Veneno Mortal (18 page)

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Authors: Dorothy L. Sayers

Tags: #Intriga, Policíaco

–¿No te estarás precipitando un poquito? –preguntó Wimsey con dulzura–. Todavía no la han declarado culpable.

–Pero lo harán la próxima vez. No puedes luchar contra los hechos, Peter.

–Claro que no –dijo el capitán Bates–. La policía sabe lo que se hace. No lleva a nadie al banquillo de los acusados a menos que haya algo muy turbio.

Fue una tremenda metedura de pata, porque no hacía tantos años que el duque de Denver había tenido que enfrentarse a un juicio por una falsa acusación de asesinato. Se hizo un silencio aterrador, que rompió la duquesa con un glacial:

–¿En serio, capitán Bates?

–¿Cómo? ¡Ah, claro! O sea… lo que quería decir es que… o sea, a veces se cometen errores, pero esto es completamente diferente. O sea, esa mujer, que no tiene moral ninguna, quiero decir…

–Tomáte algo, Tommy –dijo lord Peter amablemente–. Parece que hoy no es tu mejor día para la diplomacia.

–Pero díganos una cosa, lord Peter –clamó la señora Dimsworthy–. ¿Cómo es esa mujer? ¿Ha hablado con ella? A mí me pareció que tenía una voz bastante bonita, aunque es más fea que un cazo.

–¿Conque una voz bonita, Rarita? No, no –dijo la señora Featherstone–. Yo diría más bien siniestra. Yo es que me estremecí, me dieron escalofríos solo de oírla. Vamos, que me dio repelús. Y supongo que resultaría atractiva, con esos ojos tan extraños, como turbios, si vistiera como es debido. En fin, una especie de mujer fatal. ¿Ha intentado hipnotizarte, Peter?

–He leído en los periódicos que ha tenido centenares de propuestas de matrimonio –dijo la señorita Titterton.

–¡Huir del fuego para caer en las brasas! –exclamó Harringay con su escandalosa risa.

–Pues yo creo que no me gustaría casarme con una asesina –dijo la señorita Titterton–. Sobre todo si está muy ducha en novelas policíacas. No dejarías de preguntarte si el café no sabe un poco raro.

–Bueno, toda esa gente está loca –intervino la señora Dimsworthy–. Tienen un deseo morboso de celebridad. Es como esos perturbados que hacen falsas confesiones y se entregan por delitos que no han cometido.

–Una asesina puede resultar una buena esposa –dijo Harringay–. Madeleine Smith, sin ir más lejos… También utilizó arsénico, por cierto, pero se casó y vivió tan feliz hasta una edad provecta.

–Pero ¿también vivió su marido hasta una edad provecta? –preguntó la señorita Titterton–. Porque eso hace más al caso, ¿no?

–Como envenenes una vez, ya no paras, creo yo –apuntó la señora Featherstone–. Es una pasión que crece en tu interior, como la de la bebida o las drogas.

–Es la sensación embriagadora del poder –dijo la señora Dimsworthy–. Pero lord Peter, cuéntenos, por favor…

–¡Peter! –clamó su madre–. Haz el favor de ir a ver qué pasa con Gerald. Dile que se le está enfriando el té. Creo que estará en las caballerizas hablando con Freddy de llagas o tendones rotos o algo… Es que a los caballos siempre les está pasando algo, qué pesadez. Mira, Helen, no has adiestrado a Gerald como es debido, porque de pequeño era bastante puntual. Peter era siempre el más pesado, pero con la edad se está haciendo casi humano. Es ese criado suyo, francamente maravilloso, el que lo mantiene a raya; es que es todo un personaje, tan inteligente, chapado a la antigua, todo un autócrata, y además qué buenos modales. Un millonario norteamericano daría una fortuna por él; es que es digno de admiración, y lo que yo digo es si Peter no tiene miedo de que se despida cualquier día, pero estoy convencida de que está muy apegado a él, o sea, Bunter a Peter, aunque lo contrario también es cierto, porque estoy segura que Peter le hace más caso a él que a mí.

