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Authors: Margaret Mitchell

Tags: #Drama, Romántico

Lo que el viento se llevó (141 page)

—Yo, desde luego, no pienso ir a visitar a Scarlett ni ahora ni nunca.

Y la fría y señorial expresión de su rostro se acentuaba más que nunca.

Los otros miembros del «Ropero de señoras para viudas y huérfanos de la Confederación» abandonaron, ansiosas, sus agujas y aproximaron sus mecedoras. Todas las señoras habían estado deseando poder criticar a Scarlett y a Rhett, pero la presencia de Melanie lo había evitado. Precisamente el día anterior la pareja había vuelto de Nueva Orleáns y ocupaba las habitaciones nupciales del Hotel Nacional.

—Hugh dice que debo ir, aunque sea puramente de cumplido, porque el capitán Butler le salvó la vida —continuó la señora de Elsing—. Y la pobre Fanny le da la razón y dice que también ella irá a verla. Y yo le he dicho: «Fanny, si no fuera por Scarlett, el pobre Tommy estaría con vida aún en estos momentos. Es un insulto a su memoria el ir». Y Fanny, que no tiene ni pizca de sentido común, me contestó: «Madre, no voy a visitar a Scarlett. Voy a visitar al capitán. Hizo cuanto pudo por salvar a Tommy y no es culpa suya si no lo consiguió».

—¡Qué tonta es la gente joven! ¡Ir a verlos! —dijo la señora Merriwether con su robusto seno hinchado de indignación al recordar lo rudamente que Scarlett había recibido su consejo sobre su matrimonio con Rhett—. Mi Maribella es tan boba como su Fanny. Dice que ella y Rene irán a verlos, porque el capitán Butler salvó de la horca a Rene. Y yo le digo que, si Scarlett no se hubiera expuesto, Rene nunca hubiera estado en peligro. Y el viejo Merriwether también piensa ir, y habla como chocheando, y dice que está muy agradecido a ese bandido, aunque yo no se lo esté. Creo que desde que Merriwether padre ha estado en casa de esa mujer, la Watling, no hace más que tonterías. ¡Ir a verlos! Yo, desde luego, no pienso ir. Scarlett se ha colocado fuera de la ley al casarse con ese hombre. Ya estaba bastante mal que durante la guerra especulara e hiciera dinero explotando nuestra hambre; pero ahora, que está a partir un piñón con las gentes dudosas y los
scallawags,
y es amigo, verdaderamente amigo, de ese ente odioso, el gobernador Bullock... ¡Id a verlos!

La señora Bonnel suspiró. Era una mujercita pequeña, regordeta morena, con una carita muy alegre.

—Irán a verlos una sola vez por cumplido, Dolly. Yo no los encuentro tan merecedores de crítica. He oído decir que todos los hombres que salieron aquella noche piensan ir a visitarlos y creo que deben hacerlo. Después de todo, parece mentira que Scarlett sea la ija de su madre. Fui al colegio con Ellen Robillard en Savannah; había muchacha más encantadora que ella; yo la quería mucho. Si su padre no se hubiera opuesto a su boda con su primo Filip ibillard! No había nada que decir del muchacho; todos los chicos en alguna barrabasada. Pero Ellen tuvo que dejarlo y casarse el viejo O'Hara y tener una hija como Scarlett. Verdaderamente, me parece que voy a ir a verla por una vez. Aunque sólo sea por la memoria de Ellen.

—¡Tonterías sentimentales! —refunfuñó la señora Merriwether enfadada—. Cathleen Bonnel, ¿vas a ir a visitar a una mujer que se casó un año escaso después de la muerte de su marido, una mujer...?

—Y realmente ella mató al señor Kennedy —interrumpió India.

Su voz era fría y amarga. Cada vez que pensaba en Scarlett le resultaba difícil ser comedida, recordando siempre a Stuart Tarleton.

