Mecanoscrito del segundo origen (19 page)

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Authors: Manuel de Pedrolo

Tags: #Ciencia ficción, infantil y juvenil

No se movió hasta cerca de la puesta del sol, cuando se arrodilló e, inclinándose sobre él, besó sus labios, fríos y calentó su piel con sus últimas lágrimas.

Y con los últimos rayos del sol, volvió a cargarlo otra vez entre sus brazos y, ahora sin que las piernas le vacilaran, lo llevó hasta los sauces y lo bajó a la tumba.

Su ánimo desfalleció por un segundo en el momento de tomar la pala, pero se rehizo y fue cubriéndolo hasta que estuvo bien tapado. Con las manos, niveló la tierra, que quedaba un poco más alta, y donde al día siguiente plantaría flores.

Ya era oscuro cuando lo dejó y volvió a la roulotte.

Y yo, Alba, una madre de dieciocho años, miré a Mar, que lloraba en la cuna, y pensé que apenas sería una mujer de treinta años cuando él cumpliera los doce. Y en el fondo de mi corazón deseé fervientemente que fuera tan precoz como Dídac, su padre; si lo era, aún podría tener unos cuantos hijos de mi hijo...

Capítulo 6
¿Es Alba la madre de la humanidad actual?

Como algunos lectores ya saben y otros ignoran, el primer ejemplar del Mecanoscrito del segundo origen fue descubierto hace ahora cuatro mil doscientos dieciocho años por un erudito hoy prácticamente olvidado, Eli Raures, el cual lo retuvo, sin publicarlo, hasta que al cabo de treinta y cuatro años una segunda copia de la obra cayó en manos de Olguen Dalmasas, un marchante de antigüedades que, poco antes, lo había adquirido en un lote de objetos procedente de la liquidación de los bienes de una familia campesina.

Contra el parecer general, quiso ver en él una crónica, diario o memorias de uno de los escasos supervivientes de la gran catástrofe que, por motivos por aquel entonces desconocidos, había estado a punto de aniquilar totalmente la vida humana de nuestro planeta.

Raures, que cuando se produjo este segundo hallazgo ya debía tener ochenta años, sostenía que se trataba de una de tantas obras de aquello que los antiguos llamaban ciencia ficción, con la única particularidad de que ésta nos había llegado de forma mecanoscrita; el autor, argumentaba, había intentado resucitar un género que en aquellos momentos ya no tenía aceptación.

Durante la controversia entre los dos hombres, Damasas sostuvo:

a) Que la divisón del mecanoscrito en cuadernos hacía pensar que se trataba de la transposición de una obra anterior, probablemente manuscrita; en este caso, las fechas que proporcionaba la datación Brau/Sorfa no afectaban a la antigüedad del texto;

b) Que el texto pretendía fundar de una manera suficientemente específica la denominación cronológica que ahora es la nuestra;

c) Que la escritura era demasiado ingenua a todos los niveles como para pertenecer a un profesional, y...

d) Que se recogían, en forma actual histórica, una serie de hechos que, más o menos desnaturalizados, nuestra civilización conserva en forma de leyendas o mitos.

Eli Raures, que dejó de lado el argumento de la datación, quizá porque también le pareció lógico el hecho de que aquella división de los capítulos hacía mención a un texto más antiguo, escrito a mano en distintos cuadernos, fue capaz de citar toda una retahíla de obras de ciencia ficción tan ingenuas, o más, y se alzó de hombros antes los otros dos argumentos; el autor, decía, no tenía ningún mérito «fundando» una datación que ya existía, y de la cual únicamente pretendía dar una explicación fantasiosa, ni buscando un origen arbitrario a aquellos mitos y leyendas sobre el origen que nutren nuestro folklore.

Este criterio, quizá porque el texto ofendía a algunos tabúes de nuestra sociedad que aún hoy conservan su fuerza, fue el que prevaleció. Y es así como, bajo la etiqueta de «novela de ciencia ficción», el Mecanoscrito del segundo origen ha pasado a nuestros manuales y se ha editado, a intervalos espaciados, once veces más.

