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Authors: Margaret Mitchell

Tags: #Drama, Romántico

Lo que el viento se llevó (135 page)

Ella lo había hecho muy desgraciado y lo sabía; pero él lo había soportado todo como un caballero. La única cosa que ella hiciera que le procuró una verdadera felicidad había sido obsequiarle con Ella. Y Scarlett sabía que, si hubiera podido evitarlo, Ella nunca hubiera nacido.

Se estremeció asustada, deseando que Frank hubiera estado vivo para poder ser cariñosa con él; tan cariñosa con él que se hiciera perdonar todo. ¡Oh, si por lo menos Dios no se le representase tan furioso y vengador! ¡Oh, si los minutos no se deslizaran tan lentos y la casa no estuviera tan silente! ¡Si por lo menos ella no estuviera tan sola!

Si Melanie estuviera con ella, podría calmar sus temores. Pero Melanie estaba en su casa cuidando a Ashley. Por un momento, Scarlett pensó en llamar a Pittypat para que estuviera entre ella y su conciencia, pero vaciló. Pitty seguramente empeoraría las cosas, porque evidentemente lloraba mucho a Frank. Había sido más de su tiempo que Scarlett y le había sido muy adicta. Él había colmado a maravilla los deseos de Pitty de tener un hombre y le contaba inofensivas habladurías, bromas e historias, le leía los periódicos por las noches y le exponía los tópicos de actualidad mientras ella le zurcía los calcetines. Ella se desvivía por él, inventaba para él platos especiales, lo cuidaba con mimo en sus frecuentes constipados. Ahora le echaba enormemente de menos y repetía una y otra vez, mientras frotaba sus enrojecidos e hinchados ojos:

—¡ Ay, si no hubiera salido con el Klan!

Si hubiera al menos una persona que pudiera confortarla, calmar sus temores, explicarle qué eran aquellos confusos temores que agobiaban su corazón con tan fría angustia. Si Ashley... Pero se estremeció al pensarlo. Ella había estado a punto de matar a Ashley, igual que había matado a Frank. Y si Ashley se enterase algún día de la verdad, de cómo había mentido a Frank para conseguirlo, si supiera lo mala que había sido con Frank, nunca más volvería a amarla. ¡Ashley era tan honrado, tan leal, tan bueno, tenía una visión tan recta y tan clara! Si supiera toda la verdad comprendería. ¡Oh, sí, comprendería demasiado bien! Pero nunca más volvería a amarla. Así, pues, nunca debería conocer la verdad, porque tenía que continuar amándola. ¿Cómo le sería posible vivir si este manantial secreto de su fuerza, el amor de Ashley, le fuera arrebatado? Pero ¡qué consuelo sería poner la cabeza en su hombro y llorar descubriendo su culpable corazón!

La tranquilidad de la casa, con la sensación de la muerte pesando sobre ella, aumentaba su soledad en tal forma, que comprendió que no podría soportarla sin ayuda por más tiempo. Se levantó sin ruido, empujó la puerta entornada y rebuscó en el cajón del fondo de la cómoda debajo de su ropa interior. Sacó el frasco de brandy que tía Pitty había escondido allí y lo alzó hasta la lámpara. Estaba casi mediado. Seguramente se había bebido todo lo que faltaba desde la noche antes. Se sirvió una respetable cantidad en su vaso de agua y lo bebió de un trago. Tendría que volver a poner el frasco en la despensa, lleno con agua hasta los bordes, antes de la mañana. Mamita lo había estado buscando antes de los funerales, cuando los mozos de la funeraria querían tomar unas copas y la atmósfera en la cocina estaba cargada de sospechas mutuas entre Mamita, Cookie y Peter.

El brandy le produjo agradable ardor. No hay nada como él cuando se le necesita. Realmente el brandy era bueno siempre, mucho mejor que el vino insípido. ¿Por qué, Señor, había de ser decente en una mujer el beber vino y no había de serlo el beber brandy? La señora de Merriwether y la del doctor Meade le habían olido el aliento descaradamente en los funerales, y ella había podido ver la mirada de triunfo que habían cambiado. ¡Viejas pécoras!

