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Authors: Eliette Abécassis

Tags: #Intriga

Qumrán 1 (18 page)

—¿Conoce el contenido de los pergaminos confiados a sus colegas del equipo internacional? —preguntó mi padre.

—No, nunca los he leído. No asisto a los coloquios de qumranología, ni tampoco van mis colegas, por otra parte. Pero sé que afirman que estos textos no contienen revelación alguna, nada que pueda ser turbador ni obligarles a revisar su visión del cristianismo primitivo. Y sin embargo, ¡si ustedes supieran! He dado con cosas sorprendentes. Había uno que hablaba de armas, escudos, espadas, arcos y flechas, ricamente adornados con oro, plata y piedras preciosas, que los hombres resucitados utilizarían cuando tomaran el poder con el advenimiento mesiánico. El texto describía con gran precisión el ejército dividido en varios batallones; cada uno de ellos combatía bajo un estandarte distinto, con una divisa religiosa. Todo está indicado, previsto, cronometrado, tanto el despliegue de las tropas como la táctica. Todo está planeado de antemano para la llegada del Mesías. Cuando llegue, bastará con seguir los textos para tener la seguridad de vencer en la guerra final.

—¿Qué guerra? —pregunté.

Adoptó un aire misterioso, antes de decir, con voz estentórea:

—¡La guerra de los hijos de la luz contra los hijos de las tinieblas! Hay todo un rollo consagrado a esta guerra, que comienza con la declaración de guerra de los hijos de la luz contra los hijos de las tinieblas. Estos últimos son los ejércitos de Belial, los habitantes de Filistia, las pandillas de Kittim de Assur y los traidores que les ayudan. Los primeros son los hijos de Levi, de Judá y de Benjamín, los exiliados del desierto. Viene luego el enfremamiento entre Egipto y Siria, que debe poner fin al reinado sirio y dar a los hijos de la luz la posesión de Jerusalén y del Templo. Durante cuarenta años, combaten a los descendientes de Sem, de Cam y de Jafet, es decir a todos los pueblos del mundo. La lucha contra cada nación dura seis años y concluye al séptimo, de acuerdo con las leyes de Moisés. Al cabo de cuarenta años, todos los hijos de las tinieblas son aniquilados.

—Algunos dicen que los manuscritos son peligrosos para la fe y que por ellos llega la desgracia —dijo mi padre.

—¿Quién lo dice? ¿Los hijos de las tinieblas? —gruñó con su voz cavernosa.

—Sí… Bueno, no —contestó mi padre—. Me refiero a algunos sabios.

—Para ellos, el dogma basta. Se han quedado en los misterios de la Edad Media. Yo busco los hechos, no el dogma —replicó dando un gran puñetazo en la mesa, que nos sobresaltó—. Los teólogos ni siquiera son capaces de decir dónde nació Jesús, ni cuándo, ni siquiera quién era, y son incapaces de explicar cómo puede conciliarse su imagen en los evangelios sinópticos con la del Evangelio de san Juan, tan distinta. Sin embargó, saben lo que el cristianismo debe a la religión pagana. Saben también que había sorprendentes parecidos entre los esenios y los primeros cristianos, y que es probable que estuvieran en relación. Y afirman que eso no les turba que no es nada. Pero yo digo: ¿No es la verdad una obligación religiosa? ¿No dicen los cuatro Evangelios que «la verdad os hará libres»? Responden que el Nuevo Testamento da un relato coherente de la vida de Jesús y de los inicios de la Iglesia. ¡Es falso! De la historia de Jesús sólo conocemos episodios fragmentarios y contradictorios que no forman un todo coherente. Por lo que se refiere al supuesto relato de los inicios de la Iglesia… ni siquiera es seguro que Jesús hubiera fundado o tuviese la intención de fundar la Iglesia cristiana.

—Precisamente —añadió mi padre, enardecido por semejante discurso—, queremos averiguar quién era en realidad Jesús y cuál fue su verdadera historia.

