Menudas historias de la Historia (54 page)

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Authors: Nieves Concostrina

Tags: #Terror

Y viene al pelo recordar una situación graciosamente embarazosa que se dio durante la apertura de la ampliación del Museo del Prado. Allí estaba colgado el gigantesco cuadro que pintó Antonio Gisbert representando el fusilamiento de Torrijos. El rey Juan Carlos I inauguró el nuevo Prado y los reporteros gráficos que cubrieron el evento no pararon hasta que le captaron con sus cámaras delante del cuadro en el que Torrijos está a punto de morir por orden de un Borbón. Es lo que tiene la memoria.

Cristina de Suecia

Cristina de Suecia, qué mujer esta. El 7 de diciembre de 1626 llegaba al mundo en Estocolmo la que se suponía que debía ser la futura reina sueca. Sus padres querían un chico, pero, como no atinaron, no les quedó otra que conformarse con la niña como heredera. Eso sí, ya que el rey no había podido tener un varón, educó a la niña como si lo fuera. Y en aquel siglo XVII era harto arriesgado meter los conocimientos destinados a un hombre en el cerebro de una mujer.

Con trece años hablaba siete idiomas, era una estupenda amazona, sabía de estrategia militar, manejaba la espada como nadie y leía a los clásicos. Suecia acabó teniendo una reina más lista que el hambre; tan lista, que cuando cumplió los veintiocho dijo que reine otro, que la vida es bella. Más o menos. Abdicó en su primo y se largó del país. A partir de aquí se dedicó a hacer lo que le vino en gana y a vivir sin importarle las acusaciones sobre sus gustos sexuales.

Dedicó su vida a lo que le gustaba: a charlar con filósofos, a ligar con quien le apetecía y a defender las bellas artes. Pese a inclinaciones tan ilustradas y a gozos sexuales tan veletas, Cristina logró meterse a tres papas en el bolsillo. Pero es que jugó muy bien sus cartas: Suecia era en aquel siglo XVII el mayor protectorado del luteranismo. La reina Cristina decidió abrazar la fe católica y aquella conversión, además de causar un revuelo impresionante en el mundo protestante, despertó las simpatías de Roma. Cristina de Suecia no fue santa ni de lejos, pero sirvió muy bien a los intereses católicos de la época, por eso los papas miraban para otro lado cuando ella se disipaba. Y si no, a ver de cuándo a esta parte iban a aguantar que una mujer dijera en el siglo XVII una frase como «no tener que obedecer a nadie es dicha mayor que mandar en toda la Tierra». Por mucho menos te mandaban a la hoguera y, por supuesto, no pisabas el Vaticano ni muerta. Salvo ella, porque es una de las cuatro mujeres que están enterradas en las grutas vaticanas. Con los papas y entre los papas.

El Timbaler del Bruc

No hubo día de 2008 en que no se conmemorara algo que ensalzara el bicentenario de la ocupación napoleónica. Cada pueblo escenario de alguna batalla o acontecimiento organizó algún festejo, y El Bruc, en la comarca de Anoia (Barcelona), no iba a ser menos, porque allí guardan en la memoria a un personaje ajeno para la mayoría, pero muy aplaudido en su pueblo. Un personaje que, para humillación gabacha, nació el 14 de marzo de 1791. Se llamó Isidro Llussà, pero la historia, con sus justas dosis de leyenda, lo ha colocado entre los héroes de la guerra contra el francés como el Timbaler del Bruc.

Cuentan que el Timbaler del Bruc, un chaval que sabía tocar el timbal y criado en Santpedor, cerca de Manresa, consiguió poner en fuga al francés en lo que se convirtió en la primera victoria española. Todo comenzó cuando los manresanos, cabreados por la llegada de papel timbrado francés, organizaron con él una hoguera y encima emitieron un bando presumiendo de la hazaña. Al mando de aquella zona estaba el general Schwartz, quien se dispuso a hacer pagar cara la chulería de los catalanes y se fue a por ellos con 3.800 soldados.

Se produjo el primer tiroteo, pero el Timbaler, subido en el risco del Bruc y aprovechando la resonancia de las montañas de Montserrat, le dio al timbal imitando el toque del ejército regular. Los franceses creyeron que más que enfrentarse a un puñado de paisanos y unos pocos soldados, lo que había emboscado en aquellas montañas era todo un ejército, así que, pensaron, mejor volverse a Barcelona.

Hasta aquí la leyenda con una importante dosis de realidad, aunque merece ser creída porque los bicentenarios sin tradiciones románticas dejan mucho que desear. Una revisión más moderna de la historia, sin embargo, habla de que fueron no uno, sino dos timbalers y un trompeta los que animaron a los aldeanos a crecerse ante los franceses. Pero fue el constante repique de campanas de todas las iglesias de la zona lo que terminó de poner en fuga al general Schwartz, que se temió un alzamiento aún mayor del que le habían hecho creer. Fue la primera derrota francesa y una excusa perfecta para que El Bruc, en la comarca de Anoia, celebre cada año la derrota enemiga y se tomen unos vinos a la salud del Timbaler.

