¡Aquel malhadado sentido de la obligación! Era el castigo de la Pobre Doncella.
En el plató hubo aplausos espontáneos. Era la primera vez que la Monroe hacía la jornada completa, había estado enferma, abstraída, se rumoreaba, y allí estaba su alto y pálido marido, el de gafas, de plantón como en un velatorio, y a pesar de todo había cantado
I Wanna Be Loved by You
, quiero que me quieras, y se había ganado el ánimo de todos, porque todos querían a Marilyn, ¡¿verdad?! ¡Ansiaban amar a Marilyn! W encabezó el aplauso, era su prerrogativa como director, y otros se unieron a la iniciativa elogiando con entusiasmo a la Actriz Rubia, y ella los miraba desde el plató, mordiéndose el labio inferior casi hasta hacerse sangre, aunque su sedado corazón latía con fuerza porque quería saber si aquellas personas mentían a sabiendas o se engañaban con toda inocencia, y con la esperanza de que parasen dijo con voz tranquila:
—No. Quisiera repetir.
Y otra vez el ridículo y diminuto ukelele, que parecía un juguete, un símbolo de su vida de juguete y de su alma rubia de juguete, otra vez los movimientos sugestivos / seductores de muñeca crecida, Mae West y la Pequeña Bo Peep en morbosa mezcolanza. La cámara era un
voyeur
que se pirraba por los michelines de Sugar Kane y la gracia tenía que estar (entre la cámara y el público) en que Sugar Kane es demasiado idiota para captar las bromas sobre ella, Sugar Kane debe actuar con seriedad hasta la muerte / /
Quiero que me quieras / / solamente tú / / Quiero que me quieras / / solamente tú / /
viendo por el retrovisor de la limusina de La Productora los saltones y omniscientes ojos del Chófer Sapo, que era pariente de la Pobre Doncella y la conocía / /
Quiero que me quieras solamente tú Quiero que me quieras que me quieras Quiero que me quieras Quiero que me ¡bup bupi du! ¡bup bupi du! Quiero que me
—No. Quisiera repetir.
Y poco a poco la interpretación de Sugar Kane se fue perfilando, tenía en su interior una idea de su depuración, aunque Sugar Kane no era más que una caricatura sexual en otra farsa sexual imaginada por hombres para diversión de los hombres / / Sugar Kane, «la gelatina con muelles» / / el papel es una ofensa y una profunda herida para la Monroe y a pesar de todo: Sugar Kane se escribió para ella y ¿quién era Sugar Kane sino la Actriz Rubia?
—No. Quisiera repetir.
Quiero que me quieras / / solamente solamente tú / /
¡Sin histerias! ella no se había puesto histérica, estaba segura. Su estilista y Whitey el maquillador eran testigos. Se escuchaba a sí misma y oía la voz susurrante y ronca de Marilyn, lejana como una voz por teléfono, y estaba segura de que no se había puesto histérica con W, la histeria la tenía en reserva. Sin embargo, allí estaba el peligro de la histeria. Desde que había vuelto a La Productora era la comidilla. La espera de la histeria. Decir a W, el distinguido director contratado por La Productora para complacerla: «Oiga usted. Tiene a Marilyn Monroe en esta absurda película para utilizarla, no para joderla. Y no se le ocurra joder con ella tampoco».
Fue como si hubiera muerto y hubiese vuelto con nosotros una persona distinta. Se contaba que había perdido un niño. Y que había querido suicidarse arrojándose al mar. La Monroe siempre fue valiente
.
Tras la interrupción del aplauso no solicitado, la siguiente toma fue un desastre, olvidó sus frases e incluso los dedos la traicionaron pulsando las cuerdas del ukelele que no correspondían, y rompió en extraños sollozos sin lágrimas, y se golpeó los muslos enfundados en el ceñido vestido de seda de Sugar Kane (tan ceñido que en vez de sentarse en el plató se «apoyaba» en un aparato cóncavo ideado para aquel fin) y se puso a gritar como un animal al que están matando, y llena de furia se lanzó a darse tirones en el pelo recién teñido y cardado, frágil como el algodón de azúcar, y se habría hundido las uñas en aquella máscara de pastel que tenía por cara si no se lo hubiera impedido W. «¡No, Marilyn! Por el amor de Dios.» Viendo en los ojos desorbitados de la Monroe su propio destino. Se llamó al doctor Fell, médico residente, nunca alejado del estudio ni de la Monroe, y apareció enseguida con una enfermera para llevarse a la enferma, que lloraba histérica. En la intimidad del camerino de la estrella, antaño camerino de Marlene Dietrich, ¿quién sabía qué sustancias mágicas se inyectaban directamente en el corazón?
