Menudas historias de la Historia (32 page)

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Authors: Nieves Concostrina

Tags: #Terror

Adiós al alma grande de Gandhi

Un 2 de octubre nació Mahatma Gandhi y esto fue suficiente excusa para que la ONU declarara esta jornada de cada año como el Día Internacional de la No Violencia, una entelequia que adorna el calendario, pero que, lamentablemente, sirve para poco más. Gandhi fue asesinado el 30 de enero de 1948… qué gran incongruencia. El más destacado abanderado de la no violencia, el tipo más pacífico del mundo y el líder más escuchimizado del que se tienen noticias caía bajo las balas de un fanático.

La mañana que precedió a su muerte, Gandhi pronunció unas proféticas palabras: «Si todos los que ahora me escucháis caminarais hacia la paz por el sendero de la no violencia, me iría de este mundo muy satisfecho, aunque muriera abatido por la violencia de los fusiles». Menuda puntería la suya, la misma que tuvo, sólo unas horas después, el hombre que le descerrajó tres tiros en el pecho cuando el líder indio se dirigía a los rezos de la tarde. Su muerte se consideró una catástrofe internacional y la condena fue unánime. Hasta la Asamblea de Naciones Unidas declaró un periodo de luto, y esto ha ocurrido muy pocas veces.

Dos millones de personas acudieron a los funerales del «alma grande». Eso significa Mahatma, alma grande, y aquel pedazo de alma se hizo humo en una impresionante pira funeraria de madera de sándalo en la ciudad de Allahabad. Allí confluyen los ríos Ganges y Yamuna, y un tercero que sólo existe en la mitología hindú, el Sarasvati, una poderosa corriente de propiedades purificantes. En esa confluencia debían diluirse parte de las cenizas de Gandhi, porque otra parte aún pulula por la India en un rito de veneración que el líder jamás hubiera aceptado.

Gandhi, aquel que nunca dejaba que muriera el sol sin que antes hubieran muerto sus rencores, desapareció hace sesenta años, y con este hombre calvo y delgaducho que logró la independencia de todo un país con su voz y en taparrabos, también se fue el Mahatma. Su gran alma se quedó sin hueco en un mundo violento.

El enigma de Mayerling

El emperador austrohúngaro Francisco José I cavilaba el 31 de enero de 1889 cómo escamotear a la historia oficial el mayor escándalo de su imperio. Y tomó una decisión: el emperador dio orden de enterrar en una tumba secreta en las afueras de Viena, sin nombre y sin lápida, el cuerpo de la amante de su hijo, la baronesa María Vetsera. Mientras, su heredero, el archiduque Rodolfo de Habsburgo, muerto junto a su enamorada de dieciocho años, salía camino de unas honras fúnebres imperiales. Nació el enigma de Mayerling.

La tragedia de Mayerling sigue siendo uno de los mayores misterios de la historia de Austria. Aún hoy no se ha aclarado oficialmente si aquellas dos muertes fueron producto de un suicidio concertado, un crimen de Estado o un complot internacional. Ocurrió en el antiguo pabellón de caza de Mayerling, en las afueras de Viena. Allí, sobre la cama, se descubrieron los cuerpos de los dos amantes. Continúa sin saberse si fueron asesinados, o si el desequilibrio emocional de Rodolfo le llevó a disparar a su amante para luego suicidarse, porque aquel amor no tenía solución de continuidad.

El crimen recorrió las monarquías europeas, a su paso convulsionó el Vaticano y cuando los ecos regresaron a Austria la orden era, por encima de todo, guardar silencio. Francisco José I y su mujer, la edulcorada emperatriz Sissi, utilizaron todas las trampas a su alcance para evitar que se supiera la verdad. De aquellas dos muertes sólo trascendió una, la del heredero, porque María Vetsera acabó enterrada en secreto aquel 31 de enero, bajo 2 metros de tierra mezclada con chanchullos imperiales. Se impuso un pacto de silencio entre los Habsburgo, que se mantuvo hasta 1983, cuando Zita de Borbón-Parma, la que fue última emperatriz de Austria, se negó a llevarse el secreto a la tumba. Aseguró que el archiduque Rodolfo fue asesinado junto a su amante por negarse a participar en una maniobra internacional para convertir el imperio en una federación. Nadie hasta hoy lo ha desmentido, quizás porque para que el enigma de Mayerling siga siendo apasionante, necesita seguir rodeado de misterio.

El gustillo de Sevilla por los autos de fe

La Inquisición le cogió el gustillo a organizar autos de fe el 6 de febrero de 1481. Se celebró el primero y se lo pasaron tan bien que ya no pararon hasta siglos después. Sevilla tuvo el dudoso honor de presenciar aquel primer auto de fe en el que murieron en la hoguera seis supuestos herejes, a los que se acusaba de ser conversos judaizantes. Es decir, que se habían convertido al catolicismo… pero poco, porque como los convirtieron a la fuerza, ellos seguían a lo suyo, a sus ritos judíos. Es lo que tiene vencer sin convencer.

