Read El monstruo de Florencia Online
Authors: Mario Spezi Douglas Preston
Tags: #Crónica Negra, Crimenes reales, Ensayo
—¿Eso dijo? ¿«Desviar las sospechas» de mí?
—Eso dijo.
Meneó la cabeza.
—Porca miseria!
Esos dos, Giuttari y Mignini, no solo me consideran culpable de ardides periodísticos, como colocar una pistola para obtener una primicia, sino que creen que estoy directamente relacionado con los asesinatos del Monstruo o, por lo menos, con el asesinato de Narducci.
—En cierto modo —dije—, su fantasía encaja con los hechos. Míralo desde su perspectiva. Llevamos años insistiendo en que Antonio es el Monstruo. Como nadie nos hace caso, vamos a la villa, nos damos un garbeo y unos días después llamamos a la policía, le decimos que Antonio tiene pruebas escondidas allí y que vayan a buscarlas. Detesto decirlo, Mario, pero que hayamos podido colocar algo es una teoría verosímil.
—¡Venga ya! —aulló Spezi—. Esa teoría no solo carece de lógica investigadora, sino de lógica en general. No hace falta pensar mucho para descartarla. Si yo estuviera detrás del asesinato de Narducci y quisiera «desviar las sospechas» de mí, ¿crees que realmente reclutaría a un ex presidiario del que no sé nada, a un policía que en su día fue uno de los mejores detectives de la brigada móvil de Florencia y a un famoso escritor estadounidense? ¿A quién se le ocurre que tú, Doug, estarías dispuesto a venir a Italia para colocar pruebas con el fin de que la policía las encuentre? ¡Ya eres un escritor de éxito! ¡No necesitas publicidad! Y Nando es el presidente de una importante empresa de seguridad. ¿Por qué iba a arriesgarlo todo por una miserable primicia? ¡Es completamente absurdo!
Caminaba de un lado a otro esparciendo ceniza.
—Doug, tienes que hacerte la siguiente pregunta: ¿por qué Giuttari y Mignini se están esforzando tanto en atacarnos justamente ahora? ¿Podría ser porque en menos de dos meses publicaremos un libro sobre el caso que pone en tela de juicio su investigación? ¿Podría tratarse de un intento de desacreditar nuestro libro antes de que salga publicado? Ya saben qué cuenta el libro. Lo han leído.
Dio una vuelta por el salón.
—En mi opinión, Doug, lo peor de todo es la acusación de que hice eso para desviar las sospechas de mí. ¿Sospechas de qué? ¡De ser uno de los instigadores del asesinato de Narducci! Todos los periódicos han estado escribiendo lo mismo, lo cual indica que han estado utilizando la misma fuente, bien informada y, desde luego, oficial. ¿En qué me convierte eso?
Dio un paseo y se volvió.
—Doug, ¿eres consciente de lo que piensan en realidad? No soy solo un cómplice o alguien implicado en el asesinato de Narducci. Soy uno de los
cerebros
que están detrás de los asesinatos del Monstruo. ¡Creen que soy el Monstruo!
—Dame un cigarrillo —pedí. Normalmente no fumaba, pero en ese momento lo necesitaba.
Spezi me pasó un cigarrillo y se encendió otro.
Myriam rompió a llorar. Zaccaria estaba sentado en el borde del sofá con su largo pelo desmadejado; el traje, por lo general impecable, se veía mustio y arrugado.
—Pensadlo bien —dijo Spezi—. Se supone que yo coloqué la pistola del Monstruo en la villa para incriminar a un hombre inocente. ¿De dónde saqué la pistola del Monstruo, a menos que yo sea el Monstruo?
La ceniza se retorcía al final de su cigarrillo.
—¿Dónde está el maldito cenicero?
Fui a buscar un plato pequeño a la cocina para Spezi y para mí. El apagó con vehemencia su pitillo a medio fumar y encendió otro.
—Te diré de dónde saca Mignini sus ideas. De esa mujer de Roma, Gabriella Carlizzi, la que dijo que la Orden de la Rosa Roja estaba detrás de los ataques del 11-S. ¿Has entrado en su sitio web? ¡Y esa es la mujer a la que el fiscal del ministerio público de Perugia escucha!
Spezi había pasado de ser el monstruólogo a ser el Monstruo.
Abandoné Italia al día siguiente. Cuando regresé a mi casa de Maine, encaramada sobre un acantilado frente al gris Atlántico, y escuché el oleaje rompiendo rítmicamente contra las rocas y el graznido de las gaviotas en lo alto, me alegré tanto de estar libre, de no estar pudriéndome en una cárcel italiana, que noté que me caían lágrimas por la cara.
El conde Niccoló me telefoneó al día siguiente.
—¡Caramba, Douglas, veo que has estado armándola en Italia! ¡Menudo espectáculo!
—¿Cómo lo sabes?
—Los periódicos de esta mañana dicen que ahora eres oficialmente sospechoso en el caso del Monstruo de Florencia.
—¿Sale en los periódicos?
—En todos. —Rió quedamente—. No te preocupes.
