Blonde (77 page)

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Authors: Joyce Carol Oates

Tags: #Biografía, Drama

Cantaba
I Wanna Be Loved by You
especialmente para su marido.

Repetía que era el día más feliz de su vida, y él se conmovía tanto que sólo podía murmurar, con voz casi inaudible:

—Y el mío.

La citaron para que se presentara ante la Junta de Investigación de Actividades Subversivas, en Sacramento. Limítate a decir la verdad, la instruyó el Ex Deportista. A esos hombres no les debo la verdad, respondió ella. Si conoces comunistas, da sus nombres, dijo él. No lo haré, repuso ella. No tienes nada que esconder, ¿no?, preguntó él, estupefacto. Lo que yo quiera esconder y lo que quiera revelar es asunto mío, dijo ella. Notó que él habría querido pegarle, pero no lo hizo, porque la quería y él no era de los que pegan a los más débiles, y mucho menos a una mujer, a la mujer a la que amaba. Circulaba el desagradable rumor de que el Ex Deportista había pegado a su primera esposa, pero eso había pasado hacía mucho tiempo, cuando él era joven e impulsivo y su mujer lo «provocaba». No entiendo este asunto y no me gusta, dijo ahora con calma. A mí tampoco me gusta, respondió ella. Habría podido llamarlo papá. Habría podido besarlo. Él habría aceptado el beso en medio de un silencio digno. Pero al final, gracias a las negociaciones de los abogados de La Productora, la reunión con la junta de investigación no fue un interrogatorio público en el senado de California, sino una vista privada. Una vista que finalmente se celebró durante un exquisito almuerzo en un comedor privado del capitolio. No hubo interrogatorio. No hubo enfrentamientos. No hubo periodistas presentes. Al final de la comida, que duró tres horas, la Actriz Rubia firmó autógrafos con el nombre de Marilyn Monroe para los miembros de la junta y los fotógrafos de La Productora; todos los autógrafos que le pidieron.

Un alma pura
. En la clase de pantomima nos decían que el cuerpo tiene su propio lenguaje, un lenguaje sutil y musical. El cuerpo precede al habla y a menudo sobrevive al habla. Nos enseñaban a expresar lo más profundo de nuestro ser por medio del mimo.

La joven rubia al principio eludía nuestras miradas. Se encogía y se abrazaba las rodillas. Llevaba mallas de algodón, una camisa masculina y el cabello decolorado informalmente recogido con un pañuelo. No usaba maquillaje (pero de cualquier modo reconocimos su cara), se acurrucaba en un rincón, con los ojos fijos en un horizonte invisible. Comenzó a moverse hacia delante, con torpeza. Se incorporó despacio, como un rayo de luz. Estiró los brazos y se puso de puntillas hasta que su cuerpo entero empezó a temblar. Luego se desplazó lentamente por la sala, contemplando el invisible horizonte. Se puso a bailar en silencio, girando con movimientos lentos y esforzados. Se quitó la camisa sin saber lo que hacía. Cruzó los brazos sobre sus desnudos pechos flácidos. Como si estuviera hechizada, se tendió en el suelo, se ovilló como una niña y de inmediato se quedó dormida, o al menos eso nos pareció. Después de un largo minuto mágico, era imposible saber si aquello era una pantomima o un auténtico sopor repentino. Claro que podía ser ambas cosas. Pasado otro minuto, el preocupado profesor se arrodilló junto a ella y la llamó por el nombre que nos había dado:

—¿Norma Jeane?

La joven rubia estaba profundamente dormida. No fue fácil despertarla. Como es natural, sabíamos quién era. Conocíamos su nombre artístico. Pero el yo más profundo de la mujer se traslucía. Un alma pura. Era hermosa y no tenía nombre.

