—¿Cuentas con que el congreso de los hechiceros cambie algo?
—Cuento con ello. Tú mismo has dicho que hay entre los magos dos partidos. Hubo ya tiempos en los que los hechiceros mitigaron a los reyes, pusieron el punto final a guerras y movimientos. Pues si tres años ha que justamente los magos hicieron la paz con Nilfgaard. Puede que ahora también...
Bernie Hofmeier se calló, aguzó el oído. Jaskier ahogó con la mano el sonido de las cuerdas del laúd.
El brujo surgió de las tinieblas del dique. Anduvo despacio hacia la casa. Otra vez brilló un relámpago. Cuando desapareció, el brujo estaba ya junto a ellos, en el portal.
—¿Y qué, Geralt? —preguntó Jaskier para cortar el incómodo silencio—. ¿Pillaste al espantajo?
—No. Ésta no es noche de atrapar nada. Es una noche intranquila. Intranquila... Estoy cansado, Jaskier.
—Entonces siéntate y descansa.
—No me has entendido.
—Ciertamente —murmuró el mediano mirando al cielo y escuchando—. Una noche intranquila, algo malo flota en el aire... Los animales se apretujan en el establo... Y se escuchan gritos en el viento...
—La Persecución Salvaje —habló el brujo en voz baja—. Cerrad bien las contraventanas, señor Hofmeier.
—¿La Persecución Salvaje? ¿Los fantasmas?
—Sin miedo. Cruzará muy alto. En verano siempre va alto. Pero puede que despierte a los niños, la Persecución trae malos sueños. Mejor cerrar las contraventanas.
—La Persecución Salvaje —dijo Jaskier, atisbando intranquilo el cielo— anuncia guerras.
—Tonterías. Exageraciones.
—¡Pero...! Poco antes del ataque de los nilfgaardianos a Cintra...
—¡Silencio! —El brujo le interrumpió con un gesto, se enderezó de pronto y miró hacia la oscuridad.
—¿Qué diablos...?
—Caballos.
—Su puta madre —siseó Hofmeier levantándose del banco—. En una noche así sólo pueden ser los Scoia'tael...
—Un caballo —le interrumpió el brujo, al tiempo que tomaba la espada que había dejado sobre el banco—. Un caballo de verdad. El resto son espectros de la Persecución... Joder, no es posible... ¿En verano?
Jaskier también se levantó, pero le dio vergüenza salir huyendo porque ni Geralt ni Bernie parecían disponerse a huir. El brujo desenfundó la espada y corrió en dirección al dique, el mediano se lanzó tras él sin pensarlo, armado con un viemo. Hubo otro relámpago, sobre el dique apareció un caballo al galope. Y detrás del caballo venía algo indeterminado, algo que era irregular, un ovillo tejido de tinieblas y resplandores, un torbellino, un delirio, algo que producía miedo pánico, un horror repugnante que hacía retorcerse las entrañas.
El brujo gritó, alzando la espada. El jinete le percibió, apresuró el galope, le miro. El brujo gritó otra vez. Resonó un trueno.
Hubo un resplandor, pero esta vez no fue un relámpago. Jaskier se agazapó junto al banco y se hubiera metido debajo si no hubiera sido demasiado estrecho. Bernie dejó caer el vierno. Petunia Hofmeier, que había salido de la casa, lanzó un grito.
El brillo cegador se materializó en una esfera diáfana, en cuyo interior apareció una figura que tomó contorno y forma a una velocidad relampagueante. Jaskier la reconoció al momento. Conocía aquellos rizos negros y revueltos y aquella estrella de obsidiana sobre el terciopelo. Lo que no conocía y hasta entonces no había visto era el rostro. El rostro de la Furia y la Rabia, el rostro de la diosa de la Venganza, de la Destrucción y de la Muerte.
