Pasillo oculto (24 page)

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Authors: Arno Strobel

Rössler miró a Sibylle a los ojos.

—Un par de horas después de que nos contara todo esto, el joven murió. Su cadáver fue encontrado en el Danubio.

—¿Asesinado? Simplemente porque... ¿Porque logró recordar cosas? ¿Pero cómo pudieron enterarse, y tan rápidamente? Debe de haberle contado esa misma historia a alguien más que a vosotros.

—No necesariamente.

—¿Quieres decir que es posible que alguien de la policía...?

El semblante de Rössler se transformó en una máscara, no movió ni un solo músculo.

—Espera...Tú... ¿Tú piensas que podría haber sido Grohe?

El obvió aquella pregunta.

—Si quieres saber qué es lo que piensa Martin, se halla convencido de que tú ciertamente eres Sibylle Aurich. Y que estamos ante una manipulación de la mente muy efectiva. Y que en todo esto hay en juego muchísimo dinero. Dinero que los servicios secretos de varios países sin duda estarían dispuestos a pagar por un método como éste una vez que se encuentre perfeccionado. Bueno, y si cae en las manos equivocadas...

—Tal como yo veo el asunto, ya se encuentra en las manos equivocadas —objetó Sibylle.

—En cualquier caso, parece que ya ha finalizado el período de prueba. Nos tememos que tú... Que eres algo así como su obra maestra, una manipulación perfecta como no la habíamos visto hasta la fecha. Y si hemos acertado en nuestras apreciaciones, entonces también tu huida estaba preparada, simplemente para que ellos pudieran convencerse del éxito de su método cuando te enfrentases a tu vida cotidiana, a tu vida normal, de nuevo.

Una vida normal. Normal...

—Y ahora llegamos a un punto que en realidad no deberías conocer bajo ningún concepto, pero bueno, da igual. No te gustará. ¿Estás segura de que quieres oírlo?

Ella soltó una risa que no podía considerarse ni remotamente nacida de la alegría, emoción con la que no guardaba proximidad alguna.

—Naturalmente que quiero. Esto ya no puede ponerse peor.

Christian suspiró.

—Está bien. Creemos que Rosemarie Wengler te ha estado siguiendo como una especie de controladora de calidad, es decir, para comprobar cómo actuabas. Por eso, y sólo por eso, te dejaron escapar.

Sibylle se hundió en su asiento. ¿Es que aquello no terminaba nunca? ¿Siempre tenía que empeorar más aún?

—Rosie —susurró.

Rosie.

—Discúlpame, por favor.

Se levantó y buscó las indicaciones para dirigirse al lavabo. Las descubrió justo por encima de la puerta de cristal que separaba un vagón de otro.

Tenía la sensación de estar tambaleándose como en un barco con el mar moderadamente revuelto. En los asientos justo detrás de Christian había sentado un hombre de edad indefinida, con el pelo rubio extremadamente corto y unos ojos de color gris claro cuyo gélido brillo le recordaron abalorios de cristal. Durante unos instantes, Sibylle tuvo la sensación de haberse enfrentado a esos mismos ojos con anterioridad.

Capítulo 30

Hans miró a Jane a los ojos y aguardó, expectante, su reacción al verlo. De nuevo la tenía muy cerca y se sentía como si ella atrapara sus ojos con algún tipo de sortilegio mágico.

Durante breves instantes le pareció que le recordaría, pero el momento pasó, sin más. Ella apartó la mirada y continuó caminando, al parecer en dirección al lavabo. Hans se reclinó hacia atrás, algo azorado.

No quería pararse a pensar ahora en aquello que pronto sería inevitable. Se preguntó cómo continuaría todo en cuanto llegaran a Múnich. No comprendía cómo el Doctor era capaz de decidir qué había que hacer a continuación. Pero eso no pertenecía a la misión de Hans. Poseer visión de conjunto y tomar las decisiones correctas era responsabilidad de los oficiales. Su oficial-Doctor había tomado la decisión de dejar que Jane se dirigiera a Múnich para observar qué hacía allí y también qué lograba averiguar.

No había sido fácil acercarse tanto a Jane en la taquilla de la estación como para entender a dónde se dirigía. Ahora estaba situado en los asientos inmediatamente posteriores a los de Jane y su acompañante, y había estado escuchando la conversación que habían mantenido ambos. Sólo si los demás pasajeros elevaban demasiado la voz se perdía algo de ella.

Cada vez que hablaba Jane se impregnaba del sonido de su voz y se sintió profundamente decepcionado cuando ella interrumpió la conversación para dirigirse al lavabo.

Hans se levantó y se encaminó hacia la dirección opuesta.

Quería ver quién más se encontraba en aquel tren. Cuando llegó a la siguiente hilera de asientos, sin embargo, su mirada permaneció fija al frente.

Capítulo 31

Sibylle estaba sentada sobre la tapa cerrada del inodoro, inclinada hacia delante, ocultando el rostro entre las manos y oliendo su propio y cálido aliento.

