Como los acontecimientos de los ocho días siguientes fueron de poca importancia, y no tienen relación directa alguna con los principales incidentes de mi relato, los transcribiré en forma de diario, pues no quiero omitirlos por completo.
3 de julio. Augustus me proporcionó tres mantas, con las que me he formado una cama confortable en mi escondite. No ha bajado nadie durante el día, excepto mi amigo. Tigre tomó su sitio en la cama junto a la abertura, y durmió pesadamente, como si no estuviese aún completamente restablecido de los efectos de su enfermedad. Al anochecer, una racha de viento sorprendió al bergantín antes de que hubiese tiempo para arriar velas, y casi lo hizo zozobrar. La ráfaga pasó inmediatamente, sin más daño que la desgarradura de la vela de la cofa del trinquete. Dick Peter ha tratado a Augustus con gran bondad durante todo el día, y ha tenido una larga conversación con él respecto al océano Pacífico y a las islas que había visitado en dicha región. Le preguntó si no le gustaría más ir con los amotinados a una especie de viaje de exploración y de recreo por aquellas zonas, pero le dijo que los marineros iban inclinándose gradualmente en favor de las ideas del piloto. A esto Augustus juzgó oportuno responder que le gustaría mucho una aventura semejante, puesto que no podía hacer nada mejor, siendo preferible cualquier cosa a la vida de piratería.
4 de julio. El barco que se hallaba a la vista resultó ser un pequeño bergantín que venía de Liverpool, y lo dejaron pasar sin molestarlo. Augustus se pasó casi todo el día sobre cubierta, a fin de obtener toda la información que pudiese respecto a las intenciones de los amotinados. Éstos tenían frecuentes y violentas reyertas entre sí, en una de las cuales un arponero, Jim Bonner, fue arrojado por la borda. La banda del piloto iba ganando terreno. Jim Bonner pertenecía a la pandilla del cocinero, de la que era partidario Peter.
5 de julio. Al romper el día se levantó una brisa revuelta del oeste, que al mediodía se convirtió en huracán, de modo que el bergantín tuvo que reducir todo el velamen al cangrejo y al trinquete. Al arriar la vela de la cofa del trinquete, Sims, uno de los marineros que pertenecía a la banda del cocinero, cayó al mar; como estaba muy borracho, se ahogó, sin que nadie hiciese el menor esfuerzo por salvarle. El número total de personas quedaba reducido a trece, a saber: Dick Peter, Seymour, el cocinero negro, Jones, Greely, Hartman Rogers y William Allen, de la partida del cocinero; el piloto, cuyo nombre no supe nunca, Absalom Hicks, Wilson, John Hunt y Richard Parker, del bando del piloto; además, Augustus y yo.
6 de julio. La tempestad duró todo este día, soplando fuertes ráfagas acompañadas de lluvia. El bergantín embarcó una gran cantidad de agua por las costuras de sus tablones, y una de las bombas no ha cesado de funcionar continuamente, viéndose obligado Augustus a hacer su turno también. Justamente al crepúsculo pasó un gran buque muy cerca de nosotros, sin que fuese descubierto hasta que estuvo al alcance de la voz. Era de suponer que el barco fuese aquel sobre el que los amotinados estaban al acecho. El piloto le habló, pero el ruido de la tempestad impidió oír la respuesta. A las once, embarcamos una ola en medio del buque, que arrancó buena parte del antepecho de babor y nos causó otros daños leves. Hacia el amanecer, la tempestad había amainado, y al salir el sol casi no soplaba el viento.
7 de julio. Hubo una fuerte marejada todo este día, durante la cual el bergantín, que es ligero, se balanceó excesivamente, por lo que muchos objetos rodaron sueltos por la cala, como oí claramente desde mi escondrijo. He sufrido mucho a causa del mareo. Peter tuvo una larga conversación con Augustus, y le dijo que dos marineros de su bando, Greely y Allen, se habían pasado al del piloto, decididos a hacerse piratas. Le hizo varias preguntas a Augustus, a quien no comprendió perfectamente. Durante parte de la tarde el buque hacía mucha agua, y poco se podía hacer para remediarlo, pues era ocasionado por la tirantez del bergantín, entrando el agua a través de sus costuras. Con la lona de una vela, que echamos en la parte de abajo de las amuras, conseguimos taponar las vías de agua.
8 de julio. Al salir el sol se levantó una ligera brisa del este, cuando el piloto ordenó poner rumbo al sudoeste, con la intención de dirigirse a alguna de las islas de las Antillas y poner en práctica sus proyectos de piratería. Ni Peter ni el cocinero hicieron oposición alguna, al menos ninguna que se enterase Augustus. Se abandonó toda idea de apoderarse del barco que venía de Cabo Verde. La vía de agua se reducía fácilmente, gracias al trabajo de una bomba que funcionaba cada tres cuartos de hora. Se quitó la vela de debajo de las amuras. Se habló con dos pequeñas goletas durante el día.
