Las llanuras del tránsito (130 page)

En cambio, la mujer tenía una sorprendente capacidad de comprensión, junto con una fina percepción de los matices; además, demostraba una capacidad clara y expresiva para comunicarse. Con el discreto refinamiento, había traducido algunos de los significados más sutiles de Dyondar, facilitando la comunicación entre los dos hombres, sin avergonzar a nadie. Aunque era difícil creer que la había criado un clan y que había recorrido una distancia tan grande, se mostraba tan eficaz hablando que uno casi creería que pertenecía al clan.

Guban nunca había oído hablar del clan mencionado por la mujer, y conocía muchos; pero el lenguaje común que ella había usado le parecía absolutamente desconocido. Incluso la lengua del clan de su mujer de cabellos amarillos no era tan extraño; y, sin embargo, esta mujer de los Otros conocía los antiguos signos sagrados y podía usarlos con mucha destreza y con precisión. Cosa extraña en una mujer. Abrigaba cierta sospecha de que ella no le decía todo, aunque de eso no estaba seguro. Después de todo, era una mujer de los Otros, y, en cualquier caso, no quería preguntar. Las mujeres, y especialmente las hechiceras, gustaban reservarse algunas cosas.

El dolor de su pierna rota se acentuó y amenazaba con escapar a su control; durante un rato tuvo que concentrar toda su atención en dominar el sufrimiento.

Pero ¿cómo era posible que ella fuese hechicera? No pertenecía al clan. No tenía los correspondientes recuerdos. Dyondar afirmaba que ella era una curadora y hablaba muy convencido de su habilidad... y él tenía la pierna rota –Guban se encogió interiormente, y después rechinó los dientes–. Quizá fuera una curadora. Los Otros sin duda también tenían curadores, pero eso no la convertía en una hechicera del clan. Su obligación ya era considerable. Una deuda de parentesco con este hombre ya resultaba bastante desagradable, pero ¿aceptar la misma situación con una mujer, y además una mujer que usaba un arma?

Sin embargo, ¿dónde habrían ido a parar él y su mujer de cabellos amarillos sin la ayuda de aquellos dos? Su mujer de los cabellos amarillos... que ya se preparaba para tener un hijo. El pensamiento en la mujer le suavizó interiormente. Había sentido una cólera más terrible que nunca cuando aquellos hombres la atacaron, la hirieron y trataron de poseerla. Por eso había saltado desde lo alto de la roca. Le había llevado bastante tiempo trepar allá arriba y no pudo esperar tanto para descender.

Había visto huellas de ciervo y había trepado al promontorio para mirar alrededor y ver si podía cazar algo, mientras ella descortezaba líber y se preparaba para recoger el jugo que pronto comenzaría a brotar. Ella había afirmado que pronto haría calor, aunque algunos de los que estaban allí no la creyeron. Todavía era una forastera, pero decía tener los recuerdos correspondientes y que sabía. Él quería dejar que se lo demostrase a los demás y por eso había aceptado acompañarla, aunque conocía los peligros representados por aquellos hombres.

Pero hacía frío y pensó que podrían eludir a la banda si permanecían cerca de la cumbre helada. La cima del peñasco parecía un lugar apropiado para inspeccionar la zona. El terrible dolor que sintió cuando aterrizó con fuerza y notó que se le quebraba la pierna, le dejó aturdido, pero no podía sucumbir. Los hombres habían caído sobre él, pero a pesar del dolor, tenía que rechazarlos. Se sintió reconfortado al recordar cómo la mujer había corrido hacia él. Le sorprendió ver cómo golpeaba a los hombres. Nunca había conocido a una mujer que procediera así, y jamás se lo diría a nadie; pero le había complacido que ella se esforzase tanto por ayudarle.

Movió el cuerpo, dominando la hiriente punzada de dolor. Pero no era tanto el sufrimiento. Había aprendido mucho tiempo atrás a resistir el dolor. Era más difícil controlar otros temores. ¿Qué sucedería si nunca podía volver a caminar? La curación de una pierna o un brazo roto podía llevar mucho tiempo, y si los huesos soldaban mal, o se torcían o quedaban deformados, o simplemente se acortaban..., ¿qué sucedería si no podía cazar?

Si no podía cazar, tendría menor jerarquía. Ya no sería el jefe. Había prometido al jefe del clan de la mujer que la cuidaría. Ella había sido una favorita, pero poseía elevada jerarquía y se había prestado a acompañarle. Incluso le había dicho en la intimidad de sus propias pieles que le había deseado.

Su primera mujer no se había sentido muy feliz cuando volvió al lugar con una segunda esposa, joven y bella; pero era una buena mujer del clan. Había cuidado bien su hogar y conservaría la dignidad de la primera mujer. Guban prometió cuidar de ella y de sus dos hijas. No tenía inconveniente en hacerlo. Aunque siempre había deseado tener un varón, le resultaba muy grato tener en el hogar a las hijas de su compañera, pese a que pronto crecerían y se marcharían.

