—No, gracias... colega maestro —dijo, gélida, Keira—. No bebo. No puedo. Planeo quedarme embarazada esta noche.
—¿Con quién? —preguntó, acercándose, la pelirroja de bote amiga de Sabrina Glevissig. Estaba vestida con la blusilla transparente de seda, adornada con aplicaciones imaginativamente dispuestas.
Keira se volvió y la midió con la vista desde los zapatos de iguana blanca hasta la diadema de perlas.
—¿Y a ti qué te importa?
—Nada. Curiosidad profesional. ¿No me presentas a tu acompañante, el famoso Geralt de Rivia?
—De mala gana. Pero sé que no me voy a librar de ti. Geralt, ésta es Marti Sodergren, sanadora. Su especialidad son los afrodisíacos.
—¿Acaso tenemos que hablar de negocios? Oh, me habéis dejado algo de caviar. Que amable por vuestra parte.
—Cuidado —dijeron a coro la hechicera y el brujo—. Es una ilusión.
—¡Es verdad! —Marti Sodergren se inclinó, arrugó la nariz, después de lo cual tomó en la mano la copa y contempló las huellas de carmín en ella—. Por supuesto, Filippa Eilhart. Quién si no se atrevería a tamaña desvergüenza. Culebra asquerosa. ¿Sabíais que ella espía para Vizimir de Redania?
—¿Y es ninfómana? —se arriesgó el brujo.
Marta y Keira bufaron al mismo tiempo.
—¿Así que con eso contabas mientras le hacías la rosca e intentabas flirtear? —preguntó la sanadora—. Si es así, has de saber que alguien te ha gastado una broma pesada. Desde hace algún tiempo Filippa ya no gusta de los hombres.
—¿O puede que tú seas una mujer? —Keira Metz hizo un mohín con sus labios brillantes—. ¿No será que tan sólo finges ser un hombre, colega maestro de magia? ¿Para guardar el incógnito? Sabes, Marti, me confesó hace un momento que le gusta fingir.
—Le gusta y sabe —sonrió Marti maliciosamente—. ¿Verdad, Geralt? No hace tanto que vi cómo fingías que tienes mal oído y no conoces la Vieja Lengua.
—Él tiene muchos defectos —dijo Yennefer con voz fría, acercándose y tomando al brujo posesivamente por el brazo—. Él casi no tiene más que defectos. Perdéis el tiempo, muchachas.
—Eso parece —concedió Marti Sodergren, todavía sonriendo con malicia—. Así que os deseamos que os divirtáis. Ven, Keira, vamos a beber algo... sin alcohol. Igual yo también me decido a algo esta noche.
—Uff —resopló Geralt cuando se fueron—. En el momento justo, Yen. Gracias.
—¿Me lo agradeces? Seguro que es mentira. En esta sala hay exactamente once mujeres alardeando de tetas por debajo de blusas transparentes. Te dejo durante media hora y te pillo hablando con dos de ellas...
Yennefer se interrumpió, miró la bandeja en forma de pez.
—... y comiendo ilusiones —anadió—. Oh, Geralt, Geralt. Ven. Es el momento de presentarte a algunas personas que merece la pena conocer.
—¿Una de esas personas es Vilgefortz?
—Curioso —la hechicera entrecerró los ojos— que preguntes justo por él. Sí, Vilgefortz desea conocerte y hablar contigo. Te advierto, la conversación puede parecer banal y despreocupada, pero que eso no te confunda. Vilgefortz es un jugador hábil y de increíble inteligencia. No sé qué es lo que quiere de ti, pero mantente alerta.
—Me mantendré alerta —suspiró—. Pero no creo que tu hábil jugador esté en posición de sorprenderme. No después de lo que he pasado aquí. Se han echado sobre mí espías, me han asaltado reptiles y armiños en peligro de extinción. Me han alimentado con caviar inexistente. Ninfómanas que no gustan de los hombres han puesto en duda mi masculinidad, me amenazaron con violarme sobre un erizo, me asustaron con un embarazo, buf, incluso con un orgasmo y además uno al que no acompañan los movimientos rituales. Brrr...