Wimsey se había escapado e iba camino de las caballerizas. Se encontró con Gerald, duque de Denver, que volvía a casa, con Freddy Arbuthnot a la zaga. Al oír el recado de la duquesa viuda, Gerald sonrió.

–Supongo que tendré que ir –dijo–. Ojalá el té no existiera. Te pone de los nervios y te quita el apetito para la cena.

–Es una cursilada tremenda –admitió el honorable Freddy–. Oye, Peter, tenía ganas de pillarte por banda.

–Lo mismo te digo –replicó Wimsey–. Estoy agotado de tanta conversación. Vamos a la sala de billar a fortalecernos antes del bombardeo.

–La mejor idea del día –dijo Freddy con entusiasmo. Correteó contento tras Wimsey y entró en la sala de billar–. Qué aburrimiento, las navidades, ¿no? Toda la gente que más detestas reunida en nombre de la conciliación y demás.

–Trae un par de whiskies –le dijo Wimsey al sirviente–. Ah, James, y si alguien pregunta por el señor Arbuthnot o por mí, di que piensas que hemos salido. ¡Salud, Freddy! ¿Alguna filtración, como dicen los periodistas?

–He estado husmeando como un sabueso las huellas de tu hombre –contestó el señor Arbuthnot–. De verdad, dentro de poco estaré cualificado para entrar en tu profesión. La columna financiera, dirigida por el tío Buthie… o algo por el estilo. Sin embargo, el amigo Urquhart ha sido muy cuidadoso. Como tenía que ser… abogado respetable y tal. Pero ayer vi a alguien que conoce a un tipo que se había enterado por otro fulano de que Urquhart ha metido la pata hasta el corvejón.

–¿Estás seguro, Freddy?

–Bueno, seguro no puedo estar, pero el tipo este que te digo me debe una, como si dijéramos, por haberle avisado de lo del Megatherium antes de que empezara el baile, y piensa que si pilla por banda al tipo que conoce, no el que se lo contó, a ver si me entiendes, sino el otro, podría sonsacarle, sobre todo si yo puedo echarle un cable al otro fulano, ¿sabes?

–Y sin duda tendrás secretos que vender, ¿eh?

–Bueno, supongo que vale la pena lo de este otro fulano, porque tengo una idea, por mediación del otro tipo que conoce al que yo conozco, que el fulano está contra las cuerdas, digamos, porque lo han pillado con unas acciones de Airways, y si yo lo pusiera en contacto con Goldberg, pues a lo mejor lo sacaba del agujero y tal. Y Goldberg lo haría bien, ¿sabes?, porque es primo del viejo Levy, que fue asesinado, ¿entiendes?, y estos judíos son como una piña, y la verdad es que me parece muy bien.

–Pero ¿qué tiene que ver Levy con esto? –preguntó Wimsey, dándole vueltas en la cabeza a aquel asesinato que tenía poco menos que olvidado.

–Pues la verdad… –contestó el honorable Freddy, un tanto nervioso–, bueno, es que podríamos decir que he hecho trampa. Rachel Levy es… bueno, va a ser la señora de Freddy y esas cosas.

–Menudo bicho –replicó Wimsey, tocando el timbre–. Pues enhorabuena y tal y cual. Pero el asunto debe de llevar mucho tiempo cociéndose, ¿no?

–Pues sí –repuso Freddy–. Sí. Es que verás, el problema es que yo soy cristiano… bueno, al menos me bautizaron y tal, aunque he dicho que no soy buen cristiano, salvo que, claro está, mantengo el banco de la familia en la iglesia, me presento en casa por Navidad y demás. Pero al parecer eso no les importaba tanto como que fuera gentil. Eso, claro, no tiene remedio. Y encima, la dificultad con los críos, si es que llegan. Pero les expliqué que no me importa cómo los consideren, porque, como te iba diciendo, los muy granujas tendrán ventaja si forman parte de la panda de los Levy y los Goldberg, sobre todo si a los chicos les diera por el asunto de las finanzas. Y, además, me gané a lady Levy al decirle que llevaba casi siete años al servicio de Rachel…
[17]
. Soy bastante listo, ¿no te parece?

