¿Cómo es posible que Adolf Hitler fuera candidato al Premio Nobel de la Paz?
¿Qué hacía Búfalo Bill dándose un garbeo con los sioux por las Ramblas de Barcelona?
¿Era el marqués de Sade, padre del sadomasoquismo, un hombre sensible?
¿Cuántas personas escucharon realmente la famosa locución radiofónica de La guerra de los mundos de Orson Welles?
La historia universal es sin duda el mejor anecdotario que existe. El devenir de la humanidad es un continuo de despropósitos, coincidencias, exageraciones, curiosidades y difamaciones.
Nieves Concostrina
—que ya nos deleitó con las «andanzas» más divertidas de los muertos en
«Polvo eres»
— nos conduce con mucho humor en un sorprendente viaje por algunos de los hechos más curiosos que han moldeado nuestra historia.
Nieves Concostrina
Menudas historias de la Historia
ePUB v1.1
Dirdam27.04.12
Edita: La esfera de los libros
Publicación: 21 de abril de 2009
ISBN: 9788497348287
Dirdam: Editor1 (v1.0 a v1.1)
Corrección de erratas: johnty, 8/5/12
A Meli, mi hermana.
A mi compañero Jesús Pozo, porque sin sus ideas, sus críticas, su brío y su incondicional empuje este proyecto no hubiera sido posible. Ni éste… ni los anteriores. Ni los que están por venir. El éxito de mi trabajo en la radio y su posterior repercusión en papel no es mío, es nuestro. Indiscutiblemente nuestro. Gracias, Jesús.
Quiero dedicar este libro a todos los profesores de Historia que me cayeron en suerte durante mi esponjosa infancia y que se empeñaron en hacerme aprender de memoria tratados, concilios, fechas y retahílas de reyes, que yo olvidaba en el primer cuarto de hora de recreo con mi bocata de fuagrás en la mano. Con su falta de entusiasmo me hurtaron la diversión y la simpatía que la Historia guarda entre líneas y que, sin duda, me hubieran ayudado a situarme en el tiempo y en el espacio, a comprender y a hilar acontecimientos más allá de sesudas conclusiones que había que plasmar en un examen. Ninguno sonrió jamás en clase. Va por ellos.
Aunque las fechas señaladas intentan ser exactas y contrastadas, la consulta de distintas fuentes lleva sin remedio a localizar varias para el mismo acontecimiento. No lo tengan en cuenta. Día arriba, día abajo no cambiaría el curso de la Historia. Ejemplo: Franco habría sido igual de nefasto si se hubiera pronunciado el 18 o el 20 de julio.
Nadie vea en los siguientes textos pretensiones eruditas inexistentes. Un rápido vistazo deja a la vista exactamente lo contrario. He intentado única y exclusivamente facilitar un acercamiento a determinados episodios, serios unos y absurdos otros, a los que la inmensa mayoría profana no hemos podido aproximarnos por la frontera que nos marcaron los textos académicos. Se trata sólo de pequeñas pinceladas que únicamente pretenden ser útiles para aguijonear la curiosidad y empujar, ojalá, a beber en fuentes más doctas.
Hablar del concilio de Pisa suena, de entrada, a petardo, pero aquel concilio que comenzó el 25 de marzo del año 1409, el que intentó poner fin al famoso Cisma de Occidente, es cualquier cosa menos petardo, porque fue uno de los más broncas y animados que se recuerdan. Se trataba de acabar con un problema grave: había dos papas reinando en la cristiandad. Bueno, pues cómo sería la que allí se montó, que cuando terminó el concilio en vez de dos papas había tres.
Como el Cisma de Occidente merece capítulo aparte, sólo decir que en el año que nos ocupa, 1409, la situación de la Iglesia pasaba de castaño oscuro. Hacía treinta años que había dos papas mandando en paralelo, uno desde Aviñón y otro desde Roma. Cada vez que se moría uno de los dos papas, los cardenales de cada bando elegían sucesor, con lo cual el cisma seguía y seguía y no se solucionaba nunca. Aquello era insostenible; hasta que el rey de Francia Carlos VI dijo «ya basta». La única forma de solucionar esto era retirar toda obediencia a los dos y deponerlos; y, por cierto, uno de los dos papas era el nuestro, Benedicto XIII, el aragonés, el
Papa Luna.
Los cardenales de uno y otro bando se alarmaron ante el enfado del rey francés, aparcaron sus diferencias un rato y se reunieron a ver qué hacían. De esta reunión salió el concilio de Pisa. Muy bien, pero resulta que el único que puede reunir un concilio y firmar todo lo acordado es el papa. Y como había dos y ninguno quería ceder el poder, aquel concilio era como de juguete. Lógico, ninguno de los papas contendientes iba a convocarlo para facilitar su expulsión. Los papas se mantuvieron en sus trece (esta frase hecha procede precisamente de entonces, porque Benedicto XIII fue el que se mantuvo en sus ídem), así que el seudoconcilio los declaró herejes, los separó de la Iglesia y eligió a otro papa para sustituirlos, Alejandro V. No hay dos sin tres.
Y Alejandro V tuvo que buscarse otra sede, porque en Aviñón y Roma seguían amarrados a la silla los otros dos papas. Se fue a Bolonia, donde la mortadela, y allí pasó su pontificado sin pena ni gloria hasta que lo envenenaron. Los otros dos estuvieron todavía cinco años más peleados.
El 28 de septiembre de 1978 es una fecha negra en el Vaticano, y no sólo porque se les muriera un papa. Al fin y al cabo se les han muerto doscientos y pico y lo tienen bastante asumido. Pero las dudas que surgieron en torno a aquella muerte aún no se han disipado, ni mucho menos se ha solucionado la crisis interna que arrastró. Albino Luciani, Juan Pablo I, murió a los 34 días de pontificado. Aún no les había dado tiempo a recoger todo lo del entierro de Pablo VI, cuando tuvieron que sacarlo de nuevo para los funerales del papa efímero.