Yennefer alzó la mano y gritó un encantamiento, de sus manos se derramaron con un silbido unas espirales de chispas que cortaron el cielo de la noche en miles de reflejos repetidos múltiples veces en la superficie de los estanques. Las espirales se clavaron como venablos en la maraña que perseguía al solitario jinete. La maraña borbotó, a Jaskier le parecía que escuchaba los gritos de los fantasmas, que veía las siluetas delirantes y pesadillescas de los caballos espectrales. Vio esto sólo durante una fracción de segundo porque la maraña se encogió de súbito, se hizo una bola y se lanzó hacia arriba, hacia el cielo, alargándose con el ímpetu y arrastrando consigo una cola parecida a la de un cometa. Cayó la noche, iluminada tan sólo por el escaso brillo de un farol que Petunia Hofmeier tenía en la mano.
El jinete condujo el caballo al corral de delante de la casa, saltó de la silla, titubeó. Jaskier enseguida se dio cuenta de quién era. Nunca hasta entonces había visto a esta muchacha delgada y de cabellos grises. Pero la reconoció al instante.
—Geralt —dijo la muchacha en voz bajita—. Doña Yennefer... Perdón... Tenía que hacerlo. Sabes que...
—Ciri —dijo el brujo. Yennefer dio un paso hacia la muchacha, pero se detuvo. Estaba en silencio.
Con cuál de los dos se irá, pensó Jaskier. Ninguno de ellos, ni el brujo ni la hechicera darán ni un paso ni harán un gesto. ¿Hacia cuál se irá ella primero? ¿Hacia él? ¿O hacia ella?
Ciri no se fue hacia ninguno de los dos. No podía elegir. Así que se desmayó.
La casa estaba vacía, el mediano y toda su familia habían salido a trabajar al alba. Ciri fingía dormir, pero oyó cómo Geralt y Yennefer salían. Se deslizó de las sábanas, se vistió con rapidez, salió a hurtadillas de la isba y los siguió al huerto.
Geralt y Yennefer doblaron hacia el dique entre estanques blancos y amarillos de nenúfares. Ciri se ocultó tras unos muros arruinados y observó a la pareja a través de una grieta. Pensaba que el tal Jaskier, famoso poeta del que había leído más de una vez sus versos, estaba durmiendo todavía. Pero se equivocaba. El poeta Jaskier no estaba durmiendo. Y la atrapó con las manos en la masa.
—Eh —dijo, acercándose de sopetón y riendo—. ¿Te parece bonito fisgar y escuchar así? Más discreción, pequeña. Déjales estar un poco a solas.
Ciri se ruborizó, pero enseguida abrió la boca.
—En primer lugar, no soy pequeña —susurró con orgullo—. Y en segundo lugar creo que no les estoy molestando, ¿no?
Jaskier se puso un poco serio.
—Creo que no —dijo—. incluso me parece que hasta les estás ayudando.
—¿Cómo? ¿De qué forma?
—No finjas. Ayer lo hiciste muy bien. Pero a mí no conseguiste engañarme. Fingiste el desmayo, ¿verdad?
—Sí —murmuró, volviendo el rostro—. Doña Yennefer se dio cuenta, pero Geralt no...
—Ambos te trajeron a casa. Sus manos se tocaron. Estuvieron sentados junto a tu cama casi hasta el albor, pero no se dijeron ni una palabra. Sólo ahora han decidido salir a conversar. Allí, al dique, junto al estanque. Y tú te has decidido a escuchar lo que dicen... y a mirarles a través de un agujero en el muro. ¿Tanto te interesa saber lo que hacen allí?
—No hacen nada allí. —Ciri enrojeció ligeramente—. Hablan un poquito y eso es todo.
—Y a ti —Jaskier se sentó en la hierba, junto a un manzano y apoyó la espalda en el tronco, no sin antes haberlo examinado por si hubiera hormigas u orugas—, ¿te gustaría saber de qué están hablando?
—Sí... ¡No! Y al fin y al cabo... al fin y al cabo no les oigo. Están demasiado lejos.