—Dudo que la vida de Jesús pueda ser nunca reconstruida. Falta demasiado material. Pero voy a decirle por qué se perdieron o dispersaron los rollos y por qué les suceden desgracias a todos los que se cruzan en su camino… Incluido ustedes, si perseveran —advirtió señalándonos con su índice largo y huesudo.

»Pese a las numerosas contradicciones de los Evangelios, los teólogos afirman desde siempre que relatan una historia verídica. Ahora bien, por primera vez desde hace siglos, gracias al descubrimiento de estos pergaminos, tenemos la posibilidad de saber si Jesús era esenio o fariseo, si existió o si hubo varios Jesús, o también si no lo hubo en absoluto. Durante largo tiempo los Evangelios fueron la única fuente histórica referente a la vida de Jesús y a los orígenes de la Iglesia cristiana. Si consideramos que tres de ellos coinciden tanto que ciertamente fueron copiados unos de otros, ¿creen realmente que son una fuente sólida, creíble? ¡No! La fuente es frágil, y es posible que los rollos la pongan profundamente en cuestión.

—Sin embargo, hay un breve pasaje en Flavio Josefo que menciona a Jesús —comenté tímidamente, para ponerle entre la espada y la pared—. Y Josefo es un historiador serio y escrupuloso.

—Los sabios más reputados han rechazado ese pasaje, demostrando que era fraudulento. Sin duda fue añadido por un copista de la Edad Media lleno de buenas intenciones. Y numerosos escritos son así. Nos vemos obligados a rendirnos a la evidencia: todo lo que tenemos procede de los Evangelios, y los manuscritos del mar Muerto nos dan, por fin, la esperanza de poder diferenciar la verdad de la leyenda. Pero algunas personas a las que no nombraré hacen lo que pueden para que no lo consigamos nunca.

El hombre, caldeado, proseguía por aquel camino sin que nada pudiera ya detenerle. Fuera, el sol se ponía, brumoso, y las pálidas luces que iluminaban la estancia proyectaban en las paredes sombras chinescas de inquietantes contornos. Almond aparecía, desmesuradamente grande, haciendo gestos imprecatorios. Discurría con voz grave:

—Sin duda conocen el episodio de los tres magos que se dirigen a la cuna del niño Jesús… ¿Pero conocen el de los Tirídates de Partia, tres magos que llevan regalos a Nerón, a quien veneran como el «Dios rey Mitra»? ¿O el del mago que busca a Fravashi, cuyo nacimiento ha sido anunciado por una estrella en el cielo? ¿No les recuerda eso algo?

—¿Quién es ese Fravashi? —pregunté.

—Un dios de la cultura pagana; cultura que le interesaría a usted mucho conocer, joven —añadió con aire entendido—. Y la anunciación a los pastores, el
magníficat
y el
benedictus
: ¿realmente los pronunciaron María e Isabel y fueron narrados por testigos, como afirma Lucas, o se trata de composiciones litúrgicas, adaptadas para la ocasión? Los sabios saben muy bien que son posteriores al relato. Les pregunto a todos —dijo, abriendo los brazos y alzando la voz como si pusiera por testigo a un inmenso auditorio—: ¿cuáles son los pasajes de los Evangelios que no fueron revisados o adaptados por sus autores o por unos copistas? Los primeros manuscritos que poseemos no datan de antes del siglo IV, y los padres de la Iglesia tuvieron todo el tiempo de modificar los escritos para adaptarlos a sus dogmas teológicos. ¿Saben que es absolutamente imposible demostrar que Jesús naciera en Belén? Y aunque pudiera hacerse, ¿de qué Belén se trata, del Belén de Judea o del de Galilea? Del mismo modo que si realmente existió un «asesino de niños» que intentara terminar con Jesús recién nacido, como dicen los Evangelios, ¿quién era? No hay ningún rastro escrito de todo eso.

—Se dice que fue Herodes —comentó mi padre.

