Tiempo de odio (17 page)

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Authors: Andrzej Sapkowski

Tags: #Fantasía épica

—Ah —dijo—. Veo allí a Triss Merigold. Tengo que intercambiar con ella una palabras... Perdonad que os abandonemos. Por el momento, Filippa. Con toda seguridad encontraremos todavía hoy posibilidad de conversar. ¿No es cierto, conde?

—Indudablemente. —Dijkstra sonrió e hizo una profunda reverencia—. A tu servicio, Yennefer. A la primera indicación.

Se acercaron a Triss, que brillaba en varios tonos de azul y verde claro. Al verlos, Triss interrumpió su conversación con dos hechiceros, sonrió con alegría, abrazó a Yennefer, se repitió el festival de besos en el aire junto a las orejas. Geralt tomó la mano que se le ofrecía, pero se decidió a obrar contra el ceremonial: abrazó a la hechicera de cabello castaño y la besó en la mejilla, blanda y musgosa como un melocotón. Triss se ruborizó ligeramente.

Los hechiceros se presentaron. Uno era Drithelm de Pont Vanis, el otro su hermano Detmold. Ambos estaban al servicio del rey Esterad de Kovir. Ambos resultaron ser poco habladores, ambos se escabulleron a la primera ocasión.

—Habéis estado hablando con Filippa y Dijkstra de Tretogor —afirmó Triss al tiempo que jugueteaba con un corazoncito que llevaba colgado al cuello, hecho de lapislázuli y engastado en plata y brillantes—. Por supuesto, sabéis quién es Dijkstra.

—Lo sabemos —dijo Yennefer—. ¿Estuvo hablando contigo? ¿Intentó sonsacarte?

—Lo intentó. —La hechicera sonrió significativamente y soltó una carcajada—. Con bastante precaución. Pero Filippa le estorbó cuanto pudo. Y yo que pensaba que tenían una buena relación.

—Tienen una inmejorable relación —advirtió seria Yennefer—. Cuidado, Triss. No le sueltes ni palabra de... Sabes de quién.

—Lo sé. Tendré cuidado. Y de paso... —Triss bajó la voz—. ¿Qué tal le va? ¿Voy a poder verla?

—Si te decides por fin a impartir clases prácticas en Aretusa —sonrió Yennefer—, la podrás ver muy a menudo.

—Ah. —Triss abrió mucho los ojos—. Entiendo. Entonces Ciri...

—Más bajo, Triss. Hablaremos de ello luego. Mañana. Después del congreso.

—¿Mañana? —Triss sonrió de un modo extraño. Yennefer arrugó el ceño pero, antes de que pudiera preguntar, reinó una pequeña agitación en la sala.

—Ya están aquí —carraspeó Triss—. Por fin han venido.

—Sí —confirmó Yennefer, levantando la vista de los ojos de su amiga—. Ya están aquí. Geralt, por fin hay ocasión de que conozcas a los miembros del Capítulo y del Consejo Supremo. Si se presta la ocasión te los presentaré, pero no te perjudicará el que sepas antes quién es quién.

Los hechiceros reunidos en la sala se dividieron, inclinándose con respeto ante las personas que entraban en la sala. El primero era un hombre no precisamente joven pero robusto, vestido con un traje de lana extraordinariamente modesto. A su lado iba una mujer alta de rasgos duros y cabellos oscuros y finamente peinados.

—Ése es Gerhart de Aelle, conocido como Hen Gedymdeith, el más anciano de los hechiceros vivos —le informó Yennefer a media voz—. La mujer que camina a su lado es Tissaia de Vries. No es más que un poco más joven que Hen, pero no le incomoda usar elixires.

Detrás de la pareja entró una atractiva mujer de largos cabellos de un oscuro color dorado, ataviada con un vestido de color reseda, adornado con encajes.

—Francesca Findabair, llamada Enid an Gleanna, la Margarita de Dolin. No desencajes los ojos, brujo. Se la considera generalmente como la mujer más bella del mundo.