John Scopes

Creacionismo o evolucionismo, he ahí la cuestión. Hace siglo y medio que Darwin enunció su teoría de la evolución y todavía muchos se ponen de los nervios cuando oyen que descendemos del mono. Darwin nunca se posicionó contra Dios, pero muchos se empeñan en que Dios se posicione contra Darwin, y esta situación se manifestó a las claras el 10 de julio de 1925; el día en que el Estado de Tennessee (Estados Unidos) sentó en el banquillo a un profesor de ciencias por enseñar en clase la evolución de las especies. Comenzaba el «juicio del mono».

Las leyes de Tennessee prohibían la enseñanza de la evolución. Lo único admitido era que los maestros transmitieran que el hombre se plantó en el mundo cuando Dios hizo a Adán con barro y a Eva con una costilla de Adán; luego vendría lo de la serpiente, la manzanita y demás leyendas paradisíacas. Pero John Scopes, un profesor de ciencias de veinticuatro años, sin quitar mérito a Dios, enseñó a sus alumnos la teoría de la evolución.

El profesor sólo explicó en clase que la historia bíblica no debía ser tomada de forma literal, porque la vida animal sobre la tierra había evolucionado a través de un largo y complejo proceso de desarrollo celular. Claro, decir esto en la América profunda, repleta de granjeros ignorantes y dirigentes cristianos fundamentalistas era una blasfemia como la copa de un pino, así que le acusaron por menoscabar «la paz y la dignidad del Estado». El que redactó esta acusación no descendía del mono, sino de un mosquito zoquete.

Tardaron menos que nada en llevar al profesor ante los tribunales en lo que se llamó «el juicio del mono», un proceso que atrajo a periodistas de todo el mundo y que acabó celebrándose en la calle porque las tres mil personas que lo querían seguir en directo no entraban ni de canto en el palacio de Justicia. El profesor perdió el juicio y fue multado con cien dólares, aunque al final la Corte Suprema le dio la razón. Algunos fundamentalistas han dicho que aquella sentencia fue un torpedo a la línea de flotación de ese gran transatlántico que es la Biblia. Vale, pero un transatlántico lleno de monos evolucionados.

Aranjuez, un motín calculado al milímetro

El año 2008 nos regaló una ristra de aniversarios del bicentenario de la Guerra de la Independencia que arrancó con uno de los importantes: el 18 de marzo de 1808, apenas pasados unos minutos de la medianoche, una muchedumbre aparentemente desordenada se fue a casa del ministro Manuel Godoy para cantarle las cuarenta, darle un vapuleo y obligarle a abandonar el poder. Fue el motín de Aranjuez, pero aquello de espontáneo tenía menos que nada.

Por qué en Aranjuez, por qué a por Godoy y quién orquestó aquella farsa de motín perfectamente calculado. Pues primero hay que entender en qué situación se encontraba España: el ejército, descontento; la Iglesia, mosqueada con las desamortizaciones; la alta nobleza, harta de que el advenedizo ministro Godoy fuera tan poderoso a cuenta de sus amoríos con la reina; Carlos IV, el rey, a por uvas; el príncipe Fernando, el heredero, el séptimo, intrigando para quitarle el trono a su padre; y los franceses, mientras, invadiendo disimuladamente España por el norte con la excusa de que sólo pasaban por aquí para llegar a Portugal.

Godoy estaba al tanto de todo esto y sabía también que el principal emboscado era el príncipe Fernando, capaz de conchabarse hasta con el Pato Donald con tal de conseguir el trono. Godoy intentó convencer a Carlos IV, instalado en Aranjuez, para que huyera hacia el sur… para que se alejara del avance francés, pero el rey no aceptó. Los partidarios del príncipe lograron, sin embargo, convencer a las masas con pasquines y falsos rumores de que, efectivamente, el rey iba a huir de España animado por Godoy. Así que, esas mismas masas se fueron a por él.

En los primeros minutos de aquel 18 de marzo, una multitud asaltó y saqueó el palacio de Godoy en el Real Sitio con intención de apresar al valido, pero no lo encontraron. Un criado lo escondió en la zona del servicio, de donde al final salió y se entregó cuando la sed y el hambre apretaron. El final del cuento, ya lo saben. Godoy, al exilio; Carlos IV, destronado; Fernando VII, proclamado rey; luego, obligado a devolverle la corona a su padre; su padre, a su vez, se la dio a Napoleón; Napoleón, a su hermano; y nosotros no hablamos francés de chiripa.
Mon Dieu…

Acerca de la autora

Nieves Concostrina
(Madrid, 1961) se forjó profesionalmente en el desaparecido
Diario 16
entre 1982 y 1997, en las secciones de Cultura y Televisión, Economía, Deportes, Opinión, Sociedad y Edición. Trabajó posteriormente en Antena 3 con Jesús Hermida y Mercedes Milá, y en Vía Digital con Pepe Navarro. Ha colaborado en varias revistas y en suplementos dominicales de diarios nacionales. Redactora jefe de la revista
Adiós
desde 1996, en noviembre de 2003 Radio 5 Todo Noticias comenzó a emitir diariamente el espacio «Polvo eres». También colabora los fines de semana en RNE (Radio 1), en el programa
No es un día cualquiera
dirigido por Pepa Fernández, con el espacio «El acabose», y ofrece una peculiar visión de la Historia refiriéndose a la efeméride del día en el informativo 24 horas de Raúl Heitzmann. En 2005 fue galardonada con el premio Andalucía de Periodismo, en su modalidad de Radio, concedido por la Junta de Andalucía y en febrero de 2010 con el Premio Internacional Rey de España de Radio por un programa sobre el Quijote.

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