Libertad (12 page)

Read Libertad Online

Authors: Jonathan Franzen

Tags: #Novela

—Mierda —dijo Eliza.

Patty saludó a Carter con gesto valiente, y él enseñó sus horribles dientes y se encaminó hacia ella tranquilamente, la viva imagen de la afabilidad, con la de lentejuelas a remolque. Eliza agachó la cabeza y se llevó a Patty a rastras a través de un corrillo de punkis que chupaban cigarrillos y la arrimó al escenario. Allí encontraron a un chico de cabello claro que era el famoso compañero de habitación de Richard, como adivinó Patty incluso antes de que Eliza dijera, con voz monótona y sonora: —Hola Walter qué tal.

Como aún no conocía a Walter, Patty ignoraba lo extraño que era en él devolver ese saludo con un seco gesto de asentimiento y no con una cordial sonrisa del Medio Oeste.

—Ésta es mi mejor amiga, Patty —dijo Eliza—. ¿Puede quedarse aquí contigo un momento mientras voy a los camerinos?

—Creo que están a punto de salir —informó Walter.

—Sólo un segundo —insistió Eliza—. Tú cuida de ella, ¿vale?

—¿Por qué no vamos todos? —propuso Walter.

—No, tú tienes que guardarme el sitio aquí —le ordenó Eliza a Patty—. Enseguida vuelvo.

Descontento, Walter la observó abrirse paso entre los cuerpos y desaparecer. No se lo veía ni mucho menos tan empollón como Eliza le había hecho creer a Patty —llevaba un jersey de pico y tenía una mata de pelo rubio rojizo, greñudo y rizado, y parecía lo que era, es decir, un estudiante de primero de Derecho—, pero sí llamaba la atención entre los punkis con sus prendas y sus pelos mutilados, y Patty, que de pronto se había sentido acomplejada por su propia ropa, que siempre le había gustado hasta hacía un momento, se alegró del aspecto normal de Walter.

—Gracias por quedarte conmigo —dijo ella.

—Me parece que vamos a estar aquí de pie un buen rato —dijo Walter.

—Me alegro de conocerte.

—Yo también me alegro de conocerte. ¿Eres la estrella de baloncesto?

—La misma.

—Richard me ha hablado de ti. —Se volvió hacia ella—. ¿Tomas muchas drogas?

—¡No! Dios mío. ¿Por qué?

—Porque tu amiga sí. Patty no supo qué hacer con su expresión facial. —Delante de mí no.

—Vale, por eso se ha ido a los camerinos.

—Ya.

—Lo siento. Sé que es amiga tuya.

—No; me parece interesante saberlo.

—Da la impresión de ir muy bien de fondos.

—Sí, se lo dan sus padres.

—Claro, los padres.

Walter parecía tan preocupado por la desaparición de Eliza que Patty se quedó en silencio. Volvía a sentirse competitiva de un modo enfermizo. Casi no era consciente todavía de su interés por Richard, y aun así le resultaba injusto que Eliza se valiera de algo más que simplemente ella misma, de su belleza —que echa mano de los recursos paternos—, para retener la atención de Richard y comprar su acceso a él. ¡Qué tonta era Patty respecto a las cosas de la vida! ¡Qué rezagada iba respecto a otras personas! ¡Y qué feo se veía todo en el escenario! Los cables desnudos, los cromados fríos de la batería, los micros funcionales, la cinta aislante del secuestrador, los focos como cañones: todo parecía tan descarnado...

—¿Vas a muchos conciertos? —le preguntó Walter.

—No, nunca. Una vez.

—¿Has traído tapones para los oídos?

—No. ¿Los necesito?

—Richard toca a un volumen muy alto. Puedes usar los míos. Están casi nuevos.

Del bolsillo de la camisa se sacó una bolsita con dos larvas blanquecinas de gomaespuma. Patty las miró e hizo lo imposible por esbozar una sonrisa amable.

— No, gracias Contestó.

—Soy una persona muy limpia. —Aseguró él totalmente en serio—. No hay ningún riesgo para la salud.

