Las llanuras del tránsito (128 page)

–Están buscándoos –dijo–. Todos, incluso Tomasi, que es pariente de Charoli, coinciden en que ya habéis llegado demasiado lejos. Si regresáis a vuestras cavernas y aceptáis vuestro merecido, podéis tener la oportunidad de reuniros nuevamente con vuestras familias. Si esperáis a que os encuentren, las cosas se pondrán peor para vosotros.

«¿Era por eso por lo que Ella había venido?, Danasi pensó: ¿Ha venido para avisarnos antes de que sea demasiado tarde?» Si regresaban antes de que dieran con ellos y ellos, por su parte, trataban de pagar sus culpas, ¿las cavernas los aceptarían?

Después que se retiró la banda de Charoli, Ayla se aproximó a la pareja del clan. Habían contemplado con asombro tanto el enfrentamiento directo de Ayla con los hombres como el puñetazo final de Jondalar, que había derribado al otro. Los hombres del clan nunca castigaban a otros hombres del clan, pero todos los hombres de los Otros eran personajes extraños. Se parecían a los hombres, pero su comportamiento no era el de los hombres, y eso valía sobre todo para el hombre que había sido golpeado. Todos los clanes conocían su existencia, y el hombre tendido en el suelo debía reconocer que experimentaba cierta satisfacción al presenciar cómo les humillaban. Pero se sintió más satisfecho cuando vio que todos desaparecían.

Ahora deseaba que los dos restantes también se alejasen. La intervención de esos dos había sido tan inesperada que se sentía incómodo. Sólo deseaba retornar a su clan, aunque ignoraba cómo lo conseguiría con una pierna rota. La actitud que Ayla adoptó a continuación sorprendió completamente al hombre y a la mujer. Incluso Jondalar pudo percibir la atónita confusión de ambos. Ayla se sentó grácilmente, con las piernas cruzadas, frente al hombre y, en una actitud modesta, clavó los ojos en el suelo.

Jondalar se sorprendió. Ella había hecho lo mismo con él en ciertas ocasiones, generalmente cuando tenía algo importante que decirle y se sentía frustrada porque no podía hallar las palabras apropiadas para expresarse, pero ésta era la primera vez que él la veía adoptar esa postura en un contexto como aquél. Era un gesto de respeto. Estaba solicitando permiso para hablarle, pero el hombre de elevada estatura se asombró de ver a Ayla, que era tan eficaz e independiente, acercarse a este cabeza chata, ese hombre del clan, con tanta deferencia. Ayla había intentado explicar cierta vez a Jondalar que eso era cortesía y tradición, el modo en que ellos hablaban y que no implicaba necesariamente una actitud humillante; pero Jondalar no conocía ninguna mujer zelandonii o, para el caso, de otro pueblo cualquiera, que se aproximase de ese modo a nadie, fuese hombre o mujer.

Ayla permaneció sentada pacientemente, esperando que el herido le tocase el hombro; ni siquiera estaba segura de que el lenguaje de los signos de esa gente del clan fuese idéntico al lenguaje del clan que la había criado. La distancia entre ellos era grande, y esta gente tenía un aspecto distinto. Pero ella había descubierto semejanzas en las lenguas habladas, aunque cuanto mayor era la distancia que separaba a dos grupos de personas, menos se parecía la lengua. Sólo podía abrigar la esperanza de que el lenguaje de los signos de este pueblo también fuese análogo.

Pensó que la lengua de los gestos, como gran parte de su saber y sus esquemas operativos, provenía de sus recuerdos, de los recuerdos raciales, afines al instinto, con los cuales nacía cada niño. Si esta gente del clan tenía los mismos comienzos antiguos que la que ella había conocido, su lengua debía ser, por lo menos, análoga.

Mientras esperaba nerviosamente, comenzó a preguntarse si ese hombre tendría una mínima idea de lo que ella intentaba hacer. De pronto, sintió un toque en el hombro y respiró hondo. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que ella habló con gente del clan; no lo había hecho desde la maldición... Tenía que olvidar aquello. No podía permitir que esta gente supiera que ella estaba muerta por lo que se refería al clan, pues en ese caso dejarían de mirarla, exactamente como si no existiese. Miró al hombre y los dos se estudiaron atentamente.

Él no pudo ver ningún signo del clan en ella. Era una mujer de los Otros. No se asemejaba a esos que parecían extrañamente deformados por una mezcla de espíritus, al estilo de tantos que nacían en aquellos tiempos. Pero ¿dónde había aprendido esta mujer de los Otros el modo preciso de dirigirse a un hombre?

Ayla no había visto una cara del clan desde hacía muchos años; la de este hombre era una auténtica cara del clan, pero de ningún modo se asemejaba a las caras de la gente que ella había conocido. Los cabellos y la barba eran de un color castaño más claro y parecían suaves, y no tan rizados. También tenía los ojos más claros, castaños, y no los ojos profundos y líquidos, casi negros, de la gente de Ayla. Sus rasgos eran más acentuados, más enérgicos; el entrecejo era más grueso, la nariz más perfilada, la cara más alargada; se diría incluso que la frente retrocedía más bruscamente y que tenía la cabeza más larga. En cierto modo, podía decirse que parecía más clan que el clan de Ayla.

