Menudas historias de la Historia (27 page)

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Authors: Nieves Concostrina

Tags: #Terror

Los túneles los hacían de noche, para que los vieneses no se coscaran de la estrategia, pero había un gremio que madrugaba mucho para dar de desayunar a la población, el de los panaderos. Fueron ellos, panaderos y pasteleros, los que se percataron del ruido de picos y palas que tenían formados los turcos. Dieron aviso, el ejército se puso en marcha y los turcos tuvieron que retroceder para seguir asediando desde fuera. Fin a la estratagema de los túneles.

Leopoldo I, el emperador de Austria, premió a los panaderos con varios privilegios, entre ellos el de poder llevar espada al cinto. Los tahoneros, agradecidos a su vez, se dijeron «pues vamos a hacerle un bollo especial al emperador», y crearon un panecillo con forma de media luna para mofarse de los turcos. No es que los panaderos salvaran Viena del ataque, sólo dilataron el asedio hasta que llegara la ayuda exterior. Viena se salvó de los otomanos cuando llegaron el duque de Lorena y los polacos, y sólo entonces los turcos pusieron pies en polvorosa. Cuando mojen un cruasán, mírenlo de lado, verán la forma de la media luna. A los turcos también les gusta.

Lluvia de codornices en Madrid

Lo que sucedió en Madrid el 7 de septiembre de 1907 debió de ser para verlo, no para contarlo. Aquel día descargó una fenomenal tormenta en la ciudad. Pero en un área determinada, en la plaza de Oriente, frente al Palacio Real, lo que cayó fue una lluvia de codornices. Repito, codornices. Caían a cientos; otros dicen que a miles, pero el caso es que llovían muchas codornices. No dejó de ser la consecuencia de un fenómeno meteorológico, pero, caramba, qué susto.

Es de suponer que, pasado el sobresalto, los madrileños menos remilgados se pondrían ciegos de codornices escabechadas aprovechando la provisión del cielo, pero otros muchos quisieron adivinar un castigo divino en aquella lluvia de animales. Por aquel entonces no había demasiados medios de comunicación ni la suficiente cultura científica como para hacer llegar la explicación del fenómeno, que no tiene nada de misterioso si lo expone un meteorólogo.

Dicho muy simplemente, a aquellas codornices las pilló despistadas un tornado que las absorbió en su torbellino, las desplazó por el cielo y, cuando se aburrió de llevarlas en su regazo, las soltó en la plaza de Oriente.

Lo que nunca se determinó es si el tornado las recogió en tierra, mientras holgazaneaban y estaban en sus cosas, o si las sorprendió en plena migración, volando tranquilamente hacia África. Sea como fuere, a aquellas codornices el tornado les hizo la pascua. El fenómeno no es que sea muy habitual, pero tampoco excesivamente extraordinario. Años antes ya llovieron codornices en Valencia y Bilbao; pero en Menphis, Estados Unidos, llovieron serpientes; y peces y ranas en varias partes del mundo; y en Nápoles llovió sangre según los agoreros, pero los científicos dijeron que era agua con alto contenido en hierro y cromo. Y lo mejor, en Montreal llovieron mejillones, aunque lo malo de que te llueva un mejillón es que te descalabra y se te quitan las ganas de hacértelo al vapor.

Y ya que llueve casi de todo en todo el mundo, a ver si un día de éstos pasa un tornado por el Banco de España y nos cae algo gracioso.

A ritmo de
schottischs

Reinaba por estos lares Isabel II cuando en el Palacio Real de Madrid, el 3 de noviembre de 1850, se celebró uno de los muchos saraos para gozo y disfrute de la corte. En aquella fiesta sonó por primera vez una música de pianola que ya bailaba la sociedad de casi toda Europa. En España se la llamó la polca alemana porque se supone que procedía de allí, pero en Alemania la llamaban
schottischs
porque era música escocesa. Fuera como fuese, aquella música se quedó en Madrid para los restos y, como eso de
schottischs
sonaba demasiado fino y demasiado largo, lo llamaron chotis.

Fue la zarzuela la que se encargó de popularizar el chotis, de cambiarle el nombre y de que la plebe aprendiera a bailarlo, pero conste que la tradición de este baile no va más allá de siglo y medio. Las pianolas con las que al principio se tocaba el
schottischs
mudaron en organillos callejeros, las danzas de palacio en verbenas y los marqueses en chulos. Ahí nació el chotis. No hay datos de cómo se apañaron los bailarines en la fiesta del Palacio Real aquel 3 de noviembre, porque era la primera vez que lo bailaron, pero sí se sabe que a los cortesanos les gustó porque ya estaban un poco hartos del vals, un baile muy cansado porque no había forma de estarse quieto.