—¿Es miembro del Capítulo? —susurró éste con asombro—. Tiene un aspecto muy joven. ¿También obra de los elixires mágicos?

—No en su caso. Francesca es elfa de pura sangre. Fíjate en el hombre que la acompaña. Es Vilgefortz de Roggeveen. Él si que es joven de verdad. Pero con un talento increíble.

La definición de «joven», como sabía Geralt, incluía entre los hechiceros hasta la edad de cien años. Vilgefortz tenía el aspecto de tener treinta y cinco. Era alto y bien construido, vestía un corto jubón del tipo que solían llevar los caballeros, pero, por supuesto, sin un escudo bordado. Era también diabólicamente guapo. El hecho saltaba a los ojos incluso aunque a su lado se deslizaba ligera Francesca Findabair de enormes ojos de corzo y belleza que cortaba el aliento.

—Ese hombre bajito que va junto a Vilgefortz es Artaud Terranova —aclaró Triss Merigold—. Este quinteto forma el Capítulo...

—¿Y esta muchacha de rostro extraño que va detrás de Vilgefortz?

—Es su asistenta, Lydia van Bredevoort —dijo Yennefer con voz fría—. Una persona sin importancia, pero mirarle a la cara es una gran falta de tacto. Mejor que prestes atención a esos tres que van por detrás, son los miembros del Consejo. Fercart de Cidaris, Radcliffe de Oxenfurt y Carduin de Lan Exeter.

—¿Esto es todo el Consejo? ¿El grupo al completo? Pensaba que eran más.

—El Capítulo cuenta con cinco personas, en el Consejo hay otros cinco. Filippa Eilhart también está en el Consejo.

—Siguen sin cuadrarme las cuentas. —Agitó la cabeza y Triss se rió.

—¿No se lo has dicho? ¿De verdad no sabes nada, Geralt?

—¿De qué?

—Pues de que Yennefer también es miembro del Consejo. Desde la batalla de Sodden. ¿No te has vanagloriado ante él, querida mía?

—No, querida mía. —La hechicera miró a su amiga directamente a los ojos—. En primer lugar no me gusta vanagloriarme. En segundo, no ha habido tiempo para ello. Hace mucho que no veía a Geralt, tenemos muchas cosas atrasadas. Se ha acumulado una larga lista. Vamos a resolver estos asuntos siguiendo esta lista.

—Es evidente —dijo, insegura, Triss—. Hum... Después de tanto tiempo... Comprendo. Hay de qué conversar...

—Las conversaciones —sonrió Yennefer ambiguamente, lanzando otra lánguida mirada al brujo— están al final de la lista. En el mismo final, Triss.

La hechicera de cabellos castaños se turbó visiblemente, enrojeció un poquito.

—Comprendo —repitió, jugueteando confundida con su corazón de lapislázuli.

—Me alegro mucho de que comprendas. Geralt, tráenos vino. No, no de ese paje. De aquel otro, más lejos.

Obedeció, percibiendo sin lugar a dudas el tono de mandato en su voz. Tomó las copas de la bandeja que llevaba el paje y observó con discreción a las hechiceras. Yennefer hablaba deprisa y en voz baja, Triss escuchaba con la cabeza agachada. Cuando volvió, Triss ya no estaba. Yennefer no mostró interés alguno en el vino que le había traído, así que dejó las dos copas sobre la mesa.

—¿No has exagerado un poco? —preguntó con voz fría.

Los ojos de Yennefer ardieron en tonos violeta.

—No intentes tomarme por idiota. ¿Piensas que no sé lo vuestro?

—Si se trata de eso...

—Precisamente de eso —le cortó—. No hagas gestos tontos y ahórrate los comentarios. Conozco a Triss desde mucho antes que a ti, nos gustamos, nos entendemos estupendamente y siempre nos entenderemos, con independencia de algunos... incidentes. Y ahora me pareció que tenía algunas dudas. Así que se las resolví y eso es todo. No volvamos a ello.

