Tiempo de odio (13 page)

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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

Ciri dio la toalla a la hechicera. Margarita le acarició con delicadeza en la mejilla. Ciri resopló de nuevo y se tiró dando un chapuzón a la piscina, al agua que olía a romero.

—Nada como una foquita —sonrió Margarita mientras se tumbaba junto a Yennefer en una tumbona de madera—. Y está tan bien formada como una ninfa. ¿Me la das, Yenna?

—Por eso la traje aquí.

—¿En qué clase tengo que ponerla? ¿Conoce los principios básicos?

—Sí. Pero mejor que comience como todas, por preescolar. No le perjudicará.

—Bien pensado —dijo Tissaia de Vries, que estaba ocupada ordenando unas copas que estaban sobre la mesa de mármol cubierta por una capa de gotas de vapor—. Bien pensado, Yennefer. A la muchacha le será más fácil si comienza junto con las novicias.

Ciri salió de la piscina, se sentó en la orilla del entibado, retorciéndose los cabellos y chapoteando con los pies en el agua. Yennefer y Margarita charloteaban perezosamente, limpiándose la cara cada cierto tiempo con unas toallitas mojadas con agua fría. Tissaia, envuelta con vergüenza en una sábana, no se sumó a la conversación, dando la sensación de estar totalmente absorta en poner orden en la mesita.

—¡Pido perdón humildemente a las nobles damas! —gritó de pronto desde arriba el invisible propietario de la posada—. Disculpad por atreverme a molestar, pero... ¡un oficial desea ver con urgencia a la señora de Vries! ¡Dice que el asunto no admite dilación!

Margarita Laux-Antille rió y guiñó un ojo a Yennefer, después de lo cual ambas, como a una orden, se retiraron las toallas del busto y adoptaron una posición rebuscada y harto retadora.

—¡Que entre el oficial! —gritó Margarita, conteniendo la risa—. ¡Adelante! ¡Estamos listas!

—Como niñas —suspiró Tissaia de Vries, agitando la cabeza—. Cúbrete, Ciri.

El oficial entró, pero la broma de las hechiceras se fue completamente al garete. El oficial no se turbó ante su vista, no se ruborizó, no abrió la boca, no desencajó los ojos. Porque el oficial era una mujer. Una mujer alta, esbelta, con gruesas trenzas morenas y espada al costado.

—Señora —dijo seca la mujer, haciendo una ligera reverencia en dirección a Tissaia de Vries, lo que produjo un tintineo de la cota de malla—. Os anuncio que vuestras órdenes han sido ejecutadas. Pido permiso para regresar al cuartel.

—Concedido —respondió Tissaia—. Gracias por la escolta y la ayuda. Buen viaje.

Yennefer se sentó en la tumbona, miró la escarapela del hombro de la guerrera, que tenía los colores negro, amarillo y rojo.

—¿Acaso te conozco?

La guerrera se inclinó rígida, se limpió el rostro sudoroso. En los baños hacía calor y ella llevaba cota de malla y caftán de cuero.

—He estado a menudo en Vengerberg —dijo—. Doña Yennefer. Me llamo Rayla.

—A juzgar por tu escarapela, sirves en los destacamentos especiales del rey Demawend.

—Sí, señora.

—¿Con qué rango?

—De capitana.

—Muy bien —sonrió Margarita Laux-Antille—. En el ejército de Demawend, como constato con satisfacción, han comenzado por fin a dar patente de oficial a soldados que tienen huevos.

—¿Puedo retirarme? —La guerrera se enderezó, apoyando la mano sobre la empuñadura de la espada.

—Puedes.

—He notado la enemistad en tu voz, Yenna —dijo Margarita al cabo—. ¿Qué es lo que tienes contra doña capitana?

Yennefer se levantó, tomó dos copas de la mesa.

—¿No has visto los postes que están junto a los caminos? —preguntó—. Tendrías que haberlos visto, tendrías que haber olido el hedor de los cadáveres que se pudren. Esos postes son idea suya y su obra. De ella y de sus subordinados de los destacamentos especiales. ¡Banda de sádicos!