—Yo siempre he creído que entre ella y ese Butler había ya antes de la muerte de Kennedy mucho más de lo que la gente sospechaba. Antes de que las señoras se hubieran recobrado de su escandalizado asombro ante semejante declaración, y mucho más de oír a una muchacha soltera mencionar ese tema, Melanie estaba de pie en el umbral. Tan enfrascadas habían estado en su comadreo, que no habían oído su ligero paso, y ahora, al enfrentarse con su anfitriona, parecían niñas habladoras sorprendidas por la maestra. La alarma se añadió a la consternación al ver el cambio que se había operado en el rostro de Melanie. Estaba roja de justa indignación, sus dulces ojos despedían chispas, las aletas de la nariz le temblaban. Nadie había visto nunca a Melanie enfadada; ni una señora de las presentes la habría creído capaz de irritarse. Todas la querían, y pensaban que era la más dulce y manejable de las mujeres, deferente con las personas mayores y sin opiniones propias.

—¿Cómo te atreves, India...? —preguntó con voz baja y estremecida—. ¿Adonde te va a llevar la envidia? ¡Qué vergüenza! El rostro de India se puso pálido. No obstante, levantó la cabeza.

—No me retracto de nada —dijo con brevedad, aunque su mente ardía.

«¿Estoy celosa?», se preguntaba. Con el recuerdo de Stuart Tarleton, y Honey, y Charles, ¿no tenía motivos más que sobrados para estar celosa de Scarlett? ¿No tenía razones para odiarla, ahora que tenía la sospecha de que también a Ashley lo había envuelto en sus redes? Y pensó: «¡Si yo te dijera todo lo que sé de Ashley y tu preciosa Scarlett!». India se sentía vacilante entre el deseo de proteger a Ashley con su silencio y el de desenmascararlo contando a Melanie y al mundo entero todas sus sospechas. Eso obligaría a Scarlett a dejar en paz a Ashley. Pero no era el momento oportuno. No sabía nada definido; sólo sospechaba.

—No me retracto de nada —repitió.

—Entonces es una suerte que ya no vivas bajo mi techo —dijo Melanie con frío tono.

India se puso en pie de un sao y toda la sangre afluyó a su rostro.

—Melanie, tú que eres mi cuñada, ¿vas a pelearte conmigo por esa mala pieza?

—Scarlett también es cuñada mía —dijo Melanie, mirando a India a los ojos como si se tratara de una extraña— y más querida para mí que una hermana de sangre pudiera serlo. Si tú olvidas tan fácilmente los favores que me ha hecho, yo no los puedo olvidar. Se quedó conmigo durante el sitio, cuando todo el mundo se había ido, cuando hasta tía Pitty había huido a Macón. Llevó a mi hijito en mi lugar cuando los yanquis estaban casi en Atlanta y arrostró conmigo y con Beau todo aquel espantoso viaje a Tara cuando podía haberme dejado aquí en el hospital expuesta a que los yanquis me capturasen. Me dio de comer aunque ella pasara hambre y me cuidó aunque ella estuviera cansada. Como yo estaba enferma y débil, tenía el mejor colchón de Tara. Cuando pude andar, tuve el único par de zapatos que había usable. Tú, India, puedes olvidar todas estas cosas que Scarlett hizo por mí; pero yo no puedo. Y cuando Ashley llegó a casa enfermo, desanimado, sin un hogar, sin un céntimo en el bolsillo, ella lo recibió como una hermana. Y, cuando creímos que tendríamos que marchar al Norte y nos destrozaba el corazón abandonar Georgia, llegó Scarlett y le dio la dirección de las serrerías. Y el capitán Butler salvó la vida a Ashley por pura bondad de corazón. Indudablemente no tenía por qué hacer nada por Ashley. Y yo estoy agradecida, agradecidísima a Scarlett y al capitán Butler. Pero tú, India, ¿cómo puedes olvidar los favores que Scarlett nos ha hecho a mí y a Ashley? ¿Cómo puedes apreciar la vida de tu hermano en tan poco como para levantar calumnias al hombre que la salvó? Si te presentaras de rodillas ante el capitán Butler y Scarlett no sería bastante.