Torquemada ya llevaba unos años dando la matraca a los Reyes Católicos para que dieran caña a judíos y falsos conversos. Y al final consiguió que Isabel y Fernando, previa bula del papa Sixto IV, nombraran a los dos primeros inquisidores, Miguel Morillo y Juan de San Martín, que se fueron en comisión de servicio a Sevilla a ver si recolectaban para la hoguera unos cuantos herejes. Y los primeros seis que pillaron tenían como cabecilla al famoso banquero converso Diego de Susón, una de las mayores fortunas del país. Y esta circunstancia dineraria provocó la sospecha de si de verdad el tal Susón era un mal cristiano o si se lo cargaron para poderle confiscar los bienes. Y, por cierto. la hija de Diego Susón, la bella Susona, se hizo tan famosa que la ciudad aún tiene una calle dedicada a ella.

A las seis primeras víctimas de la Inquisición se las acusó de ser falsos conversos. El auto de fe se celebró en una explanada que se conocía como Prado de San Sebastián, un lugar donde siglos más tarde se asentó la Feria de Abril de Sevilla. O sea, que se quedó como una zona de jolgorio. Pero aquellos primeros seis condenados sólo fueron el principio, porque durante los siguientes cuarenta y cuatro años, y según los estudios del profesor Francisco Morales Padrón, fueron quemadas en Sevilla mil personas. Calculen las que ardieron en el resto de España. El que no era judío, era blasfemo, el que no, usurero y el que no, sodomita.

Qué época aquella. Si alguien estornudaba y el de al lado no decía Jesús, a la hoguera.

Lady Jane Grey, nueve días trágicos

Hay quien nace con estrella y quien nace estrellado. Lady Jane Grey fue de las que se estrellaron. El 12 de febrero de 1554 la decapitaron en la Torre de Londres sin comerlo ni beberlo. Se la conoce como la reina de los nueve días, aunque ella jamás pretendió ser soberana de Inglaterra. La utilizaron católicos y protestantes en beneficio propio, y cuando hubo que buscar una cabeza de turco, cayó la suya. Cuando subió al patíbulo con diecisiete años, no entendía qué demonios hacía allí.

Jane Grey creció sin afecto y con una educación muy severa en previsión de que, por una lejana eventualidad, pudiera llegar a reina de Inglaterra. La casaron a la fuerza y la sentaron en el trono para que rigiera un país convulso y a la greña por el poder y la religión. Fue una época, aquellos mediados del siglo XVI, en la que Inglaterra se había separado de Roma y todo el país andaba a trastazos por ver quién mandaba más, católicos o anglicanos.

La buena suerte quiso que se muriera Enrique VIII y la mala fortuna decidió que su hijo y sucesor, Eduardo VI, durara vivo menos que un Bollicao en la puerta de un colegio. La heredera más cercana para seguir manteniendo el protestantismo en Inglaterra era lady Jane Grey, porque María Tudor, de la facción católica, era la otra alternativa. En realidad, era la legítima alternativa, porque también era la heredera legítima.

Pero, al final, lady Jane Grey fue proclamada reina hecha un mar de lágrimas y en contra de su voluntad, porque ella también consideraba a María Tudor la legítima sucesora. Pero dio lo mismo, porque lady Jane Grey sólo era un monigote al servicio de intereses políticos y religiosos. Nueve días después de la entronización, María Tudor consiguió arrebatarle la corona a lady Jane y ordenó que rodaran todas las cabezas implicadas en impedir que ella llegara a reinar. Y a punto estuvo de perdonar a lady Jane, porque no la consideró culpable de las maquinaciones de los demás, pero puso una condición a la joven: que abjurara de su fe anglicana y se uniera a los católicos.

Fue la única vez en toda su vida que lady Jane Grey pudo decidir por ella misma, aun a riesgo de perder la vida. No quiso aceptar ni una sola imposición más.

La madre de Ramón Cabrera

Madre no hay más que una, por eso, cuando al líder carlista Ramón Cabrera le fusilaron a la suya simplemente por haberlo parido, perdió del todo los estribos. El 16 de febrero de 1836 María Griñó fue fusilada por orden del general isabelino Agustín Nogueras para escarmentar al hijo de la rea, pero lo único que consiguió con ello fue que Ramón Cabrera decretara la guerra sin piedad y se convirtiera en el general carlista más sanguinario que se recuerda. La pobre mujer no tenía culpa de nada.

No queda otra que recordar por qué se pegaban isabelinos y carlistas. Fernando VII se muere y deja como heredera a su hija Isabel II, porque no tenía un niño al que ajustarle la corona. Esto sentó fatal, pero que muy mal, al hermano del rey, a Carlos María Isidro, que estaba loco por reinar y que se sentía heredero legítimo por obra y gracia de la ley sálica. Y en torno al aspirante Carlos se unió un sector poco dado a las ideas liberales, católico a muerte y muy tradicionalista: los carlistas.

Ramón Cabrera se unió a la causa de Carlos María Isidro y tenía tal cerebrito para esto de batallar que organizó un ejército regular con lo que hasta entonces sólo eran grupos de carlistas desperdigados y anárquicos. Y andaba Ramón Cabrera por Teruel cuando se enteró de que dos alcaldes de la zona se chivaron a los isabelinos de que los carlistas andaban cerca. Cabrera fusiló a los alcaldes acusicas, y a un general isabelino, Agustín Nogueras, no se le ocurrió otra que irse a por la madre del carlista a Tortosa.

