Menudas historias de la Historia (6 page)

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Authors: Nieves Concostrina

Tags: #Terror

Pero
La Pinta
trajo otra cosa sin saber que la traía: la sífilis, consecuencia del despiporre que los marineros tuvieron con las indígenas. Toda Europa echó la culpa a los españoles por haber introducido la sífilis, y Martín Alonso Pinzón, el capitán de
La Pinta
, pasó a la historia como la primera víctima mortal y oficial de la enfermedad. Murió sólo días después de su regreso a España, en el monasterio de la Rábida, en Palos (Huelva), su tierra. Colón seguía tan enfadado con él que ni siquiera fue a verle. Pinzón no tuvo tiempo de contar su versión del descubrimiento. Por ligón.

El «Yo acuso» de Zola

Imaginen que escriben una carta al director de un periódico para protestar por algo y al día siguiente se la encuentran en la primera página de ese diario de gran tirada a seis columnas y bajo el título «Yo acuso». Eso mismo le ocurrió al escritor francés Emilio Zola el 13 de enero de 1898. Su carta abierta para protestar por una de las mayores vergüenzas que salpicaron a Francia salió en la portada del diario
La Aurora
y aquella carta se convirtió en uno de los artículos más celebrados de toda la historia del periodismo. El origen de todo fue el «caso Dreyfus».

El «caso Dreyfus», ocurrido en Francia a finales del siglo XIX, fue uno de los mayores sinsentidos que se recuerdan. Un caso que dividió Francia y provocó una crisis social y política tremenda, porque jueces, militares, gobernantes y clero la emprendieron con un joven capitán, al que acusaron de ser espía de los alemanes. No repararon en gastos para demostrar que aquel oficial era un judío traidor, cuando el pobre tenía una trayectoria intachable. En el fondo subyacía un descomunal odio a los judíos y Alfred Dreyfus fue el chivo expiatorio. Se manipularon pruebas y se compraron delatores; Dreyfus fue humillado, degradado y condenado.

Aquella farsa, la mayor idiotez que cometió Francia, dividió a toda la opinión pública. Nadie quedó al margen, pero había tanto manipulador de las altas esferas implicado que hubo una negativa en rotundo a revisar el caso, porque entonces tendrían que reconocer la pantomima que habían orquestado. Emilio Zola fue uno de los que se infló y escribió aquel «Yo acuso», porque, dijo, no quería ser un ciudadano cómplice de aquel espantoso crimen judicial. Por supuesto, el texto le costó a Zola el exilio, pero movió muchas más conciencias y quedó para los anales del periodismo.

Si fue trascendente el «caso Dreyfus» que aquello desembocó en la separación definitiva de la Iglesia y el Estado en Francia y puso la semilla del sionismo y la creación del Estado de Israel. Con eso está todo dicho.

La Pepa

«¡Viva La Pepa!» Así saludó el pueblo de Cádiz la proclamación de la primera Constitución española el 19 de marzo de 1812. Lo de La Pepa es evidente, porque aquel día era San José. Proclamar aquella Constitución tuvo mucho mérito, pero también fue muy raro, porque se redactaron unos preceptos liberales en un país que todavía llevaba a cuestas el Antiguo Régimen. Y encima, el preámbulo de aquella Carta Magna que comenzaba diciendo «En el nombre de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo», reclamaba el regreso de Fernando VII, cautivo en Francia, para restaurarlo en el poder. Así pasó lo que pasó. Que el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo, Fernando VII y la Libertad no hicieron buenas migas.

Pero el mérito estuvo, sobre todo, en que la Constitución de 1812 se proclamó con Cádiz asediada por las tropas de Napoleón y sacudida, además, por una epidemia de fiebre amarilla. De hecho, los diputados cayeron como moscas y muchos quedaron enterrados en Cádiz.

La Pepa trajo muchas cosas buenas: la libertad de prensa, la independencia de la Justicia, la prohibición de las pruebas de nobleza para evitar la desigualdad legal de las clases sociales y, por supuesto, la supresión del Santo Oficio, de la Inquisición. Cuando Fernando VII asentó sus reales, todo esto quedó en papel mojado.

Pero La Pepa trajo bonanzas, sobre todo para América. Sesenta de los más de trescientos diputados que formaron las Cortes de Cádiz eran americanos, y consiguieron que por primera vez se proclamara que la nación española era «la reunión de españoles de ambos hemisferios». Es decir, los españoles de España y los españoles de América serían ciudadanos con idénticos derechos. Menos los negros, claro.

Los negros siguieron siendo negros y sólo a los mulatos se les dio la nacionalidad española, aunque no la condición de ciudadanos. Había que ser más pálido para ser español y ciudadano. Lo bueno de La Pepa es que fue el principio de algo grande, cuando la mayoría de españoles no sabía lo que significaba la palabra Constitución.