Me gustaría tanto huir, a cualquier parte, a un lugar donde no sólo sea desconocida para los demás, sino también los demás para mí. Las mismas oportunidades para todos. En cualquier parte. ¿Tal vez a Múnich? Quizá pueda dejarlo todo atrás y comenzar de nuevo allí. ¿Comenzar de nuevo? ¿Buscándome la policía, sin documentación, sin estar del todo segura de quién soy y cuáles de mis recuerdos son reales y cuáles mera ficción?

¿Sin mi hijo?

La razón le decía que Lukas no existía. No en el mundo real. Y a pesar de todo, su corazón desesperado continuaba gritando por él. Sentía ese dolor, que era mucho peor que cualquier otro que jamás hubiera podido imaginar, porque no había brotado de la realidad y por tanto tampoco era solucionable en el mundo real.

De modo que Christian le había estado mintiendo todo el tiempo. Un agente de policía que la utilizaba como señuelo y que estaba infringiendo la ley que representaba al ayudarla en lugar de detenerla.

En realidad, un Christian Rössler policía era preferible a un Christian Rössler que buscaba desesperadamente a su hermana e ignoraba de todo el asunto tantas cosas como ella misma. Aunque estaba actuando de forma extraoficial, la tranquilizaba tener a un agente de policía a su lado, que además se encontraba en estrecho contacto con el comisario Wittschorek. Y era muy agradable saber que ese tal Wittschorek creía en ella.

Seguridad, al menos un poco.

Si Christian no me ha vuelto a mentir.

Pero averiguar aquello sería mucho más sencillo. Le pediría que le dejara su teléfono móvil, llamaría una vez más al comisario Wittschorek y le preguntaría.

Apartó las manos de sus ojos, parpadeó un par de veces para hacer desaparecer todo resto de lágrimas y miró fijamente la delgada puerta forrada de láminas de madera que tenía ante sí.

¿Y Rosie? ¿Es posible que me haya equivocado tanto al enjuiciar a una persona?

Notó que estaba intentando hallar algún tipo de justificación, a pesar de que probablemente Rosie le hubiera mentido aún más que todos los demás.

Su salón, las fotografías ausentes, sus extrañas reacciones cuando se mencionan marido o hijos... ¿Y qué mujer que pretende ayudarte te espía? Se esconde detrás de un seto y...

Sin embargo, tenía que reconocer que aquella mujer le agradaba, y mucho.

Sibylle sacudió la cabeza y se levantó. Se lavó las manos en el minúsculo lavabo y se las secó en los vaqueros, ya que se habían acabado las servilletas de papel. Después abandonó el aseo.

Christian estaba mirando por la ventanilla, y cuando Sibylle se sentó a su lado se sobresaltó.

—Hola —dijo, sonriendo.

Ella se sentó.

—Christian, ¿puedes volver a dejarme tu teléfono, por favor?

—Claro que sí. ¿A quién quieres llamar? ¿A Martin Wittschorek?

Ella cogió el teléfono que él le tendía.

—Sólo tienes que pulsar la tecla de repetición de llamada —dijo él con calma.

Sibylle pulsó la tecla de color verde y echó un vistazo rápido a la pantalla, en la que apareció una lista de las últimas llamadas realizadas. El primer número estaba en negrita, y detrás de él aparecía escrito lo siguiente:

Hoy, 17.04
.

Sibylle se sorprendió.

—¿Qué hora es? —le preguntó a Christian, sin levantar la vista de la pantalla del móvil.

—Casi las 17 y 10 —contestó él, riendo—. Sí, acabo de llamar a Martin otra vez mientras estabas en el baño. Le he contado que ya sabes toda la verdad. Espero que entiendas que debía decírselo.

—Por supuesto —contestó ella, avergonzada por haber sospechado de nuevo—. Perdona, por favor.

Él le restó importancia con un gesto y le dedicó una sonrisa torcida.

Wittschorek contestó después de que el teléfono sonara por segunda vez.

—Hola —dijo ella, y su propia voz le pareció débil y sin fuerza—. Soy Sibylle Aurich.

—Hola, señora Aurich. Ya me ha informado Christian de que probablemente me llamaría usted. Todo lo que le ha contado él es verdad. La acompaña porque yo se lo he pedido.

—En realidad, ya le había creído, pero...

—Quién miente una vez... ya sé. Sin embargo, debo rogarle que no le comente a nadie absolutamente nada de esto. El asunto es extraoficial y podría tener muy serias consecuencias tanto para él como para mí si se supiera en los lugares indebidos.

—Lo comprendo —dijo ella—. Pero... bueno, no se preocupe por eso, porque, ¿a quién podría yo comentarle nada?

Wittschorek no contestó a aquello, y dado que tampoco Sibylle sabía cómo continuar la conversación tuvo lugar un incómodo silencio.

—Bueno, pues colgaré entonces —dijo ella.

—Hasta otra, señora Aurich —colgó él.

Sibylle le devolvió el teléfono a Christian sin pronunciar palabra y cerró los ojos.

