»Sinceramente, comenzaba a creer que estaban locos. ¡Pensaban obtener medio millón de dólares! En una carta que envió a Johnson, Oseas lamentaba no poder mandarle todavía el pergamino, y aducía que los disturbios entre el Líbano y Jordania hacían difícil el paso de un país a otro. Explicaba que debía sobornar a algunas personas y correr grandes riesgos, y que debíamos revisar al alza el precio inicial.
»Durante todo aquel tiempo seguía atentamente todo lo que se publicaba sobre Qumrán en las revistas científicas, para asegurarme de que el manuscrito no había sido vendido a otro. No lo vi mencionado en ninguna parte. Al parecer, sólo Oseas, Kair Benyair, Johnson y yo mismo conocíamos su existencia.
»Estábamos a comienzos del mes de junio de 1967. Estalló entonces la guerra de los Seis Días. Fui llamado a Israel para actuar como coordinador entre el primer ministro, el ministro de Defensa y el jefe del estado mayor. Naturalmente, los acontecimientos militares suplantaron un poco, en mi espíritu, a los pergaminos. Durante las precedentes semanas, Egipto había emprendido una serie de acciones contra Israel, la más grave de las cuales fue el bloqueo del golfo de Eilat que hacía gravitar pesadas amenazas sobre el desarrollo del Neguev y el tráfico marítimo de la región con el África oriental. Para levantar un bloqueo similar, Israel se había lanzado, once años antes, a una ofensiva militar, la campaña del Sinaí. Sólo retiró sus tropas tras haber obtenido el reconocimiento escrito de Estados Unidos de que cualquier bloqueo egipcio sería, en el futuro, considerado un acto de guerra que justificaría una respuesta armada.
»A primeras horas de la mañana del 5 de junio, Israel seguía pidiendo a Jordania que permaneciese neutral. El rey Hussein respondió a cañonazos. Estalló la guerra. Jordania, Egipto y Siria formaron un frente contra Israel. Al cabo de dos días de combate, el ejército israelí había derrotado a la legión árabe, ocupado el sector jordano de Jerusalén (en especial la ciudad vieja y el Museo de Antigüedades) y rechazado al ejército jordano hasta la orilla oriental del Jordán.
»La noche del 7 de junio, me retiré a mi apartamento para dormir un poco. Me despertó una llamada telefónica del jefe del estado mayor; me anunciaba que el teniente coronel Yanai, del Servicio de Información, estaba a mi disposición para ayudarme a encontrar el pergamino.
»Al día siguiente, 8 de junio, Yanai se dirigió al domicilio de Kair Benyair, cuya dirección había descubierto. El hombre estaba en su casa. No era muy valiente y unas pocas amenazas del militar bastaron para que sacara, de un escondrijo bajo el suelo, una caja de zapatos que contenía el rollo y un estuche de cigarros con los fragmentos sueltos.
»Aquella misma tarde, asistí en el cuartel general a una importante conferencia del comité ministerial de Defensa, sobre la situación con Siria. En mitad de la discusión, un secretario me tendió una nota en la que Yanai decía que me aguardaba fuera. Como consejero del primer ministro, yo no sólo debía escuchar las opiniones de todos, sino también analizarlas y dar mi opinión sobre lo que se estaba tratando. Me esforcé en seguir concentrado y contener mi impaciencia por conocer el resultado de las investigaciones de Yanai. Finalmente, salí. Me esperaba tranquilamente en el pasillo; dio dos pasos hacia mí y me tendió algo limitándose a decir: "Espero que sea lo que está buscando".
Matti se detuvo unos instantes. Sacó un paquete de cigarrillos de su bolsillo, nos ofreció uno y, tras haber encendido el suyo, expulsó una larga bocanada de humo. Su rostro permanecía impasible, pero en sus ojos negros brillaba un intenso fulgor.
—Entré en el primer despacho vacío y quité cuidadosamente la envoltura de la caja de zapatos —prosiguió—. La abrí. En su interior descubrí el pergamino, envuelto en una toalla recubierta, a su vez, de celofán, y los fragmentos reunidos en un sobre más pequeño. Mientras cuestiones de vida o muerte para miles de hombres se estaban decidiendo en la sala contigua, yo no pude contenerme de examinar aquel tesoro. Lo que entonces sentí fue una mezcla de decepción y satisfacción. El borde superior del rollo era desigual y estaba alabeado; parecía que se había disuelto en ciertas partes; otras se hallaban en mal estado, maceradas y pegadas por el polvo húmedo. La parte del pergamino más seriamente dañada era, sin duda, la que había estado más expuesta a la humedad, no la de la gruta donde había estado depositado durante siglos, sino la del escondrijo donde había permanecido en los últimos años. Pero lo realmente curioso era qué las letras hebraicas estaban al revés, de modo que sólo podía leerse a través de un espejo; se habían trazado de izquierda a derecha, al revés que en hebreo.