Ayla comenzó a hablar con los gestos y las palabras de la lengua cotidiana del clan de Brun, la lengua del clan que ella había aprendido en su niñez. Enseguida se vio que él no entendía. Entonces, el hombre emitió algunos sonidos. Tenían el tono y la calidad de voz del clan, más bien gutural, casi sorbiendo las vocales, y Ayla trató esforzadamente de entender.

El hombre tenía una pierna rota y ella deseaba ayudarle, pero también quería saber más de esta gente del clan. En cierto modo, ella se sentía más cómoda con ellos que con la gente de los Otros. Pero para ayudarle necesitaba comunicarse con él, necesitaba que él comprendiese. El hombre habló de nuevo y trazó signos. Daba la impresión de que los gestos debían ser conocidos, pero Ayla no lograba descifrarlos, y los sonidos de sus palabras no le parecían en absoluto conocidos. ¿Quizá la lengua del clan de Ayla era tan distinta que no podía comunicarse con los clanes de esa región?

Capítulo 40

Ayla buscó la forma de hacerse entender por el hombre del clan y volvió los ojos hacia la mujer, que estaba sentada muy cerca y que parecía nerviosa y conmovida. Después recordó el encuentro del clan y ensayó la lengua antigua, formal y básicamente silenciosa, que se utilizaba para invocar el mundo de los espíritus y comunicarse con otros clanes que tenían una lengua común distinta.

El hombre asintió y esbozó un gesto. Ayla experimentó un gran alivio cuando descubrió que entendía al otro; también experimentó una profunda excitación. ¡Esta gente tenía los mismos orígenes que su clan! En algún momento, en un pretérito muy lejano, este hombre tenía los mismos antepasados que Creb e Iza. Con una súbita percepción, Ayla evocó una visión extraña y supo que también ella compartía raíces aún más antiguas con él; pero la estirpe de Ayla se había separado, había seguido un camino distinto.

Jondalar observó, fascinado, cuando comenzaron a hablar por medio de signos. Era difícil seguir los movimientos rápidos y fluidos que realizaban y que provocaban en Jondalar la sensación de que esa lengua tenía una complejidad y una sutileza mucho mayores de lo que él había supuesto. Cuando Ayla enseñó a la gente del Campamento del León parte del lenguaje de signos del clan, de manera que Rydag pudiese comunicarse con ellos por primera vez en su vida –es decir, la lengua formal, porque el jovencito podía aprenderla más fácilmente–, les había transmitido sólo los rudimentos básicos. Al muchacho siempre le había gustado hablar con ella más que con otras personas. Jondalar había sospechado que Rydag podía comunicarse más plenamente con Ayla, pero ahora comenzaba a comprender la amplitud y la profundidad de la lengua.

Ayla se quedó sorprendida cuando el hombre omitió algunos formalismos de la presentación. No definió nombres, lugares ni líneas de parentesco.

–Mujer de los Otros, este hombre quiere saber dónde aprendiste a hablar.

–Cuando esta mujer era una niña pequeña, su familia y su pueblo desaparecieron en un terremoto. Esta mujer fue criada por un clan –explicó Ayla.

–Este hombre no conoce ningún clan que haya recogido una niña de los Otros –dijo el hombre con el lenguaje de los signos.

–El clan de esta mujer vive muy lejos. ¿El hombre conoce el río llamado por los Otros la Gran Madre?

–Es el límite –dijo el hombre con un gesto impaciente.

–El río continúa mucho más lejos de lo que sabe la mayoría; desemboca en un gran mar, allá lejos, hacia el este. El clan de esta mujer vive más allá del fin de la Gran Madre –dijo Ayla por medio de señas.

Él miraba incrédulo y ahora la examinó atentamente. Sabía que, a diferencia del pueblo del clan, cuyo lenguaje incluía la interpretación de los movimientos y los gestos corporales inconscientes, lo cual, a su vez, casi imposibilitaba decir una cosa y pensar otra diferente, el pueblo de los Otros, que hablaba con sonidos, era distinto. No estaba seguro respecto a Ayla; no advertía signos de disimulo, pero el relato de la joven parecía muy exagerado.

–Esta mujer estuvo viajando desde el comienzo de la última estación cálida –agregó Ayla.

Él se impacientó de nuevo y Ayla comprendió que sufría intensamente.

–¿Qué desea la mujer? Otros se marcharon. ¿Por qué la mujer no se va?

Él sabía que Ayla probablemente le había salvado la vida y había ayudado a su compañera; y eso significaba que había contraído una obligación con Ayla; de modo que ahora eran casi parientes. La idea le inquietaba.

–Esta mujer es hechicera. Esta mujer examinará la pierna del hombre –explicó Ayla.

Él emitió un rezongo despectivo.

–La mujer no puede ser hechicera. La mujer no pertenece al clan.

Ayla no discutió. Reflexionó un momento y después probó otro enfoque.

–Esta mujer hablará al hombre de los Otros –siguió. Él asintió para indicar que estaba de acuerdo. Ayla se puso en pie y después se alejó caminando hacia atrás, antes de volverse para hablar con Jondalar.