9 de julio. Buen tiempo. Todos los hombres están ocupados en reparar las amuras. Peter ha tenido de nuevo una larga conversación con Augustus, explicándose con más claridad que hasta aquí. Le dijo que nada le induciría a colaborar en los proyectos del piloto, e incluso le dejó entrever su intención de quitarle el mando del bergantín. Le preguntó a mi amigo si podía contar con su ayuda, en tal caso, a lo que Augustus le contestó «sí», sin vacilar. Entonces Peter le dijo que sondearía a los demás hombres de su bando sobre este asunto, y se fue. Durante el resto del día, Augustus no tuvo ninguna oportunidad de hablar conmigo sobre el particular.
10 de julio. Se habló con un bergantín que venía de Río, con destino a Norfolk. Tiempo brumoso, con un viento ligero del este. Hoy murió Hartman Rogers, que estaba enfermo desde el día 8, atacado de espasmos después de haber bebido un vaso de grog.
Este marinero era de la banda del cocinero, y uno de los que más confianza inspiraba a Peter. Le dijo a Augustus que creía que el piloto lo había envenenado, y que, si no estaba al acecho, él correría la misma suerte dentro de poco. Ahora ya no quedaban en su bando más que él mismo, Jones y el cocinero, mientras que en el otro bando eran cinco. Había hablado con Jones acerca de arrebatarle el mando al piloto; pero el proyecto había sido acogido con frialdad, por lo que había desistido de llevar el asunto más lejos, ni de decirle nada al cocinero. Por lo que sucedió, hizo bien en ser tan prudente, pues por la tarde el cocinero expresó su determinación de pasarse al bando del piloto, y se fue formalmente al otro bando. Mientras, Jones aprovechó una oportunidad para regañar con Peter, y le insinuó que se proponía dar a conocer al piloto el plan que tramaba. Evidentemente no había tiempo que perder, y Peter expresó su determinación de jugarse el todo por el todo para intentar apoderarse del barco, siempre que Augustus quisiera prestarle su ayuda. Mi amigo le aseguró en seguida su deseo de formar parte de cualquier plan para tal objeto, y pensando que era una ocasión favorable, le reveló mi presencia bordo. A esto, el mestizo se quedó tan atónito como satisfecho, pues no tenía ninguna confianza en Jones, a quien ya le consideraba como perteneciente al bando del piloto. Bajaron inmediatamente al castillo de proa; Augustus me llamó por mi nombre y Peter y yo trabamos enseguida amistad. Convinimos en que intentaríamos apoderarnos del barco a la primera oportunidad, dejando a Jones al margen por completo de nuestras deliberaciones. En caso de éxito, llevaríamos el bergantín al primer puerto que se presentase, y lo entregaríamos a las autoridades. La deserción de su bando había frustrado el deseo de Peter de ir al Pacífico, aventura que no podía realizarse sin una tripulación, y confiaba salir absuelto del juicio alegando locura (pues afirmaba solemnemente que estaba loco cuando se prestó a ayudar al motín), o que, si le declaraban culpable, sería perdonado por las declaraciones que hiciésemos Augustus y yo. Nuestras deliberaciones fueron interrumpidas por el grito de: «¡Todo el mundo a arriar velas!», y Peter y Augustus subieron corriendo a cubierta.
Como de costumbre, la tripulación estaba casi completamente borracha, y antes de que se arriasen las velas debidamente, una violenta ráfaga tumbó el bergantín de costado. Pero consiguieron retenerlo y enderezarlo, no sin haber embarcado una gran cantidad de agua. Apenas estuvo en posición segura, cuando el barco fue azotado por otra ráfaga, e inmediatamente después por otra, sin causarle ningún daño. Aquello tenía todas las apariencias de un huracán, que, efectivamente, sobrevino poco después con gran furia del norte y del oeste. Se aparejaron todas las cosas lo mejor posible, poniéndonos al pairo, como es usual, con el trinquete muy rizado. Al caer la noche, el viento aumentó en violencia, con una mar excepcionalmente gruesa. Peter volvió al castillo de proa con Augustus, y reanudamos nuestras deliberaciones.
Estuvimos de acuerdo en que no podía presentarse ocasión más favorable que aquélla para poner en práctica nuestro plan, pues nadie podía esperar un ataque en aquellos momentos. Como el bergantín estaba tranquilamente al pairo, no había necesidad alguna de maniobrar hasta que volviese el buen tiempo, y entonces, si salíamos triunfantes de nuestro intento, podíamos soltar uno, o acaso dos marineros, para que nos ayudasen a llevar el bergantín a puerto. La mayor dificultad estribaba en la gran desproporción de nuestras fuerzas. No éramos más que tres, y en la cámara había nueve. Además, todas las armas de a bordo estaban en su poder, con la excepción de dos pequeñas pistolas que Peter llevaba escondidas entre la ropa, y de un largo cuchillo de marinero que llevaba siempre al cinto. Además, por ciertos indicios —como, por ejemplo, el de no hallarse en sus sitios acostumbrados ni un hacha ni un espeque— empezamos a temer que el piloto tuviese sus sospechas, al menos respecto a Peter, y que no perdería ocasión para desembarazarse de él. Era, pues, evidente que lo que estábamos decididos a hacer teníamos que hacerlo cuanto antes. Sin embargo, las dificultades estaban demasiado en contra nuestra para permitirnos obrar sin la mayor cautela.
