Read El monstruo de Florencia Online
Authors: Mario Spezi Douglas Preston
Tags: #Crónica Negra, Crimenes reales, Ensayo
Entretanto, deseoso de averiguar más cosas sobre Gabriella Carlizzi y su sitio web, me metí en internet. Lo que leí me enfureció. Carlizzi había colgado páginas de información personal sobre mí. Con la diligencia de una rata que reúne su reserva de semillas para el invierno, había recogido retazos de información sobre mi persona en toda la red, había buscado a alguien que se lo tradujera al italiano (ella era monolingüe) y lo había mezclado con pasajes de mis novelas, en su mayoría descripciones de gente que era asesinada. Rescataba observaciones que yo había hecho en público en Italia y que ignoraba que estuvieran grabando, y citaba un chiste malo que hice en la presentación de un libro, donde decía que si Mario Spezi no hubiera decidido escribir sobre crímenes, habría sido un excelente criminal. A este brebaje añadía sus comentarios siniestros, acotaciones repulsivas y reprobaciones. El resultado final era un retrato dañino de mi persona como alguien que escribía novelas repletas de una violencia gratuita que celebraba los instintos humanos más básicos.
Eso ya era de por sí horrible, pero lo que más me enfureció fue ver los nombres de mi esposa y mis hijos, tomados de mi biografía, colocados junto a fotografías del asesino en serie Jeffrey Dhamer y las Torres Gemelas en llamas.
Envié un correo furibundo a Carlizzi donde le exigía que retirara los nombres de mi esposa y mis hijos de su sitio web.
Su respuesta fue inesperadamente afable, incluso conciliadora. Se disculpó y me prometió que retiraría los nombres, lo cual hizo de inmediato.
Mi correo había conseguido el resultado deseado, pero ahora Carlizzi conocía mi dirección de correo electrónico. Un día me escribió lo siguiente: «Aunque breve, dado nuestro pequeño intercambio de ideas sobre cuestiones delicadas y, en cierto modo, íntimas, resulta absurdo que sigamos utilizando el
"lei".
Las almas, cuando hablan desde el corazón, se hablan empleando el
"tu".
¿Sería un problema para ti, Douglas, que nos tuteáramos?».
Debería haber sabido que no era una buena idea responder, pero lo hice.
A esto siguió un bombardeo de correos de Carlizzi, todos de varias hojas, escritos en un italiano tan retorcido, tan llenos de enrevesadas confidencias y descabelladas teorías conspirativas, que eran casi imposibles de descifrar. Pero los descifré.
Gabriella Carlizzi sabía la verdad sobre el Monstruo de Florencia y ansiaba compartirla conmigo.
Hola, Douglas: ¿recibiste mi largo correo? ¿Te ha asustado, quizá, que te haya pedido que reserves la portada de
The New Yorker
para desvelar el nombre y la cara del Monstruo de Florencia?… Escribiré en mi sitio web un artículo explicando mi invitación a que reserves esa prestigiosa portada, y también se lo notificaré a
The New Yorker…
Asunto: TE LO RUEGO… TIENES QUE CREERME… OJALÁ TÚ Y TU ESPOSA PUDIERAIS VER EN MIS OJOS…
Queridísimo Douglas:
… Debes saber que mientras te escribo estoy pensando que no solo hablo contigo, sino también con tu esposa y con la gente a la que quieres y que sé que tanto significan para ti, no como periodista o escritor, sino simplemente como hombre, amigo, padre […] Me he embarcado en esta batalla, esta búsqueda de la verdad, y lo hago solo para cumplir una promesa que le hice al Señor y a mi Padre Espiritual, un célebre exorcista, el padre Gabriele… Hice esa promesa, Douglas, para agradecer al Señor el milagro de mi hijo Fulvio, que con solo un cuarto de día de vida murió en el hospital, y mientras lo vestían para el ataúd telefoneé al padre Gabriele para solicitar su bendición y el padre me dijo, «No hagas caso, hija mía, tu hijo vivirá más que Matusalén». Instantes después, cien médicos del hospital San Giovanni de Roma empezaron a gritar: «Es un milagro, el bebé ha resucitado». En aquel entonces yo no tenía la Fe que tengo ahora, pero sabía que, en cierto modo, tarde o temprano tendría que devolver a Dios el regalo que me había hecho… Querido Douglas, tengo las fotografías de todos los crímenes, del momento en el que las víctimas veían al Monstruo y gritaban; su grito era fotografiado por una minicámara facilitada por el servicio secreto…
… En Japón, querido Douglas, encontré un documento que creo podría ser útil para impedir que el Monstruo asesine a alguien cercano a ti. Estoy investigando dicho documento…
Mira el artículo que he publicado en mi sitio. En él escribo que te invito de corazón a que vengas a verme y preparemos juntos la portada de
The New Yorker
… Lo escribí solo para convencerte de que hablo en serio.
Alarmado por sus referencias a
The New Yorker
y a que el Monstruo pudiera matar a «alguien cercano» a mí, que a juzgar por sus escalofriantes insinuaciones parecía tratarse de mi esposa, entré de nuevo en el sitio de Carlizzi y descubrí que había añadido una página en la que reproducía la cubierta de mi novela
La mano del diablo
junto con la cubierta de una novela de Spezi,
II Passo Dell'Orco.