—¿Has bebido?
—Un poquillo de vino blanco de Cidaris. Pero seguramente había en él afrodisíaco... ¿Yen? ¿Después de hablar con Vilgefortz podemos volver a Loxia?
—No vamos a volver a Loxia.
—¿Cómo?
—Quiero pasar esta noche en Aretusa. Contigo. ¿Un afrodisíaco, dices? ¿En el vino? Interesante...
—Ay, madre, ay —suspiró Yennefer, estirándose y poniendo su muslo junto al muslo del brujo—. Ay, ay, ay. Hacía tanto que no hacía el amor... Hacía muchísimo.
Geralt introdujo sus dedos entre los rizos de ella, no hizo ningún comentario. En primer lugar porque la afirmación podía ser una provocación, tenía miedo del anzuelo oculto en el cebo. En segundo lugar, tampoco quería borrar con palabras el sabor de su placer, que todavía reposaba en los labios.
—Hacía mucho no había hecho el amor con un hombre que me hubiera declarado su amor y al que yo le hubiera declarado mi amor —murmuró poco después, cuando ya estaba claro que el brujo no iba a reaccionar a la pulla—. Había olvidado cómo puede llegar a ser. Ay, ay.
Se apretó todavía con más fuerza, extendiendo los brazos y agarrando con las dos manos los picos de la almohada, y sus pechos, bañados por la luz de la luna, tomaron entonces una forma que le provocó al brujo temblores en la parte inferior de su espalda. La abrazó, ambos yacieron inmóviles, apagándose, enfriándose.
Al otro lado de la ventana de la habitación chirriaban las cigarras, también se podían escuchar lejanas y tenues voces y risas, la prueba de que el banquete continuaba pese a la hora tan tardía.
—¿Geralt?
—¿Sí, Yen?
—Cuéntame.
—¿Te refieres a la conversación con Vilgefortz? ¿Ahora? Te lo contaré por la mañana.
—Ahora, por favor.
Geralt miró el secreter que estaba en un rincón de la habitación. Sobre él había libros, álbumes y otros objetos que la adepta evacuada temporalmente a Loxia no se había llevado consigo. Solícitamente apoyada sobre un libro, estaba sentada una redondeada muñequita de trapo vestida con un vestidito de volantes que estaba desgastado de tanto apretón. No se llevó la muñeca, pensó Geralt, para no dar pie a las burlas de sus compañeras en Loxia, en el dormitorio común. No se llevó su muñequita. Y ahora, seguro, no puede dormir sin ella.
La muñeca le miraba con los botones de sus ojos. Geralt entornó la vista.
Cuando Yennefer le presentó al Capítulo, observó cuidadosamente a la élite de los hechiceros. Hen Gedymdeith sólo le dedicó una mirada corta y cansada: se veía que el banquete había conseguido ya aburrir y agotar al viejo. Artaud Terranova se inclinó con una mueca ambigua, pasando sus ojos de él a Yennefer, pero se puso serio de inmediato bajo la mirada de los otros. Los ojos azules de Francesca Findabair eran impenetrables y duros como el cristal. Cuando se la presentaron, la Margarita de Dolin sonrió. La sonrisa, aunque extraordinariamente hermosa, llenó de terror al brujo. Tissaia de Vries, que estaba al parecer absorta en ordenar incansablemente sus puños y su bisutería, sonrió durante la presentación de una forma mucho menos hermosa pero bastante más sincera. Y fue Tissaia quien de inmediato comenzó a conversar con él, comentando uno de sus caballerescos hechos de brujo, el cual, para ser sinceros, no recordaba y sospechaba que se lo había sacado de la manga.
Y entonces, Vilgefortz se unió a la conversación. Vilgefortz de Roggeveen, hechicero de imponente figura, de nobles y hermosos rasgos, de voz sincera y digna. Geralt sabía que de personas con aquel aspecto podía esperarse cualquier cosa.