—Vamos, Melanie —dijo la señora Merriwether, que ya había recobrado la serenidad—. Ésa no es una manera muy correcta de hablar a India.

—Ya oí lo que dijo usted también de Scarlett —exclamó Melanie lanzándose contra la obesa señora con el ademán de un duelista, habiendo arrancado el acero del cuerpo de un antagonista vencido, se revuelve, furioso, contra otro—. Y usted también, señora Elsing. Lo que piensen de ella en sus mezquinas mentes me importa poco; pero lo que digan de ella en mi propia casa y al alcance de mi oído, eso es asunto mío. ¿Cómo pueden siquiera pensar cosas tan terribles, y mucho menos decirlas? ¿Les son sus maridos tan poco queridos que lo mismo les da verlos muertos o vivos? ¿Tan poca gratitud sienten hacia el hombre que los salvó, y que los salvó con riesgo de su propia vida? Los yanquis lo habrían creído fácilmente miembro del Klan, si hubiera llegado a saberse la verdad. Lo hubieran ahorcado. Pero él se arriesgó por los maridos de todas. Por su padre político, señora Merriwether, y por su hijo político y sus dos sobrinos también. Y por su hermano, señora Bonnel; y por su hijo político, señora Elsing. ¡Ingratas, eso es lo que son ustedes! Exijo una retractación de todas.

La señora Elsing estaba en pie, guardando su labor en la cestita.

—Si alguien me hubiera dicho que podías ser tan mal educada, Melanie... No, no me retractaré. India tiene razón. Scarlett es una desahogada, una mala pécora. No puedo olvidar cómo se portó durante la guerra. Y no puedo olvidar lo impertinente que se puso en cuanto tuvo un poco de dinero.

—Lo que no puede usted olvidar —dijo Melanie, poniéndose en jarras— es que despidiese a Hugh porque no le pareció a propósito para dirigir las serrerías.

—¡Melanie! —gimió un coro de voces.

La señora Elsing irguió la cabeza, precipitándose hacia la puerta. Con la mano en el picaporte, se detuvo y, volviéndose:

—Melanie —dijo con voz emocionada—, esto me destroza el corazón, cariño. He sido la mejor amiga de tu madre. Yo ayudé al doctor Meade a traerte a este mundo y te quiero como si fueras mi hija. Si fuera por algo que valiera la pena, no me sería tan duro oírte hablar así. Pero por una mujer como Scarlett O'Hara, que no tendría el menor reparo en hacerte una mala pasada, lo mismo a ti que a cualquiera de nosotras...

A las primeras palabras, los ojos de Melanie se llenaron de lágrimas; pero volvieron a adquirir la expresión de ira al terminar de hablar.

—Que todas lo tengan por bien entendido —dijo—. Aquella de ustedes que no vaya a visitar a Scarlett, no tiene por qué volver a visitarme a mí jamás.

Hubo grandes murmullos de voces y confusión al levantarse las señoras. La señora Elsing dejó caer al suelo su cesta de labor y volvió a entrar en la habitación con su moño postizo todo torcido.

—¡No puedo admitirlo, no puedo admitirlo! —gritó—. Estás fuera de tino, Melanie, y no te considero responsable de tus palabras. Serás siempre mi amiga y yo lo seré tuya. Me niego a dejar que esto se interponga entre nosotras.

Estaba llorando y, sin saber cómo, Melanie se encontró en sus brazos, llorando también, pero declarando entre sollozos que mantenía absolutamente todo cuanto había dicho. Varias otras señoras se echaron a llorar, y la señora Merriwether, sonándose estruendosamente, estrechó en un mismo abrazo a Melanie y a la señora Elsing. Tía Pitty, que había contemplado aterrada toda la escena, cayó de pronto al suelo, en uno de los pocos desmayos auténticos que había sufrido jamás. Entre tanta lágrima, confusión, besos, tanto precipitarse a buscar sales y el frasco de brandy, sólo un rostro permaneció tranquilo y unos ojos secos. India Wilkes se marchó sin que nadie se diera cuenta.