La caída de Acre

A orillas del Mediterráneo, en el norte de Israel, hay una ciudad portuaria que tenía un ambientazo tremendo en el siglo XIII. Era la puerta de entrada de los occidentales a Oriente Próximo, tanto de peregrinos que iban a Jerusalén como de mercaderes de todo el mundo que hacían allí jugosos negocios. La ciudad se llamaba San Juan de Acre y era el último bastión de los cruzados. Ya no les quedaba ni un solo dominio cristiano en Tierra Santa, salvo San Juan de Acre. Pero el 18 de mayo del año 1291 vinieron los mamelucos y se acabó lo que se daba. Fin de las Cruzadas.

Un siglo antes de la caída definitiva, San Juan de Acre no era un ejemplo de ciudad cristiana. Las costumbres se fueron relajando y, salvo un puñado de caballeros templarios, el resto eran unos vivalavirgen. En Acre se juntaron mercaderes, peregrinos, judíos, musulmanes, cristianos, venecianos, francos, sirios, bizantinos… Los cruzados se desahogaron tanto que ya se ponían hasta turbantes, decoraban sus casas con alfombras, hablaban en árabe, comían con tenedor y se bañaban mucho. Aprovechando el relajo, el sultán de Egipto Saladino tomó San Juan de Acre, pero Ricardo Corazón de León pudo recuperarla para los cristianos en la Tercera Cruzada.

Pasó un siglo, y los cruzados fueron perdiendo posesiones poco a poco, hasta que sólo les quedó San Juan de Acre. Y continuaron igual de relajados. La ciudad era un enjambre humano en el que cada uno iba a lo suyo con el único objetivo de hacer dinero y buscar placer. La inseguridad ciudadana creció como la espuma, y un día un grupo de italianos mató a unos campesinos musulmanes y de rebote también murieron varios cristianos sirios. El sultán de Egipto, que necesitaba cualquier excusa para atacar la ciudad, pidió la entrega de los asesinos. San Juan de Acre dijo que nones y el sultán se plantó allí con doscientos mil soldados.

Los cruzados vendieron caro el pellejo, pero fueron literalmente aplastados. Aquel 18 de mayo las Cruzadas se fueron a hacer gárgaras, comenzó la leyenda de los templarios y las posesiones cristianas en Oriente se esfumaron para los restos.

Reparto en Tordesillas

En una fecha como la del 7 de junio de 1494 está la explicación de por qué en Brasil hablan portugués y en el resto de Iberoamérica, español. Porque ese día se firmó el famoso Tratado de Tordesillas, ratificado tiempo después por los Reyes Católicos y Juan II de Portugal. Puesto sobre el papel es un documento muy serio, pero el resumen es que los enviados de los Reyes cogieron un mapa y dijeron, de aquí para allá os lo quedáis vosotros y de aquí para acá, nosotros.

El principio de todo está en el propio descubrimiento de América. Cuando un país conquistaba nuevas tierras tenía que contar con el beneplácito del papa de turno, puesto que todo el universo estaba escriturado a nombre de Dios. Roma tenía que dar el visto bueno para que tal o cual país se quedara con las tierras, siempre a cambio de que ese país se comprometiera a evangelizarlo.

Cuando Portugal conquistó zonas de África, tuvo la aprobación de tres papas distintos. Pero como España, hasta que llegó Colón, no había descubierto prácticamente nada, no tenía ninguna bula papal que lo respaldara. Así que los Reyes Católicos se apresuraron a que Alejandro VI, el papa Borgia, aprovechando que era valenciano, les diera pleno dominio católico sobre las tierras americanas. No fuera a ser que los portugueses sacaran del cajón las antiguas bulas y dijeran que se quedaban con América entera porque ellos evangelizaban con más gracia que los españoles.

Fue entonces cuando Alejandro VI trazó la famosa línea alejandrina, por la que todas las tierras descubiertas y por descubrir hacia el Occidente, contando determinadas leguas a partir de las islas Azores, se las quedaba España. Los portugueses se mosquearon, porque eso les impedía conquistar nada en América. Al final, los Reyes Católicos aceptaron revisar la línea alejandrina para no entrar en guerra con Portugal, y fue entonces cuando en vez de tomar como referencia las Azores, se firmó en Tordesillas que la referencia fueran las islas de Cabo Verde. Al modificar la línea, un pico de América, el futuro Brasil, entró en la parte de la raya que le tocaba a Portugal. Por eso cuando lo descubrieron, se lo quedaron.

Atentado en Sarajevo

El 28 de junio de 1914 se produjo el atentado que dio pie a la Primera Guerra Mundial: los asesinatos en Sarajevo, en Serbia, del archiduque austrohúngaro Francisco Fernando y de su mujer. A los nacionalistas serbios no les caían bien los austrohúngaros, y un grupo de desquiciados que se puso por nombre La Mano Negra decidió que la mejor manera de meter el dedo en el ojo era matando a dos austríacos importantes.