Pero si no podía cazar, no estaría en condiciones de cuidar a nadie. Al contrario; como sucedía con los ancianos, el clan tendría que cuidarle. ¿Y cómo podría cuidar de su bella mujer de cabellos amarillos, que quizá le diese un varón? Ella encontraría fácilmente un hombre dispuesto a tomarla; pero él la perdería.

Quizá incluso no pudiera regresar al clan si no estaba en condiciones de caminar. La mujer tendría que ir a buscar ayuda y sería necesario que viniesen a recogerle. Si no podía volver solo, su dignidad se vería disminuida a los ojos de su clan; pero sería mucho peor si la pierna rota se convertía en un impedimento y perdía su habilidad de cazador, o tal vez incluso nunca volvería a cazar.

«Quizá», pensó, «deberían hablar con esta curadora de los Otros, aunque es una mujer que usa un arma. Su jerarquía debe ser elevada; Dyondar la tiene en mucha estima y la jerarquía de Dyondar también es sin duda elevada, pues si no fuera así, no estaría unido con una hechicera. Ella ahuyentó a esos hombres, a la par que Dyondar..., ella y el lobo. ¿Cómo es posible que un lobo les ayude?». La había visto hablar con el animal. La señal era sencilla y directa, ella le decía que esperase allí, junto al árbol, cerca de los caballos, y el lobo comprendía y obedecía; aún estaba allí, esperando.

Guban desvió la mirada. De todas maneras, era difícil pensar en aquellos animales sin experimentar un profundo y visceral miedo a los espíritus. ¿Qué otra cosa podía acercar a ellos al lobo o a los caballos? ¿Si no era eso, qué otra cosa podía hacer que los animales se comportasen de un modo tan... distinto del que era propio de los animales?

Adivinaba que su mujer de cabellos amarillos estaba inquieta. ¿Acaso podía criticarla?

Puesto que Dyondar había considerado propio reconocer a su propia mujer, quizá convendría que él mencionara a la suya. No quería que creyesen que la jerarquía que a ella le correspondía por Guban era menor que la de Dyondar. Guban hizo una sutil insinuación a la mujer que había observado y visto todo, pero que, como una buena mujer del clan, se mantenía en un segundo plano sumamente discreto.

–Esta mujer es... –indicó por medio de gestos; después tocó el hombro de la mujer y dijo–: Yorga.

Jondalar tuvo la sensación de dos degluciones separadas por una R rumorosa. Ni siquiera podía comenzar a reproducir el sonido. Ayla percibió la dificultad en que se encontraba Jondalar y tuvo que pensar en un modo de resolver con elegancia la situación. Repitió el nombre de la mujer de modo que Jondalar pudiera decirlo, pero se dirigió a ella como mujer.

–Yorga –y agregó con signos–: Esta mujer te saluda. Esta mujer se llama... –y con voz muy lenta y cuidadosa dijo–: Ayla –después, utilizando signos y palabras, de manera que Jondalar pudiese entender–: El hombre llamado Dyondar también quiere saludar a la mujer de Guban.

Guban pensó que no era así como se hubiera hecho en el clan, pero, por otra parte, esas personas eran Otros, y su actitud no era ofensiva. Sentía curiosidad por ver lo que haría Yorga.

Ella movió los ojos para mirar a Jondalar, un gesto muy breve, y después clavó la mirada en el suelo. Guban cambió de posición en la medida indispensable para decir a Yorga lo complacido que estaba. Había tomado nota de la existencia de Dyondar, pero nada más.

Jondalar se mostró menos sutil. Nunca había estado tan cerca de la gente del clan... y se encontraba fascinado. Su mirada se detuvo mucho más. Los rasgos de Yorga eran análogos a los de Guban, con las diferencias determinadas por el sexo; ya había advertido antes que era robusta pero de baja estatuta, con la altura de una jovencita. Estaba lejos de ser bella, por lo menos en opinión de Jondalar, si se exceptuaban sus rizos de color amarillo claro, suaves y sedosos, pero Jondalar podía comprender por qué a Guban le parecía hermosa. Atento repentinamente a la mirada que le dirigía Guban, Jondalar asintió con aire distraído y desvió la mirada. El hombre del clan le miraba hostil; Jondalar tendría que andarse con tiento.

A Guban no le había agradado la atención que Jondalar prestaba a la mujer, aunque también es verdad que advirtió que su propósito no era mostrarse falto de respeto, y, por otra parte, tenía más dificultad para controlar su dolor. Necesitaba saber más acerca de aquella curadora.

–Dyondar, desearía hablar con tu... curadora –dijo Guban apelando a los gestos.

Jondalar percibió el sentido de lo que el otro quería expresar y asintió. Ayla había estado observando; rápidamente se adelantó y se sentó en una actitud respetuosa frente al hombre.

–Dyondar ha dicho que la mujer es curadora. La mujer dice que es hechicera. Guban desea saber cómo una mujer de los Otros puede ser una hechicera del clan.

Ayla habló mientras dibujaba en el aire los signos, de modo que Jondalar comprendiese exactamente lo que ella estaba diciendo a Guban.