Se escanció otro trago. No importaba marearse un poco esta noche, porque se iba a acostar temprano y haría gárgaras con colonia antes de que Mamita subiese a desnudarla. Deseaba llegar a estar tan completamente bebida y tan inconsciente como Gerald acostumbraba a estarlo en los días de recepción. Entonces acaso pudiese olvidar el sepultado rostro de Frank, que la acusaba de haber arruinado su vida y de haberlo matado.

Se preguntaba si todo el mundo en la ciudad pensaría que ella lo había matado. Desde luego, la gente en los funerales había estado fría con ella. Las únicas personas que habían puesto algo de calor en sus expresiones de simpatía eran las mujeres de los oficiales yanquis con las que tenía trato. Bueno, no le importaba lo que la ciudad dijese de ella. ¡Qué poco valor tenía al lado de aquello de lo que tendría que responder ante Dios!

Tomó un trago más para desechar este pensamiento, estremeciéndose al sentir pasar por su garganta el ardiente brandy. Se encontraba muy animada ahora, pero aún no conseguía desterrar de su mente la idea de Frank. ¡Qué locos eran los hombres cuando decían que la bebida hace a la gente olvidar! A no ser que bebiese hasta perder los sentidos, seguiría viendo el rostro de Frank como lo había visto la última vez que le suplicó que no saliese sola a caballo: tímido, lleno de reproche, suplicante.

, El aldabón de la puerta (principal golpeó con ruido sordo que resonó en la silenciosa casa. Sintió los torpes pasos de Mamita cruzar
el
vestíbulo y abrirse la puerta. Se oyó el ruido del saludo y un murmullo confuso. Algún vecino que vendría a discutir el funeral, o a traer chismes y cuentos. A Pitty la entretendría. Experimentaba un melancólico placer hablando con los visitantes que venían a darles el pésame.

Scarlett se preguntaba con curiosidad quién sería, y cuando una voz de hombre, vibrante y sonora, se elevó sobre el fúnebre cuchicheo de Pitty, lo supo. Una sensación de alegría y alivio la inundó. Era Rhett. No lo había vuelto a ver desde que le había comunicado la noticia de la muerte de Frank, y ahora sentía en lo más recóndito de su corazón que él era la única persona que podría ayudarle aquella noche.

—Creo que me recibirá —oyó que decía.

—Pero está descansando ahora, capitán Butler, y no quiere ver a nadie. Pobre niña, está completamente anonadada. Ella...

—Creo que me recibirá. Haga el favor de decirle que me marcho mañana y que estaré fuera algún tiempo. Es muy importante.

—Pero... —murmuró tía Pittypat.

Scarlett corrió al vestíbulo, observando con cierto asombro que sus rodillas estaban algo inseguras, y se inclinó por encima del pasamanos.

—Ahora mismo bajo, Rhett —manifestó.

Vio de una ojeada la regordeta cara de tía Pittypat, vuelta hacia arriba, con sus redondos ojos abiertos por la sorpresa y la desaprobación. «Ahora será la comidilla de toda la ciudad que el mismo día de la muerte de mi marido me haya conducido con tan poco decoro», pensó Scarlett mientras se precipitaba a su habitación para arreglarse un poco. Se abrochó hasta la barbilla el negro corpino y se prendió al cuello el alfiler de luto de tía Pitty. «No estoy nada guapa —pensó inclinándose hacia el espejo— con esta cara tan pálida y tan asustada.» Por un momento su mano se dirigió hacia la caja donde guardaba escondidos el carmín y los polvos, pero no se decidió a usarlos. A la pobre Pittypat le daría un ataque si la viese sonrosada y recompuesta. Cogió el frasco de colonia, se enjuagó cuidadosamente la boca y escupió.

