Libertad (16 page)

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Authors: Jonathan Franzen

Tags: #Novela

—Pero ¿y si quieres ser médico y no te dejan entrar en la facultad de Medicina porque prefieren tener estudiantes de sexo masculino?

—Eso también sería injusto, aunque yo no quiero ser médico.

—¿Y tú qué quieres ser?

Más o menos por defecto, porque su madre fomentaba con tal obcecación una carrera brillante para sus hijas, y también porque, a juicio de Patty, no había dado la talla como madre, Patty tendía a querer ser ama de casa y la mejor de las madres.

—Quiero vivir en una casa antigua y preciosa y tener dos hijos —dijo—. Quiero ser una madre estupenda de verdad.

—¿Quieres también tener una carrera?

—Criar hijos sería mi carrera.

Walter frunció el cejo y asintió.

—Ya ves —dijo ella—, no soy una persona muy interesante. No soy ni de lejos tan interesante como tus otras amigas.

—No es cierto —respondió él— Eres interesantísima.

—Bueno, es muy amable de tu parte decirme eso, pero creo que no tiene mucho sentido.

—Tienes muchos más méritos de los que quieres reconocer.

—Me temo que no tienes una imagen muy realista de mí —dijo Patty—. Seguro que eres incapaz de mencionar una sola cosa interesante de mí.

—Bueno, sin ir más lejos, tu aptitud deportiva —respondió Driblar, driblar... Sí, eso es muy interesante. Y tu manera de pensar —añadió—. El hecho de que consideres entrañable y enternecedor a ese profesor espantoso.

—Pero ¡si en eso no estás de acuerdo conmigo!

—Y cómo hablas de tu familia. Cómo cuentas anécdotas sobre ellos. El hecho de que vivas tan lejos y hagas tu propia vida aquí. Todo eso es interesantísimo.

Patty nunca había estado cerca de un hombre tan manifiestamente enamorado de ella. De lo que los dos hablaban en el fondo, claro está, era del deseo de Walter de ponerle las manos encima. Y sin embargo, cuanto más tiempo pasaba con él, mayor era su sensación de que, si bien no era una chica agradable —o quizá precisámente porque no era agradable, porque era enfermizamente competitiva y sentía atracción por cosas malsanas—, sí era, de hecho, una persona bastante interesante. Y Walter, al insistir con tanto fervor en lo interesante que era, sin duda estaba consiguiendo despertar a su vez el interés de ella.

—Si eres tan feminista —dijo Patty—, ¿por qué Richard es tu mejor amigo? ¿Acaso no es más bien irrespetuoso?

A Walter se le ensombreció el semblante.

—Puedes estar segura de que si yo tuviera una hermana, procuraría por todos los medios que no lo conociera.

—¿Por qué? —preguntó Patty—. ¿Porque la trataría mal? ¿Se porta mal con las mujeres?

—No es su intención. Le gustan las mujeres. Sólo que se cansa enseguida de ellas.

—¿Porque somos intercambiables? ¿Porque somos sólo objetos?

—No es una cuestión política —contestó Walter—. El está a favor de la igualdad de derechos. Es más bien su adicción, o una de ellas. Ya sabes, su padre era alcohólico, y Richard no bebe. Pero es como si vaciaras en el fregadero toda la bebida de tu mueble-bar después de una borrachera. Así se comporta con las chicas cuando se cansa de ellas.

—Eso suena horrible.

—Sí, ese rasgo suyo no me gusta demasiado.

—Aun así, sigues siendo amigo suyo, pese a que tú eres feminista.

—No dejas de serle leal a un amigo sólo porque no sea perfecto.

—No, pero intentas ayudarlo a ser una persona mejor. Le explicas por qué está mal lo que hace.

—¿Eso es lo que hiciste con Eliza?

—Vale, ahí tengo que darte la razón.

La siguiente vez que habló con Walter, por fin él le propuso una auténtica cita con película y cena. La película (y esto era muy propio de Walter) resultó ser gratis, un filme en blanco y negro, griego en versión original, titulado
El ogro de Atenas
. Mientras estaban en sus asientos en la sala de la facultad de Arte, rodeados de butacas vacías, esperando a que empezara la película, Patty le contó sus planes para el verano, que consistían en quedarse con Cathy Schmidt en la casa que sus padres tenían en las afueras, proseguir con la fisioterapia y prepararse para reincorporarse al equipo la siguiente temporada. Sin venir a cuento, en la sala vacía, Walter le preguntó si no preferiría vivir en la habitación que desocupaba Richard, quien se trasladaba a Nueva York.

—¿Richard se marcha?

—Sí. Nueva York es la ciudad donde está toda la música interesante. Herrera y él quieren reorganizar el grupo y probar suerte allí. Y a mí me quedan aún tres meses de contrato.

—Vaya. —Patty puso especial cuidado en mostrarse serena—. Y yo viviría en su habitación.

—Bueno, ya no sería su habitación —precisó Walter—. Sería la tuya. Está a un paso del gimnasio. Pienso que sería mucho más fácil que hacer el trayecto desde Edina cada día.

—O sea que me está pidiendo que me vaya a vivir contigo.