—Pero entonces tú te quedarás sin.

—Los partiré por la mitad. Vas a necesitar algo para protegerte.

Patty lo observó mientras partía los tapones cuidadosamente.

—Quizá me los quedo en la mano y espero a ver si los necesito —dijo ella.

Permanecieron allí un cuarto de hora. Eliza, serpenteando y contoneándose, regresó por fin con aspecto radiante justo cuando las luces del local se atenuaban y el público se abalanzaba contra el escenario. Lo primero que hizo Patty fue dejar caer los tapones. Había muchos más empujones y codazos de los que parecía exigir la situación. Un gordo vestido de cuero la embistió por detrás y la aplastó contra el escenario. Eliza agitaba ya el pelo y daba brincos de expectación, y le tocó a Walter obligar a retroceder al gordo y dejarle a Patty un hueco para permanecer de pie.

Los
Traumatics
, que salieron corriendo al escenario, se componían de Richard, su bajista de toda la vida, Herrera, y dos chicos flacos que parecían recién salidos del instituto. Richard tenía por entonces más de
showman
de lo que tendría en el futuro, cuando quedó claro que nunca sería una estrella y por consiguiente sería mejor ser una antiestrella. Botaba de puntillas, realizaba pequeñas piruetas con la mano en el mástil de la guitarra y demás. Informó al público que su grupo interpretaría todas las canciones que sabía, y que eso duraría veinticinco minutos. Acto seguido, él y el grupo entraron en un estado de total desenfreno, produciendo una atroz andanada de ruido en el que Patty no distinguía el menor ritmo. Aquella música era como comida demasiado caliente para tener sabor, pero la ausencia de ritmo o melodía no fue obstáculo para que el núcleo duro de los punkis de sexo masculino empezara a brincar y chocar hombro contra hombro y pisotearles los tobillos a todas las mujeres a su alcance. En un intento de mantenerse apartada de los punkis, Patty acabó separándose de Walter y Eliza. El ruido era realmente insoportable. Richard y otros dos
Traumatics
chillaban ante sus micrófonos, «¡Odio el sol! ¡Odio el sol!», y Patty, a quien no le gustaba bastante el sol, echó mano de sus aptitudes baloncestistas para llevar a cabo una fuga inmediata. Se adentró entre la muchedumbre con los codos en alto y, al salir de la refriega, se encontró cara a cara con Carter y su rutilante chica. Siguió adelante hasta llegar a la acera y sentir el aire cálido y limpio de septiembre, bajo un cielo de Minnesota en el que asombrosamente quedaba aún luz crepuscular.

Se quedó un rato ante la puerta del Longhorn, viendo llegar con retraso a seguidores de los
Buzzcocks
y esperando a ver si Eliza salía a buscarla. Pero fue Walter, no Eliza, quien apareció.

—Estoy bien —dijo ella—. Sólo que me parece que esto no es lo mío.

—¿Te acompaño a casa?

—No, vuelve dentro. Dile a Eliza que regreso a casa sola, para que no se preocupe.

—No se la ve muy preocupada. Deja que te acompañe a casa.

Patty dijo que no, Walter insistió, ella insistió en que no, él insistió en que sí. Entonces ella cayó en la cuenta de que él no tenía coche y se ofrecía a ir en autobús con ella, y ella volvió a insistir en que no, y él en que sí. Mucho después él diría que había empezado a enamorarse de ella mientras esperaban en la parada del autobús, pero en la cabeza de Patty no sonaba ninguna sintonía equivalente. Se sentía culpable por abandonar a Eliza y lamentaba haber perdido los tapones y no haberse quedado más tiempo viendo a Richard.

—Me siento como si hubiera suspendido un examen —comentó.

—Pero ¿te gusta esta clase de música?

—Me gusta Blondie. Me gusta Patti Smith. Supongo que en realidad no, no me gusta esta clase de música.

—¿Es lícito, pues, preguntar por qué has venido?

—Bueno, Richard me invitó.