Hablaron poco, sintiendo sobre sí las miradas de los otros, llenas de desasosiego. Yennefer miraba al brujo. Una joven hechicera de amables ojos, que intentaba sin descanso cubrir su rostro detrás de un abanico, miraba a Vilgefortz. Intercambiaron algunas frases convencionales, después de lo cual Vilgefortz le propuso continuar la conversación en un grupo más pequeño. A Geralt le pareció que Tissaia de Vries era la única persona a la que esta propuesta le asombró.
—¿Te has dormido, Geralt? —El murmullo de Yennefer le arrancó de sus pensamientos—. Ibas contarme vuestra conversación.
La muñequita le miraba con sus ojos de botón desde el secreter. Desvió la mirada.
—Apenas salimos a la galería —comenzó al cabo—, esa muchacha de rostro extraño...
—Lydia van Bredevoort. La asistenta de Vilgefortz.
—Sí, es verdad, ya me lo dijiste. La persona sin importancia. Así que cuando salimos a la galería, la tal persona sin importancia se detuvo, le miró y le preguntó algo. Telepáticamente.
—No fue una falta de tacto. Lydia no puede usar la voz.
—Me lo imaginé. Porque Vilgefortz no le respondió con telepatía. Respondió...
—Sí, Lydia, es una buena idea —respondió Vilgefortz—. Daremos un paseo por la Galería de la Gloria. Vas a tener ocasión de echar un vistazo a la historia de la magia, Geralt de Rivia. No dudo de que conozcas la historia de la magia, pero vas a tener ocasión de conocer su historia visual. Si eres entendido en pintura, no te asustes. La mayor parte de los cuadros son producto del entusiasmo de alguna estudiante de Aretusa. Lydia, sé buena e ilumina algo las tinieblas que reinan aquí.
Lydia van Bredevoort movió la mano en el aire e inmediatamente hubo más claridad en el corredor.
El primer cuadro mostraba un velero antiquísimo, sacudido por un remolino entre los escollos que surgían de las olas. En la proa del barco había un hombre vestido con una túnica blanca, con la cabeza rodeada por una aureola luminosa.
—El primer desembarco —se imaginó el brujo.
—Por supuesto —confirmó Vilgefortz—. El Barco de los Exiliados. Jan Bekker somete su voluntad a la Fuerza. Calma las olas, probando que la magia no tiene por qué ser malvada o destructiva, sino que puede salvar vidas.
—¿Este acontecimiento de verdad tuvo lugar?
—Lo dudo —sonrió el hechicero—. Lo más posible es que, durante el primer viaje y desembarco, Bekker echara los hígados por la borda como los demás. No fue capaz de controlar la Fuerza hasta después del desembarco, que si tuvo un feliz desenlace fue por pura suerte. Avancemos. Aquí ves de nuevo a Jan Bekker obligando al agua a brotar de la roca en el lugar de fundación del primer asentamiento. Y aquí, mira, rodeado por los colonos arrodillados, Bekker expulsa las nubes y detiene la tempestad para proteger la cosecha.
—¿Y esto? ¿Qué acontecimiento muestra esta imagen?
—El Reconocimiento de los Elegidos. Bekker y Giambattista someten a un test mágico a los hijos de los nuevos colonos para descubrir la Fuente.
Los niños seleccionados serán separados de sus padres y llevados a Mirthe, la primera sede de los magos. Estás contemplando un momento histórico. Como ves, todos los niños están asustados, sólo esa resuelta morenilla con una sonrisa de completa confianza tiende su mano a Giambattista. Ésta es la que luego sería famosa como Agnes de Glanville, primera mujer que llegó a ser hechicera. La mujer de detrás es su madre. Está un poco triste.
—¿Y esta escena de grupo?