–La mujer que me recogió, la que me crio, era una hechicera de la más elevada jerarquía. Iza provenía de una estirpe muy antigua de hechiceras. Iza fue como una madre para esta mujer, instruyó a esta mujer al mismo tiempo que a la hija nacida de su espíritu –explicó Ayla. Vio que Guban se mostraba escéptico, pero que estaba interesado en saber más–. Iza sabía que esta mujer no tenía los recuerdos que su verdadera hija sí tenía.

Guban asintió; por supuesto, no los tenía.

–Iza consiguió que esta mujer recordara, obligó a esta mujer a repetir constantemente las cosas a Iza, a demostrarlas una vez y otra vez, hasta que la hechicera supo que esta mujer no perdería los recuerdos. Esta mujer se sentía complacida practicando, repitiendo muchas veces para aprender las cosas de una hechicera.

Aunque los gestos continuaban siendo estilizados y formales, las palabras de Ayla empezaron a serlo cada vez menos a medida que fue continuando su explicación.

–Iza me dijo que creía que esta mujer provenía también de una estirpe de hechiceras, hechiceras de los Otros. Iza dijo que yo pensaba como una hechicera, pero me enseñó el modo de pensar en la medicina como lo hace una mujer del clan. Esta mujer no nació con los recuerdos de una hechicera, pero ahora los recuerdos de Iza son mis recuerdos.

Ayla había atraído la atención de todos.

–Iza cayó enferma, comenzó a toser, y ni siquiera ella pudo curarse, y yo empecé a ser más. También el jefe se mostró complacido cuando traté una quemadura, pero Iza confería jerarquía al clan. Cuando ella enfermó tanto que ya no pudo desplazarse a la Reunión del Clan, y como su verdadera hija era todavía demasiado joven, el jefe y el Mog-Ur decidieron que yo fuera hechicera. Dijeron que, puesto que yo tenía los recuerdos de Iza, era una hechicera de su estirpe. Al principio, los otros mog-ures y jefes que estaban en la Reunión del Clan no vieron con buenos ojos la idea. Pero finalmente también me aceptaron.

Ayla vio que Guban estaba interesado e intuyó que deseaba creerla; pero aún abrigaba sus dudas. Retiró de su cuello el saquito decorado, desató las cuerdas y depositó parte del contenido sobre la palma de la mano; después cogió una piedrita negra y se la mostró al hombre.

Guban sabía lo que era; la piedra negra que dejaba una marca era un misterio. Incluso el fragmento más menudo podía contener una minúscula fracción de los espíritus de todo el pueblo del clan, y se le entregaba a una hechicera cuando se retiraba una parte de su espíritu. Pensó que el amuleto que ella usaba era extraño, típico del modo en que los Otros hacían las cosas, pero, en todo caso, antes no sabía que usaban amuletos. Quizá no todos los Otros fueran ignorantes y brutales.

Guban vio otro de los objetos del amuleto de Ayla, y lo señaló.

–¿Qué es eso?

Ayla devolvió a su amuleto el resto de los objetos, y dejó éste en el suelo, para contestar.

–Es mi talismán para cazar –dijo.

Eso no podía ser cierto, pensó Guban. Esa respuesta demostraba que estaba equivocada.

–Las mujeres del clan no cazan.

–Lo sé, pero yo no nací en el clan. Fui elegida por un tótem del clan que me protegió y me condujo al clan que llegó a ser mío, y mi tótem deseaba que yo cazara. Nuestro Mog-Ur buscó y descubrió a los antiguos espíritus que se lo dijeron. Realizaron una ceremonia especial. Me llamaron la Mujer Que Caza.

–¿Cuál es el tótem del clan que te eligió?

Para sorpresa de Guban, Ayla levantó su túnica, aflojó los cordeles que le sujetaban los calzones a la cintura y se bajó un lado lo suficiente para enseñar su muslo izquierdo. Cuatro líneas paralelas, las cicatrices de las garras que le habían herido el muslo cuando era niña, quedaron claramente a la vista.

–Mi tótem es el León de las Cavernas.

La mujer del clan contuvo la respiración. El tótem era demasiado fuerte para una mujer. Sería difícil que Ayla tuviese hijos.

Guban emitió un gruñido de reconocimiento. El León de las Cavernas era el tótem cazador más fuerte, un tótem masculino. Nunca había oído que una mujer lo tuviese y, sin embargo, ésas eran las marcas que se grababan sobre el muslo derecho de un varón cuyo tótem era el León de las Cavernas, después que había capturado su primera presa importante y se había convertido en hombre.

–Está sobre la pierna izquierda. La marca se deja sobre la pierna derecha de un hombre.

–Soy mujer, no hombre. El lado de la mujer es el izquierdo.

–¿Tú Mog-Ur te marcó allí?

–El propio León de las Cavernas me marcó cuando yo era una niña, poco antes de que mi clan me encontrase.

–Eso explicaría que emplees un arma –dijo Guban con gestos y signos–. Pero ¿qué me dices de los niños? ¿Un hombre que tiene cabellos del mismo color que Yorga posee un tótem tan fuerte que puede imponerse al tuyo?

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