Ahora que el Vaticano ha desclasificado los documentos del pontificado de Pío XI para que el mundo sepa qué datos del nazismo, la Guerra Civil española y el fascismo italiano se guardaron con tanto secreto, es de esperar que en algún momento alguien explique exactamente de qué murió Juan Pablo I. Haciendo un cálculo, así por encima, no nos toca enterarnos hasta, más o menos, el año 2076.
El papa Luciani murió en algún momento de la noche del 28 al 29 de septiembre. Se prohibió la realización de autopsia, nunca se pudo saber qué cenó la noche anterior, las cuatro monjas que asistieron al papa fueron trasladadas al Santo Oficio con la prohibición de hacer declaraciones, y no hubo un boletín médico que explicara claramente las causas de la muerte. El médico que certificó el deceso dijo que probablemente se debió a un infarto de miocardio. Pero aquel infarto no convenció.
La negativa a hacer autopsia se basó en que la Constitución Apostólica promulgada por Pablo VI en 1975 lo prohibía, pero en realidad ni lo prohíbe ni lo ordena, lo omite. O sea, ni sí ni no, ni todo lo contrario. La omisión de autopsia se entiende cuando el papa muere tras una enfermedad tratada por los médicos o cuando se le conoce una dolencia crónica. Pero es que Juan Pablo I no estaba enfermo y apareció muerto en su cama cuando la noche anterior se había acostado más ancho que largo.
Aún hoy hay voces que piden que se exhume y que se investigue. Por pedir…
El 8 de diciembre de 1854 un papa, el noveno de los Píos, Pío Nono, definió como obligatorio para los católicos creer que la Virgen fue concebida libre del pecado original, ése que transmitieron a todo homo sapiens cristiano Adán y Eva. La Inmaculada Concepción es uno de los símbolos más característicos del catolicismo, pero también ha sido uno de los más polémicos. En contra estuvo Santo Tomás de Aquino. A favor, los franciscanos; y mucho más en contra que Santo Tomás, los dominicos. La guerra interna por demostrar si la Virgen nació o no con el pecado original puesto trajo más de un insulto entre religiosos.
Los argumentos a favor de la inmaculada concepción de María no eran muy poderosos cuando se empezó a discutir sobre ello, allá por el siglo XII, pero como encontró un magnífico altavoz en la devoción popular durante los siguientes siglos, la creencia arraigó. En contra había argumentos más elaborados. Primero, que aquí el único ser humano concebido libre de pecado era Jesucristo; segundo, que hacer una segunda excepción con María daba lugar a graves problemas teológicos; y tercero, si estaba aceptado que fue Jesucristo quien redimió a su madre del pecado original y resulta que María también nació libre del pecado, ¿de qué la redimió su hijo?
Fueron los dominicos quienes mantuvieron durante siglos que tal idea era una paparruchada producto de la «plebe indocta», arrastrada por religiosos interesados que rehuían el debate. La chispa definitiva para conseguir el dogma se prendió en Sevilla, después de que un dominico rechazara en público la pura concepción de la Virgen. Los sevillanos se encabritaron, y el enfado saltó al resto de España y luego a la Europa católica. El asunto de la Virgen se convirtió casi en una campaña electoral de los franciscanos y el clero sevillano. Se organizaron procesiones diarias, responsos, por no llamarlos mítines, y hasta pegada de carteles por toda la ciudad en los que se leía «María, sin pecado original».
La respuesta popular fue masiva y, aunque varios papas se resistieron a definir el dogma, Pío Nono acabó haciéndolo a mediados del XIX. Desde entonces, se acabó la discusión. La buena noticia es que, gracias a aquella decisión, ese día es fiesta.
El 31 de octubre del año 1517 un monje muy cabreado agarró un martillo, cuatro clavos y se fue a la iglesia de Wittenberg, en Alemania. Sacó un papel con noventa y cinco cláusulas escritas, lo dejó clavado en la puerta y se volvió a su convento agustino con el martillo, pero más desahogado. El monje se llamaba Martín Lutero y ese día, con aquel monumental enfado, nació la Reforma protestante. ¿Por qué renegó Lutero de la fe establecida? Porque Roma era un despiporre. Los papas eran unos negociantes, corruptos la mayor parte de las veces. El que no tenía cinco hijos al retortero tenía tres amantes. Compraban Estados, vendían indulgencias, se asesinaban unos a otros, se robaban las novias… Y aquel 31 de octubre Lutero dijo «hasta aquí hemos llegado».
En Roma, al principio, no le tomaron muy en cuenta. No era la primera vez que alguien se quejaba. Pero al papa León X se le escapó un pequeño detalle en esta ocasión. La imprenta ya estaba en marcha y cualquier cosa tenía repercusión. Eso ocurrió con las noventa y cinco tesis de Lutero, que en poco tiempo las conoció toda Alemania. Y si algo enfadaba especialmente a los alemanes era la venta de indulgencias, un invento papal de lo más rentable que no servía absolutamente para nada.
En aquel siglo XVI, la muerte estaba más que presente. Todo el mundo andaba muy preocupado por no acabar en el purgatorio, un estado intermedio inaugurado por el Vaticano en el siglo XIII, situado entre el cielo y el infierno y con lista de espera para ir a uno u otro sitio. Como en Roma necesitaban hacer caja, se dijeron: pues para que la gente no se muera tan preocupada les vendemos una milonga. O sea, las indulgencias. Al que las compre le colamos en el purgatorio y le aseguramos plaza en el cielo. Y la gente compraba. Y Roma prosperaba.