—Esto es la guerra, Yennefer. Esa Rayla ha tenido que ver en más de una ocasión a sus compañeros de armas que han caído vivos en manos de los Ardillas. Colgados por las manos en los árboles como diana para las flechas. Cegados, castrados, con los pies quemados en hogueras. La crueldad que ejercen los Scoia'tael no avergonzaría a la propia Falka.

—Los métodos de los destacamentos especiales también recuerdan vivamente a los métodos de Falka. Pero no se trata de esto, Rita. Yo no me apiado de la suerte de los elfos, sé lo que es la guerra. Sé también cómo se gana una guerra. Se gana con soldados que con convencimiento y sacrificio defienden el país, defienden su casa. Y no con tales como esa Rayla, con mercenarios que luchan por dinero, que ni saben ni quieren sacrificarse por nadie. Ellos ni siquiera saben lo que es el sacrificio. Y si lo saben, lo desprecian.

—A la porra ella, su sacrificio y su desprecio. ¿Qué nos importa a nosotras? Ciri, ponte algo por encima y sube arriba a por otra garrafa. Hoy tengo ganas de emborracharme.

Tissaia de Vries suspiró, meneó la cabeza. Esto no escapó a la atención de Margarita.

—Por suerte —rió—, no estamos ya en la escuela, querida maestra. Somos libres de hacer lo que queremos.

—¿Incluso en presencia de una futura adepta? —preguntó venenosamente Tissaia—. Cuando yo fui rectora de Aretusa...

—Lo recordamos, lo recordamos —la cortó Yennefer con una sonrisa—. Aunque quisiéramos, no lo olvidamos. Ve a por la garrafa, Ciri.

Arriba, mientras esperaba la garrafa, Ciri fue testigo de la salida de la guerrera y de su unidad, compuesta de cuatro soldados. Con curiosidad y admiración contempló sus apariencias, semblantes, vestimentas y armas. Rayla, la capitana de las negras trenzas, estaba discutiendo justo en aquel momento con el propietario de la posada.

—¡No voy a esperar al amanecer! Y me importa una mierda que la puerta esté cerrada! ¡Quiero salir inmediatamente de la ciudad! ¡Sé que la posada tiene una poterna propia! ¡Te ordeno que la abras!

—Las leyes...

—¡Una mierda me importan a mí las leyes! ¡Ejecuto las órdenes de la gran maestra de Vries!

—Está bien, capitán, no gritéis. Os abriré...

La mencionada poterna, como se vio, era una salida estrecha y sólidamente asegurada que conducía directamente al otro lado de las murallas de la ciudad. Antes de que Ciri tomara la garrafa de manos de la criada vio cómo se abría la poterna y Rayla y su unidad salían al exterior, a la noche.

Se quedó pensativa.

 

—Bueno, por fin —se alegró Margarita, no se sabía si al ver a Ciri o a la garrafa que ésta transportaba. Ciri puso la garrafa en la mesa, por lo visto mal, porque inmediatamente Tissaia de Vries la colocó. Al servir, Yennefer destrozó toda la composición y de nuevo Tissaia tuvo que colocarla. Ciri se imaginó con horror a Tissaia en el papel de profesora.

Yennefer y Margarita reanudaron su conversación sin olvidarse de la garrafa. Ciri se dio cuenta de que pronto iba a tener que ir a por otra. Se sumió en sus pensamientos mientras escuchaba la conversación de las hechiceras.

—No, Yenna. —Margarita agitaba la cabeza—. No estás a la última, por lo que veo. He cortado con Lars. Se acabó. Elaine deireádh, como dicen los elfos.

—¿Y por eso tienes ganas de emborracharte?

—Entre otras cosas —confirmó Margarita Laux-Antille—. Estoy triste, no lo oculto. Al fin y al cabo hemos estado juntos cuatro años. Pero tuve que cortar con él. De un palo no se hace un barco...