El abuelo Merriwether, que se encontró unas horas después en el café «La Hermosa de Hoy», a tío Henry Hamilton, le relató los acontecimientos, que él conocía por la señora Merriwether. Se lo contó con delicia, pues estaba entusiasmado de que alguien hubiera tenido el valor de hacer ceder a su terrible nuera. Desde luego, él se sentía incapaz.

—Bien, y ¿qué decidió por fin ese montón de locas? —preguntó, irritado, tío Henry.

—No estoy muy seguro —dijo el abuelo—. Pero creo que Melanie ganó totalmente este primer encuentro. Apostaría a que todas esas señoras irán a ver a Scarlett al menos una vez. La gente haría cualquier cosa por esa sobrina suya, Henry.

—Melanie es una loca, y esas señoras tenían razón. Scarlett es una buena pieza y nunca he comprendido cómo Charles se casó con ella —dijo bruscamente tío Henry—. Pero, por otra parte, Melanie tiene razón también. Es de rigor que las familias de los hombres a quienes el capitán Butler salvó la vida vayan a visitarlos. Mirándolo bien, a mí no me resulta tan mal el capitán Butler. Demostró ser un hombre inteligente el día que nos salvó la cabeza. Es a Scarlett a la que no puedo tragar. De todos modos, iré a visitarlos. Scarlett es sobrina mía por
alianza,
después de todo. Estoy tentado de ir esta misma tarde.

—Iré con usted, Henry. Dolly se va a poner como para que la aten cuando se entere de que ya he ido. Espere que beba otra copa.

—Vamos a brindar por el capitán Butler. Hay que decir en honor suyo que siempre ha sido un buen catador.

Rhett había dicho que la Vieja Guardia no se rendiría nunca, y tenía razón. Conocía el escaso valor de las pocas visitas que les habían hecho. Las familias de los hombres que habían tomado parte en la desgraciada salida del Klan les hicieron la primera visita, pero volvieron con poca frecuencia. Y desde luego no invitaron a los Butler a sus casas.

Rhett decía que no hubieran ido ni una sola vez a no ser por miedo a la cólera de Melanie. Scarlett no podía imaginar de dónde él había sacado semejante idea, pero la rechazó con el desprecio que merecía. ¿Qué influencia iba a tener Melanie sobre gente como la señora Elsing y la Merriwether? El que no volviesen la molestó muy poco; en realidad no notó demasiado su ausencia, pues sus salones estaban desbordantes de invitados de otra categoría. «Gente nueva» los llamaban los verdaderos atlantinos, cuando no les aplicaban nombres menos corteses.

Había en el Hotel Nacional mucha gente nueva que, como Scarlett y Rhett, estaban esperando que sus casas quedasen terminadas. Eran personas alegres, adineradas, muy por el estilo de los amigos que Rhett tenía en Nueva Orleáns: bien vestidos, gastadores, de antecedentes desconocidos. Todos eran republicanos y estaban en Atlanta por asuntos del Gobierno de los Estados. Lo que fuesen estos asuntos, Scarlett ni lo sabía ni la preocupaba.

Rhett hubiera podido decirle exactamente de lo que se trataba: eran los mismos asuntos que tienen los cuervos con los animales muertos. Olían la muerte desde lejos y acudían infaliblemente para saciarse en los cadáveres. El Gobierno de Georgia había muerto, el Estado estaba desamparado y los aventureros se precipitaban sobre él.

Las mujeres de los amigos de Rhett llegaban a visitarla en tropel, y lo mismo ocurría con la «gente nueva» que Scarlett había conocido cuando les vendió el maderaje para su casas. Rhett decía que habiendo tenido negocios con ellos debía recibirlos, y habiéndolos recibido los encontró muy agradable compañía. Llevaban encantadores vestidos y nunca hablaban de la guerra, ni de los tiempos difíciles. Limitaban su conversación a modas, escándalos y whist. Scarlett nunca había jugado a los naipes y se entusiasmó con el whist, haciéndose en poco tiempo una excelente jugadora.

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