Menudas historias de la Historia (26 page)

Read Menudas historias de la Historia Online

Authors: Nieves Concostrina

Tags: #Terror

Diario 16
arrancó como intentan hacerlo todos, con una exclusiva: «El rey anula el castigo de Franco a los vascos», un titular que anunciaba la inmediata derogación del decreto franquista que declaraba a Vizcaya y Guipúzcoa «provincias traidoras». Pero el mayor espacio de aquella primera portada se la llevó otro guiño de libertad: la actriz Blanca Estrada subida a lomos de un burro en su papel de la republicana Mariana Pineda. Era la foto de uno de los capítulos de la serie de televisión
Paisaje con figura
, escrita por Antonio Gala y que regresaba a la programación tras un serio intento de censura. Comenzaba el regreso de los depurados.

Por las portadas más impactantes de
Diario 16
pasaron titulares tan irreverentes como «Wojtila Superstar» en la primera visita de Juan Pablo II a España; la pornográfica foto de Emilio Butragueño en la que la tensión por robar el balón a un jugador del Español le emocionó hasta límites insospechados; el titular a seis columnas que se llevó el regreso de «El último exiliado del franquismo»,
El Gernika
de Picasso; y las otras seis que le tocaron a los Rolling Stones en el memorable concierto del 82. Tanto le gustó a Mick Jagger, que encargó una tirada especial para llevársela de recuerdo.

Diario 16
dejó de vivir aniversarios porque murió antes de tiempo, pero contribuyó sobremanera a que este país aún disfrute de libertad sin ira. Sólo con algún que otro cabreo esporádico.

Estreno de
La Dolores

El día que el maestro Tomás Bretón estrenó la ópera en tres actos
La Dolores
, la auténtica protagonista de la historia llevaba muerta siete meses. El 16 de marzo de 1895 la alta alcurnia madrileña acudía al estreno en el Teatro de la Zarzuela de
La Dolores
, pero todos desconocían que Petra María de los Dolores Juana Benita Íñiga Peinador Narvión, natural de Calatayud y madre de seis hijos, ya había muerto a muy pocas calles del aquel teatro en la más absoluta miseria y soledad. La Dolores de Calatayud existió, pero su vida fue por un lado y el teatro la llevó por otro.

Cuenta la historia que un ciego cantaba coplas frente a un mesón de Calatayud para que le echaran unas monedas. Una moza salió del mesón y le dio una limosna generosa. El ciego, agradecido, supo que la maña se llamaba Dolores e improvisó una jota: «Si vas a Calatayud, pregunta por la Dolores, que es un chica muy guapa y amiga de hacer favores». ¿En qué momento estos favores caritativos se convirtieron en carnales? Cuando un periodista catalán, José Feliú y Codina, escuchó esta copla y con la única base de la famosa estrofa de los favores, escribió una obra de teatro que protagonizó la dama de las tablas, María Guerrero.

El estreno de la obra en Madrid se produjo a sólo unas manzanas de donde vivía la Dolores, pero el teatro había diseñado una vida que nada tenía que ver con la de la desgraciada joven que había salido de Calatayud.

La auténtica Dolores, la bilbilitana que inspiró la copla del ciego, fue, primero, una rica heredera en Calatayud y, después, una mujer despreciada por su familia porque dilapidó su fortuna con un marido codicioso. Acabó muriendo sola en Madrid y enterrada en una tumba de caridad mientras los espectadores aplaudían a rabiar la interpretación que de ella hizo María Guerrero.

Luego llegó la ópera de Tomás Bretón, y más coplas y más operas y varios dramas y seis novelas y siete películas. Pero la Dolores continuó pudriéndose en el osario común del cementerio de La Almudena, ajena a una farsa en la que ella puso la vida y otros, el mito.