Lo que pasaba era que él la quería muchísimo. No podía soportar que se rebajara. Que se degradara y ultrajara. Que deshonrara su nombre y el de él. Esas fotografías y secuencias de película. Esos chacales. Y todo por una ínfima cantidad de dinero. Todo el mundo sabe que Hollywood es un burdel. No podía permitir que la exhibieran como a una puta. Una prostituta de la calle. Ahora estaban casados; ella era su mujer. ¿No pensaba en sus parientes de San Francisco? ¿En sus admiradores? ¿En cuánto lo avergonzaba? Se había casado con ella por amor y todos los periódicos habían publicado la vergonzosa noticia de que la Iglesia lo había excomulgado. Por el divorcio. La Iglesia prohíbe el divorcio. ¡Por ella! Por amor a ella. Y ella exhibiéndose como un trozo de carne. Con vestidos cosidos mientras los llevaba puestos. Contoneándose al andar. No digas que es una broma. En tal caso, es una broma de mal gusto. Los pechos rebosando por el escote. Y esa cena de premios de
Photoplay
. Como si fuera la ceremonia de los Oscar. Dijo que no iba a asistir, pero lo hizo. ¿Eso es lo que eres? ¿Un trozo de carne? Todo el mundo sabe cómo es Hollywood. El nombre de ella en los periódicos. Y el de él. ¿Los recién casados se pelean? ¿En público? Mentiras asquerosas. Maldito embustero. Él jamás le levantaría la mano a una mujer. Cómo se atrevía ella a provocarlo.

Estaba desnuda, soñolienta. Era media tarde y ella no conseguía despertar del todo. El día anterior (o acaso fuera varios días antes), se había quedado dormida durante la clase de pantomima y todavía no había conseguido recobrarse de ese sueño. Si hubiera tenido las pastillas estimulantes de Doc Bob…, pero no las tenía. Su indignado marido se las había arrebatado y las había arrojado al inodoro.

¿Eso es lo que eres? ¿Un trozo de carne?

¡No, papá! No quiero serlo.

Diles que no harás la nueva película. De ninguna manera.

Tengo que trabajar, papá. Es mi vida.

Diles que quieres papeles buenos. Papeles serios. Diles que lo dejas. Tu marido quiere que lo dejes.

Sí. Sí, se lo diré.

Se echó a llorar. Pero no pasó nada. Estaba asustada, porque no tenía lágrimas. ¡Aún no había cumplido los treinta y ya se le habían agotado las lágrimas!
He matado a mi bebé
. Consiguió derramar un par de lagrimillas.
¿Mi bebé? ¿Por qué?
Sin embargo, era incapaz de llorar. Alguien le había frotado los ojos con arena, había llenado su boca de arena. Donde antes estaba su corazón, había ahora un reloj de arena, y la arena se filtraba y caía lentamente.

De hecho, estaba enferma. Una apendicitis aguda.

Presa del pánico, creyó que era un parto; después de todo, iba a tener a su hijo. Un furioso niño demoníaco, deforme y retorcido, con una cabeza tan grande que la partiría en dos al salir. Y puesto que su marido no era el padre, la estrangularía con sus grandes y bellas manos. Culpable y asustada, atormentada por el dolor, con la piel hirviendo. Él despertó, alarmado, y la encontró en el cuarto de baño, con las nalgas sobre el borde de la bañera de porcelana blanca, balanceándose en medio de terribles dolores, desnuda, sudando, despidiendo el rancio olor animal del terror físico. El Ex Deportista conocía los síntomas. De hecho, reconocerlos supuso un alivio para él. En su juventud, su propio apéndice había estado a punto de perforarle el peritoneo. Llamó a una ambulancia y se la llevaron a la sala de urgencias del hospital Cedars of Lebanon. De aquellas horas de caos y confusión emergió el rumor, repetido con entusiasmo durante años, de que el cirujano, que no se enteró de la identidad de su famosa paciente hasta que entró en el quirófano, habría encontrado una nota pegada con cinta adhesiva a la muñeca de la actriz, una nota garabateada con mano temblorosa:

Importante:
LEER ANTES
de la operación.