Pero ahora, en 7138, estamos mejor informados. Lo estamos concretamente, desde el año pasado, cuando los galaxonautas de nuestro último programa Alfa 3 descubrieron un planeta, ahora bautizado como Volvia, totalmente desierto y en el cual aún quedan rastros de una civilización de tipo humanoide altamente evolucionada. Nuestros científicos han encontrado allí fragmentos de máquinas que podrían corresponder perfectamente a los platillos volantes o aviones mencionados en el mecanoscrito; y, más importante y decisivo, han recogido allí unas placas de un metal prácticamente indestructible idénticas a la que encontramos citada en nuestro texto. Igualmente importante es la existencia, en Volvia, de extensos archivos conservados en hojas del mismo metal, escritos según un llamémosle alfabeto que únicamente conocía varias formas de líneas y de puntos. Todo esto es del dominio público.

En cambio, no lo es el que los primeros resultados, aún parciales y sujetos a revisión, del trabajo de descifrado al que se dedican nuestros hombres de ciencia parece que señalan, entre otras cosas, dos puntos que nos interesan particularmente en relación al mecanoscrito: una enfermedad epidémica de origen desconocido, que los médicos de Volvia no podían controlar, se iba extendiendo hace unos 8.000 años por el planeta y amenazaba con exterminar a todos sus habitantes, los cuales, y éste es el segundo punto a señalar, emprendieron una exploración ultragaláctica con vistas a localizar otro planeta que reuniera unas condiciones ambientales semejantes al de ellos a fin de emigrar allí y, si podían, salvar la raza. Y siempre según esta interpretación, que no es definitiva, lo repetimos, encontraron tres; uno de ellos, no hay duda, era la Tierra. Pero estos planetas, o al menos el nuestro, estaban habitados, y necesitaban limpiarlos antes de instalarse en ellos.

El procedimiento, que confirma los datos de nuestro texto, nos es muy familiar desde el conflicto bélico de 6028 —6030, cuando por vez primera uno de los contendientes descubrió y utilizó el sistema Grac/D, desde entonces prohibido, gracias al cual aniquiló simultáneamente dos ciudades, Romana y Nuclis. Resulta claro que los habitantes de Volvia disponían ya de él unos cuantos miles de años antes, si bien no lo debían tener tan perfeccionado, puesto que las vibraciones microestructurales que utilizaron no eran lo bastante potentes como para destruir los edificios de raíz; lo eran, en cambio, para provocar el conocido colapso cardíaco que, en Romana y Nuclis, no dejó ni a una persona con vida. Por otra parte, es sabido que estas vibraciones únicamente pueden propagarse en un medio de una densidad más o menos homogénea y, por lo tanto, no pueden comunicarse, por ejemplo, del aire al agua.

Los volvianos, hemos dicho, querían instalarse en la Tierra. Pero no lo hicieron. ¿Por qué? Ahora entramos en el terreno de las conjeturas. Una de dos: o bien la epidemia progresó más aprisa de lo que habían previsto, o bien prefirieron, en último extremo, emigrar a otro de los planetas que tenían en perspectiva. Si es esto último, un día lo sabremos; es inevitable que, antes o después, nuestros galaxonautas habrán de encontrarles.

Todos estos datos, ignorados, naturalmente, cuando el erudito y el marchante de antigüedades discutían entre sí, tienden a dar al Mecanoscrito del segundo origen la proyección histórica que, con una intuición tan acertada, pretendía Olguen Dalmasas. Es cierto que nunca se han encontrado ni los supuestos cuadernos originales ni el arma mortífera arrebatada a una criatura ajena a la Tierra, pero esto no puede sorprendernos; no es un argumento contra la autenticidad del mecanoscrito. Como tampoco es una prueba a favor el que actualmente perdure, todavía, el apellido Clarés.

La obra, pues, fue escrita probablemente por unos de los pocos supervivientes del ataque de los habitantes de Volvia, por esa Alba que, con su compañero, pensó en seguida en salvar los archivos del saber humano, los libros, y asegurar la continuidad de nuestra especie. Es hora, nos parece, de preguntarse seriamente si Alba no es la madre de la humanidad actual. Nosotros nos inclinamos a afirmarlo. Tenía que ser alguien de este temple.

El Editor.

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