Las llanuras del tránsito (131 page)

Jondalar se sentía incómodo. Él también se había preguntado algo por el estilo.

–El León de las Cavernas también le eligió y le dejó su marca. Lo sé porque el Mog-Ur me dijo que el León de las Cavernas me eligió y dejó las marcas en mi pierna para demostrarlo, del mismo modo que el Oso de las Cavernas le eligió a él y le quitó un ojo...

Guban se enderezó, visiblemente conmovido. Abandonó el lenguaje formal, pero Ayla le entendió.

–¡Mogor Un-Ojo! ¿Conoces a Mogor Un-Ojo?

–Viví en su casa. Él me crio. Él e Iza eran hermanos; después que el compañero de Iza murió, él recogió a Iza y a sus hijos. En la Reunión del Clan se decía que era el Mog-Ur, pero para los que vivían en su hogar era Creb.

–Incluso en nuestras Reuniones del Clan se habla de Mogor Un-Ojo, y de su poderoso...

Se disponía a decir más, pero se lo pensó mejor.

Los hombres no debían comentar las ceremonias masculinas privadas y esotéricas con las mujeres. Eso explicaba sin duda la habilidad de Ayla con los antiguos signos, puesto que se los había enseñado Mogor Un-Ojo. Y Guban recordaba, en efecto, que el gran Mogor Un-Ojo tenía una hermana que era una respetada hechicera de un antiguo linaje. De pronto, pareció que Guban relajaba su cuerpo y dejaba traslucir una fugaz expresión de dolor que le ensombrecía la cara. Respiró hondo y después miró a Ayla, que estaba sentada con las piernas cruzadas, los ojos bajos, en la posición que correspondía a una mujer del clan. Le tocó el hombro.

–Respetada hechicera, este hombre tiene un... pequeño problema –Guban se expresó en el antiguo y silencioso lenguaje del Clan del Oso de las Cavernas–. Este hombre pediría a la hechicera que examine su pierna. Es posible que la pierna esté rota.

Ayla cerró los ojos y respiró hondo. Había conseguido convencerle. Él le permitía que tratara su pierna. Hizo una señal a Yorga para indicarle que debía prepararle un lugar para dormir. El hueso roto no había perforado la piel y Ayla opinaba que esa circunstancia favorecía el que pudiera volver a usar plenamente aquel miembro; pero para que la pierna curase bien, debía enderezarla, devolverla a su lugar y después preparar un revestimiento de corteza de alerce para mantenerla en su sitio, pues era necesario que no la moviese.

–Será doloroso enderezarla, pero tengo algo que relajará la pierna y la dormirá. –Después se volvió hacia Jondalar–. ¿Quieres traer aquí nuestro campamento? Sé que es un incordio a causa de todas esas piedras de quemar, pero deseo armar la tienda para Guban. No pensaban pasar la noche fuera y él necesita protegerse del frío, sobre todo cuando le administre algo que le dormirá. También necesitaremos un poco de leña, pues no quiero usar las piedras de quemar; además, habrá que cortar un poco de madera y preparar tablillas. Conseguiré corteza de alerce cuando él se duerma y quizá pueda fabricarle unas muletas. Más tarde querrá moverse.

Jondalar vio cómo ella se hacía cargo de la situación y sonrió para sus adentros. Lamentaba el retraso y hasta incluso un día más le parecía demasiado, pero también deseaba ayudar. Además, Ayla no aceptaría reanudar la marcha. Jondalar sólo deseaba que no se quedaran allí demasiado tiempo.