Estimado doctor:

Corte lo menos posible
. Le parecerá una muestra de vanidad, pero no lo es. Soy una
mujer
y eso significa mucho para mí. Usted seguramente tendrá hijos y sabrá a qué me refiero. Por favor, doctor. Sé que lo comprenderá. Gracias. Por el amor de Dios, querido doctor, no me quite los
ovarios
. También le pido que haga todo lo posible por no dejar una
cicatriz
grande. Gracias desde lo más hondo de mi corazón,

Marilyn Monroe

Desde la noche del estreno de
Los caballeros las prefieren rubias
, que también fue la noche en la que decidió casarse con el Ex Deportista, no había tenido noticias del hombre que decía ser su padre.

Tu afligido padre
.

No se lo había contado a nadie. Estaba esperando.

Visitó a Gladys en el hospital de Lakewood. Fue sola. Tenía un reluciente Studebaker descapotable color ciruela con neumáticos de banda blanca. La Productora la había suspendido por negarse a participar en la última película, de modo que no disponía de un coche de la empresa. El Ex Deportista se ofreció a acompañarla, pero ella no aceptó su ofrecimiento.

—Te sentirías incómodo. Mi madre es una enferma.

El Ex Deportista nunca había visto, y nunca vería, a Gladys Mortensen.

Salvo en una fotografía de diciembre de 1926. Gladys con la pequeña Norma Jeane en brazos. El Ex Deportista contempló largamente a la mujer de cara demacrada, aire etéreo, ojos parecidos a los de la Garbo y finas cejas depiladas, que sujetaba en sus brazos, como quien sujeta una novedad de alguna clase, a una rolliza niña con la boquita húmeda y un rizo rubio oscuro, semejante a un signo de interrogación, en lo alto de la cabeza. La Actriz Rubia miró con timidez a su marido, a quien en muchos sentidos no conocía. Porque amar a un hombre no significa conocerlo sino, más bien, no conocerlo. Y ser amada por un hombre significa haber conseguido crear el objeto de su amor, que bajo ninguna circunstancia debe ponerse en peligro.

—Ya ves. Mamá y yo. Hace mucho tiempo.

El Ex Deportista dio un respingo, pero ¿por qué? Estudió la fotografía sepia durante unos minutos. Cualesquiera que fuesen las palabras que hubiera deseado articular —de pena, comprensión, amor confundido o incluso pesar—, no supo expresarlas.

En Lakewood, la Actriz Rubia se convirtió en Norma Jeane Baker y su llegada despertó la expectación de costumbre, una expectación contenida y respetuosa. Llevaba zapatos de tacón mediano y un elegante traje de gabardina de color gris malva, cuya holgada chaqueta no delataba sus curvas. No era Marilyn Monroe. No había más que verla. Sin embargo, el rubio halo de Marilyn la acompañaba, como un perfume persistente. Tenía un regalo para el personal: diez dólares de chocolates suizos en una caja con forma de corazón.

—¡Oh, señorita Baker! Gracias.

—No debería haberse molestado, señorita Baker.

Sonriendo, bajando la vista hacia el anillo que la Actriz Rubia llevaba en el anular. Porque se había casado con el mundialmente célebre Ex Deportista después de su última visita a Lakewood.

—Qué día más bonito, ¿verdad? ¿Piensa ir a dar un paseo con su madre?

—Venga conmigo, señorita Baker. Su madre está despierta e impaciente por verla.

De hecho, Gladys no parecía impaciente por ver a Norma Jeane; seguramente, ni siquiera sabía que la estaban esperando. Si la habían informado de la visita, lo había olvidado. Norma Jeane también llevaba regalos para Gladys, pero no dulces, sino fruta —un cesto con mandarinas y brillantes uvas negras—; un ejemplar del
National Geographic
, que era una revista de calidad con fotografías excelentes que quizá gustaran a Gladys, y el último número de
Screenland
, con la Actriz Rubia en la portada, en una pose digna y elegante, debajo del titular: L
A LUNA DE MIEL DE
M
ARILYN
M
ONROE
. Gladys miró estas cosas y frunció la nariz. ¿Esperaba golosinas?