La Santa Hermandad

Día importante para los miembros de las fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado, el 27 de abril de 1476. Quizás ellos no le den importancia, pero aquel día de hace cinco siglos se aprobaba en las Cortes de Madrigal, en Valladolid, el proyecto de ordenanzas de la Santa Hermandad, un cuerpo de policía rural que se hizo especialmente famoso gracias a don Quijote. El hidalgo disfrutó de todas sus aventuras desafiando a la Santa Hermandad, y Sancho sufrió las aventuras de su señor temiendo que apareciera alguno de sus cuadrilleros.

Las primeras hermandades nacieron en Asturias en el siglo XII. Las componían caballeros y nobles dispuestos a perseguir malhechores. La eficacia de aquellas hermandades del norte llegó hasta Castilla y éste fue el principio de la Santa Hermandad Vieja de Toledo. A los Reyes Católicos les gustó la idea, y mucho más les gustó lo de Santa, así que establecieron en todos sus reinos aquel 27 de abril lo que se llamó la Santa Hermandad Nueva. Los cuadrilleros dejaron de tener que ser nobles para poder ser simples villanos; villanos que recorrían los caminos de cuatro en cuatro, de ahí lo de cuadrilla.

Y también había entre los cuadrilleros un buen puñado de caraduras. Los venteros, por ejemplo, que se sumaban a la Santa Hermandad porque eso les protegía ante sus propios desmanes. Un cuadrillero que fuera dueño de una venta podía darte gato por liebre o cobrarte de más, y daba igual que gritaras aquello de «favor a la Santa Hermandad», porque el ventero decía, «yo mismo».

Los de la Santa Hermandad iban uniformados, pero luego ya se les diferenciaba sólo por otros atributos: la media vara verde, la espada y un canuto de hojalata que llevaban colgado a la cintura con los documentos que acreditaban su condición. El uniforme de la Santa Hermandad fue verde en sus principios, aunque más tarde utilizaron sólo una camisa de ese color y, encima, un chaleco de cuero, de tal forma que sólo asomaban las mangas. Y aquí quería yo llegar. Porque ya les resultará fácil sospechar de dónde procede eso de «a buenas horas, mangas verdes».

El león de la Metro

Los estadounidenses fueron los primeros en olerse que esto del cine era un buen negocio. Y como fueron los primeros en empezar, lógico que ahora sean los que mejor lo hacen. Como la unión hace la fuerza, sobre todo en los negocios, el 17 de mayo de 1924 se llevó a cabo la fusión empresarial más rentable: se unieron las corporaciones Metro Picture, Goldwyn Picture y Louis B. Mayer Pictures. Resultado: la Metro Goldwyn Mayer. Y con ella nació su primera estrella: el león de la Metro.

El león al principio no rugía. Lógico, porque el cine era mudo y no iba a ser el león el único que hablara. Pero, en 1928, cuando se puso de moda el sonoro, se decidió grabar un rugido e incorporarlo al felino. El primer león de la Metro se llamaba Slats y había nacido en Sudán. Se hizo tan famoso que acudía a los estrenos de las películas en un cochazo y acompañado de sus cuidadores. Cosas de los americanos, que saben vender cine como nadie. Pero hay que fijarse, porque no siempre sale el mismo león. A Slats le sucedieron tres felinos más, porque los leones también se mueren.

El eslogan de la Metro en sus dulces años treinta, cuarenta y cincuenta era «más estrellas que en el firmamento». Y era verdad que las tenían. En su nómina tuvieron a Elizabeth Taylor, Marlon Brando, Clark Gable, Greta Garbo, Gene Kelly, Judy Garland, Frank Sinatra, Katherine Hepburn, John Wayne… Y, claro, con estos mimbres se pudieron hacer muy buenos cestos:
Ben Hur, Lo que el viento se llevó, Cantando bajo la lluvia, El mago de Oz…

Los estudios de la Metro se convirtieron en la sede del
glamour
y la contrapartida fue que a sus estrellas se les subió el pavo. Cary Grant, por ejemplo, que se destapó como un tacaño redomado y cobraba los autógrafos a 15 centavos. O Clark Gable, que al principio se negó a hacer el papel de Rhett Butler en
Lo que el viento se llevó
porque no le gustaban los personajes de época. Y también se negó a interpretar a Fletcher Christian en
Rebelión a bordo
porque tenía que afeitarse el bigote. En la Metro le dijeron: «Francamente querido, nos importa un bledo». Y se lo afeitó.