No tenía intención alguna. Yennefer se retiró un rizo de la mejilla.

—Te voy dejar por un momento, tengo que hablar con Tissaia y Francesca. Come algo más, porque te suenan las tripas. Y ten cuidado. Seguro que unas cuantas personas te abordarán. No dejes que se te coman y no me hagas polvo la reputación.

—Descuida.

—¿Geralt?

—Dime.

—No hace mucho que expresaste tu deseo de besarme, aquí, delante de todos. ¿Sigues queriendo?

—Sigo.

—Intenta no deshacerme el maquillaje.

Miró a los reunidos por el rabillo del ojo. Observaban el beso, pero sin impertinencia. Filippa Eilhart, que estaba de pie no lejos de un grupo de jóvenes hechiceros, le guiñó un ojo y fingió aplaudir.

Yennefer separó sus labios de los labios de él, inspiró hondo.

—Algo tan pequeño y lo que alegra —murmuró—. Venga, me voy. Volveré enseguida. Y luego, después del banquete... Hum...

—¿Qué?

—No comas nada con ajo, por favor.

Cuando se alejó, el brujo abandonó las convenciones, se desató el doblete, bebió ambas copas e intentó ponerse en serio con la comida. No le fue posible.

—Geralt.

—Señor conde.

—No me des títulos. —Dijkstra frunció el ceño—. No soy conde. Vizimir me ordenó presentarme así, para no herir a los cortesanos y magos éstos con mi genealogía de plebeyo. Bueno, ¿y ti cómo te va lo de impresionar con el vestido y la figura? ¿Y el fingir que lo pasas bien?

—No tengo que fingir. No estoy aquí por trabajo.

—Interesante. —El espía se sonrió—. Pero esto confirma la opinión general conforme a la que eres irrepetible y único en tu género. Porque todos los demás están aquí por trabajo.

—Justo lo que me temía. —Geralt también consideró necesario sonreír—. Me imaginé que iba a ser el único en mi género. Es decir, que no estoy en mi sitio.

El espía revisó los cuencos que había cerca, sacó de uno la gran vaina de una planta desconocida para Geralt y se la tragó.

—De paso —dijo— te agradezco lo de los hermanos Michelet. Mucha gente en Redania respiró con alivio cuando te cargaste a los cuatro en el puerto de Oxenfurt. Me reí un montón cuando llamaron para la investigación a un médico de la universidad que, al ver las heridas, dijo que alguien había usado una guadaña puesta de canto.

Geralt no hizo ningún comentario. Dijkstra se metió en la boca otra vaina.

—Una pena —siguió, mientras masticaba— que después de acogotarlos no acudieras al burgomaestre. Había una recompensa, vivos o muertos. Y no era chica.

—Demasiados problemas para la declaración de hacienda. —El brujo también se decidió a probar las vainas verdes que, sin embargo, sabían a apio enjabonado—. Aparte de ello, tuve entonces que irme apresuradamente porque... Pero creo que te estoy aburriendo, Dijkstra, pues si tú lo sabes todo...

—Pero qué va —sonrió el espía—. No sé todo. ¿Cómo iba a saberlo?

—Por el informe de Filippa Eilhart, para no ir más lejos.

—Informes, cuentos, rumores. Yo tengo que escucharlos, ésa es mi profesión. Pero mi profesión me obliga también a pasarlo todo por un colador de agujeros muy pequeños. Últimamente, imagínate, me llegaron rumores de que alguien se había cargado al famoso Catedrático y a dos de sus camaradas. Sucedió junto a la posada de Anchor. El que lo hizo también tenía demasiada prisa como para recoger la recompensa.

Geralt se encogió de hombros.

—Rumores. Pásalo por un colador de agujeros muy pequeños y veremos lo que queda.

—No tengo que hacerlo. Sé lo que quedará. A menudo este algo suele ser un intento consciente de desinformación. Ajá, y si ya estamos con lo de la desinformación. ¿Qué tal le va a la pequeña Cirilla, pobre muchacha malita, tan dada a la difteria? ¿Está sana?