Bajó corriendo al vestíbulo, donde la esperaban en pie, pues Pittypat se había quedado tan desconcertada por la salida de Scarlett que no se le ocurrió invitar a Rhett a sentarse. Él vestía discretamente de negro con pechera almidonada y cuello duro; sus maneras eran las que las conveniencias imponen a un buen amigo que hace una visita de duelo a la persona que acaba de sufrir una desgracia. En resumen, estaba tan sumamente correcto, que casi resultaba grotesco, aunque Pittypat no se diera cuenta de ello. Se disculpaba cortesmente por venir a molestar a Scarlett y lamentaba que en su prisa por terminar unos asuntos antes de su marcha le hubiera sido imposible asistir a los funerales.

«¿Qué le habrá impulsado a venir? —se preguntaba Scarlett—. No es cierta una sola palabra de lo que está diciendo.»

—Lamento venir a molestar a usted en estos momentos, pero necesito discutir con usted un asunto que no admite espera. Unas cosas que el señor Kennedy y yo estábamos planeando.

—No sabía que usted y el señor Kennedy tuviesen algunos asuntos comunes —dijo tía Pittypat, disgustada ante la idea de que algún asunto de Frank le fuese desconocido.

—El señor Kennedy era hombre de muy diversas actividades —repuso Rhett respetuosamente—. ¿Podemos pasar al salón?

—¡No! —gritó Scarlett, mirando las cerradas puertas.

Aún podía ver el ataúd en el centro de aquella habitación; esperaba que nunca más tendría que volver a entrar allí. Pitty, por una vez en la vida, y de mala gana, se hizo cargo de la situación.

—Pasen ustedes a la biblioteca. Yo tengo que subir a coser unas cosas. Tengo retrasada la costura de la semana pasada.

Se marchó escaleras arriba, con una mirada de reproche de la que ni Scarlett ni Rhett se dieron cuenta. Él se hizo a un lado para dejarla pasar a la biblioteca.

—¿Qué negocio tenía usted con Frank? —preguntó Scarlett de buenas a primeras.

Rhett se acercó a ella y murmuró:

—Ninguno. Quería desembarazarme de la señorita Pitty.

Se detuvo y se inclinó hacia ella.

—No es buena, Scarlett.

—¿El qué?

—La colonia.

—Le aseguro que no sé lo que quiere decir.

—Estoy seguro de que sí. Ha estado usted bebiendo de lo lindo.

—¿Y qué, si he estado bebiendo? Eso no es cosa suya.

—¡Sigue usted siendo la cortesía personificada, incluso en este trance! ¡Por Dios, Scarlett, no beba usted a escondidas. La gente siempre lo nota, y así se arruina la reputación de una persona. Y, además, es mala cosa el beber a solas. ¿Qué es lo que le pasa, encanto?

La llevó al sofá de palo de rosa, y ella se sentó en silencio.

—¿Puedo cerrar las puertas?

Ella sabía que si Mamita veía las puertas cerradas se escandalizaría y pasaría unos cuantos días riñéndola y refunfuñando; pero sería muchísimo peor que pudiera llegar a ella algo de la discusión a propósito de la bebida, sobre todo después de haber desaparecido la botella de brandy. Inclinó la cabeza asintiendo y Rhett corrió las puertas, dejándolas perfectamente cerradas. Cuando volvió y se sentó a su lado, mirándola interrogadoramente con sus ansiosos ojos, la sombra de la muerte retrocedió ante la vitalidad que él irradiaba y la habitación recobró su aspecto agradable y acogedor, las lámparas su luz sonrosada y cálida.

—¿Qué le pasa, encanto?

Nadie en el mundo era capaz de pronunciar aquella absurda palabra de cariño tan acariciadoramente como Rhett, aun cuando bromeara. Pero en aquellos momentos no parecía estar bromeando. Scarlett levantó su atormentada mirada hasta su rostro y se sintió algo confortada por la impasible e inescrutable expresión de Butler. No comprendía por qué sentía esta sensación; tal vez fuese porque, como él decía, los dos se parecían mucho. Scarlett pensaba, algunas veces, que todas las personas que ella había conocido, excepto Rhett, le eran extrañas.

—¿No puede decírmelo? —le preguntó con ternura—. ¿Es algo más que la muerte del pobre Frank? ¿Necesita usted dinero?

—¿Dinero? ¡Oh, no! ¡Por Dios, Rhett! ¡Tengo tanto miedo!