–Dos whiskies más, James –dijo lord Peter–. Muy inteligente, Freddy. ¿Y cómo se te ocurrió?

–En la iglesia, en la boda de Diana Rigby –contestó Freddy–. La novia llegó con cincuenta minutos de retraso, y yo no sabía qué hacer, así que como alguien se había dejado una Biblia en el banco, pues la vi y… oye, el Labán ese debía de ser duro de pelar, ¿no? Bueno, pues me dije: «Me lo voy a trabajar la próxima vez que les haga una visita», y a la viejecita le llegó a lo más hondo.

–En resumidas cuentas, que estás pillado –dijo Wimsey–. Pues brindemos por eso. ¿Voy a ser testigo o lo sacas de la sinagoga, Freddy?

–Pues sí… Tiene que ser en la sinagoga –repuso Freddy–. Tuve que acceder a eso, pero creo que interviene algún amigo del novio. No me abandonarás, ¿verdad, viejo amigo? No te olvides; con el sombrero puesto.

–No me quitaré ese asunto de la cabeza, y Bunter me explicará cómo he de proceder. Seguro que él lo sabe. Lo sabe todo. Pero una cosa, Freddy: no te olvidarás de esta pequeña investigación, ¿verdad?

–Claro que no, muchacho. Te doy mi palabra. Te contaré lo que sepa en cuanto me entere, pero, de verdad, creo que puedes contar con que ahí hay algo.

A Wimsey le consoló un poco, y mal que bien reunió el ánimo suficiente para ser el alma de las diversiones, bastante sobrias, en la mansión del duque de Denver. Pero la duquesa Helen hizo un mordaz comentario al duque, que Peter estaba ya demasiado mayor para hacer el payaso y que más le valdría empezar a tomarse las cosas en serio y sentar la cabeza.

–Qué sé yo… –replicó el duque–. Peter es un bicho raro… Nunca puedes saber en qué está pensando. A mí me sacó de una buena en cierta ocasión y no voy a meterme en su vida. Déjalo en paz, Helen.

Lady Mary Wimsey, que se había presentado tarde el día de Nochebuena, tenía una opinión distinta sobre el asunto. Entró resueltamente en el dormitorio de su hermano menor a las dos de la mañana del día 26. Había habido cena, baile y charadas, todo de lo más agotador. Wimsey estaba en bata, sentado pensativamente ante la chimenea.

–Venga, Peter, parece como si tuvieras fiebre, ¿no? ¿Pasa algo? –dijo lady Mary.

–Nada, demasiado pudin de pasas y demasiado campo –contestó Wimsey–. Si es que soy un auténtico mártir… ardiendo en coñac por las vacaciones familiares.

–Sí, es espantoso, ¿verdad? Pero ¿cómo te va la vida? Hace siglos que no te veo. Llevabas tanto tiempo fuera…

–Sí, y tú pareces muy ocupada con el negocio ese de decoración que diriges.

–Algo hay que hacer. Es que me pone mala estar mano sobre mano, sin un objetivo.

–Ya. Oye, Mary, ¿has visto últimamente a Parker?

Lady Mary se quedó mirando fijamente el fuego.

–He cenado con él un par de veces, cuando estaba en la ciudad.

–¿Ah, sí? Es un tipo muy decente. Es de fiar, sencillo… esas cosas. No es muy entretenido, desde luego.

–Un poco serio.

–Sí, lo que tú dices: un poco serio. –Wimsey encendió un cigarrillo–. Me horrorizaría que a Parker le pasara algo desagradable. Se lo tomaría muy mal. Quiero decir, no estaría bien jugar con sus sentimientos y tal y cual.

Mary se echó a reír.

–¿Qué, Peter? ¿Preocupado?

–No… pero me gustaría que jugaran limpio con él.

–Mira, Peter, no le puedo decir ni sí ni no si no me lo pregunta, ¿no?