Walter asintió, como si eso tuviera un significado íntimo para él.

—¿Richard es buena persona? —preguntó Patty.

—¡Buenísima persona! Mejor dicho, depende. Mira, su madre se largó cuando él era pequeño y se convirtió en una fanática religiosa. Su padre, empleado de correos y alcohólico, tuvo cáncer de pulmón cuando Richard estudiaba secundaria, Richard cuidó de él hasta su muerte. Es una persono muy leal, aunque quizá no tanto con las mujeres. De hecho, no es muy buena persona con las mujeres, si es eso lo que quieres saber.

Patty ya lo había intuido y por alguna razón no se sintió molesta por la noticia.

—¿Y tú? —preguntó Walter.

—¿Yo qué?

—¿Eres buena persona? Lo pareces. Y sin embargo...

—¿Y sin embargo?

—¡No trago a tu amiga! —soltó—. No creo que sea una gran persona. De hecho, es más bien espantosa, diría. Es embustera y mala.

—Bueno, es mi mejor amiga —replicó Patty, enfurruñada—. Conmigo no es espantosa. Tal vez simplemente habéis empezado con mal pie.

—¿Siempre te lleva a un sitio y te deja allí plantada mientras toma coca con otros?

—No, la verdad es que eso nunca había pasado.

Walter calló, simplemente se quedó reconcomiéndose en su aversión.

No se divisaba ningún autobús.

—A veces me hace sentir muy, muy bien lo mucho que se interesa por mí —añadió Patty al cabo de un rato—. No es que lo haga todo el tiempo, pero cuando lo hace...

—No puedo imaginar que te cueste encontrar a gente que se interese por ti —observó Walter.

Ella negó con la cabeza.

—Pues tengo algún problema. Quiero a todas mis otras amigas, pero tengo la sensación de que siempre hay un muro entre nosotras. Como si todas ellas fueran una clase de personas y yo otra. Más competitiva y egoísta. Básicamente, menos buena. En cierto modo, siempre acabo sintiendo que finjo cuando estoy con ellas. Con Eliza no tengo que fingir nada. Puedo ser sólo yo y aun así ser mejor que ella. O sea, no soy tonta. Me doy cuenta de que está jodida. Pero a una parte de mí le encanta estar con ella. ¿Tú a veces te sientes así con Richard?

—No. En realidad, la mayor parte del tiempo es muy desagrable estar con él. Solo hay una cosa que me gustó de el a primera vista, en el primer año de universidad. Vive entregado a su música, pero también tiene curiosidad intelectual. Admiro eso.

—Eso es porque probablemente eres una persona buena de verdad —comentó Patty—. Lo quieres tal como es, no por cómo te hace sentir. Ésa es probablemente la diferencia entre tú y yo.

—Pero tú pareces una persona buena de verdad! —dijo Walter.

Patty sabía, en el fondo, que él se había formado una impresión equivocada de ella. Y el error que cometió a continuación, el verdadero gran error de su vida, fue dar por buena la versión que Walter tenía de ella, pese a saber que no era cierta. El parecía tan convencido de su bondad que de pronto ella se rindió.

Cuando por fin regresaron al campus, esa primera noche, Patty se dio cuenta de que llevaba una hora hablando de sí misma sin advertir que Walter sólo hacía preguntas, sin contestar ninguna. La idea de intentar ser amable a cambio y mostrar interés, le pareció simplemente agotadora, porque el chico no la atraía nada.

—¿Puedo llamarte algún día? —preguntó Walter ante la puerta de su residencia.

Ella le explicó que no haría mucha vida social en los meses siguientes, debido a los entrenamientos.

—Pero ha sido todo un detalle por tu parte acompañarme a casa —dijo—. Te lo agradezco de verdad.

—¿Te gusta el teatro? Tengo amigas con las que voy al teatro. No tendría por qué ser una cita ni nada por el estilo.

—Estoy demasiado ocupada.

—En esta ciudad hay muy buen teatro —insistió él—. Seguro que lo pasarías muy bien.