—No sea tonta, Scarlett; usted no ha tenido miedo en toda su vida.

—¡Oh, Rhett, tengo miedo!

Las palabras fluían más rápidamente de lo que podía pronunciarlas. Podía decírselo. A Rhett podía decírselo todo. Él había sido tan malo que no podría juzgarla. Era maravilloso encontrar a alguien que era malo y sin conciencia y tramposo, y embustero, cuando el mundo entero estaba lleno de gente incapaz de mentir ni por salvar su alma y que preferiría morir de inanición a cometer un acto deshonroso.

—Tengo miedo de morirme e ir al infierno.

Si él se reía de ella, se moriría allí mismo. Pero no se rió.

—Está usted llena de vida, y, después de todo, tal vez no haya infierno.

—¡Oh, Rhett, sí lo hay! Usted sabe que sí lo hay.

—Sí sé que lo hay, pero está aquí en la tierra. No después de morir. No hay nada después de la muerte, Scarlett. Usted está pasando su infierno ahora.

—¡Oh, Rhett, eso es una blasfemia!

—Pero muy tranquilizadora. Vamos, diga, ¿por qué va usted a ir al infierno?

Ahora estaba embromándola, pero a ella no le importaba. ¡Sus manos eran tan cálidas, tan fuertes, y Scarlett se sentía tan tranquilizada cuando oprimía las suyas!

—Rhett, yo no debía haberme casado con Frank. Fue un engaño. Él pretendía a Suellen y la quería a ella, no a mí. Pero yo le mentí, le dije que Suellen se iba a casar con Tony Fontaine. ¡Oh! ¿Cómo pude hacer eso?

—¡ Ah! ¿De modo que fue por eso? Siempre me maravilló.

—¡Y luego lo hice tan desgraciado! Le obligué a hacer todo lo que él no quería; por ejemplo: exigir el pago de las cuentas a gente que no tenía dinero para ello. ¡Y le disgustó tanto que yo pusiese en marcha las serrerías, y edificase el café, y alquilase presidiarios! Casi no se atrevía a levantar la cabeza de vergüenza. Rhett, yo lo he matado. Sí, lo he matado. Yo no sabía que él era del Klan. Nunca soñé que fuera tan atrevido, pero debía haberlo sabido. Y yo lo maté.

—¡Ojalá pudiera toda el agua del Océano lavar la sangre que hay en mis manos!...
[26]

—¿Cómo?

—No haga usted caso, continúe.

—¿Continuar? ¡Eso es todo! ¿No es bastante? Me casé con él, lo hice desgraciado y lo maté. ¡Oh, Dios mío, yo no sé cómo pude hacer semejante cosa! Le mentí y me casé con él. Todo esto me pareció tan bien cuando lo hice, pero ahora comprendo lo mal que estuvo. Mire, Rhett, me parece que no fui yo quien lo hizo así. Me porté perversamente con él, pero yo en el fondo no soy mala. A mí no me educaron así. Mi madre...

Se detuvo y tragó saliva; durante todo el día había luchado con el recuerdo de Ellen, pero ya no podía desechar su imagen.

—A veces me pregunto cómo sería su madre. ¡Usted es tan igual a su padre!...

—Mi madre era... ¡Oh, Rhett! Por primera vez me alegro de que haya muerto; así no puede verme. No me había educado para que fuese tan mala. ¡Ella era tan amable para todo el mundo, tan buena! Hubiera preferido verme muerta a verme hacer esto. ¡Y yo que hubiera querido parecerme a ella en todo! No me parezco en absoluto. Yo nunca lo pensé; ¡tenía tantas otras cosas en que pensar!... Yo hubiera querido ser como ella; no quería ser como papá. Yo a mi padre lo quería mucho; pero era tan... tan... inconsciente. Rhett, algunas veces yo procuraba con toda mi alma ser amable con la gente y buena con Frank; pero entonces volvía mi pesadilla y me asustaba tanto que no tenía más remedio que lanzarme a la calle y arrancar dinero a la gente, fuese mío o no lo fuese.

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