—Pero, en ese caso, ¿podía semejante barbarie ser ignorada por alguien tan bien informado como Flavio Josefo, que se demora de buena gana sobre los numerosos crímenes del rey? Tal vez se trate de un invento de Mateo para confirmar la profecía de Raquel llorando por sus hijos. Con el mismo objetivo, ¿no envía a José y María, con el niño recién nacido, a Egipto, para corroborar las palabras del profeta: «Llamaré a mi hijo de Egipto»?

Almond proseguía, inagotable ante la audiencia que mi padre y yo formábamos, una audiencia escasa pero ciertamente incrementada en su espíritu por miles de personas, vivas o muertas.

—¿Qué piensa el creyente? —decía—. El creyente piensa que Jesús predicó el Evangelio, que murió como Mesías, que resucitó y que, por medio de los apóstoles, fundó la Iglesia cristiana, que se ha extendido en el mundo entero. O si no cree en la Resurrección, supone que los apóstoles, movidos por el espíritu de Jesús, fundaron la Iglesia según los Evangelios. Reconoce, o al menos eso espero —añadió con una sonrisa sarcástica—, que Jesús es judío y que heredó la tradición judía. Admite también que los apóstoles interpretaron las palabras de Jesús y que de ellas dedujeron su doctrina, que lo juzgaron no tal como fue sino tal como, parcialmente le comprendieron: el Salvador, el Jefe de la humanidad y el Hijo de Dios. En cualquier caso, cree en la originalidad de la doctrina cristiana. No tiene mucha idea de lo que precede (salvo de lo que realizaron Moisés y los profetas en previsión de la llegada de Cristo) y que no aparece en la Biblia. Lo que el creyente no sabe pero sí sabe el sabio es que había numerosas divinidades paganas en tiempos de Jesús, en cuyo nombre se predicaron doctrinas similares. Mitra era el redentor de la humanidad. Tammuz, Adonis y Osiris también. La visión de Jesús como redentor no es judía; y tampoco es un tema familiar a los primeros cristianos de Palestina. El Mesías que los judíos aguardaban, y con ellos los judíos cristianos, no era hijo de Dios sino mensajero de Dios, el que salva al mundo no por el don de su cuerpo y su sangre sino por el advenimiento del reino mesiánico en la tierra. Los judíos cristianos no esperaban una liberación que les llevara al paraíso, sino la que estableciera un nuevo orden en la tierra, aunque creyeran en la inmortalidad. Sólo cuando la cristiandad se extendió por el mundo pagano, nació la idea de Jesús como salvador.

»¿Quieren que les diga por qué esos pergaminos sembrarán la turbación y el escándalo? Porque no sólo dan una visión del judaismo de la época, sino que la visión es exhaustiva. Si Jesús existió, forzosamente conoció o trató a una secta esenia, con la que tal vez chocó o de la que incluso formó parte, pero ninguno de los pergaminos, que yo sepa, habla de él. Como máximo hablan de un Maestro de Justicia y nada dice que ese Maestro de Justicia fuera Jesús.

—Así pues, ¿es posible que haya existido una o varias figuras de «profetas», pero que el hecho de modificar su figura o de reunir a esos personajes en uno solo fuera posterior a Jesús? —pregunté.

—La figura de Jesús está inspirada, en efecto, en otros personajes preexistentes, Mitra por ejemplo —continuó, visiblemente satisfecho al ver que conseguíamos seguir su razonamiento—. El 25 de diciembre, elegido por los primeros cristianos como fecha del nacimiento de Jesús, era para los paganos el de Mitra, hacia el solsticio de invierno. Asimismo, el Sabbath, día de descanso de Dios durante la creación, fue abandonado en favor del día de Mitra, el día del sol conquistador.