Ahora vivo para mi trabajo. Vivo para mi trabajo. Vivo sólo para mi trabajo. Algún día haré algo que satisfaga mi talento y mi deseo. Algún día. Lo garantizo. Lo prometo. Quiero que me améis por mi trabajo. Pero si no me amáis, no seguiré trabajando. ¡Amadme pues, por favor!, así podré seguir trabajando. ¡Estoy atrapada! Soy prisionera de este maniquí rubio con esta cara. ¡Sólo quiero respirar a través de esta cara! ¡Por esta nariz! ¡Por esta boca! Ayudadme a ser perfecta. Si Dios estuviera en nosotros, seríamos perfectos. Dios no está en nosotros, lo sabemos porque no somos perfectos. No quiero dinero ni fama, sólo ser perfecta. El maniquí rubio llamado Marilyn soy yo y no soy yo. Ella no soy yo. Ella es mi destino. Sí, quiero que la améis. Así me amaréis a mí. ¡Yo quiero amaros! ¿Dónde estáis? Miro y miro y no hay nadie ahí
.
Había ido en un coche prestado por la autovía de Ventura en dirección este, a Griffith Park y al cementerio de Forest Lawn (donde estaba enterrado I. E. Shinn, aunque para vergüenza suya había olvidado dónde), había conducido durante horas, nadie sabía nada, y en ciernes una migraña semejante a un taladro, y siguió recorriendo kilómetros y más kilómetros de zonas residenciales, pensando:
¡Cuánta gente! ¡Cuánta! ¿Por qué Dios crearía tanta?
, sin saber con exactitud lo que buscaba, a quién buscaba, y no obstante segura de que reconocería a su padre en cuanto lo viera.
¿Te das cuenta? Este hombre es tu padre, Norma Jeane
. Más vívido este padre en su mente, que resbalaba y patinaba como cubitos de hielo que se lanzan a un suelo encerado, que ninguna otra persona de su presente. No quería creer que la estuviera castigando. Que sus cartas no fueran cariñosas sino crueles. Que estuviera jugando con sus sentimientos.
Mi bonita hija perdida
.
Tu arrepentido y amante padre
.
Jugando con Norma Jeane, tal como había visto, con horror, por una ventana de la Casa del Capitán, a la gata embarazada jugar con un gazapo, dejando que el aturdido, ensangrentado y gimiente animal se arrastrase unos centímetros por la hierba, lanzándose después sobre él con voracidad, rasgando y mordiendo con dientes carnívoros, dejando nuevamente que se arrastrase unos centímetros, lanzándose otra vez sobre él, hasta que del pobre conejo no quedó más que la parte inferior del tronco y las patas traseras, que aún temblaban de miedo. (Su marido no la había dejado intervenir. Era cuestión de naturaleza. De la naturaleza del gato. Sólo conseguiría alterarse. Era demasiado tarde, el conejo estaba agonizando.) No. Ella no podía pensar así. No pensaba así. «Mi padre está viejo y achacoso. No tiene intención de ser cruel. Se avergüenza de haberme abandonado de pequeña. De haberme dejado con Gladys. Quiere reparar el daño. Podría vivir con él y hacerle compañía. Un anciano distinguido. De pelo blanco. Con dinero, supongo; aunque yo podría correr con los gastos de ambos, M
ARILYN
M
ONROE Y SU PADRE
… Me acompañaría a los estrenos. Pero ¿por qué no lo dice? ¿A qué está esperando?»