Los Balcanes siempre han sido un polvorín. De hecho, el canciller alemán Bismarck vaticinó, diecisiete años antes de que ocurriera, que una gran guerra europea acabaría estallando por culpa de alguna maldita estupidez en los Balcanes. Y aquella maldita estupidez fue el atentado contra la pareja real austrohúngara en Sarajevo. Imposible resumir en una historia menuda la situación europea para que la Primera Guerra Mundial acabara reventando por culpa de este magnicidio. Pero sí conviene recordar que a muchos se les pusieron los pelos de punta cuando en 1991, con la dislocación de la antigua Yugoslavia, volvió a estallar la guerra. Otra vez los Balcanes, otra vez Europa boca abajo, otra vez las limpiezas étnicas y los nacionalismos asesinos.

Aquel 28 de junio, la pareja real hacía una insignificante visita oficial a Sarajevo. En el recorrido de la comitiva hacia el ayuntamiento se habían distribuido veinticuatro miembros de La Mano Negra, pero todos muy zoquetes. Sólo uno se atrevió al final a lanzar una granada que rebotó en el coche e hirió a doce espectadores. En el trayecto de regreso se hizo el mismo recorrido y, en un momento en que el carruaje paró, otro terrorista de La Mano Negra cosió a balazos al archiduque y a su mujer. Los dos asesinos implicados, el que tiró la granada y el que luego disparó, intentaron suicidarse según los planes tomando cápsulas de cianuro, pero el veneno estaba caducado y sólo consiguieron vomitar. Fueron juzgados y ejecutados, pero la que liaron fue fina: Austria contra Serbia, Rusia contra Austria, Alemania contra Rusia, Inglaterra contra Alemania y, al final, todos contra todos, la guerra y la muerte.

Estados Unidos independiente

Cada amanecer de cada 4 de julio comienza en Estados Unidos un día de lo más patriótico, porque ese día de 1776 se firmó el acta que hacía libres a las trece colonias que dieron origen a la confederación norteamericana. Inglaterra se quedó sin su posesión occidental más preciada.

Los ingleses comenzaron a ocupar América para evitar que los españoles se la quedaran entera, así que empezaron a instalarse en la costa este. Virginia fue la primera colonia que fundaron, bautizada así en honor de Isabel I, la reina virgen… Bueno, que decían ellos que era virgen. Luego vinieron otras doce. Nueva York, Pensilvania, las dos Carolinas…

Llegó un momento en que Inglaterra empezó a freír a impuestos a los colonos, porque los ingleses de Inglaterra pagaban mucho a Hacienda y los ingleses de allende los mares, una birria. Y aquí vino el primer mosqueo de los ingleses de América, cuando les tocaron el bolsillo. La cosa se fue complicando, porque además las colonias tenían que contribuir al mantenimiento de un ejército carísimo dedicado a protegerlas. Pero el remate fue cuando subió el precio del té enviado a las colonias. Por ahí ya no pasaron. Les podían tocar cualquier otra cosa a los colonos, pero ¿el té…? de ninguna de las maneras (ver
Motín del té).

Las colonias se fueron haciendo más fuertes, siguieron las luchas, surgieron grandes políticos, se creó un Congreso, hasta que aquel 4 de julio quedó aprobada la Declaración de Independencia que redactó Thomas Jefferson, que, por cierto, se murió también el 4 de julio para aprovechar la celebración. No crean que todo acabó aquí, porque una cosa es declarar la independencia en un papel y otra, defenderla en el campo de batalla. Pero el caso es que aquella declaración, muy progre, muy ilustrada ella, acabó saliendo para adelante. Era bonita. Declaró a todos los hombres iguales, libres y con derecho a buscar la felicidad. Menos a los negros, evidentemente.

Dragon Rapide

El golpe de Estado que arreó Franco el 18 de julio dio inicio a la Guerra Civil. Esto lo sabe todo el mundo. Pero fue el 6 de julio de 1936 cuando la maquinaria se puso en marcha. El director del diario
ABC
, Juan Ignacio Luca de Tena, llamó a su corresponsal en Londres y le dio la siguiente orden: Luis, vete a tal banco, coge todo el dinero que necesites, alquila un avión y lo llevas con todo el disimulo a Canarias. No preguntes. Pero Luis Bolín, el corresponsal del
ABC, no
tenía que preguntar lo que ya sospechaba: el avión era el que trasladaría a Franco desde Canarias al norte de Marruecos para ponerse al frente de sus leales y dar el golpe de Estado. Fue el vuelo del
Dragon Rapide.

Algunas fuentes siempre señalan el asesinato del teniente socialista José Castillo y la inmediata represalia de los militares republicanos asesinando a su vez a Calvo Sotelo como las dos últimas gotas que colmaron el vaso de la inminente Guerra Civil.

Pero esto no puede ser así, porque Franco ya había puesto en marcha la logística de su traslado desde Canarias para ponerse al frente de los rebeldes días antes de que se produjeran estas dos muertes.

Y el alquiler en Londres de aquel avión bimotor modelo
Dragon Rapidc
fue el primer paso efectivo de la guerra. El corresponsal del
ABC
en la capital británica cumplió a rajatabla la petición del director de su periódico. Tenía la ayuda y la asesoría aeronáutica del ingeniero Juan de la Cierva, y tenía la financiación de Juan March y del duque de Alba, porque todos ellos estaban en el ajo para acabar con la República.

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