Peter propuso subir él a cubierta y entrar en conversación con el vigía (Allen) y, aprovechando una buena oportunidad, arrojarlo al mar sin lucha y sin hacer ruido; que Augustus y yo subiéramos entonces, y que intentásemos apoderarnos de algunas de las armas que hallásemos en cubierta; y que luego los tres intentaríamos apoderamos de la escalera de la cámara en un ataque repentino, antes de que pudieran ofrecernos resistencia. Yo le puse objeciones al plan, porque no podía creer que el piloto (que era muy ladino en todo lo que no afectase a sus supersticiosos prejuicios) se dejase atrapar tan fácilmente. El mismo hecho de haber un vigía sobre cubierta era prueba más que suficiente de que estaba alerta, pues sólo en barcos de muy rígida disciplina se suele poner vigía sobre cubierta cuando el barco está al pairo de un viento fuerte. Como me dirijo en especial, si no exclusivamente, a las personas que no han navegado nunca, tal vez sea conveniente describir la exacta condición de un barco en semejantes circunstancias. Ponerse al pairo o a la capa, como se dice en el lenguaje marinero, es una medida que se toma para diversos propósitos y que se efectúa de diversas maneras. Cuando reina tiempo moderado, es frecuente hacerlo con el mero propósito de detener el barco, de esperar a otro barco o con cualquier finalidad similar. Si el barco que se pone al pairo lleva todas las velas desplegadas, la maniobra se suele realizar de forma que redondee algunas partes de sus velas, de modo que el viento las tome por avante cuando llegue a estar parado. Pero ahora estamos hablando del pairo con viento huracanado. Se recurre a él cuando el viento sopla de proa y es demasiado violento para navegar a la vela sin peligro de zozobrar, y a veces incluso cuando sopla buen viento, pero la mar está demasiado gruesa para poner el barco ante ella. Si un barco navega viento en popa, con mar muy gruesa, se le pueden causar muchos daños porque embarca agua por la popa, y a veces da violentos cabeceos hacia adelante. En estos casos rara vez se recurre a dicha maniobra, a menos que sea de imperiosa necesidad. Si el barco hace agua, se le deja correr viento en popa por gruesa que este la mar; pues, dejándolo al pairo, se corre el peligro de que se ensanchen las costuras a causa de los fuertes tirones, lo que no ocurre cuando se va huyendo del viento. A menudo, también es necesario que un barco navegue rápidamente, ya cuando las bocanadas son tan extremadamente furiosas que desgarren las velas que se emplean con el fin de hacerlo virar contra el viento, o cuando, por una mala construcción del casco u otras causas, no puede realizarse el objetivo principal.
Durante los huracanes, los barcos se ponen al pairo de modos diferentes, según su construcción peculiar. Algunos se mantienen mejor con el trinquete desplegado, pues me parece que es la vela que más se suele emplear. Los grandes barcos de aparejo de cruzamen cuentan con velas especiales para este propósito, llamadas velas de capa o de temporal. Pero a veces se emplea el foque; otras el foque y el trinquete, o un trinquete de doble rizo, y no pocas veces las velas traseras. Las velas de cofa de trinquete suelen resultar más apropiadas que cualquier otra clase de velas. El Grampus se ponía al pairo generalmente con el trinquete muy rizado.
Cuando un barco se ha de poner al pairo, se le coloca de proa al viento de manera que hinche la vela desplegada tan pronto como ésta se halla colocada en forma diagonal al barco. Una vez hecho esto, la proa se encuentra inclinada unos grados respecto a la dirección del viento, y la amura de barlovento recibe naturalmente el choque de las olas. En estas condiciones un buen barco puede resistir una tempestad muy recia sin embarcar ni una gota de agua y sin que se requiera más atención por parte de la tripulación. El timón se suele amarrar, pero no es absolutamente necesario (excepto a causa del ruido que hace al ir suelto), pues el gobernalle no surte efecto alguno cuando el barco está al pairo. Realmente, es preferible dejarlo suelto que atarlo muy ceñido, pues corre el peligro de que se rompa por los golpes de mar si no se le deja al timón alguna holgura. Mientras la vela resista, un barco bien construido mantendrá su posición y navegará por todo mar, como si estuviera dotado de vida y raciocinio. Pero si la violencia del viento desgarra la vela (hecho que, en circunstancias ordinarias, requiere la fuerza de un huracán), sobreviene un peligro inminente. El barco se inclina empujado por la fuerza del viento, presenta costado a las olas y queda completamente a merced de ellas. En este caso el único recurso es ponerse tranquilamente de popa al viento, dejándose deslizar hasta que pueda colocarse otra vela. Algunos barcos se ponen al pairo sin vela desplegada, pero de esto no puede fiarse uno en el mar.