Gabriella [decía el sitio] no ha perdido el tiempo y ha propuesto a Preston que vaya a visitarla para que vea con sus propios ojos al Monstruo y sus víctimas. Hablando sin reservas, responde así al correo electrónico de Preston: «Reserva la portada de
The New Yorker
y ven a verme, te daré la primicia que llevas tanto tiempo esperando». ¿Cómo reaccionará Douglas? ¿Aceptará la invitación o se lo prohibirá un amigo italiano? Seguro que
The New Yorker
no permitirá que se le escape esta primicia…
Y ante todo —proseguía— quiero preguntar serenamente a Douglas Preston: «¿Qué sería de ti si un día se demostrara que «tu» Monstruo es un error, que el verdadero Monstruo es otra persona?… ¿Si descubrieras que es alguien muy próximo a ti, alguien con quien trabajaste, de quien te hiciste amigo, que valorabas como profesional y que nunca percibiste que dentro de esa persona tan cultivada, tan sensible, tan llena de buena voluntad, había un laberinto en el que la Bestia se había escondido hasta terminar su Gran Obra Mortal … un Monstruo que era respetado, que sabía cómo engañarlos a todos?… ¿No sería esa, querido Preston, la experiencia más perturbadora de tu vida? Entonces no hay duda de que podrías escribir una novela de terror única en el mundo, y quizá, con los derechos que recibieras, hasta comprar
The New Yorker.
De modo que era eso. Spezi era el Monstruo. El alud de correos descabellados llegaba como la marea en luna llena, golpeando mi bandeja de entrada varias veces al día. En ellos, Carlizzi elaboraba sus teorías y me suplicaba que fuera a Florencia. Insinuaba que tenía una relación especial con el fiscal del ministerio público y que si iba a Italia podía garantizarme que no sería arrestado. De hecho, ella misma se encargaría de que se retiraran los cargos contra mí.
… Florencia siempre ha vivido con la orden de proteger al verdadero Monstruo, orden que proviene de arriba, pues el Monstruo podría desvelar en cualquier momento cosas horribles sobre la pedofilia de jueces ilustres, que debido a este chantaje nunca lo capturarán. Querido Douglas, sin tú saberlo el Monstruo te está utilizando en Italia. Emplea nombres ilustres como tapadera… Te lo ruego, Douglas, ven a verme de inmediato, con tu esposa incluso, o dame tu teléfono, yo ya te he dado el mío. Hablaremos de ello… no le digas nada a Spezi… te lo explicaré todo… suplico a Dios que tú y tu esposa me creáis… puedo enseñártelo todo…
Si algún día estás interesado en escribir mi biografía, verás que es posible superar la fantasía y la ficción con una historia real.
Como puedes imaginar, la investigación continúa incluso de noche y en vacaciones. Por eso te lo suplico,
¡PONTE EN CONTACTO CONMIGO CUANTO ANTES!
… Recuerda: debemos llevar esto en el más estricto secreto.
Querido Douglas, sigues sin responder a mis correos. ¿Hay algún problema? Te lo ruego, si lo hay, dímelo. Estoy preocupada y quiero comprender qué debo hacer para abrirte los ojos.
Al cabo de poco tiempo ya solo leía el texto del asunto.
Re:
¿DÓNDE ESTÁS?
Re:
RECEMOS POR MARIO SPEZI
Re:
¿ME CREES AHORA?
Re:
URGENTISIMO URGENTISIMO
Y finalmente, cuarenta y un correos más tarde.
Re:
¿PERO QUÉ DEMONIOS TE HA PASADO?
El aluvión de correos me tenía anonadado, pero no tanto por su demencia cuanto porque el fiscal del ministerio público de Perugia y un inspector de policía se tomaran en serio a alguien así. Como aseguraba la propia Carlizzi, y como la labor de investigación de Spezi demostraría más tarde, esta mujer era el testigo clave que había convencido al juez Mignini y al inspector jefe Giuttari de que la muerte de Narducci guardaba relación —a través de una secta satánica— con los crímenes del Monstruo de Florencia. Fue Carlizzi quien dirigió las sospechas del fiscal del ministerio público hacia Spezi y quien primero aseguró que este estaba implicado en el supuesto asesinato de Narducci. (Spezi lograría demostrar más tarde que párrafos enteros de los documentos legales presentados por la oficina del fiscal del ministerio público guardaban un estrecho parecido con las paranoicas divagaciones que Carlizzi había colgado previamente en su sitio web. Daba la impresión de que Carlizzi ejercía una influencia rasputiniana sobre Mignini.)
Más increíble aún era que Gabriella Carlizzi hubiera conseguido convertirse en una «experta» en el caso del Monstruo. En torno a la misma época en la que acribillaba mi bandeja con correos, revistas y periódicos de Italia se la disputaban para que hiciera declaraciones sobre la investigación del Monstruo, y la citaban como experta fiable. Hacía apariciones en algunos de los más célebres programas de entrevistas de Italia, donde la trataban como una persona seria y considerada.