Jondalar llevó los caballos al primer campamento, lo reunió todo, lo trasladó y descargó de nuevo, y después condujo a Whinney y Corredor a un claro, donde podían encontrar pasto seco. Había un poco de heno, pero estaba aplastado contra el suelo, bajo la nieve vieja. El lugar quedaba a escasa distancia del nuevo campamento, pero fuera de la vista, de modo que los animales molestarían menos a la gente del clan. Ésta parecía pensar que los animales domesticados eran otra manifestación del extraño comportamiento de los Otros, pero Ayla observó que tanto Guban como Yorga parecieron aliviados cuando los caballos, extrañamente complacientes, desaparecieron de la vista, y a ella misma le complació que Jondalar hubiese pensado en ello.

Apenas él retornó, Ayla extrajo su saquito de medicinas de uno de los envoltorios. Pese a que había decidido aceptar la ayuda de Ayla como hechicera, Guban se sintió aliviado al ver el saquito de medicinas de piel de nutria, en el estilo típico del clan, un objeto funcional y sin adornos. Ayla hizo todo lo posible para mantener apartado también a Lobo y, por extraño que pareciera, el animal, aunque generalmente curioso y dispuesto a tratar con las personas que se habían convertido en amigas de Ayla y Jondalar, ahora no se mostró inclinado a hacer amistad con la gente del clan. Pareció satisfecho permaneciendo en segundo plano, atento, aunque de ningún modo amenazador. Ayla se preguntó entonces si Lobo adivinaba la inquietud que su presencia había provocado.

Jondalar ayudó a Yorga y a Ayla a trasladar a Guban al interior de la tienda. Le sorprendió comprobar lo mucho que pesaba aquel hombre, pero el volumen mismo de los músculos en un cuerpo tan fuerte que seis hombres apenas habían podido contenerlo, naturalmente sumaba peso. Jondalar también advirtió que el traslado resultaba muy doloroso, si bien la cara impasible de Guban no reveló el más mínimo signo. La negativa del hombre a reconocer el dolor indujo a Jondalar a preguntarse si, en efecto, lo sentiría tanto, hasta que Ayla le explicó que esa impasibilidad era un rasgo muy arraigado desde la niñez en los hombres del clan. El respeto de Jondalar por el hombre aumentó. La suya no era una raza de hombres débiles.

La mujer era también extrañamente vigorosa, más pequeña que el hombre, pero sin que la diferencia fuese excesiva. Podía cargar tanto peso como Jondalar, y cuando decidía hacer fuerza, el apretón de su mano era increíblemente poderoso; pero al mismo tiempo, Jondalar había visto que podía emplear las manos con mucha precisión y considerable control. A Jondalar comenzaban a intrigarle las semejanzas que estaba descubriendo entre la gente del clan y su propia estirpe, así como las diferencias. No supo muy bien cuándo sucedió, pero, en determinado momento, descubrió que ya no estaba cuestionando en absoluto el hecho de que eran humanos. Ciertamente, eran distintos, pero, sin la más mínima duda, la gente del clan eran personas y no animales.

A pesar de todo, Ayla acabó empleando unas pocas piedras de quemar para hacer un fuego más intenso y preparar con más rapidez la datura, agregando piedras calientes directamente al agua para lograr que hirviese. Pero Guban se opuso a beber todo lo que ella creía que era necesario, alegando que no le gustaba la idea de esperar demasiado tiempo a que se disipasen sus efectos, aunque Ayla se preguntó si parte del problema no dependía de la duda de Guban acerca de la habilidad de Ayla para preparar bien la datura. Con la ayuda de Yorga y Jondalar, acomodó la pierna y después confeccionó un sólido entablillado. Cuando todo terminó, Guban se durmió al fin.