—Si quieres —sonrió el bardo—, te lo digo.
—¿Y cómo vas a saberlo tú?
—Ja, ja. Yo, noble Ciri, soy poeta. Los poetas lo saben todo de estos asuntos. Te diré algo más: de estos asuntos los poetas saben incluso más que las propias personas a las que les conciernen.
—¡Seguro!
—Te doy mi palabra. Palabra de poeta.
—¿Sí? Entonces... Entonces dime de qué hablan. ¡Aclárame qué significa todo esto!
—Mira otra vez por el agujero y fíjate en lo que hacen.
—Hum... —Ciri se mordió el labio inferior, luego se agachó y acercó el ojo a la fisura—. Doña Yennefer está junto a un aliso... Arranca hojitas y juguetea con su estrella... No dice nada y ni siquiera mira a Geralt... Y Geralt está a su lado. Ha bajado la cabeza. Y dice algo. No, guarda silencio. Oh, vaya una cara... Vaya una cara rara que tiene...
—Juego de niños. —Jaskier encontró una manzana entre la hierba, la restregó contra los pantalones y la miró con aire crítico—. Él precisamente le está pidiendo que le perdone sus variados actos tontos y palabras estúpidas. Le pide perdón por su impaciencia, por su falta de fe y esperanza, por su terquedad, por su saña, por sus enojos y actitudes indignas de un hombre. Le pide perdón por lo que en algún momento no entendió, por lo que no quiso entender...
—¡Eso es una mentira imposible! —Ciri se enderezó y se echó el flequillo hacia atrás con un violento movimiento—. ¡Te lo estás inventando todo!
—Le pide perdón porque sólo ahora ha comprendido. —Jaskier se quedó mirando fijamente al cielo y su voz comenzó a tomar el ritmo de un verdadero romance—. Por lo que querría comprender pero se teme que no va a poder... Y por todo lo que nunca jamás comprenderá... Pide perdón y se disculpa... Hum, hum... Sentido... Conciencia... ¿Destino? Joder, todo banalidades y no riman...
—¡No es verdad! —Ciri pataleó—. ¡Geralt no dice eso! Él... no dice nada. Si lo he visto. Está allí de pie con ella, callado...
—En esto consiste la tarea de la poesía, Ciri. En hablar de lo que otros callan.
—Vaya una tarea más tonta. ¡Y tú te inventas todo!
—También en esto consiste la tarea de la poesía. Eh, escucho unas voces que llegan desde el estanque. Echa un vistazo, deprisa, mira qué es lo que pasa.
—Geralt —Ciri puso de nuevo el ojo en el agujero del muro— está de pie con la cabeza baja. Y Yennefer le está gritando terriblemente. Le grita y agita las manos. Ay, ay... ¿Qué puede significar esto?
—Juego de niños. —Jaskier de nuevo fijó la vista en las nubes que flotaban en el cielo—. Ahora es ella la que le pide perdón a él.
Y yo te tomo a ti, para tenerte y guardarte, en la buena fortuna y en la mala, para lo mejor y para lo peor, en los días y en las noches, en la salud y en la enfermedad, puesto que con el corazón todo te amo y juro que te amaré eternamente mientras la muerte no nos separe.
Antigua fórmula de casamiento
No sabemos mucho del amor. Con el amor es como con la pera. La pera es dulce y tiene forma. Intentad definir la forma de la pera.
Jaskier, Medio siglo de poesía
Geralt tenía razones para sospechar —y sospechaba— que los banquetes de los hechiceros se diferenciaban de las comilonas y fiestas de los mortales comunes y corrientes. No se esperaba sin embargo que las diferencias fueran tan grandes y tan fundamentales.