Norma Jeane la abrazó con suavidad y no de manera efusiva, como le habría gustado, porque sabía que esa clase de abrazo inquietaba a Gladys. La besó también con suavidad, en la mejilla. Era evidente que había llegado en uno de los días buenos de Gladys. Por teléfono le habían dicho que recientemente su madre había pasado una «mala racha», pero se había «recuperado casi por completo». Le habían lavado la cabeza esa misma mañana y tenía puesta la preciosa bata guateada rosa que Norma Jeane le había comprado en Bullock’s; estaba algo sucia, pero Norma Jeane no lo notaría. Vio las zapatillas a juego alineadas a la perfección junto a la cama. En la pared, encima del tocador, había algo nuevo: un cuadro de Jesucristo con su refulgente corazón a la vista y un halo de luz alrededor de su cabeza cinematográficamente hermosa. ¿Una imagen católica? Debía de habérsela regalado otro paciente. Norma Jeane suspiró, como si contemplara un abismo en cuyo fondo había una figura diminuta: supuestamente, su madre.

Le sorprendió y complació ver, apoyada contra un espejo, la fotografía de boda que había enviado a Gladys. La novia vestida de color perla, sonriendo con alegría. El novio alto, apuesto, con unas cejas tan bien perfiladas que parecían las de un actor.
¡No la tiró a la basura! Eso significa que me quiere
, pensó Norma Jeane.

Gladys rió mientras masticaba una uva.

—¿Ese hombre es tu marido? ¿Sabe quién eres?

—No.

—Eso es bueno —dijo Gladys asintiendo con seriedad.

Fue un alivio para Norma Jeane comprobar que el tiempo no pasaba para su madre. Incluso parecía más joven. Tenía un pícaro aire infantil. Al abrazarla, había percibido la fragilidad de sus huesos de pájaro. Y qué delicados eran los huesos de su cara. Los misteriosos ojos de la Garbo. La misma expresión etérea que la cámara había captado muchos años antes. Norma Jeane se alegró cuando el Ex Deportista, al ver la fotografía de madre tal como era en 1926, más joven que su hija ahora, cayó bajo el hechizo de Gladys. Unos instantes.

Lo único que quedaba de las cejas escrupulosamente depiladas y pintadas de Gladys eran unos pocos pelos canos.

El personal informó a Norma Jeane de que cuando hacía buen tiempo, Gladys se paseaba «incansablemente» por los jardines del hospital. Era una de las pacientes mayores más activas. Su salud física era buena. Mientras hablaban, Norma Jeane se maravilló ante el buen humor de su madre. Quizá fuera un estado efímero, superficial e inconsciente, pero al menos no estaba enfurruñada como la mayoría de las veces. No pudo evitar compararla con su nueva suegra: una italiana baja y regordeta con la nariz prominente, una sombra de bigote, pechos grandes y caídos y un vientre voluminoso. Quería que la llamara «mamá».
¡Mamá!

Gladys estaba sentada en el borde de la cama, como un pajarillo, con las piernas colgando. Masticaba ruidosamente las uvas, escupiendo las pepitas en una mano. De vez en cuando, sin decir una palabra, Norma Jeane le retiraba las semillas de la mano con un pañuelo de papel. Salvo por los ocasionales espasmos en la cara y los peculiares movimientos de sus ojos, Gladys no parecía una enferma mental. Tenía un aire optimista y bondadoso. Igual que el de Norma Jeane, acentuado por la Benzedrina que le recetaba Doc Bob. Gladys habló de las «noticias internacionales», de los «problemas en Corea». ¿Acaso leía el periódico? En tal caso, era más de lo que hacía Norma Jeane últimamente.
Esta mujer no está más loca que yo. Pero se esconde. Ha permitido que el mundo la venciera
.

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