–¿Ah, no?

–Pues a él no. Se le vendrían abajo sus ideas del decoro, ¿no crees?

–Sí, supongo que sí, pero probablemente le pasaría lo mismo si te lo preguntara. Le resultaría chocante la sola idea de oír a un mayordomo anunciar: «El inspector jefe y lady Mary Parker».

–O sea, quedamos en tablas, ¿no?

–Podrías dejar de cenar con él.

–Sí, claro que podría.

–Y el simple hecho de que no lo hagas… Ya, comprendo. ¿Serviría de algo si yo le preguntara cuáles son sus intenciones en el auténtico sentido Victoriano?

–¿A santo de qué esta repentina necesidad de librarte de la familia, muchacho? Peter… ¿Es que alguien te está haciendo la vida imposible?

–No, no, es que me siento como un tío generoso, nada más. Ya sabes, la edad, esa pasión que nos embarga cuando ya no estamos en la flor de la vida.

–Como lo mío con la decoración. Por cierto, he diseñado este pijama. ¿No te parece divertido? Pero supongo que el inspector Parker prefiere el anticuado camisón, como el doctor Spooner o como se llamase.

–Un golpe bajo –dijo Wimsey.

–No importa. Seré valiente y abnegada. ¡Me despojo de mi pijama para siempre, aquí y ahora!

–No, no –replicó Wimsey–. Aquí y ahora no. Respeta los sentimientos de un hermano. Muy bien. Le diré a mi amigo Charles Parker que si abandona su natural modestia y te pide que te cases con él, tu abandonarás tu pijama y le dirás que sí.

–Helen se llevará un disgusto tremendo.

–Que zurzan a Helen. No creo que sea el peor disgusto que se lleve.

–Peter, estás planeando algo diabólico. De acuerdo. Si quieres que yo le propine el primer golpe y suavizarlo poco a poco… lo haré.

–Estupendo –replicó Wimsey con indiferencia.

Lady Mary le rodeó el cuello con un brazo y le prodigó una de sus raras caricias fraternas.

–Eres el mismo tonto decente de siempre, y pareces quemado. Vete a la cama.

–Y tú, vete al diablo –replicó lord Peter amablemente.

13

A la señorita Murchison le dio un leve vuelco de emoción su bien acompasado corazón cuando llamó al timbre del piso de lord Peter. No tenía nada que ver con un miramiento por su título, su riqueza o su soltería, ya que la señorita Murchison llevaba toda la vida en el mercado laboral y estaba acostumbrada a visitar a solteros de toda laya sin darle la menor importancia; pero la nota de lord Peter la había exaltado.

La señorita Murchison tenía treinta y ocho años y no era muy agraciada. Había trabajado en el mismo despacho financiero durante doce años. En conjunto había sido una buena época, y hasta los dos últimos años no empezó a darse cuenta de que el magnífico financiero que hacía juegos malabares con tantas y tan espectaculares empresas estaba poniendo en juego su propia vida bajo circunstancias cada vez más difíciles. A medida que aumentaba el riesgo, fue añadiendo un huevo tras otro a los que ya volaban por los aires. Existe un límite para los huevos que pueden lanzar al aire unas manos humanas. Un día a alguien se le escapó un huevo, que se estrelló, y después otro, hasta que se hizo una tortilla. El prestidigitador desapareció del escenario y huyó al extranjero, el subdirector de la empresa se voló la tapa de los sesos, el público los abucheó, bajó el telón y la señorita Murchison se quedó sin trabajo a los treinta y siete años de edad.

Puso un anuncio en los periódicos y contestó a otros muchos. Al parecer, la mayoría quería secretarias jóvenes y con poco sueldo. La señorita Murchison empezó a desanimarse.

Y de pronto, alguien respondió a su anuncio: la señorita Climpson, que tenía una agencia de mecanografía. No era exactamente lo que ella quería, pero acudió. Y descubrió que no era en realidad una agencia de mecanografía, sino algo mucho más interesante.

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