Yorga insistió en preparar la comida, aunque el interés que Jondalar demostró por sus maniobras y sus gustos la incomodó. Por la noche, junto al fuego, Jondalar comenzó a confeccionar un par de muletas para Guban, mientras Ayla estrechaba sus relaciones con Yorga y le explicaba la forma de preparar una medicina contra el dolor. Ayla le explicó el manejo de las muletas y la necesidad de acolchar los pequeños travesaños horizontales. A Yorga le sorprendía constantemente el conocimiento que Ayla poseía del clan y de las costumbres del clan; por lo demás, ya había advertido antes el «acento» del clan en el habla de la joven. En el curso de la conversación, Yorga habló de sí misma a Ayla y ésta tradujo para Jondalar. Yorga quería conseguir el revestimiento interior de la corteza de algunos árboles y extraer la savia. Guban la había acompañado para protegerla, porque muchas mujeres habían sido atacadas por la banda de Charoli, de modo que no se les permitía continuar saliendo solas; pero eso representaba una gravosa obligación para el clan. Los hombres disponían de menos tiempo para cazar, porque tenían que dedicar horas a acompañar a las mujeres. De ahí que Guban hubiera decidido trepar a la alta roca, buscando animales para cazar mientras Yorga hacía acopio del líber. Los hombres de Charoli probablemente creyeron que estaba sola y era posible que no hubiesen atacado de haber detectado la presencia de Guban, pero cuando vio que atacaban a Yorga, saltó de la muralla para defenderla.

–Me sorprende que solamente se rompiese una pierna –dijo Jondalar, dirigiendo la mirada hacia el borde superior de la pared de rocas.

–Los huesos de los hombres del clan son muy sólidos –dijo Ayla–. Y gruesos. No se rompen fácilmente.

–Esos hombres no necesitaban comportarse brutalmente conmigo –comentó Yorga, apelando al lenguaje de los signos–. Yo habría adoptado la posición si me hubieran hecho la señal y si no hubiese oído el grito de Guban. Cuando llegó a mí, comprendí que había sucedido algo muy grave.

Continuó relatando el episodio. Varios hombres habían atacado a Guban, mientras tres intentaban forzarla. Por el grito de dolor de Guban, comprendió que sucedía algo y por eso trató de liberarse de los hombres. En ese momento, dos de ellos la sujetaron. Y de pronto apareció Jondalar, golpeando a los hombres de los Otros, y el lobo saltó sobre ellos y comenzó a morderlos.

Yorga dirigió una mirada pícara a Ayla.

–Tu hombre es muy alto y su nariz pequeña, pero cuando le vi allí, peleando con los otros, esta mujer le vio como si fuera un niño.

Ayla le miró desconcertada y después sonrió.

–No he entendido lo que ha dicho o lo que ha querido decir –intervino Jondalar.

–Fue una broma.

–¿Una broma? –dijo Jondalar–. No creía que esa gente fuese capaz de gastar bromas.

–Lo que más o menos ha venido a decir es que incluso aunque eres feo, cuando fuiste a salvarla te habría besado –dijo Ayla, y después tradujo para Yorga.

La mujer se quedó algo cortada, pero miró a Jondalar y después de nuevo a Ayla.

–Estoy agradecida a tu hombre alto. Quizá, si el niño que llevo es varón y si Guban permite sugerir un nombre, le diré que Dyondar no es un nombre tan feo.

–Eso no ha sido una broma, ¿verdad, Ayla? –preguntó Jondalar, sorprendido ante el súbito impulso sentimental que experimentaba.

–No, no creo que sea una broma, pero ella sólo puede sugerir, y quizá sea un nombre difícil para un niño del clan, porque no es usual. De todos modos, es posible que Guban acepte. Es un hombre excepcionalmente abierto a las nuevas ideas para ser un miembro del clan. Yorga me ha hablado de la unión entre ambos, y creo que se enamoraron, lo que es bastante extraño. La mayoría de las uniones se plantean y se apañan de antemano.

–¿Por qué piensas que se enamoraron? –preguntó Jondalar. Estaba interesado en conocer una historia de amor del clan.

–Yorga es la segunda mujer de Guban. Su clan vive bastante lejos de aquí, pero él se acercó a esa gente para informarles de que se celebraría una gran Reunión del Clan y de que se proponían comentar nuestra situación, la de los Otros. Charoli está molestando a las mujeres del clan; le hablé de los planes de los losadunai para terminar con esta situación, pero si he entendido bien, un grupo de Otros se acercó a un par de clanes para arreglar ciertos negocios.