—La Unión Novigrada. Bekker, Giambattista y Monck firman un pacto con gobernantes, sacerdotes y druidas. Algo así como un pacto de no agresión y de separación de la magia y el estado. Terriblemente kitsch. Vayamos más adelante. Aquí vemos a Geoffrey Monck encaminándose a lo alto del Pontar, entonces todavía llamado Aevon y Pont ar Gwennelen, Río de los Puentes de Alabastro. Monck navegó hasta Loc Muinne, para convencer a los elfos de que aceptaran un grupo de niños, Fuentes, para que estudiaran con los magos élficos. Puede que te interese saber que entre aquellos niños había un muchacho llamado luego Gerhart de Aelle. Lo has conocido hace un momento. Ahora ese muchacho se llama Hen Gedymdeith.
—Aquí —el brujo miró al hechicero— está pidiendo a gritos algo de pintura de batallas. Pues al fin y al cabo pocos años después de que Monck coronase con éxito su misión, el ejército del mariscal Raupenneck de Tretogor perpetró una matanza en Loc Muinne y Est Haemlet, matando a todos los elfos sin importar su edad ni sexo. Y comenzó una guerra que se acabó con la masacre de Shaerrawedd.
—Tu imponente conocimiento de la historia —sonrió de nuevo Vilgefortz— te permitirá también saber que en aquella guerra no tomó parte ninguno de los hechiceros de importancia. Por eso el tema no movió a ninguna adepta a realizar una pintura adecuada. Sigamos.
—Sigamos. Aquí, en este lienzo, ¿cual es este acontecimiento? Ah, ya lo sé. Es Raffard el Blanco, que pone de acuerdo a los reyes enemistados y pone punto final a la Guerra de los Seis Años. Y aquí tenemos a Raffard rechazando la corona. Un gesto hermoso y noble.
—¿Piensas? —Vilgefortz agitó la cabeza—. En fin, en cualquier caso fue un gesto que sentó un precedente. Raffard tomó el puesto de primer consejero y de hecho gobernó él, puesto que el rey era un idiota.
—La Galería de la Gloria... —murmuró el brujo, acercándose a la siguiente pintura—. ¿Y qué tenemos aquí?
—El histórico momento de la formación del primer Capítulo y de la promulgación de la Regla. De izquierda a derecha son: Herbert Stammelford, Aurora Henson, Ivo Richert, Agnes de Glanville, Geoffrey Monck y Radmir de Tor Carnedd. Aquí, si tengo que ser sincero, también está pidiendo a gritos una batalla. Puesto que poco después, en una guerra brutal, se exterminó a aquéllos que no quisieron reconocer al Capítulo ni someterse a la Regla. Entre ellos a Raffard el Blanco. Pero sobre esto guardan silencio los tratados históricos, a fin de no perjudicar su hermosa leyenda.
—Y aquí... Hum... Sí, creo que esto lo pintó una adepta. Y muy joven, además...
—Sin duda. Se trata de una alegoría. Lo llamaría alegoría de la feminidad triunfante. Aire, Agua, Tierra y Fuego. Y cuatro famosas hechiceras, maestras en el dominio de las fuerzas de estos elementos. Agnes de Glanville, Aurora Henson, Nina Fioravanti y Klara Larissa de Winter. Mira al siguiente, un lienzo bastante bien conseguido. Aquí ves a Klara Larissa ejecutando la apertura de la academia para muchachas. Precisamente en el edificio en el que nos encontramos. Y estos retratos son famosas licenciadas de Aretusa. He aquí la larga historia de la feminidad triunfante y de la progresiva feminización de la profesión. Yanna de Murivel, Nora Wagner, su hermana Augusta, Jade Glevissig, Leticia Charbonneau, liona Laux-Antille, Carla Demetia Crest, Violenta Suárez, April Wenhaver... Y la única viva: Tissaia de Vries...
Siguieron avanzando. El terciopelo del vestido de Lydia van Bredevoort susurraba aterciopeladamente y en aquel susurro había un secreto amenazador.
—¿Y esto? —Geralt se detuvo—. ¿Qué es esta escena tan terrible?
—El martirio del mago Radmir, despellejado vivo durante la rebelión de Falka. Al fondo está ardiendo el castillo de Mirthe, el cual Falka ordenó convertir en cenizas.