión en su pálido rostro—. Si yo muero, él podrá tomar otra esposa. Es de lo más evidente.

—Pero ¿por qué tanta prisa? ¿Por qué arriesgarse a delatarse con este empleo de la magia del que sólo una maga en verdad poderosa puede hacer gala, sobre todo después de haber mentido a Khardan y a toda la tribu acerca de su habilidad en el arte? La idea era, por supuesto, que así jamás habría sido descubierta. Este atentado ha sido muy inteligente por su parte. Tú habrías sido encontrada por la mañana, y habría parecido como si hubieses muerto mientras dormías.

Temblando, Zohra emitió un sonido ahogado y se tapó la boca con una mano.

—Lo siento —dijo Mateo en voz baja.

Sentándose junto a ella, la rodeó una vez más con su brazo y ella apoyó cansada la cabeza en su pecho.

—Me olvidé…, pensé que estaba en el aula otra vez. Perdona…

Ella asintió con la cabeza sin comprender.

—Será mejor que descanses ahora. Mañana seguiremos hablando de esto…

—¡No, Ma-teo! —dijo Zohra agarrándose con fuerza a él—. ¡No me dejes!

—Estarás a salvo —la tranquilizó Mateo—. Ella ya no puede hacer nada más esta noche. Ya se ha arriesgado demasiado. Tiene que esperar hasta la mañana para ver si su magia ha funcionado.

—No puedo dormir. Continúa…, sigue con lo que estabas diciendo.

Y se apartó de él. Mateo tragó saliva y se esforzó por retomar el hilo de sus pensamientos bajo la expectante mirada de aquellos fogosos ojos negros.

—De la prisa, Ma-teo, estabas hablando de prisas.

—Sí. Ella sabe que, sin duda alguna, dentro de un mes o así, tendrá la oportunidad de casarse con Khardan. Si en realidad fuese la muchacha inocente que finge ser, tan breve plazo no le preocuparía. Pero no es una muchacha inocente. Es una poderosa maga que quiere, que
necesita
casarse con Khardan de inmediato y que no repara en asesinar para conseguirlo.

Entonces se quedó pensativo unos momentos.

—¿Dónde habrá aprendido semejantes artes mágicas?

—Yamina, la esposa del amir, es una célebre maga… —dijo lentamente Zohra con la mirada fija en Mateo.

Ambos estaban pensando lo mismo.

—Y Meryem viene del palacio. ¡En verdad, esto empieza a tener cada vez más sentido! ¿No fue acaso sospechosamente providencial que Khardan se encontrara con ella en el jardín de aquella manera? Algún dios sin duda tenía que estar sonriéndole…

—Quar —murmuró Zohra—. Pero ¿cuál podría ser su motivo para venir aquí? ¿Es una asesina?

—No —dijo Mateo después de pensar un instante—. Si hubiese sido enviada para matar a Khardan, podría haberlo hecho una docena de veces antes de ahora. Ha intentado matarte, pero sólo porque te interpones en su proyecto de matrimonio. Esa es la clave. Ella debe casarse con él y enseguida. Pero ¿por qué?

—¡Y no podemos contárselo a nadie! —dijo Zohra levantándose con impaciencia y poniéndose a pasear porla tienda—. Tienes razón, Ma-teo. ¿Quién nos iba a creer? Yo soy una esposa celosa y tú… un loco.

En su frustración, comenzó a dar vueltas a los anillos en sus dedos.

—¡Ah, qué estúpidos somos! —saltó Zohra golpeándose la frente con la palma de su mano y volviéndose hacia Mateo—. Es muy simple. No hay necesidad de preocuparse. ¡Yo la mataré!

Acercándose hasta su cama, Zohra deslizó la mano bajo la almohada y sacó la daga. Luego se la guardó entre los pliegues de su túnica. Sus movimientos fueron tan rápidos y tranquilos que estaba ya a punto de abandonar la tienda cuando el anonadado cerebro de Mateo logró ponerse a la par con ella.

—¡No! —dijo lanzándose tras ella de repente y agarrándola del brazo—. ¡N… no puedes matarla! —tartamudeó.

—¿Por qué no?

«¿Por qué no?», se preguntó Mateo. «¿Por qué no matar a alguien que acaba de intentar matarte a ti? Podría decir que la vida es un don sagrado del dios y que sólo Él tiene derecho a quitárnosla. Podría decir que quitar la vida a otra persona es el pecado más terrible que uno puede cometer. Eso es así en mi mundo, pero ¿lo es en este otro? Tal vez esa creencia es un lujo de nuestra sociedad. Si yo tuviese al asesino de Juan ante mí, ¿le tendería mi mano en perdón, como nos han enseñado? ¿O la extendería más bien para agarrarlo de la garganta…?»

—Porque… si la matas —dijo muy despacio Mateo—, nadie se enterará de la perversa acción que ella ha cometido. Morirá con honor.

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