La propuesta de acompañar a Yennefer al banquete que precedía al congreso fue una sorpresa para él, pero no le sumió en la confusión. No era, al fin y al cabo, la primera propuesta de este tipo. Ya antes, cuando vivían juntos y estaban bien entre ellos, Yennefer quería participar en congresos y reuniones en su compañía. Por entonces él lo rechazaba obstinadamente. Estaba convencido de que los hechiceros iban a tratarle en el mejor de los casos como a una rareza y una sensación, en el peor como a un intruso y un paria. Yennefer se burlaba de sus aprensiones, pero no insistía. Como en otras situaciones sabía insistir de tal modo que hasta la casa temblaba y llovían cristales, Geralt se afirmó en su convicción de que la decisión era justificada.
Pero esta vez la aceptó. Sin pensarlo. Se lo propuso después de una conversación larga, sincera y llena de emoción. Después de la conversación, la cual los acercó de nuevo y escondió en la sombra y el olvido antiguos conflictos, se deshizo el hielo del resentimiento, el orgullo y la obstinación. Después de la conversación en el dique de Hirundum, Geralt hubiera aceptado absolutamente cualquier propuesta de Yennefer. No hubiera rechazado ni aunque le hubiera propuesto una visita común al infierno con el objetivo de beber una taza de alquitrán en compañía de unos demonios ígneos.
Y también estaba Ciri, sin la que no hubiera habido aquella conversación ni aquel encuentro. Ciri, por la que, según Codringher, se interesaba un hechicero. Geralt contaba con que su presencia en el congreso provocaría al hechicero y le obligaría a actuar. Pero a Yennefer no le dijo nada de esto.
Desde Hirundum cabalgaron directamente a Thanedd, él, ella, Ciri y Jaskier. Al principio se alojaron en el gigantesco complejo del palacio de Loxia, que ocupaba la ladera suroriental de la montaña. El palacio estaba ya lleno de invitados al congreso y de sus acompañantes, pero enseguida se encontró alojamiento para Yennefer. Pasaron en Loxia todo un día. Geralt ocupó el día en conversar con Ciri, Jaskier en andar de acá para allá recogiendo y transportando rumores, la hechicera en probarse y elegir trajes. Y cuando llegó la tarde, el brujo y Yennefer se unieron a un colorido cortejo que se dirigía a Aretusa, el palacio donde iba a tener lugar el banquete. Y ahora, en Aretusa, Geralt se extrañaba y se sorprendía, aunque se había prometido a sí mismo que no se iba a extrañar de nada y que no se iba a dejar sorprender por nada.
La gigantesca sala central del palacio estaba construida en forma de la letra T. El lado más largo tenía ventanas, estrechas e increíblemente altas, que casi alcanzaban la bóveda sostenida por columnas. La bóveda también era alta. Tan alta que era difícil reconocer los detalles de los frescos que la cubrían, especialmente el género de los despelotados que constituían el motivo pictórico más repetido. En las ventanas había vitrales que debían de costar una verdadera fortuna, pero pese a ello en la sala se percibía con toda claridad que circulaba una corriente de aire. Geralt se asombró de que las velas no se apagaran, pero tras una observación más detenida dejó de asombrarse. Los candelabros eran mágicos, y puede que incluso ilusorios. En cualquier caso, daban un montón de luz, incomparablemente más que las velas.
Cuando entraron, en el interior ya se estaban divirtiendo más de un centenar de personas. La sala, por lo que juzgó el brujo, podía contener por lo menos tres veces más, incluso si en el centro, como era costumbre, se hubieran instalado mesas conformando una herradura. Pero no había la tradicional herradura. Daba la impresión de que se iba a celebrar el banquete de pie, vagando continuamente a lo largo de las paredes adornadas con tapices, guirnaldas y gallardetes que ondulaban con la corriente. Bajo los tapices y guirnaldas habían puesto una fila de largas mesas. En las mesas se amontonaba la comida más refinada en unos servicios todavía más refinados, entre refinadas composiciones de flores y refinadas esculturas de hielo. Contemplándolo detenidamente, Geralt constató que había más, mucho más refinamiento que comida.