–¡Vaya sorpresa!

–Sí. La comunicación es el principal problema, pero los hombres del clan, incluido Guban, no confían en los Otros. Mientras Guban visitaba a ese clan lejano, vio a Yorga y ella le vio a él. Guban la deseó, pero la razón que dio fue la conveniencia de establecer vínculos más estrechos con algunos de los clanes distantes, con el fin de compartir las ideas, especialmente todas estas ideas nuevas. ¡Y se la trajo con él! Los hombres del clan no proceden así. La mayoría de ellos habría expuesto su intención al jefe, y después de regresar y discutir el asunto con su propio clan, habría concedido a su primera mujer la posibilidad de hacerse a la idea de compartir el hogar con otra –dijo Ayla.

–¿La primera mujer de su hogar no lo sabía? Es un hombre decidido –dijo Jondalar.

–Su primera mujer ha tenido dos hijas; él quiere una mujer que le dé un varón. Los hombres del clan dan mucha importancia a los hijos varones de sus compañeras y, por supuesto, Yorga abriga la esperanza de que el niño que está formándose en su vientre sea el varón que él desea. Ella tropezó con algunas dificultades para acostumbrarse al nuevo clan, tardaron en aceptarla, y si la pierna de Guban no cura bien y él pierde la jerarquía, Yorga teme que le echen a ella la culpa.

–No me extraña entonces que parezca tan preocupada.

Ayla se abstuvo de decir a Jondalar que había dicho a Yorga que ella iba camino del hogar de su hombre, y que también ella estaba lejos de su pueblo. No veía motivo para agravar las preocupaciones de Jondalar, pero, en realidad, también ella se sentía preocupada cuando pensaba en el modo en que el pueblo de Jondalar la recibiría.

Tanto Ayla como Yorga esperaban que fuese posible visitarse y compartir experiencias. Sentía que eran casi parientes, pero probablemente podía hablarse de una deuda de parentesco entre Guban y Jondalar, y en el breve período de tiempo en que se habían conocido, Yorga había llegado a sentirse más cerca de Ayla que de cualquiera de las restantes mujeres a las que había conocido. Pero el clan y los Otros no se visitaban.

Guban se despertó en mitad de la noche, pero aún estaba mareado. Por la mañana estaba ya bien despierto, pero las tensiones de la víspera le habían dejado exhausto. Cuando, por la tarde, Jondalar inclinó la cabeza para entrar en la tienda, Guban se sorprendió ante la alegría que él mismo experimentaba al ver al hombre de elevada estatura; pero ignoraba para qué servían las muletas que traía.

–Usé esto después que el león me atacó –explicó Jondalar–. Me ayudaron a caminar.

De pronto, Guban demostró interés y quiso probarlas, pero Ayla no se lo permitió. Era demasiado pronto. Guban accedió al final, pero sólo después de anunciar que las probaría al día siguiente. Más entrada la tarde, Yorga informó a Ayla de que Guban deseaba conversar con Jondalar acerca de algunas cuestiones muy importantes y que solicitaba su ayuda en la traducción. Ayla comprendió que era algo serio, sospechó de qué se trataba y habló antes con Jondalar, para avisarle de que le ayudaría a resolver las posibles dificultades.

Guban continuaba preocupado por la existencia de una deuda de parentesco con Ayla, que sobrepasaba el límite del intercambio de espíritus aceptable en el caso de una hechicera, puesto que había colaborado a salvar su vida utilizando un arma.

–Necesitamos convencerle de que la deuda es contigo, Jondalar. Si le dices que eres mi compañero, debes explicarle que, como asumes la responsabilidad de mi persona, las deudas contraídas conmigo en realidad son deudas contigo.

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