–¿Puedes comunicarte bien con él? –preguntó Jondalar–. Sé que haces todo lo posible, pero el clan con el cual viviste está tan lejos que me pregunto si realmente estáis consiguiendo algo.

–Comencé usando la lengua cotidiana de mi clan y no pudimos entendernos. Hubiera debido suponer que sus palabras y sus signos usuales no podían ser los mismos, pero cuando apelé a la antigua lengua formal no encontramos dificultades para comunicarnos –explicó Ayla.

–¿Te he entendido bien? ¿Estás diciendo que el clan puede comunicarse de un modo que todos comprenden? ¿No importa dónde vivan? Es difícil aceptar eso.

–Me imagino que sí –dijo Ayla–. Pero conservan en sus recuerdos el modo antiguo.

–¿Quieres decir que nacen sabiendo el modo de hablar así? ¿Todos los niños lo saben?

–No es exactamente eso. Nacen con su recuerdo, pero es necesario «enseñarles» el modo de usarlo. No sé muy bien cómo funciona, yo no tengo esos recuerdos, pero se trata, en todo caso, de inducirles a «recordar» lo que saben. Generalmente es suficiente recordárselo una vez y después ya saben. Por eso algunos de ellos creían que yo no era muy inteligente. Aprendía con mucha lentitud, hasta que descubrí el modo de memorizar deprisa, e incluso entonces no era fácil. Rydag tenía los recuerdos, pero nadie estaba allí para enseñarle..., para llevarle a evocar esos recuerdos. Por eso no conoció el lenguaje de los signos hasta que yo intervine.

–¿Tú, lenta para aprender? ¡Nunca conocí a nadie que aprendiese una lengua tan deprisa! –dijo Jondalar.

Ella rechazó el comentario con un encogimiento de hombros.

–Esto es distinto. Creo que los Otros tienen cierto tipo de memoria para el lenguaje con palabras, pero nosotros aprendemos a pronunciar los sonidos de los que están alrededor. Para aprender una lengua distinta, sólo tienes que memorizar otra serie de sonidos y, a veces, otro modo de unirlos –dijo Ayla–. Incluso si no eres perfecto, puedes entender a los demás. El lenguaje del clan es más difícil para nosotros, pero la comunicación no es el problema que ahora se me presenta. El problema está en la obligación.

–¿La obligación? No entiendo –preguntó Jondalar.

–Soporta un dolor terrible, aunque jamás lo manifestará. Deseo ayudarle. Quiero arreglar esa pierna. No sé cómo conseguirán retornar a su clan, pero podemos ocuparnos de eso más tarde. Ante todo, necesito curarle la pierna. Pero ya está en deuda con nosotros y sabe que si puedo entender su lengua, conozco la obligación. Si admite que salvamos su vida, se supone que eso implica un parentesco. No quiere debernos más –dijo Ayla, tratando de explicar con la mayor sencillez posible una relación muy compleja.

–¿Y qué es una deuda que implica parentesco?

–Es una obligación... –Ayla intentó buscar una forma de decirlo que aclarase el concepto–. Se establece generalmente entre los cazadores de un clan. Si un hombre salva la vida de otro, «posee» una parte del espíritu del otro. El hombre que hubiese muerto entrega una parte para recuperar la vida. Cuando un hombre no desea que una parte de su espíritu muera, es decir, no quiere caminar por el otro mundo antes de morir, si un hombre se adueña de una parte de su espíritu, hará todo lo posible para salvar la vida de ese hombre. Por tanto, son parientes y mantienen una relación más estrecha que la que existe entre hermanos.

–Eso tiene sentido –agregó Jondalar, asintiendo.

–Cuando los hombres cazan juntos –continuó diciendo Ayla–, tienen que ayudarse unos a otros y a menudo unos salvan la vida de otros. Esa situación los convierte en parientes, un parentesco que trasciende los vínculos de familia. Los cazadores de un clan deben estar emparentados, pero el parentesco propio de la familia no puede ser más fuerte que el vínculo entre los cazadores, porque éstos no pueden favorecer a unos en detrimento de otros. Todos dependen inevitablemente unos de otros.

–Hay mucha sensatez en todo eso –admitió Jondalar, en actitud reflexiva.

–Se dice que hay una deuda de parentesco. Este hombre no conoce las costumbres de los Otros y no tiene una elevada opinión de lo que en realidad conoce.

–Después de la experiencia con Charoli y su banda, ¿quién puede criticarle?

–Se trata de algo mucho más importante que eso, Jondalar. Pero, en definitiva, no le gusta estar en deuda con nosotros.

–¿Te ha dicho todo eso?

–No, es claro que no, pero el lenguaje del clan no se limita a los signos trazados con las manos. Es el modo de sentarse de una persona, cómo está de pie, las expresiones de su cara, detalles insignificantes, pero que tienen su importancia. Crecí en un clan. Esas cosas son parte de mí tanto como lo son de él. Sé lo que le molesta. Si pudiera aceptarme como hechicera del clan, la situación mejoraría.

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