Arranca el
Orient Express

Unos cuantos privilegiados se apresuraban a hacer las maletas con sus mejores galas el 3 de octubre de 1883 porque al día siguiente emprenderían una aventura apasionante. Eran los elegidos para realizar el primer viaje oficial del
Orient Express
, un tren de reyes y el rey de los trenes. Aquel expreso era un empeño del belga Georges Nagelmackers, el joven visionario que puso en marcha el primer tren que atravesó Europa de este a oeste. Cuando el
Orient Express
abandonó la estación de Estrasburgo de París aquel 4 de octubre, arrancó un sueño sobre raíles.

La idea del belga no era original, sólo le dio una vuelta de tuerca. El proyecto se lo trajo madurado de Estados Unidos, porque comprobó que allí se podían hacer largos recorridos ferroviarios durmiendo en coches cama. Pero quiso ir un paso más allá, más hacia el lujo, hacia la comodidad más insospechada, así que se inventó el tren más pijo posible. Porque no se trataba de desplazarse, se trataba de viajar, de negociar a bordo, de amancebarse, de intrigar; de comer mejor que en el mejor de los restaurantes parisinos, de dormir en sábanas de seda, de manejar cubertería de plata; de ducharse con agua caliente, de hacer pis en sanitarios de mármol… lo nunca imaginado en un tren.

Pero aquel belga, además de emprendedor, era listo y necesitaba la mayor publicidad para su proyecto. La mejor manera de asegurársela era invitando a aquel viaje inaugural a ocho periodistas de los ocho principales periódicos europeos. Imaginen las maravillas que contaron los ocho reporteros después del viaje que se pegaron.

Pero Nagelmackers también tuvo la precaución de completar la lista de sus cuarenta exclusivos pasajeros con aristócratas, políticos y hombres de negocios. Cuando cada uno cantó en su respectivo círculo social las excelencias del
Orient Express
ya estaba todo hecho.

Aquel tren había alcanzado la fama en su primer viaje. Luego llegaron malos tiempos, peores guerras, la decadencia y el final de un sueño. Pero, caramba, qué bien se lo pasaron… sobre todo Mata Hari, que ligó a cuatro manos a bordo del
Orient Express.

Nace Wimbledon

Wimbledon es el más antiguo de los torneos de tenis y el único del Gran Slam que se juega sobre hierba, y fue el 9 de julio de 1877 cuando se dieron los primeros raquetazos de esta competición. Nació el famoso torneo de Wimbledon, ése durante el cual llueve en el noventa por ciento de las ocasiones, porque por algo se celebra en Inglaterra, y que es el orgullo de los ingleses pese a que no lo ganan ni sobornando al contrario.

Al principio, los ingleses sí ganaban Wimbledon, porque por algo eran ellos los organizadores, pero en cuanto aprendieron a jugar los extranjeros y comenzaron a participar, los británicos ya no daban pie con bola. El último inglés que ganó lo hizo en 1936 y la última inglesa, en el 77. Eso de que jugar en casa ayuda a ganar es una paparruchada, al menos en Wimbledon. En los inicios del torneo sólo podían jugar hombres, y uno contra uno. Pero siete años después se pensó que no era un juego indecoroso para mujeres y ya las dejaron saltar a la hierba. Aprovechando la innovación, se comenzaron a disputar partidos de dobles.