—Sobre todo —bufó Tissaia de Vries con la vista clavada en el dorado vino que se balanceaba en la copa— teniendo en cuenta que Lars está casado.

—Precisamente considero que esto —la hechicera se encogió de hombros— carece de importancia. Todos los hombres atractivos de la edad que me interesa están casados, no se puede hacer nada. Lars me amaba y a mí por algún tiempo también me pareció que lo amaba... Ah, para qué hablar más. Quería demasiado de mí. Amenazaba mi libertad y a mí me dan arcadas sólo con pensar en la monogamia. Al fin y al cabo, te tengo a ti como ejemplo, Yenna. ¿Recuerdas aquella conversación en Vengerberg? ¿Cuando decidiste romper con tu brujo? Te aconsejé por entonces que te lo pensaras, te dije que el amor no se encuentra tirado en la calle. Pero tú eras la que tenías razón. Al amor lo que es del amor, y a la vida lo que es de la vida. El amor pasa...

—No la escuches, Yennefer —dijo Tissaia con voz gélida—. Está amargada y llena de tristeza. ¿Sabes por qué no va al banquete de Aretusa? Porque se avergüenza de mostrarse allí sola, sin el hombre con el que la asociaban desde hacía cuatro años. El que le envidiaban. El que perdió porque no supo valorar su amor.

—¿No será mejor hablar de otras cosas? —propuso Yennefer, aparentemente despreocupada pero con la voz un tanto cambiada—. Ciri, sírvenos. Joder, cuidado que es pequeña esta garrafa. Anda, sé buena y tráenos otra.

—Trae dos —sonrió Margarita—. Como recompensa también te daremos un traguito y te sentarás con riostras, no vas a tener que poner las orejas de lejos. Tu educación comenzará aquí, ahora, antes de que llegues a mí, a Aretusa.

—¡Educación! —Tissaia alzó los ojos al cielo—. ¡Dioses!

—Calla, querida maestra. —Margarita se dio una manotada en el muslo húmedo, afectando furia—. ¡Ahora yo soy la rectora de la escuela! ¡No conseguiste tirarme en los exámenes finales!

—Pues qué pena.

—Fíjate, que también para mí. Ahora tendría una consulta privada, como Yenna, y no tendría que cansarme con las adeptas, no tendría que limpiarles los mocos a las lloronas, ni pelearme con las orgullosas. Ciri, escúchame y aprende. Una hechicera siempre actúa. Mal o bien, eso ya se verá después. Pero hay que actuar, agarrar valientemente la vida por los cuernos. Créeme, pequeña, lo único que se lamenta es el haber sido inactivo, indeciso, vacilante. Aunque a veces la acción y la decisión producen pena y tristeza, una no se arrepiente de ellas nunca. Mira a esta dama tan seria que está allí sentada, que gesticula y ordena con pedantería todo lo que tiene a mano. Ésa es Tissaia de Vries, gran maestra, quien educara a decenas de hechiceras. Enseñándoles que hay que actuar. Que la indecisión...

—Déjalo, Rita.

—Tissaia tiene razón —dijo Yennefer, mirando a un rincón de los baños—. Déjalo. Sé que estás triste a causa de Lars, pero no conviertas esto en una lección para la vida. La muchacha todavía tendrá tiempo para este tipo de lecciones. Y no las aprenderá en la escuela. Ciri, ve a por la garrafa.

Ciri se levantó. Ya estaba completamente vestida.

Y totalmente decidida.

 

—¿Qué? —gritó Yennefer—. ¿Qué dices? ¿Cómo que se ha ido?

—Ordenó... —murmuró el tabernero, empalideciendo y apretando la espalda contra la pared—. Ordenó preparar un caballo...

—¿Y tú la escuchaste? ¿En lugar de preguntarnos a nosotras?

—¡Señora! ¿Cómo iba a saberlo? Estaba seguro de que se iba siguiendo órdenes vuestras... Ni me cupo en la cabeza que...