»Al día siguiente, coloqué el rollo en una habitación del laboratorio, herméticamente cerrada, cuyo grado de humedad y temperatura regulé de modo adecuado. Era necesario, ante todo, proceder a la separación de los fragmentos que se habían aglutinado en el escondrijo de Kair Benyair. Los que estaban en un estado de conservación aceptable fueron desprendidos y, luego, sometidos a un índice de humidificación normal, de setenta y cinco a ochenta grados centígrados. Los más dañados tenían que ser previamente suavizados por una exposición de algunos minutos a un índice de humedad de cien grados. Luego fueron refrigerados, durante algunos minutos también. Cada una de aquellas etapas se efectuó minuciosamente pues la operación podía dañar la escritura de modo irremediable.
»Como entonces el museo arqueológico estaba ya, desde la guerra de los Seis Días, bajo nuestro control, decidí guardar allí el pergamino. El equipo internacional proseguía sus investigaciones sobre los rollos, como habían deseado las autoridades israelíes, preocupadas por mostrarse tolerantes y respetuosas.
»Cierta mañana, cuando llegué a su sala de trabajo, encontré la mesa en la que solía estar el pergamino desenrollado totalmente vacía. Quedé atónito. Sólo los investigadores tenían acceso a aquel lugar y no les creía capaces de cometer un robo. Durante varios días, registramos el museo de punta a punta, en balde. Tuve que resignarme poco a poco a la idea de que el manuscrito había desaparecido para siempre, como si por no sé qué maldición nos estuviera prohibido tenerlo…
»Pasaron veinte años. En 1987, asistí a una importante conferencia internacional que reunía a la mayoría de los especialistas de los rollos de Qumrán. Imaginad mi sorpresa cuando Pierre Michel habló en su intervención de un manuscrito no publicado cuyo estilo y texto se parecían extrañamente a los del pergamino robado…
—¿Crees que fue él quien hurtó el rollo? —preguntó mi padre.
—Es posible. Eso explicaría que se negara a publicarlo, pues tenía miedo de que yo lo identificara, a menos que otro lo robara y, luego, se lo diera o lo vendiera a Pierre Michel…
—¿Los cinco miembros del equipo internacional trabajaban en el Museo Arqueológico en la época de la desaparición del rollo?
—Sí. Los padres Pierre Michel y Paul Johnson, en quienes yo tenía total confianza, estaban casi siempre allí. Los otros tres, el padre Millet, el sabio polaco Andrej Lirnov y el particularísimo Thomas Almond, participaban en las investigaciones de modo más irregular.
—¿Pierre Michel podría haber descifrado el pergamino ya en 1967? —pregunté.
—Claro que sí. El trabajo previo, largo y delicado, estaba ya hecho; sólo quedaba colocar el texto ante un espejo para leer en la dirección adecuada.
—Si Pierre Michel es el ladrón, ¿cómo explicar que corriera el riesgo de ser desenmascarado, evocando el contenido de un manuscrito que había mantenido en secreto durante casi veinte años? —objetó mi padre.
—En efecto, es curioso. Pero, por haber trabajado en el ejército, puedo decirte que eso ocurre a menudo con los secretos más importantes. La vida propia del secreto es desear escaparse: cuanto más grave es, más cuesta guardarlo. Uno necesita compartirlo con alguien, es casi insoportable. Cierto día, uno acaba hablando, luego lo lamenta, pero es demasiado tarde y hay que pagar.
—¿Tiene aquí la fotografía del fragmento que descifró? —pregunté.
—No, no la tengo. Está en Israel. Pero os enviaré una copia en cuanto regrese, dentro de una semana. Sin embargo, es muy corto y puedo citároslo casi de memoria:
Al principio era el verbo,
y el verbo estaba vuelto hacia Dios,
y el verbo era Dios.
Todo fue por él,
y nada de lo que fue
fue sin él.
En él estaba la vida,
y la vida era la luz de los hombres,
y la luz brilla en las tinieblas,
y las tinieblas no la han comprendido.
Hubo un hombre, enviado de Dios;
su nombre era Juan.
Vino como testigo,
para dar testimonio de la luz,
para que todos crean por él.
Pero sus frases fueron truncadas
y sus palabras cambiadas,
y el verbo se hizo mentira
para mejor ocultar la verdad,
la verdadera historia del Mesías.
Ya éste,
por el sacramento de los sacerdotes de Qumrán,
le será dado el tesoro.
Permanecimos un instante silenciosos, perplejos.
—¿Tienes idea del contenido del rollo en su conjunto? —preguntó mi padre una vez más.