Pero lo que tardó mucho en igualarse entre hombres y mujeres fue la cuantía de los premios. Durante ciento veintinueve años los hombres ganaban más que las mujeres, hasta 2007, cuando, por primera vez, cada ganador individual se llevó un millón cien mil euros. El trofeo, sin embargo, no es el mismo, los señores, como antaño, reciben una copa y las señoras, una bandeja, mucho más útil para servir el té. Lo que tiene de especial Wimbledon, al margen de la propia competición, es el mantenimiento del protocolo y las tradiciones. Allí hay que seguir jugando vestido casi totalmente de blanco, los jueces y recogepelotas visten de verde y en las instalaciones se toma el té con el meñique estirado caiga quien caiga. Decir que ha llovido mucho desde que se estrenó el torneo de Wimbledon es una obviedad, pero un detalle da la media del tiempo. En 1877 los espectadores pagaron un chelín por entrada. En 2007 algunos han aflojado hasta mil euros.

Eiffel, una torre mal querida

Menudo disgusto tenían los parisinos de finales del siglo XIX. Un ingeniero vanguardista llamado Gustavo les estaba construyendo en la ciudad una torre de hierro enorme, horrible y que no servía para nada, salvo para ser la estructura más alta del mundo. El único consuelo que les quedaba es que aquella torre, cuya cimentación comenzó el 28 de enero de 1887, iba a ser desmontada en cuanto terminara la Exposición Universal de París. Menos mal que no lo hicieron. La Torre Eiffel sigue donde el ingeniero Gustave la dejó.

La pena es que la Torre Eiffel la podríamos tener plantada en Cataluña, porque el ingeniero Gustave Eiffel propuso construirla para la Exposición Universal de Barcelona de 1888. Pero los responsables del Ayuntamiento barcelonés dijeron que aquello era muy caro, muy raro y que no encajaba en la ciudad. Además, Gaudí ya estaba construyendo su gran obra y la Sagrada Familia y la Torre Eiffel se daban de tortas. No pegaban. Así que Eiffel se fue con su torre a otra parte, a París, que era la anfitriona de la siguiente Exposición Universal, la del 89.

París dijo que bueno, que la hiciera, pero que luego la desmontara porque tampoco pegaba con la fina estética parisina. Y la torre comenzó a crecer, y los parisinos cada vez más espeluznados, y los artistas franceses con los pelos de punta… ¡Qué horror de monumento! ¡Qué monstruo de hierro que amenazaba con desmoronarse! Aquello había que desmontarlo a la voz de ya, y a punto estuvieron de hacerlo en la primera década del siglo XX.

Pero llegó la Primera Guerra Mundial y se descubrió que la elevadísima antena que coronaba la Torre Eiffel era crucial, porque interceptaba las comunicaciones de los alemanes. Por fin servía para algo aquella estructura de hierro de 300 metros de altura. Bueno, sirvió entonces para ganar la guerra y sirve ahora para que sea el monumento más visitado del mundo. Y no está en Barcelona. Pena.

El cruasán vienés

Allá va una historia simpática para el recuerdo y para cuando se moje un cruasán en el café con leche. Gracias a lo sucedido el 4 de septiembre de 1683, los austríacos inventaron el cruasán. Y no, no fueron los franceses. Los franceses inventaron la
baguette
, pero el cruasán es de los vieneses. Parece mentira que gracias a la bronca que tuvieron turcos y austríacos durante el sitio de Viena naciera un bollo tan rico y con dos patitas.

Los turcos se la tenían jurada a los vieneses. Vamos, que se querían quedar con la ciudad y organizaron el famoso sitio de Viena. Llegaron a las puertas de la capital del imperio cien mil otomanos (turco arriba, turco abajo) con intención de no moverse de allí hasta que los vieneses se rindieran. Dos meses duró el cerco, pero como Viena resistía, los turcos se aburrían y comenzaron a hacer túneles para acceder a la ciudad por debajo de las murallas.

Other books

How to Break a Cowboy by Denis, Daire St.
The Witch Tree Symbol by Carolyn G. Keene
Man of My Dreams by Faith Andrews
Angels of the Flood by Joanna Hines
Bleak City by Marisa Taylor
You or Someone Like You by Chandler Burr