—Desiste, Dijkstra —respondió frío el brujo, mirando directamente al espía a los ojos—. Sé que estás aquí por cuestiones de trabajo, pero no caigas en ser excesivamente aplicado.

El espía se carcajeó. Dos hechiceras que pasaban a su lado les miraron asombradas. E interesadas.

—El rey Vizimir —dijo Dijkstra cuando terminó de reír— me paga un premio extra por cada enigma resuelto. La aplicación me asegura una existencia digna. Te reirás, pero yo tengo mujer e hijos.

—No veo en ello nada divertido. Trabaja pues para el bienestar de tu mujer y de tus hijos, pero no a mi costa, si es posible. En esta sala, me da la sensación, no faltan secretos ni enigmas.

—Antes al contrario. Toda Aretusa en un enorme enigma. Seguramente lo habrás advertido. Hay algo en el aire, Geralt. Para aclarar añadiré que no se trata de los candelabros.

—No entiendo.

—Lo creo. Porque yo tampoco lo entiendo. Y me gustaría mucho entenderlo. ¿A ti no te gustaría? Ah, perdona. Pues si seguro que tú ya lo sabes todo. De los informes de la hermosa Yennefer de Vengerberg, para no ir más lejos. Has de saber, solamente, que hubo momentos en los que a mí también me fue dado enterarme de esto o de lo otro de labios de la bella Yennefer. Ah, ¿dónde están las nieves de antaño?

—De verdad que no sé de qué hablas, Dijkstra. ¿No podrías expresar tus pensamientos con más precisión? Inténtalo. Con la condición de que no se trate de una cuestión de trabajo. Disculpa, pero no tengo intenciones de trabajar para tu premio extra.

—¿Piensas que estoy intentando algo indigno contigo? —El espía frunció el ceño—. ¿Sacarte información con artimañas? Me insultas, Geralt. A mí simplemente me interesa saber si observas en esta sala ciertas peculiaridades que a mí me saltan a la vista.

—¿Y qué es lo que te salta a la vista?

—¿No te asombra la completa ausencia de cabezas coronadas que, sin hacer esfuerzo alguno, se puede ver en este congreso?

—No me asombra nada. —Geralt por fin consiguió ensartar una aceituna escabechada en el palillo—. Seguramente los reyes prefieren los banquetes tradicionales, sentados a una mesa debajo de la cual se puedan esconder graciosamente al alba. Además...

—Además, ¿qué? —Dijkstra se metió en la boca cuatro aceitunas que había tomado de la pátera sin ceremonias, con los dedos.

—Además —el brujo miró a los grupitos que caminaban por la sala—, los reyes no tenían ganas de cansarse. En su lugar, han enviado a un ejército de espías. Los de la Hermandad y los de fuera de ella. Seguro que para que espiaran lo que hay en el aire.

Dijkstra escupió los huesos de las aceitunas sobre la mesa, tomó de una bandejita de plata un largo tenedor y comenzó a rebuscar en una profunda ensaladera de cristal.

—Y Vilgefortz —dijo, sin interrumpir su rebusco— ha cuidado bien de que no faltara aquí espía alguno. Tiene a todos los espías reales en el bote. Dime, brujo, ¿para qué quiere Vilgefortz a todos los espías reales en un bote?

—Ni idea. Y no me interesa mucho. Ya te he dicho que estoy aquí como persona privada. Estoy, por así decirlo, fuera del bote.

El espía del rey Vizimir extrajo de la ensaladera un pequeño pulpo y lo contempló con asco.

—Ellos se comen esto —meneó la cabeza con fingida compasión, después de lo cual se volvió hacia Geralt.

—Escúchame atentamente, brujo —dijo en voz baja—. Tus convicciones acerca de la privacidad, esa seguridad tuya de que nada te concierne y nada puede concernirte... Me revienta esto, y hace que piense en el azar. ¿Tienes alguna inclinación al azar?

—Habla más claro, por favor.

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