—¡Por Dios, Niccoló, me han acusado de ser cómplice de asesinato, de colocar una pistola en esa villa, de falso testimonio y obstrucción a la justicia! Me han aconsejado que no vuelva a Italia. ¿Y dices que no debería preocuparme?
—Mi querido Douglas, todo italiano que se precie es un
indagato.
Te felicito por haberte convertido en un auténtico italiano. —Su voz perdió su tono cínico y se tornó seria—. Nuestro amigo Spezi es el que debería estar preocupado. Muy preocupado.
E
n cuanto llegué a casa empecé a hacer llamadas a la prensa. Estaba muy asustado por Mario; estaba claro que él era el verdadero objetivo de la policía. Confié en que si conseguía armar un buen escándalo en Estados Unidos, podría proteger a Spezi de un arresto arbitrario y caprichoso.
Cuando la policía registró la casa de Spezi, la prensa estadounidense no mostró el menor interés porque a un periodista italiano le hubieran requisado sus papeles. Pero ahora que el blanco era un estadounidense, los periódicos respondieron. «Atrapado en su propia novela de misterio», rezaba el titular de
The Boston Globe.
«La vida transcurría apaciblemente para Douglas Preston mientras trabajaba en su último libro, hasta que pasó a formar parte de la trama.»
The Washington Post
publicó un artículo: «Douglas Preston, el célebre escritor de novelas de misterio, implicado en una investigación de asesinatos en serie en Toscana». La agencia AP sacó varios artículos y la noticia apareció en la CNN y ABC News.
En Italia, los periódicos también hablaban de mi interrogatorio. Un titular del
Corriere della Sera
decía:
CASO DEL MONSTRUO:
DUELO ENTRE EL MINISTERIO PÚBLICO
Y UN ESCRITOR ESTADOUNIDENSE
Asesinatos en serie en Florencia. Escritor de novelas de misterio acusado de perjurio. Sus colegas se movilizan.
La agencia de noticias italiana ANSA emitió una reseña: «La fiscalía de Perugia interrogó al escritor estadounidense Douglas Preston como testigo esencial y seguidamente le acusó de perjurio. Preston y Mario Spezi han escrito un libro sobre el caso que saldrá publicado en abril con el título
Dolci colline di sangue.
Spezi ha descrito el libro como una contrainvestigación de la investigación oficial. Dos años atrás, Spezi fue investigado como cómplice del asesinato de Narducci y más tarde fue acusado de participar en el asesinato». Otros artículos contenían información que olía a filtraciones de la oficina de Mignini. En ellos se decía que Spezi y yo habíamos intentado colocar la infausta Beretta calibre 22 —la pistola del Monstruo— en la villa a fin de incriminar a un hombre inocente.
Pero el análisis y la publicidad de la prensa solo consiguieron aumentar la agresividad de Giuttari y Mignini. El 25 de febrero, dos días después de que yo abandonara Italia, la policía volvió a registrar el apartamento de Spezi. Estaba sometido a una intensa vigilancia, lo seguían cuando salía de casa y lo filmaban a hurtadillas. Le interceptaron el correo electrónico y le pincharon los teléfonos. Spezi sospechaba que también en su apartamento habían instalado micrófonos.
A fin de comunicarnos, Spezi y yo decidimos utilizar diversas direcciones de correo electrónico y teléfonos prestados. Spezi consiguió enviarme un correo desde un cibercafé después de dar esquinazo a la policía. En él proponía un sistema: si me enviaba un correo electrónico desde su cuenta habitual diciendo
«salutami a Christine»
(«saluda a Christine de mi parte»), significaba que quería que le llamara al día siguiente a un número de teléfono prestado, a una hora concreta.
Niccoló me enviaba regularmente artículos sobre el caso y hablábamos a menudo por teléfono.
El 1 de marzo, Spezi llevó finalmente su coche a un mecánico del barrio para que le arreglara la puerta e instalara una radio nueva. El mecánico salió del coche sosteniendo un complicado equipo electrónico del que colgaban cables rojos y negros. El artefacto consistía en una caja negra del tamaño de un cajetilla de cigarrillos, con un trozo de cinta adhesiva que cubría la pantalla donde se indicaba
on
y
off
, conectada a otro misterioso aparato de cinco centímetros por diez, el cual había sido conectado a su vez a los cables de alimentación de la vieja radio.
—No sé mucho de estas cosas —dijo el mecánico—, pero yo diría que esto es un micrófono y una grabadora.
Rodeó el coche y abrió el capó.
—Y esto —dijo, señalando otra cajetilla encajada en una esquina— debe de ser el GPS.
Spezi telefoneó a
La Nazione,
que envió a un fotógrafo para que tomara fotos del periodista sosteniendo el equipo electrónico con las dos manos, como si fueran dos trofeos de pesca.
Ese mismo día, Spezi se personó en la fiscalía de Florencia para presentar una queja formal contra personas desconocidas y exigir daños y perjuicios por la rotura de su coche. Se presentó ante un fiscal que conocía con la queja en la mano. El hombre no quiso ni tocarla.
—Este asunto, doctor Spezi, es demasiado delicado —dijo—. Presente su queja en persona al fiscal jefe.