Walter se sonrojó y eludió su mirada.

—Tendrías tu propia habitación, obviamente. Pero sí, si alguna vez quisieras cenar conmigo y pasar tiempo juntos, por mí, estupendo. Creo que soy una persona que sabes que va a respetar tu espacio pero que a la vez estará a mano si quieres compañía.

Patty le escrutó el rostro, en un esfuerzo por comprender. Sintió una combinación de a) ofensa, y b) una gran pena al enterarse que Richard se marchaba. Estuvo a un tris de proponerle a Walter que si iba a pedirle que se fuera a vivir con él, antes la besara, pero era tal la ofensa que sentía que no le apetecía que la besaran en ese momento.

Y justo entonces se apagaron las luces de la sala.

Tal como lo recuerda la autobiógrafa,
El ogro de Atenas
trataba de un apacible contable ateniense con gafas de carey que una buena mañana, de camino al trabajo, ve su propia fotografía en la primera plana de un periódico, acompañada del titular EL OGRO DE ATENASTODAVÍA ANDA SUELTO. En la calle, los atenienses empiezan de inmediato a señalarlo y perseguirlo, y está a punto de ser detenido cuando lo rescata una banda de terroristas o delincuentes que lo confunden con su sangriento jefe. La banda tiene planeada una acción audaz, como volar el Partenón o algo así, y el héroe intenta explicarles una y otra vez que él es solo un apacible contable, no el ogro, pero la banda cuenta tanto con su ayuda, y el resto de la ciudad está tan decidida a matarlo, que al final se produce el asombroso momento en que, de pronto se quita las gafas bruscamente y se convierte en el terrorífico jefe de la banda: ¡el ogro de Atenas!, y dice: «Vale, muchachos, el plan es éste.»

Mientras veía la película, Patty se imaginó a Walter en el papel de contable, quitándose las gafas con la misma brusquedad. Más tarde, durante la cena en Vescio's, él interpretó la película como una parábola del comunismo en la Grecia de posguerra y le explicó a Patty que Estados Unidos, necesitado de miembros para la OTAN en el sudeste europeo, había fomentado la represión política en la zona desde hacía mucho tiempo. El contable, explicó, era el clásico hombre de a pie que, aceptando por fin su responsabilidad, se une a la lucha violenta contra la represión derechista. Patty bebía vino.

—No estoy de acuerdo en absoluto —respondió—. En mi opinión, plantea que el protagonista nunca ha tenido una vida auténtica, porque ha sido siempre muy responsable y tímido, y no tenía la menor idea de lo que en realidad es capaz de hacer. Nunca ha llegado a estar de verdad vivo hasta que lo confunden con el ogro. Pese a que después de eso sólo vive unos días, no le importa morir, porque por fin de verdad ha hecho algo con su vida, y descubierto su potencial.

Walter se mostró sorprendido.

—Pero ésa es una manera totalmente absurda de morir —afirmó—. No consiguió nada.

—¿Y por qué lo hizo, pues?

—Por solidaridad con la banda que le salva la vida. Toma conciencia de que tiene una responsabilidad para con ellos. Son oprimidos, y lo necesitan, y él les es leal. Muere por lealtad.

—Dios mío —se maravilló Patty—. Eres increíblemente buena persona.

—No es así como yo me siento. A veces me siento la persona más estúpida del mundo. Ojalá fuese capaz de engañar. Ojalá fuese tan egocéntrico como Richard para intentar ser artista de algún tipo. Y si no lo hago no es porque sea buena persona. Simplemente no tengo madera para eso.

—Pero el contable tampoco creía tener madera para lo que hace. ¡Se sorprende a sí mismo!

—Sí, pero no es una película realista. La persona de la foto en el periódico no sólo se parecía al actor, era él. Y si se hubiese entregado a las autoridades, al final habría podido aclararlo todo. Su error es echarse a correr. Por eso digo que es una parábola. No es una historia realista.

A Patty le resultaba extraño beber vino con Walter, ya que él era abstemio, pero estaba de un humor malévolo y había bebido mucho en poco rato.

—Quítate las gafas —pidió.

—No —respondió él—. No te vería.

—No importa. Sólo soy yo, Patty. Quítatelas.

—Pero ¡me encanta verte! ¡Me encanta mirarte!

Sus miradas se cruzaron.

—Por eso quieres que viva contigo? —preguntó Patty.

Walter se sonrojó.

—Si

—Pues en ese caso tal vez debamos ir a ver tu apartamento, para que yo pueda decidir.

—¿Esta noche?

—Sí.

—¿No estás cansada?

—No, no estoy cansada.

—¿Cómo tienes la rodilla?

—Tengo la rodilla perfectamente, gracias.