Me gustaría saber si posees el valor de mirar a la cara al temor

Y si te caes, te levantarás simplemente y continuarás caminando

El concierto en las dependencias del Circo Krone. Pero, ¿qué pretendo? Corro tras una quimera en una ciudad desconocida para buscar algo que ni siquiera sé qué podría ser. ¿Qué pretendo...? Oscuridad...y nieve y ruido blanco.

De repente, su percepción cambió. Si hasta entonces, y a través de los párpados entrecerrados, aún había podido disfrutar de una cierta sospecha de luz solar que impregnaba el vagón, ahora sentía como si aquella luz abrasara su delicada piel. Asustada, abrió los ojos para volver a cerrarlos de inmediato, porque la radiante claridad le quemaba dolorosamente las córneas.

—¿Está inconsciente? —oyó una sorda voz masculina.

—Esperemos un par de minutos adicionales y podremos empezar—dijo otra voz, igualmente sorda.

Intentó abrir los párpados con cuidado, y en esta ocasión logró mantenerlos abiertos. O se había acostumbrado a la luz o ésta ya no era tan fuerte como antes. Parecía encontrarse ligeramente reclinada, como en una tumbona de jardín. Incontables cabezas la rodeaban formando un círculo, y los ojos que pertenecían a esas múltiples cabezas la examinaban. Sus bocas le sonreían diabólicamente, y de una de ellas cayó un hilo de saliva que estuvo a punto de alcanzarla al caer. Todas las cabezas estaban cubiertas por gorritos verdes, y al mirar con mayor atención vio que también las bocas estaban tapadas, como los cirujanos en los hospitales. ¿Y cómo había podido distinguir entonces las sonrisas pocos segundos atrás? ¿Y cómo podía caer un hilo de saliva desde una boca cubierta?

Mientras aún reflexionaba sobre esta rara cuestión, las cabezas desaparecieron. No retrocedieron, no, simplemente, en menos de una milésima de segundo ya no estaban allí. E incluso la lámpara que la cegaba se esfumó. Estaba totalmente oscuro.

—Quizá no lo resista —dijo de nuevo una de las voces sordas.

De repente, algo atravesó su cabeza, algo tan indescriptiblemente luminoso y ardiente, tan increíblemente tortuoso, que sólo podía tratarse de un rayo. Estaba completamente segura de haber sido alcanzada por un rayo. A pesar de que la oscuridad que siguió a aquello no ofrecía ninguna confirmación de su sospecha, comenzó a sentir un fuerte mareo, como si la silla en la que se hallaba recostada comenzara a girar más y más rápido cada vez. Sintió la necesidad de vomitar y lo hizo, aunque sin notar que fluyera nada de su boca. Varias voces sordas conversaban ahora, cada vez más voces, el sonido era enloquecedor y le causaba gran dolor, hasta que, de repente, una sola de aquellas voces se definió, se tornó más clara, comprensible, alguien la cogió del brazo, esa voz pronunció su nombre, una y otra vez, más y más alto, no lo soportaba más, gritó, abrió los ojos... y se encontró con el rostro preocupado de Christian.

—¡Sibylle! ¿Te encuentras bien?

—Sí, claro.

Miró a su alrededor, asustada. Una mujer mayor sentada al otro lado del vagón la observaba con curiosidad.

Volvió a dirigirse a Christian.

—Creo que he tenido una pesadilla.

—¿Qué has soñado?

Todo estaba tan enredado que se sentía incapaz de explicarlo.

—No lo recuerdo con exactitud. Algo acerca de unos hombres que me querían hacer daño. Y de un rayo que me alcanzó.

—¿No recuerdas nada más?

Ella sacudió la cabeza.

—No, nada más. Yo... Sólo recuerdo que era terrorífico.

Sibylle miró hacia la mujer, que seguía observándola fijamente.

—¿He... he gritado, o...?

—Sí. Primero comenzaste a gemir, y cuando te he despertado has gritado tan fuerte que creo que hasta el maquinista te habrá oído.

Christian esbozó una sonrisa.

Al mirar por la ventana, Sibylle sólo percibió las imágenes acostumbradas: árboles que pasaban veloces, de vez en cuando algún poste eléctrico, alguna vaca...

—¿Cuánto he dormido?

Christian consultó su reloj.

—Aproximadamente tres cuartos de hora.

—Vaya... entonces ya estamos a punto de llegar, ¿verdad?

—Sí, nos quedan unos veinte minutos.

Se pasó la mano por la frente y descubrió que estaba cubierta de sudor. Christian se inclinó hacia delante y le puso una mano en el antebrazo.

—¿Estás bien?

—Sí, estoy bien. Creo que la última vez que tuve una pesadilla así fue durante mi niñez.

—No es sorprendente que tengas esa clase de sueños si se tienen en cuenta las cosas tan terribles que has vivido en los últimos dos días.

Es verdad. Y tengo la esperanza de que no me estén aguardando cosas mucho más terribles aún.

Capítulo 32

El andén en el que se detuvo el tren cuando llegó a Múnich sólo tenía salida en una dirección. Conducía hasta la zona de tiendas y restaurantes.

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