El
schottischs
requería menos esfuerzo, era más galante y más ceremonioso. El señor sólo tenía que juntar los pies, agarrar a la mujer con una mano, meterse la otra en el bolsillo y, girar en redondo sobre las punteras de sus zapatos. La señora bailaba alrededor y sólo de vez en cuando, al cambio de compás, se daban tres pasitos para adelante y tres para atrás. Este baile, trasladado luego a las verbenas y a la zarzuela, se hizo más agarrao, más estirao y más exagerao. Pero ya no era el
schottischs
, ya era el chotis, un nombre que facilitó que los madrileños le cogieran el gusto a la che, al chato, al chulo, al churro y a todo lo chipén. Ahora bien, no intenten explicarle a un escocés cómo se baila el chotis, ni mucho menos que ellos tuvieron la culpa.

Primer reto Oxford-Cambridge

Las tradiciones empiezan de la manera más tonta. Sin ir más lejos, la centenaria regata entre Oxford y Cambridge. El 12 de marzo de 1829 un estudiante de Cambridge, Charles Merivale, escribió una carta a un antiguo compañero de colegio, en ese momento estudiante en Oxford, Charles Wordsworth, retando a su universidad a una regata por el Támesis. Oxford aceptó y, salvo ligeros parones en el tiempo por las guerras y otras zarandajas, el reto ha llegado hasta hoy.

Aquel primer desafío que se formalizó el 12 de marzo y se concretó en junio congregó a veinte mil personas a orillas del Támesis. Los contrincantes de Oxford y Cambridge tuvieron que tomar la salida dos veces, porque la primera chocaron entre ellos. Era la primera vez y no estaban muy duchos con los remos, la segunda salida fue válida y acabó ganando Oxford. Todavía es costumbre que el perdedor se encargue de retar al ganador para verse las caras al año siguiente.

Muy pocas cosas han cambiado en ciento y pico años en la tradicional regata, porque continúa siendo un honor ser seleccionado como remero y la carrera sigue marcando el comienzo de la primavera. Por mantenerse, incluso se mantiene que la universidad que consigue pasar primera bajo el puente de Hammersmith acaba ganando.

En total son casi 7 kilómetros dándole que te pego al remo y, cuanto más pesados sean los remeros, mejor. Son ocho en cada bote, y cada uno pesa entre noventa y tantos y ciento diez kilos. El timonel o timonela, que también las hay, es otra historia, porque no debe llegar a los cincuenta kilos. Ya que no rema, que sólo dirige, por lo menos que no añada lastre. Doscientas cincuenta mil personas con una cerveza en la mano se congregan cada año para volver a cruzarse apuestas y ver cómo el timonel de la universidad ganadora acaba en remojo. Como es el más escuchimizado de la tripulación…

Crece la Sagrada Familia

Buen día el que vivió Barcelona el 19 de marzo de 1882, aunque los barceloneses no se percataran en aquel momento de lo que crecía en sus alrededores. Hace siglo y pico que se colocó la primera piedra de la Sagrada Familia, una catedral rompedora, incomprendida al principio, pero de una belleza tan anacrónica, tan fuera de su tiempo, que ahora no hay templo medieval que le tosa. Conste que la primera piedra no la puso Gaudí, y conste también que aún no se ha puesto la última. Con un poco de suerte, en el año 2026 veremos terminada la Sagrada Familia.

El proyecto original de la Sagrada Familia fue del arquitecto Francesc de Paula Villar, pero si la hubiera terminado tal y como él pretendía, con un estilo neogótico, seguramente ahora no estaríamos hablando de ella porque no hubiera quedado tan mona. Pero ocurre que el arquitecto Villar salió tarifando con el Ayuntamiento de Barcelona y, por eso, un año después entró en escena Antoni Gaudí, que con apenas treinta años ya sabía que aquello tenía que ser algo innovador, que nada tuviera que ver con la corriente arquitectónica que recorría Europa. Así que, cogió los planos de su antecesor y les dio la vuelta. Modificó el proyecto de arriba a abajo: fachadas, claustro, campanarios y capillas.

La Sagrada Familia se convirtió en la obra de la vida de Gaudí, en su obsesión, aunque ya sabía él que no viviría para terminarla. Y encima con lo tiquismiquis que era. Supervisaba cada detalle, cada escultura, cada vidriera, cada ladrillo, y los trabajos avanzaban con mucha lentitud. Tampoco es que pase nada, porque una catedral que se precie no debe concluirse antes de que pase por lo menos siglo y medio.

Qué no daría Gaudí por ver su obra terminada… tan distinta a como la retomó cuando la hizo crecer en mitad de un descampado rodeado de cabras y sembrados, y abrazada ahora por una Barcelona que ya no se entendería sin él. Qué no daría por verla por fuera, porque desde dentro, desde la cripta, ya la siente.

La Benemérita

La Guardia Civil es un cuerpo con solera y a veces, según la época, con salero. El 28 de marzo de 1844 Isabel II firmó el real decreto por el que se creaba el cuerpo, aunque esta primera ley quedó en papel mojado. No cuajó porque tenía grandes defectos, pero fue el embrión para poner a la Guardia Civil en orden dos meses después con otro decreto definitivo. Nacía el primer cuerpo de seguridad pública de ámbito nacional, y los que peor se lo tomaron fueron los bandoleros.