De modo que Spezi la trasladó al despacho del fiscal jefe, donde, después de esperar un rato, un policía llegó, cogió la queja y le informó de que el fiscal la aceptaría. Spezi no volvió a tener noticias.
El 15 de marzo de 2006 recibió una llamada del cuartel de los carabinieri de su zona invitándolo a hacerles una visita. Un agente que parecía extrañamente abochornado le recibió en un cuarto diminuto.
—Vamos a devolverle la radio del coche —explicó.
Spezi le miró atónito.
—Entonces… ¿reconocen que me la robaron y me destrozaron el coche?
—¡Nosotros no! —El agente jugueteó nerviosamente con sus papeles—. La fiscalía de Perugia nos encomendó la tarea de restituírsela, concretamente el juez Mignini, que dio órdenes al inspector jefe Giuttari del GIDES de que le devolvieran la radio.
Spezi se esforzó por reprimir una carcajada.
—¡Es increíble! ¿Me está diciendo que realmente anotaron en un documento oficial que me rompieron el coche para robarme la radio?
El agente de los carabinieri se removió, incómodo. —Firme aquí, por favor.
—¿Y si la han roto? —preguntó Spezi triunfalmente—. No puedo aceptarla sin saber si todavía funciona. —Spezi, firme de una vez, ¿quiere?
Spezi presentó rápidamente una segunda queja por daños y perjuicios, esta vez contra Mignini y Giuttari, ahora que le habían proporcionado (incomprensiblemente) la prueba que necesitaba.
Ese mismo mes, marzo de 2006, RCS Libri publicó un nuevo libro de Giuttari sobre el Monstruo de Florencia,
El Monstruo: anatomía de una investigación,
que tuvo un enorme éxito. En el libro, Giuttari acusaba a Spezi de ser cómplice del asesinato de Narducci e insinuaba que estaba implicado, de algún modo, en los asesinatos del Monstruo.
Spezi se apresuró a presentar una demanda contra el inspector jefe por difamación y por no respetar el secreto de sumario referente al caso del Monstruo. La demanda se presentó en Milán, donde Rizzoli, otro sello de nuestra editorial RCS Libri, había publicado el libro de Giuttari. (En Italia, las demandas por difamación deben presentarse en el lugar de la publicación.) En ella Spezi pedía la confiscación y destrucción de todos los ejemplares del libro de Giuttari. «Nunca es agradable para un escritor solicitar la confiscación de un libro —escribió Spezi—, pero es el único remedio para limitar el perjuicio a mi reputación.»
Spezi redactó personalmente casi toda la demanda, eligiendo minuciosamente cada palabra para enfurecer a su enemigo.
Desde hace más de un año soy víctima no solo de un trabajo policial mal concebido, sino de lo que podría calificarse de auténtica violación de los derechos civiles. Este fenómeno —que no me afecta solo a mí sino a muchos otros— recuerda el modo de proceder de sociedades sumamente retrasadas, como las que uno esperaría encontrar en Asia o África.
El señor Michele Giuttari, funcionario de la Policía Estatal, es el inventor y promotor infatigable de una teoría que asegura que los crímenes del llamado Monstruo de Florencia son obra de una misteriosa secta satánica, esotérica y mágica, un «grupo» organizado de profesionales de clase media alta (burócratas, policías y carabinieri, jueces y, a su servicio, escritores y periodistas) que encargaban a individuos de las capas más pobres de la sociedad que cometieran asesinatos en serie de parejas de amantes, pagándoles generosamente por ello, para obtener las partes anatómicas femeninas a fin de utilizarlas en ciertos «ritos» inescrutables, indeterminados y, en resumidas cuentas, improbables.
De acuerdo con las fantásticas conjeturas del señor Giuttari, que se define a sí mismo como investigador brillante y diligente, esta banda criminal de personas aparentemente íntegras era aficionada a las orgías, el sadomasoquismo, la pedofilia y otras abominaciones repugnantes.
Seguidamente, Spezi lanzaba un gancho al punto vulnerable de Giuttari: su talento literario. En la demanda citaba varios extractos del libro del inspector jefe, atacando ferozmente su lógica, ridiculizando sus teorías y mofándose de su estilo.
La demanda se firmó el 23 de marzo y se presentó una semana más tarde: el 30 de marzo de 2006.
E
n Estados Unidos, yo observaba la inminente tormenta desde la distancia. Spezi y yo recibimos un correo electrónico de nuestra editora de RCS Libri, donde en términos muy secos expresaba su profunda intranquilidad por lo que estaba ocurriendo. Le aterraba la posibilidad de que la editorial se viera mezclada en un embrollo legal y estaba particularmente furiosa porque yo hubiera dado su número de teléfono a la periodista de
The Boston Globe,
quien la había telefoneado para pedirle unas declaraciones. «Debo deciros —nos escribía a mí y a Mario— que esa llamada me molestó muchísimo… Justas o no, vuestras disputas personales no me conciernen y tampoco me interesan… Os ruego a los dos que mantengáis a RCS fuera de cualquier disputa legal relacionada con vosotros.»