Favoritos de la fortuna (54 page)

Read Favoritos de la fortuna Online

Authors: Colleen McCullough

Tags: #Histórica

Lanzó un carraspeo y continuó:

—Por hoy casi he acabado. Pero antes que nada, una palabra sobre los cónsules. No es bueno para Roma ver a sus cónsules enredados en guerras extranjeras. Durante el año en que ejercen su cargo, los dos cónsules deberían ocuparse del bienestar de Roma y de Italia, y nada más. Ahora que los tribunos de la plebe han quedado en el lugar que les corresponde, espero que los cónsules se dediquen más a promulgar leyes. Otra cosa: comportamiento en el Senado. De ahora en adelante, un senador podrá ponerse en pie y tomar la palabra, pero no se le permitirá caminar de arriba abajo mientras hable; hablará desde su sitio, sentado o de pie. Y no se tolerarán ruidos, aplausos, pateo, ni voces y gritos. Los cónsules impondrán una sanción de mil denarios a los que infrinjan este nuevo reglamento de conducta en la cámara.

Un reducido grupo de senadores se reunió al pie de la escalinata de la Curia Hostilia una vez que Sila hubo salido; algunos (como Mamerco y Metelo Pío) eran partidarios irreductibles del dictador, mientras que otros (como Lépido y Catulo) opinaban que Sila era, como mucho, un mal necesario.

—No cabe duda —dijo el Meneítos— que estos nuevos tribunales descargarán de mucho trabajo a los cuerpos legislativos, y ya no se podrá inducir a la asamblea plebeya a que nombre un tribunal especial para juzgar a nadie, ni habrá temor de que un caballero desconocido se deje sobornar… Sí, son buenas reformas.

—¡Vamos, Pío, tienes edad suficiente para recordar lo que sucedió durante un par de años cuando Cepio el cónsul devolvió al Senado la potestad de nombrar tribunales! —exclamó Filipo—. ¡Yo siempre estaba en uno u otro jurado, hasta en pleno verano! Tú te acordarás —añadió, volviéndose hacia Marco Perpena.

—Ya lo creo —contestó Perpena.

—Lo que os sucede a vosotros —terció Catulo— es que queréis que el Senado controle los jurados, pero os quejáis cuando os toca el turno. Si los senadores queremos dominar la judicatura, tenemos que estar dispuestos a apechugar con las consecuencias.

—No será más difícil ahora que anteriormente —dijo Mamerco, conciliador—. Ahora somos más.

—Claro, tú eres el yerno del Gran Hombre y te maneja como una marioneta —dijo Filipo—. ¡No somos tantos! Y habiendo tribunales permanentes no habrá retrasos… Antes al menos podíamos retrasar los juicios haciendo que las asambleas estuvieran en ascuas unos intervalos de mercado mientras nosotros nos tomábamos unas vacaciones. Mientras que ahora lo único que tiene que hacer el presidente de un tribunal es nombrar el jurado. Y ni siquiera sabremos de antemano si vamos a formar parte de él, por lo que no podremos planificar nada. Sila ha dicho que no se echará a suertes hasta determinar la fecha del juicio. ¡Es que ya lo veo! ¡Apenas lleves dos días de asueto a la orilla del mar y ya tendrás que volver a Roma para formar parte de un maldito jurado!

—Los deberes del jurado deberían haberse repartido —dijo Lépido—. Los juicios importantes para el Senado: extorsión y traición. El tribunal de homicidios podría funcionar perfectamente con un jurado formado por caballeros, ¡y seguramente funcionaría mejor si lo constituyesen miembros del censo por cabezas!

—Según tú —replicó Mamerco, cáustico—, los jurados en el juicio a senadores deberían ser senadores, mientras que los jurados en los juicios a otras personas por acusaciones como brujería o envenenamiento carecen de categoría para que los formen senadores.

—Algo así —contestó Lépido, sonriente.

—Lo que me gustaría saber —dijo el Meneítos, considerando que convenía cambiar de tema— es qué más pensará legislar.

—Me apostaría algo a que no será a favor nuestro —dijo Hortensio.

—¡Tonterías! —exclamó Mamerco, nada amilanado porque le hubiesen motejado de marioneta de Sila—. Hasta ahora todo lo que ha hecho ha sido para reforzar la influencia del Senado y para que Roma recupere los antiguos valores y costumbres.

—Puede que sea demasiado tarde para volver a las antiguas tradiciones y costumbres —dijo Perpena pensativo—. Muchas de las cosas que él ha abolido eran, por su antigüedad, dignas de incluirse en el mos maiorum. Hoy la asamblea plebeya es como una asociación para jugar a la taba o a los dados. No perdurará porque no puede perdurar. Los tribunos de la plebe han sido durante siglos los principales legisladores de Roma.

—Sí, lo que ha hecho con los tribunos de la plebe no es una medida popular —dijo Lépido—. Tienes razón; el estado actual de la asamblea de la plebe no puede durar.