Porque los bandoleros fueron el principal objetivo de la Guardia Civil. Se habían adueñado de caminos, sierras y pueblos tras la Guerra de la Independencia, y en las zonas rurales los paisanos estaban desasistidos. De organizar el cuerpo se ocupó el archiconocido duque de Ahumada, un tipo listo que supo fijarse en quien ya lo había hecho antes. Tomó ejemplo de los gendarmes franceses y de los Mossos d'esquadra catalanes, y cogiendo lo mejor de uno y otro montó la Benemérita. Esto de la Benemérita se lo pusieron los propios ciudadanos, porque la Guardia Civil prestaba como nadie ayuda humanitaria.

Pero además de crear el cuerpo y adiestrar a profesionales había que cuidar su estética y sus modales. No hay que dejar de leer la Cartilla del Guardia Civil que redactó el duque de Ahumada. Es una joya de principio a fin, un manual de comportamiento cívico y humano que le sirve a cualquiera.

Es tan extenso el anecdotario de la Guardia Civil y tantas las especialidades con las que se ha ido ampliando desde que sólo apresaban bandoleros, que lo mejor es pasarse por su museo. Divertidísimo. Allí está desde el primer atestado que se hizo por una bronca en una taberna de Valencia hasta la evolución del tricornio, que no era de charol sino de fieltro. Pero como se manchaba mucho, se permitía forrarlos con hule negro. Y al final, para qué andar poniendo y quitando el forro. Los hicieron de charol y se acabó. Este gorro es tan desconcertante que sólo hay que recordar el titular de un diario de un país desinformado aquel 23-F: «Militares disfrazados de toreros asaltan el Congreso español».

Se crea el Pony Express

Un tipo llamado William H. Russell puso el siguiente anuncio en un periódico de Missouri hace siglo y medio: «Se buscan jóvenes delgados y resistentes menores de dieciocho años. Deben ser jinetes expertos, dispuestos a arriesgar la vida todos los días. Preferentemente huérfanos. Veinticinco dólares semanales de sueldo». Se presentó un buen puñado y el 3 de abril de 1860 nació de forma oficial el Pony Express, el primer servicio de correos efectivo de Estados Unidos y también el más peligroso. William Cody entró en nómina con quince años. Cuando creció ya se le conocía como Buffalo Bill.

Y es que mandar una carta de la costa este a la oeste era un calvario. Tardaban hasta seis meses en llegar a destino, y no era plan. En carreta se hacía eterno; el ferrocarril quedaba cortado gran parte del invierno por las nevadas, y si las cartas viajaban en barco tenían que bordear América del Sur. Era de locos. Solución: había que crear una ruta a caballo desde Missouri hasta la costa del Pacífico para que el correo llegara en un máximo de ocho o diez días.

Y para eso se necesitaban jinetes delgaduchos y caballos veloces y pequeños —de ahí lo de Pony— que se fueran dando el relevo a lo largo de 3.200 kilómetros. Y sin parar ni de noche ni de día, salvo en los puntos concertados, donde un jinete le pasaba la saca de correos al siguiente. Aquello era tecnología punta.

El anuncio en el periódico sirvió para contratar a doscientos jinetes, que prometieron no beber mientras condujeran, no blasfemar y no pegarse con sus compañeros. Seguramente incumplirían las tres promesas, sobre todo la de no blasfemar, porque cada dos por tres les atacaban los pieles rojas y era imposible no blasfemar con un indio a la espalda tirando a dar.

Una pena que año y medio después de su inauguración este original servicio postal se fuera al garete. Lo mató el telégrafo, un invento, más rápido que el Pony Express, al que los indios llamaban el cable parlante. Cuando hicieron balance de la empresa, resultó que se había invertido doscientos mil dólares y se habían ingresado noventa mil. No siempre las buenas ideas son las más rentables.

Inaugurado el Camp Nou

El 24 de septiembre de 1957 Barcelona amaneció engalanada. Lógico, era el día de la Merced, la patrona. Pero más que de adornos marianos, la ciudad estaba vestida de blaugrana, porque aquel día se inauguró el Camp Nou. El Barça abandonaba así sus antiguas instalaciones de Les Corts endeudado hasta las cejas, porque el presupuesto inicial de la construcción, 67 millones de pesetas, acabó convertido en 288. Pero no importaba. Comenzaba a forjarse «
més que un club
»
.

El Camp Nou no es que trajera suerte al Barça, porque, salvo en las dos primeras temporadas tras la inauguración, el equipo no levantó cabeza en los años sesenta. Dio igual, porque la afición no dejó de tirar del carro. Los noventa mil espectadores que acogía el nuevo estadio continuaron llenándolo domingo sí, domingo no. Los actos del día de la apertura comenzaron con una misa solemne, siguieron con la bendición del estadio por parte del arzobispo, continuaron con el canto del
Aleluya
de Handel y remataron con la entronización de la imagen de la virgen de Montserrat. Así se entiende que al Camp Nou lo llamen la catedral del Barça.

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