¡Tenía treinta y tres años! Le pasó por la cabeza la posibilidad de que su padre se sintiera avergonzado de Marilyn Monroe y fuera reacio a admitir en público su parentesco. Él la llamaba únicamente Norma. Decía que no había visto las películas de la Monroe. También se le ocurrió la posibilidad de que su padre estuviera esperando a que Gladys muriese.
—¡No puedo escoger entre los dos! ¡Los quiero a ambos!
Desde que había vuelto a Los Ángeles para trabajar en
Con faldas y a lo loco
sólo había visto a Gladys una vez. Aunque Gladys estaba sin duda al tanto de su embarazo, no le había contado lo del aborto y Gladys no había hecho preguntas. Casi toda la visita había consistido en pasear por los jardines del hospital, hasta la verja y volver.
—Quiero ser leal con mi madre. Pero mi corazón le pertenece a él.
En tal estado acabó perdiéndose en las colinas que flanqueaban la ciudad. Se perdió en el cementerio de Forest Lawn, se perdió en Griffith Park y por último se perdió en Glendale, y aunque había vuelto a Hollywood y a Beverly Hills, olvidó la dirección exacta de su casa. Gentileza del señor Z y de La Productora. Era pequeña aunque estaba amueblada con buen gusto, y no estaba lejos de los estudios de La Productora, pero no acababa de recordar dónde. En un
drugstore
de Glendale (donde la reconocieron, se dio cuenta, Dios bendito, la miraban, murmuraban y sonreían, y ella estaba agotada, con el vestido arrugado, sin maquillaje y con los ojos enrojecidos tras las gafas negras) llamó por teléfono al despacho del señor Z, implorando como Sugar Kane, y le mandaron un chófer que la llevó a la casa, que ella no reconoció a primera vista, en Whittier Drive, palmeras y buganvillas esplendorosas, y tuvieron que llevarla hasta la puerta, que se abrió de pronto, y en el hueco vio a un cincuentón alto, de cara arrugada y angustiada, con gafas de vidrios gruesos, y ella, entre el aturdimiento y la perforante migraña, al parecer fue incapaz de reconocerlo.
—Cariño, por el amor de Dios. Soy tu
marido
.
Treinta y siete tomas de
I Wanna Be Loved by You
hasta que la Monroe quedó convencida de que no podía hacerlo mejor. Hubo tomas que a W y a otros les parecieron casi idénticas, pero para la Monroe había pequeñas diferencias y estas pequeñas diferencias eran vitales,
como si su vida dependiera de aquello y oponerse a ella fuera poner en peligro su vida, y la mujer reaccionaba con pánico y cólera
. Todos estaban agotados. Ella también estaba agotada, pero satisfecha, y se la vio sonreír. W la elogió con tacto. ¡Su Sugar Kane! Con tacto le cogió las manos y le dio las gracias como había hecho a menudo durante el rodaje de
La tentación vive arriba
y ella le había respondido con risitas y sonrisitas de gratitud, pero ahora Marilyn estaba tensa y encogida como una gata, sin ganas de que la tocara nadie, sin ganas de que la tocara él. Respiraba deprisa y con furia. ¡W decía que tenía el aliento inflamable! W era un distinguido director de Hollywood que había dirigido a aquella difícil actriz en la comedia anterior que había sido un éxito de crítica y público en 1955, y la Vecina de Arriba, un triunfo cómico, pero a pesar de todo la Monroe no confiaba en él. Sólo habían pasado tres años, pero Monroe había cambiado de un modo tan gigantesco que W no la había conocido. Ya no era la Vecina de Arriba. Ya no lo miraba en espera de su aprobación y su elogio. Ya no estaba casada con el Ex Deportista, no había magulladuras que ocultar, y en una ocasión, rodando en exteriores neoyorquinos, se había desplomado en los brazos de W, había sollozado como si le hubieran roto el corazón, y W la había abrazado como un padre abrazaría a una hija y nunca había olvidado la ternura y delicadeza del momento, pero la Monroe lo había olvidado por completo. Lo cierto era que la Monroe ya no confiaba en nadie.
—¿Cómo voy a confiar? Sólo hay una «Monroe». Y la gente espera verla humillada.