En medio de este bombardeo, mencioné a Mario que había estado intercambiando correos electrónicos con Carlizzi.
—Doug, puede que esto te parezca divertido —me reprendió— pero estás jugando con fuego. Esa mujer puede hacerte mucho daño. Por lo que más quieras, mantente alejado de ella.
Carlizzi, pese a su locura, parecía disponer de excelentes fuentes de información. Yo mismo estaba sorprendido de lo que había conseguido averiguar sobre mí. A veces casi parecía clarividente en sus declaraciones sobre el caso, tanto que Spezi y yo nos preguntábamos si no dispondría de una fuente en la oficina del fiscal del ministerio público.
A finales de marzo, Carlizzi tuvo una noticia especial que anunciar en su sitio: el arresto de Mario Spezi era inminente.
L
a llamada llegó el 7 de abril de 2006, viernes. La voz del conde Niccoló retumbó a través de la conexión transatlántica.
—Acaban de arrestar a Spezi —dijo—. Los hombres de Giuttari fueron a su casa, le tendieron una trampa para que saliera y lo metieron en un coche. Es lo único que sé. Ahora mismo han dado la noticia.
Me quedé mudo.
—¿Arrestado? ¿Por qué?
—Lo sabes perfectamente. Lleva años haciendo que Giuttari, un siciliano, parezca un idiota redomado a los ojos de toda la nación. ¡Ningún italiano toleraría algo así! Y debo decir, querido Douglas, que Mario posee una pluma sumamente afilada. Se trata de una cuestión de apariencias, algo que vosotros, los anglosajones, nunca entenderéis.
—¿Qué ocurrirá ahora?
Niccoló soltó un largo suspiro.
—Esta vez han ido demasiado lejos. Giuttari y Mignini han sobrepasado la línea. Italia podría quedar en ridículo delante del mundo y las autoridades no pueden permitir que eso suceda. Giuttari será quien caerá. En cuanto a Mignini, la judicatura estrechará filas y limpiará sus trapos sucios a puerta cerrada. Puede que Giuttari reciba su merecido desde otra parte, pero le llegará. Recuerda mis palabras.
—¿Y qué le ocurrirá a Mario?
—Por desgracia, tendrá que pasar un tiempo en prisión.
—Espero que no sea mucho.
—Averiguaré todo lo que pueda y volveré a llamarte.
Me asaltó una preocupación.
—Niccoló, ve con cuidado. Eres el candidato perfecto para esa secta satánica… conde, miembro de una de las familias más antiguas de Florencia.
Niccoló rió con ganas.
—No creas que no lo he pensado.
Y dirigiéndose a la hipotética persona que estaría escuchando nuestra conversación telefónica, se puso a cantar en tono infantil:
Brigadiere Cuccurullo, mi raccomando, segni tutto!
Brigadier Cuccurullo, ¡asegúrese de grabarlo todo!
—Siempre me ha dado mucha lástima el pobre desgraciado que tiene que escuchar estas llamadas.
Mi sente, Brigadiere Gennaro Cuccurullo? Mi dispiace per lei! Segni tutto!
(«¿Me oye, brigadier Gennaro Cuccurullo? ¡Me da usted lástima! ¡Grábelo todo!»)
—¿De verdad crees que tienes el teléfono pinchado? —le pregunté.
—¡Ja, estamos en Italia! Es probable que hasta los teléfonos del Papa estén pinchados.
En casa de Spezi no contestaban. Busqué la noticia en internet. La agencia de noticias italiana ANSA y Reuters acababan de publicarla.
MONSTRUO DE FLORENCIA:
PERIODISTA SPEZI ARRESTADO POR OBSTRUCCIÓN
A LA JUSTICIA
Faltaban doce días para que nuestro libro se publicara. De repente, temí que la editorial se amedrentara y aplazara la publicación. Llamé a nuestra editora en Sonzogno. Se hallaba en una reunión para hablar de la situación y no podía atenderme, pero hablé con ella más tarde. Le inquietaba el arresto de Spezi —no todos los días uno de tus escritores de éxito ordena el arresto de otro de tus escritores— y estaba enfadada conmigo y con Spezi. En su opinión, Spezi, empeñado en dirigir una
vendetta
«personal» contra Giuttari, había provocado innecesariamente al inspector jefe y había metido a RCS Libri en un desagradable embrollo legal. Algo acalorado, respondí que Spezi y yo solo estábamos reivindicando nuestros derechos legítimos como periodistas que buscan la verdad, y que no habíamos infringido ninguna ley ni hecho nada inmoral. Se mostró, para mi sorpresa, algo escéptica en lo referente a esto último. Era una actitud que vería con demasiada frecuencia entre los italianos.
Los resultados de la reunión, con todo, fueron alentadores. RCS Libri decidió seguir adelante con la publicación de nuestro libro. Más aún, adelantaría una semana su distribución para que llegara pronto a las librerías. Para ello, RCS había ordenado que el libro saliera de los almacenes lo antes posible. Una vez fuera, sería mucho más difícil para la policía confiscar los ejemplares, pues estarían repartidos por miles de librerías de toda Italia.