La detuvo y la fusiló por no haber hecho nada. La decisión de matar a la madre de Ramón Cabrera fue torpe a más no poder, y más torpe aún la de Cabrera, cuando en represalia fusiló a cuatro mujeres vinculadas con los liberales. A partir de aquí la pelota engordó de tal manera que aquella primera guerra carlista se convirtió en un sinsentido de sangre y violencia. Se les fue a todos la cabeza, a los carlistas, a los isabelinos, a los soldados y a los civiles. Y todo por un trono en el que los únicos que no se mancharon de sangre fueron la que reinaba y el que pretendía reinar.

La vuelta de tuerca de Malcolm X

La muerte de Malcolm X se veía venir, porque al final todo el mundo le tenía ganas: los blancos, los negros, los suyos, los de enfrente, el Ku Klux Klan, el FBI… todos. Así que estaba claro que unos u otros lo quitarían de en medio el día menos pensado. Y ese día fue el 21 de febrero de 1965. Durante uno de sus mítines en Harlem (Nueva York, Estados Unidos), un tipo le descerrajó un tiro en el pecho con una recortada. Aquel disparo le catapultó a la gloria y a las enciclopedias.

Malcolm X fue fundamental en la lucha por los derechos civiles, pero la religión radicalizó sus posturas más allá de la lucha civil. Mezcló churras con merinas y acabó volviéndose tan extremista como los mismos a los que combatía. La verdad es que no lo tuvo fácil, porque vivir una infancia marcada por los desmanes del hombre blanco, la humillación social y el racismo más brutal no le dejó muchas opciones.

Su abuela fue violada por un blanco; su padre, hostigado y finalmente asesinado por el Ku Klux Klan; su madre, internada en un manicomio; Malcolm, primero adoptado y luego, en un reformatorio… Con estos antecedentes está claro que el niño no iba a salir físico nuclear. Se metió a delincuente y acabó en la cárcel.

Seis añitos entre rejas le dieron tiempo para estudiar y encontrar una salida: el islam, pero el islam racial más radical, el que afirmaba la superioridad de raza sobre los blancos, con lo cual se metió en la misma espiral de discriminación. Fue entonces cuando cambió el apellido que le legó su padre, Little, por una X que representaba el nombre desconocido de sus antepasados africanos, su herencia esclava. Se convirtió en un líder indiscutible, porque labia la tenía toda, y logró tanto éxito popular que los mismos miembros de su organización se la juraron. Rompió con su líder espiritual, montó su propio movimiento y conminó haciendo amigos.

Los Musulmanes Negros no le perdonaron el abandono ni el giro hacia posturas más políticas y menos religiosas. Tres ex colegas suyos fueron detenidos por el asesinato, y sólo uno continúa cumpliendo cadena perpetua. Está artrítico, pero en la cárcel.

Magnicida Booth

Decir que el 10 de mayo de 1838 nació un crío al que llamaron John Wilkes Booth suena a poco. Pero a Abraham Lincoln este nacimiento le hizo la pascua, porque Booth fue su asesino. Era hijo de actores, él mismo se metió a actor y llegó a ser todo un especialista en Shakespeare. Pero llegó un momento en que buscó más protagonismo del que aconseja la cordura y decidió cometer el primer magnicidio de la historia de Estados Unidos. Triste honor.

John Wilkes Booth estaba cabreado con el presidente Lincoln porque los confederados habían perdido la guerra con la Unión. Tampoco se entiende muy bien de dónde había mamado esas ganas de guerrear por la secesión estadounidense ni por qué le enfadó tanto que los esclavos fueran liberados. El era hijo de inmigrantes ingleses… prácticamente un recién llegado. Y encima apuntó hacia Lincoln, precisamente el hombre que le había aplaudido un año antes tras una representación teatral. Y, eso sí, teatrero era un rato, porque asesinar al presidente al grito de «
sic semper tyrannis
», dicho así, en latín, es querer pasar a la historia dando la nota. Ése era el lema del Estado de Virginia, uno de los primeros en sumarse a la secesión, y significa, más o menos, «así suceda siempre a los tiranos».

Días después del asesinato la policía dio caza al magnicida, pero como en Estados Unidos les encantan las teorías conspiratorias, de inmediato se inventaron una: todavía hay quien dice que no mataron a Booth, sino a un cabeza de turco para cerrar el caso. Unos dicen que se suicidó más tarde en Oklahoma y otros, que huyó a Japón y vivió feliz y contento el resto de sus días. Y una última curiosidad en torno a este hombre, recientemente desvelada por el diario londinense
The Times
y que ha resultado ser uno de los secretos mejor guardados por la esposa del ex primer ministro británico Tony Blair. El nombre de soltera de Cherie Blair era Booth, porque desciende del hermano del asesino de Abraham Lincoln. Vamos, que el que mató al presidente era su tío abuelo. Sorpresas te da la vida.

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