Se volvió hacia la pared y descolgó una pintura de Cristo en la cruz que me pareció un auténtico Caravaggio. Sujetándola con ambas manos, prosiguió su exposición, esta vez en tono doctoral, como si se dirigiera a una clase:

—Por lo que se refiere a la figura de la Virgen, asociada a la de su hijo moribundo, era omnipresente en el mundo mediterráneo en tiempos de la expansión cristiana. En sus orígenes, era una representación de la tierra, virgen y madre en cada primavera. El hijo era fruto de la tierra, nacido sólo para morir y reunirse con la tierra, para que un nuevo ciclo comenzase. Recuerden: «Si la semilla no muere…». El drama del «Dios Salvador» y de la «Mater Dolorosa» es el mito de la vegetación. El ciclo de las estaciones es paralelo al ciclo del Paraíso. Está también la constelación de Virgo, que se levanta por Oriente cuando Sirio, viniendo del este, señala el renacimiento del Sol: en el mito pagano, el paso de la estrella principal de Virgo por la línea del horizonte correspondía a la virgen uniéndose con el Sol. ¿No les recuerda eso nada? Del mismo modo, la gruta, asociada durante mucho tiempo al nacimiento de Jesús, lo estuvo antaño con el de Horus, hijo de Isis y de Osiris, que dio su vida para salvar al pueblo. Isis, por lo demás, era la Mater Dolorosa. Los mitos antiguos de este tipo pululan como las purgaciones en el bajo clero. En esos cultos, y en ninguna otra parte, se encuentra el origen de los sacramentos cristianos.

Al decir eso, dejó el cuadro para empuñar unos viejos grimorios que estaban por allí.

—La eucaristía también fue tomada del mitraísmo —prosiguió hojeando frenéticamente los pesados volúmenes como si buscara pruebas irrefutables—. De allí procede el banquete sagrado de los cristianos. La sangre del cordero es también un elemento de la tradición mitraica —agregó abriendo una biblia tras otra—. Lo que el cristianismo debe a la religión pagana es tan considerable que quedan muy pocas cosas realmente «cristianas». De Jesús se dice poco que es «el Maestro», pero mucho que es «el Salvador», rey de los cristianos. Y para los doctrinarios de la Redención poco importa que sea él o Mitra, pues los sacramentos de la Iglesia acabaron por señalar que «Cristo» era el «Dios Salvador», decisión que fue respaldada por un voto mayoritario en el año 325 después de Cristo, durante el concilio de Nicea. En definitiva, lo que sabe el sabio y el creyente ignora es que el cristianismo se habría extinguido con o sin Jesús.

Se detuvo un instante, evaluó el efecto y prosiguió:

—El único elemento importante que no se halla en el paganismo es Jesús el maestro, el rabino. Pero entre el siglo III y el Renacimiento, cuando el invento de la imprenta asegura la difusión de la Biblia, esa figura del rabí se perdió de vista por completo, se olvidó en beneficio de la del Cristo de los sacramentos, el Dios Salvador, la que la Iglesia cristiana se había empeñado en transmitir durante más de un milenio. Entonces apenas se conocía a Jesús de Galilea.

»El único que intentó rehabilitar al Cristo judío fue Pablo de Tarso, fariseo y, sin embargo, helenista, judío inspirado que tenía un profundo conocimiento del paganismo. A él se le ocurrió la idea de hacer la síntesis de Israel y Atenas, mezclar el moribundo Templo de Jerusalén con el sacrificio mitraico, el judío esenio con el Dios desconocido de los areópagos. Fue un "christianos", no un cristiano, un gnóstico que creía que Apolo, Mitra y Osiris debían inclinar la frente ante su Adonay hebraico. Pero eso sólo podía hacerse asimilando los "Salvadores" y los "Redentores", y así el Mesías de Israel se convirtió en el Cristo mundial.

De pronto, puntuando esta última frase, resonó una inmensa campanada ensordecedora, luego otra y otra más. El reloj daba las siete de modo estentóreo. Pero Almond, imperturbable, prosiguió, casi gritando para intentar dominar aquel estruendo.

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