Se echaba a dormir a veces en su camerino de La Productora. La puerta cerrada, el cartel de N
O MOLESTAR
colgado, y uno de los que la adoraban, con frecuencia Whitey, de guardia. Dormía en bragas, con los pechos desnudos, cubierta por una película de sudores y olores procedentes de los ataques de pánico y las vomitonas, y el Nembutal líquido que le corría por las venas era tan potente que se hundía con dulzura en un cenagal cálido y acogedor de sueño sin sueños, y la terrible escalada del pánico remitía, se calmaba, y
que el corazón se me pueda parar algún día es un riesgo que he de correr
, y su alma asustada se fortalecía durmiendo muchas horas, unas veces catorce, otras sólo dos o tres, aunque en estos casos despertaba aturdida y con miedo, sin saber dónde estaba, ya no en el camerino de La Productora, sino en la Habitación del Niño de la casa de verano en la que no había vuelto a entrar desde el aborto, o en una habitación desconocida de una casa particular, incluso en una habitación de hotel, y era Norma Jeane, que despertaba en medio de la destrucción causada por una loca desconocida que había tirado al suelo frascos y tubos de maquillaje, colorete y polvos de talco, que había arrancado los vestidos de las perchas del armario, y a veces también sus libros favoritos, páginas arrancadas y esparcidas, y el espejo roto de un puñetazo (sí, Norma Jeane tenía arañazos en los nudillos), y en cierta ocasión había rayas de lápiz de labios en el espejo como un grito salvaje, y se levantaba temblando y sabiendo que le tocaba a ella arreglar aquel desorden, no quería que los demás lo viesen, qué vergüenza, la vergüenza de ser Norma Jeane, la hija de una mujer ingresada en Norwalk, y todos lo sabían, los demás niños lo sabían, alarma y compasión en sus ojos.
En el cerrado dormitorio trasero de la casa de Whittier Drive un hombre decía con ternura:
Norma, ya sabes que me preocupo mucho por ti
, y ella decía:
Sí, lo sé
, con la cabeza puesta en Sugar Kane y en la sesión de rodaje del día siguiente, que era una escena de amor entre Sugar Kane y un hombre que (en la película) la adoraba y que interpretaba C, un actor que (en la vida real) había acabado por despreciar a Marilyn Monroe. Su conducta infantil y egoísta, su reiterada incapacidad para llegar al estudio a tiempo y, una vez allí, su incapacidad para recordar frases, por mezquindad, por estupidez o porque las drogas le estuvieran derritiendo los sesos, obligaban a C y a los demás a repetir las tomas, y C sabía que su propia actuación en la película era cada día peor, y W, el director, se inclinaría por la Monroe en el montaje definitivo, porque la atracción principal de la película era la Monroe, la muy guarra. Y por eso C la despreciaba, y en la culminante escena del beso le habría gustado escupir a Sugar Kane en aquella falsa cara de ingenua que tenía, ya que por entonces el simple roce de la legendaria piel de la Monroe le revolvía las tripas, y C sería enemigo de la Monroe durante toda la vida, ¡y la de cosas que contó de ella después de muerta! Así pues, al día siguiente, delante de las cámaras, aquellos dos tenían que besarse fingiendo pasión e incluso afecto, y el público tenía que creérselo, y era esta perspectiva a la que daba vueltas mientras un hombre le decía con voz suplicante:
¿Qué puedo hacer por ti, cariño? Por los dos
. Recordó con un estremecimiento de culpa que aquel hombre que quería confortarla, aquel hombre adusto, honrado y medio calvo era su marido.
¿Qué puedo hacer por nosotros, cariño? Vamos, dímelo
. Quiso hablar, pero tenía algodón en la boca. Él, acariciándole el brazo, le decía:
Es como si después de lo de Maine cada día estuviéramos más alejados
, y ella respondió con vaguedad y entre murmullos, y él dijo con voz angustiada:
Estoy muy preocupado, cariño. Por tu salud. Por esas píldoras que tomas. ¿Acaso quieres destruirte, Norma? ¿Te das cuenta de lo que haces con tu vida?
, hasta que ella lo apartó, diciendo fríamente:
Mi vida no es asunto tuyo. ¿Quién eres tú?