Pobre Walter: ¿sabía que lo más interesante de él, en los meses en que Patty empezó a conocerlo, era que era amigo de Richard Katz? ¿Reparó en que, cada vez que Patty lo veía, ella se las arreglaba para, con aparente indiferencia, encontrar maneras de llevar la conversación hacia Richard? ¿Sospechaba remotamente, aquella primera noche, cuando ella accedió a que la llamara, que ella pensaba en Richard?

Ya, dentro, en el piso de arriba, encontró en la puerta un mensaje de que Eliza la había llamado por teléfono. Se sentó en su habitación con los ojos llorosos a causa del humo que tenía impregnado en el pelo y la ropa hasta que Eliza volvió a llamar al teléfono del pasillo, con el ruido del local de fondo, y la reprendió por darle un susto de muerte con su desaparición.

—Eres tú quien ha desaparecido —objetó Patty.

—Sólo he ido a saludar a Richard.

—Has tardado media hora en volver.

—¿Qué ha sido de Walter? —preguntó Eliza—. ¿Se ha marchado contigo?

—Me ha acompañado a casa.

—Uf, qué asco. ¿Te ha dicho que no me traga? Creo que tiene celos de mí. Creo que tiene una especie de cuelgue con Richard. Puede que sea un rollo homosexual.

Patty miró a un lado y otro del pasillo para asegurarse de que nadie la oía.

—¿Fuiste tú quien le consiguió la droga a Carter en su cumpleaños?

—¿Cómo? No te oigo.

—¿Fuiste tú quien consiguió aquello que Carter y tú tomabais en su cumpleaños?

—¡No te oigo!

—¡La coca del cumpleaños de Carter, ¿se la llevaste tú?!

—¡No! ¡Dios mío! ¿Por eso te has ido? ¿Por eso estás molesta? ¿Eso te ha contado Walter?

Patty, con la barbilla temblándole, colgó el auricular y se pasó una hora bajo la ducha.

A eso siguió una nueva campaña de presión por parte de Eliza, pero esta vez sin gran convicción, porque ahora también andaba tras Richard. Cuando Walter cumplió su amenaza de telefonear a Patty, ésta se sintió predispuesta a verlo, tanto por su vínculo con Richard como por la emoción de serle desleal a Eliza. Diplomático como era, Walter no volvió a mencionar a Eliza, pero Patty nunca olvidaba la opinión que tenía de su amiga, y una parte virtuosa de ella disfrutaba saliendo y dedicándose a una actividad cultural en lugar de ir a beber vino blanco con soda y escuchar los mismos discos una y otra vez. Ese otoño acabó yendo con Walter dos veces al teatro y una al cine. Cuando empezó la temporada, también lo veía sentado solo en las gradas, sonrojado, divirtiéndose, y saludándola con la mano siempre que ella miraba en su dirección. Cogió la costumbre de telefonearla al día siguiente de cada partido para elogiarla por su juego y exhibir un conocimiento sutil de la estrategia que Eliza jamás se había molestado siquiera en disimular. Si no la encontraba y le dejaba un mensaje, Patty experimentaba la emoción añadida de devolverle la llamada con la esperanza de hablar no con él, sino con Richard, pero al parecer Richard, lamentablemente, nunca estaba en casa cuando Walter no estaba.

En los breves lapsos entre los bloques de tiempo que Patty pasaba contestando a las preguntas de Walter, llegó a saber que era de Hibbing, Minnesota, y que contribuía a pagarse la carrera de derecho trabajando a tiempo parcial como carpintero de obra para el mismo contratista que daba empleo a Richard como peón, y que tenía que levantarse a las cuatro de la mañana para estudiar.

Other books

Something Wholesale by Eric Newby
Love Under Two Navy Seals by Covington, Cara
Patiently Alice by Phyllis Reynolds Naylor
One Week as Lovers by Victoria Dahl
Breakwater by Shannon Mayer
Just About Sex by Ann Christopher
Hunt Through the Cradle of Fear by Gabriel Hunt, Charles Ardai