—¡Maldito idiota!

—Tranquila, Yennefer. —Tissaia se puso la mano en la frente—. No te dejes llevar por las emociones. Es de noche. No la dejarán salir por la puerta.

—Pidió —susurró el posadero— que le abrieran la poterna...

—¿Y se la abrieron?

—A causa del congreso éste, señora —el posadero bajó los ojos—, la villa está llena de hechiceros... La gente tiene miedo, nadie se atreve a cruzárseles en el camino... ¿Cómo iba a negarme? Hablaba exactamente igual que vos, señora, la mismita, mismita voz... Y miraba del mismo modo... Nadie se atrevió siquiera a mirarla a los ojos, no digamos ya a hacer preguntas... Era igual que vos... Lo mismito, mismito... Ordenó que le trajeran pluma y encausto... y escribió una carta.

—¡Dame!

Tissaia de Vries fue más rápida.


¡Doña Yennefer!
—leyó en voz alta.

Perdóname. Voy a Hirundum porque quiero ver a Geralt. Quiero verlo antes de ir a la escuela. Perdona mi desobediencia, pero tengo que hacerlo. Sé que me castigarás, pero no quiero arrepentirme de la inactividad ni de la indecisión. Si tengo que arrepentirme, que sea por la acción y la decisión. Soy una hechicera. Agarro la vida por los cuernos. Volveré en cuanto pueda.

Ciri

—¿Eso es todo?

—Todavía hay un post scriptum:

Dile a doña Rita que en la escuela no va a tener que limpiarme los mocos.

Margarita Laux-Antille agitó la cabeza con incredulidad. Y Yennefer blasfemó. El ventero se ruborizó y abrió la boca. Había escuchado ya muchas blasfemias, pero aquélla todavía no.

 

El viento soplaba de la tierra al mar. Olas de nubes avanzaron hacia la luna que colgaba sobre el bosque. El camino a Hirundum se sumergió en la oscuridad. El galope era demasiado peligroso. Ciri redujo la marcha y se puso al trote. Ni siquiera pensó en ir al paso. Tenía prisa.

Se escuchaba a lo lejos el retumbar de la tormenta que se acercaba, el horizonte se aclaraba cada cierto tiempo con la luz de los rayos, que hacían perfilarse en las tinieblas los dientes de la sierra formada por las copas de los árboles.

Detuvo al caballo. Estaba en una encrucijada, el camino se bifurcaba en dos, ambos parecían idénticos.

¿Por qué Fabio no había dicho nada de una encrucijada? Ah, qué más da, si yo nunca me equivoco de camino, si yo siempre sé por dónde hay que ir...

Entonces, ¿por qué ahora no sé qué camino tengo que tomar?

Una enorme forma pasó sin un ruido por encima de su cabeza. Ciri sintió cómo el corazón se le iba hasta el esófago. El caballo relinchó, coceó y se lanzó al galope, eligiendo la bifurcación de la derecha. Lo sujetó tras un instante.

—Sólo es un buho normal y corriente —susurró, intentando tranquilizarse a sí misma y al caballo—. Un pájaro normal y corriente... No hay por qué tenerle miedo...

El viento se intensificó, oscuras nubes cubrieron la luna por completo. Pero por delante de ella, en la perspectiva del camino, en la senda que se retorcía por entre el bosque, había claridad. Cabalgó más deprisa, la arena saltaba de bajo los cascos del caballo.

Al poco hubo de detenerse. Ante ella había un acantilado y el mar desde el que surgía el familiar cono negro de la isla. Desde donde estaba no podía ver las luces de Garstang, Loxia ni Aretusa. Sólo veía la esbelta, solitaria y ornamentada torre de Thanedd.

Tor Lara.

Estalló un trueno y, un momento después la cinta cegadora de un relámpago unió el cielo cubierto de nubes con la punta de la torre. Tor Lara la miró con los ojos rojos de sus ventanas, parecía como si en el interior de la torre hubiera habido fuego durante un segundo.

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