—Lamentablemente, no. No tuve tiempo de leerlo por completo. Pero, por lo que vi, es seguro que no se trata de un apócrifo sino de un escrito original de Qumrán. Pienso también, tras la intervención de Pierre Michel en la conferencia, que aporta revelaciones suplementarias sobre los esenios y su exigencia de ser considerados los verdaderos herederos de los sacerdotes zadoqistas. El
Documento de Damasco
, uno de los primeros que se encontraron, narra la progresiva evolución del grupo. De ser un movimiento inicial de protesta de los sacerdotes, que se apoyaban en una argumentación legal, pasó a convertirse en una secta radical, centrada, en el concepto teológico de la revelación, encarnada por el personaje del Maestro de Justicia. Para la secta de Qumrán, sólo la inspiración divina proporcionaba la clave del sentido profundo de las Escrituras. Ya sabéis que, en la tradición de la especulación apocalíptica, el que posee la clave de los misterios y de las leyes ocultas es el emisario de Dios. Los esenios se consideraban jefes de las fuerzas de la luz, y dicho de otro modo «hijos de la luz». Creo que era simplemente una secta que quería convencer a sus correligionarios de que su visión del mundo era la buena. Veían en los acontecimientos cotidianos la realización de un plan divino para la historia. Por aquel entonces, Poncio Pilatos era gobernador de Judea y los romanos querían apoderarse del tesoro del Templo y arrebatar a los sacerdotes sus bienes. Las legiones romanas acantonadas en las fortalezas custodiaban el Templo. Para los sacerdotes, en especial para los de Qumrán, aquel acto guerrero era un sacrilegio contra la Ciudad Santa; Pilatos había mancillado el Templo ofreciendo allí un sacrificio a la estatua de Tiberio. Creo que los «Kittim» o «hijos de las tinieblas», mencionados sin cesar en los escritos de Qumrán, son los romanos, que adoraban a las diosas de la victoria y de la fortuna y a quienes los esenios odiaban por encima de todo.
—En tal caso, ¿podríamos considerar Qumrán uno de los principales centros de resistencia política contra el imperialismo romano pero también contra la aristocracia judía, que colaboraba con el ocupante sólo para hacer fortuna?
—Se ignora si los motivos de los esenios eran políticos o teológicos. En el momento en que mayor era la influencia de la secta en Judea, sus mensajeros recorrían el Mediterráneo, lejos de los tumultos políticos en Jerusalén, con un pergamino como único equipaje, una especie de evangelio, y profesaban simplemente la modestia, la pureza y la pobreza.
—Pero en Judea, para quienes combatían por la preservación de las leyes y los códigos de pureza de los textos ancestrales y luchaban contra el dominio económico de los romanos y de la aristocracia judía, predicar un nuevo evangelio que alentara al abandono de la ley mosaica tenía, forzosamente, una connotación política. Éste es el problema de Jesús.
—Ah, ya veo adonde quieres ir. Te preguntas si el pergamino habla a fin de cuentas de Jesús y, siendo así, en qué términos. Todo lo que puedo decirte es que, en lo poco que leí, no lo mencionaba en absoluto. Sin embargo, en vuestras investigaciones, no busquéis sólo a un tal Jesús sino también a un individuo cualquiera que tenga las mismas características. Pues el Jesús histórico puede haber sido también Arthronges, el supuesto Mesías del que habla Flavio Josefo, personaje helenizado, romanizado luego durante la
pax romana
y reconocido como enviado de Dios por buen número de gentiles del Imperio romano. No es seguro que existiera Jesús tal como lo describen los Evangelios. En el actual estado de nuestros conocimientos, sólo tenemos pruebas irrefutables de la existencia de dos personas citadas en la vida de Jesús: Poncio Pilatos, el prefecto de Judea, cuyo nombre en una inscripción latina, hallada en el antiguo puerto de Cesárea, en 1961, descubrieron unos arqueólogos italianos; y el sumo sacerdote Caifas cuya tumba familiar exhumó un equipo israelí, en Jerusalén-Sur, en 1990. Todas las indicaciones que tenemos sobre la vida de Jesús pertenecen o derivan de la literatura cristiana, cuyos primeros textos fueron escritos casi un siglo después de los acontecimientos que describen.
—Recordarás a los tres personajes centrales de los textos de Qumrán: el «Maestro de Justicia», el «malvado sacerdote» y el «sofer» u «hombre de la mentira» —dijo mi padre—. Algunos piensan que Pablo puede ser este último, mencionado con profundo desdén en el
Comentario de Hahacuc
, que habla además de una polémica entre el «hombre de la mentira» y el «Maestro de Justicia» sobre la estricta observancia de las leyes de pureza y del culto del templo.
—Déjame adivinar tu idea… Pablo estableció los fundamentos de una fe enteramente nueva, basada ya no en la ley mosaica sino en la fe en Cristo. Con él, el espíritu de la letra prevaleció sobre la propia letra. Propagó el nuevo culto por el Mediterráneo, en Efeso, en Corinto, en Paulpe. Sus prédicas llevaron a los cristianos a considerar a los judíos un pueblo de Dios duro y terrorífico. Con él germinó la idea universal del cristianismo, la de la conversión de todos los gentiles… Con él los cristianos se consideraron el nuevo Israel y, progresivamente, atrajeron a los romanos a su fe, de modo que en menos de trescientos años el Imperio romano se había hecho cristiano… Y para disimular ese cambio radical, logrado por Pablo y no por Jesús, han sido robados los manuscritos…