Por una vez, sólo pensaba en Walter. Si, mientras se impulsaba con sus muletas calle Cuatro abajo a través del aire suave y propicio de mayo, le hubieran preguntado si en el fondo no esperaba encontrarse con Richard en el apartamento, habría contestado que no. Quería sexo ya, y si Walter hubiese tenido una pizca de sentido común, habría dado media vuelta ante la puerta de su apartamento nada más oír el televisor al otro lado, la habría llevado a cualquier otro sitio, a la propia habitación de ella, a cualquier parte. Pero Walter creía en el amor verdadero y por lo visto temía ponerle una mano encima a Patty sin asegurarse antes de que el sentimiento era recíproco. Abrió la puerta del apartamento, y allí estaba Richard, sentado en el salón, descalzo y con los pies en alto sobre la mesita de centro, una guitarra en el regazo y un bloc de espiral a su lado en el sofá. Veía una película de guerra mientras apuraba una Pepsi gigante y escupía tabaco en una lata de tomate de un kilo. Por lo demás, la sala estaba despejada y en orden.

—Creía que estabas en un concierto —dijo Walter.

—El concierto era una mierda —contestó Richard.

—Te acuerdas de Patty, ¿no?

Ella se acercó tímidamente con sus muletas para dejarse ver.

—Hola, Richard.

—Patty, a la que no se considera alta —dijo él.

—La misma.

—Y sin embargo eres bastante alta. Me alegro de ver que por fin Walter te ha atraído hasta aquí. Empezaba a temer que eso no llegara a pasar nunca.

—Patty está pensando en vivir aquí este verano explicó Walter.

Richard enarcó las cejas.

—No me digas.

Era más delgado y más joven y más sexy de lo que Patty recordaba.

Fue horrible lo pronto que quiso negar que había estado pensando en vivir allí con Walter o que esperaba acostarse con él esa noche. Pero lo que no podía negarse era su presencia allí.

—Busco un sitio cerca del gimnasio —explicó.

—Claro. Tiene su lógica.

—Patty contaba con ver tu habitación —aclaró Walter.

—Ahora mismo mi habitación está un poco desordenada.

—Lo dices como si alguna vez no lo hubiera estado —comentó Walter con una risa jovial.

—Hay épocas de relativo orden —dijo Richard. Apagó el televisor con un dedo del pie—. ¿Cómo le va a tu amiguita Eliza? —preguntó a Patty.

—Ya no es amiga mía.

—Ya te lo dije —intervino Walter.

—Quería oírlo de sus propios labios —dijo Richard—. Esa tía está jodida, ¿no te parece? Así de entrada no se veía hasta qué punto. Pero se vio, vaya si se vio.

—Yo cometí el mismo error —admitió Patty.

—Sólo Walter vio la verdad desde el primer día. «La verdad sobre Eliza.» No es un mal título.

—Yo tuve la ventaja de que ella me odiara a primera vista —dijo Walter—. Eso me permitió ver más claramente cómo es.

Richard cerró su cuaderno y echó saliva marrón en la lata.

—Os dejo solos, chicos.

—¿En qué estás trabajando? —preguntó Patty.

—La habitual mierda inescuchable. Intentaba hacer algo con esa tía, Margaret Thatcher. La nueva primera ministra de Inglaterra.

—«Tía» es una palabra un tanto forzada para Margaret Thatcher —dijo Walter—. «Matrona» sería más adecuada.

—¿Tú qué opinas de la palabra «tía»? —le preguntó Richard a Patty.

—Bueno, no soy muy quisquillosa.

—Walter dice que no debería usarla. Dice que es degradante, aunque, según mi experiencia, a las tías no les molesta.

—Hablas como un cavernícola—observó Patty.

—Más exactamente, como un Neandertal —añadió Walter.

—Pues se sabe que los Neandertales tenían cráneos muy grandes, —señaló Richard.

—Y los bueyes también —dijo Walter—. Y otros rumiantes.

Richard soltó una carcajada.

—Creía que ya sólo los jugadores de béisbol mascaban tabaco observó Patty—. ¿Cómo es?

—Puedes probarlo, si estás de humor para vomitar —ofreció Richard, poniéndose en pie—. Me largo de aquí. Os dejo solos.

—Espera, quiero probarlo —pidió Patty.

—De verdad que no es una buena idea —dijo Richard.

—No, en serio que quiero probarlo.

El buen ambiente que se había creado con Walter se había roto de manera irreparable, y ahora sentía curiosidad por ver si tenía el poder de lograr que Richard se quedase. Por fin había encontrado la oportunidad de demostrar lo que intentaba explicarle a Walter desde la noche en que se conocieron: que como persona ella
no
estaba a la altura de lo que él merecía. Naturalmente, era también una oportunidad para que Walter se quitara las gafas bruscamente y se comportara como un ogro ahuyentando a su rival. Pero él, como siempre, sólo quiso que Patty obtuviese lo que ella quería.

—Deja que lo pruebe —dijo.

Ella le dirigió una sonrisa de agradecimiento.

—Gracias, Walter.

El tabaco de mascar tenía un sabor mentolado y le provocó un desconcertante escozor en las encías. Walter le llevó un tazón de café para escupir en él, y ella se quedó sentada en el sofá como el sujeto de un experimento, esperando el efecto de la nicotina, disfrutando de la atención. Pero Walter estaba atento también a Richard, y mientras a Patty empezaba a acelerársele el corazón, recordó de pronto cómo Eliza insistía en que Walter tenía un cuelgue con su amigo: recordó los celos de Eliza.

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