En las calendas de octubre, el dictador provocó nuevas conmociones. Amplió el límite sagrado de Roma cien pies hacia el forum Boarium para agrandar la ciudad. Desde la época de los reyes nadie había osado tocar el pomerium, y modificarlo era símbolo de realeza, no una facultad republicana. Pero Sila no se anduvo con miramientos; anunció que iba a modificarlo porque ahora el río Rubicón sería la frontera oficial entre Italia y la Galia itálica. Ya hacía mucho tiempo que se consideraba el río como frontera, pero en la última determinación oficial se había adoptado como frontera el río Metaurus. Por consiguiente, razonó Sila, podía decirse que en rigor se había ampliado el territorio de Roma en Italia, y quería dar relevancia al hecho ampliando el pomerium de Roma la nadería de cien pies.

—Por lo que a mi respecta —dijo Pompeyo a su nueva (y grávida) esposa— me parece estupendo.

—¿Por qué? —preguntó Emilia Escaura con cara de perplejidad. Era una mujer que siempre andaba haciendo preguntas capaces de irritar a un hombre más egoísta, pero a Pompeyo le encantaba que le preguntasen.

—Mi querida regordeta, que parece haberse tragado una sandía entera —contestó, haciéndole cosquillas en el vientre y dirigiéndole un guiño—, porque yo poseo la mayor parte del Ager Gallicus al sur del Ariminum y, así, ahora pertenece a Umbría. Ahora soy uno de los mayores terratenientes de Italia, si no el mayor. No lo sé. Hay otros que tienen más tierras por sus propiedades en la Galia itálica, como los Emilios Escauros, tu tata (mi delicioso pastelito). y los Domicios Ahenobarbos, pero yo he heredado casi todas lasfincas de los Lucilios de Lucania, y, añadiendo la mitad sur del Ager Gallicus a las tierras de Umbría y el norte de Piceno, no creo que tenga rival en Italia. Muchos deploran lo que ha hecho el dictador, pero no seré yo quien lo critique.

—Estoy deseando ver tus tierras —dijo ella añorante, poniéndose la mano en el vientre—. Me lo has prometido, Magnus; en cuanto pueda viajar.

Estaban sentados uno junto a otro en un sofá, y él se volvió Àpara tumbarla con un suave empujón, le cogió los labios entre los dedos y le cubrió el rostro a besos.

—¡Más! —exclamó ella cuando él la soltó.

Pompeyo tenía el rostro encima del de ella y sus azulísimos ojos la miraban maliciosos.

—¿Qué quiere esta cerdita golosa? ¿Eh? ¿Qué es lo que quiere? —le dijo—. ¿No debería tener más cuidado? ¿Eh?

Ella se estremeció en medio de una cascada de risitas, que a él le impulsaron a hacerle más cosquillas porque le agradaba oírla, pero el deseo no tardó en apoderarse de él y tuvo que apartarse.

—¡Ah, maldito niño! —exclamó ella malhumorada.

—Ya falta poco, gatita —dijo él para animarla—. Cuando tengas el de Glabrio haremos el nuestro.

Efectivamente, Pompeyo había sido muy considerado, decidido como estaba a que nadie, y menos los estirados parientes de Emilia Escaura, le reprochasen no ser el más amable y cariñoso de los maridos, pues ansiaba formar parte del clan.

Al saber que el hijo de Mario había tenido intimidad con Praecia, él también había adquirido la costumbre de ir a su suntuosa casa, pues no consideraba que era rebajarse degustar lo que otro había dejado con tal de que el otro en cuestión hubiese sido famoso, tuviese influencia o fuese de nobilísima familia. Además, Praecia era sexualmente una verdadera delicia, y capaz de complacerle con variantes que él estaba seguro de que Emilia Escaura no aprobaría cuando llegase la ocasión. Las esposas eran para el serio asunto de la procreación, pese a que a la pobre Antistia ni siquiera eso le había sido concedido.

Si le gustaba estar casado era porque tenía el feliz don de saber enamorar a las mujeres; a su esposa la abrumaba a cumplidos a toda hora, y no le importaba que las tonterías que le decía pudiera oírlas Metelo Pío, pontífice máximo (aunque tenía buen cuidado de no decírselas cuando Metelo Pío podía oírlas), y mantenía una actitud alegre y animada que propiciaba el amor de Emilia hacia él. Y era tan inteligente que hasta le consentía que se enfadase, llorase, se quejase por nada y le castigase. Ni Antistia ni Emilia Escaura se daban cuenta de que las manipulaba y creían que eran ellas quienes lo hacían, mejor que mejor. Todos contentos y se evitaban disensiones.

Su gratitud hacia Sila por haberle concedido la hija del antiguo príncipe del Senado casi no conocía límites; sabía que él merecía algo más que la hija de Escauro, pero también reforzaba su propia estima saber que una persona como Sila le consideraba digno de la hija de Escauro. Desde luego, no se le escapaba que a Sila le convenía vincularle a su familia mediante aquel matrimonio, y eso reforzaba también su amor propio. A los aristócratas romanos como Glabrio, el dictador podía arrinconarlos, mientras que a Cneo Pompeyo Magnus le atribuía suficiente importancia como para darle lo que había arrebatado a Glabrio. Porque el dictador hubiera podido (por ejemplo) haber dado la hija de Escauro a su sobrino Publio Sila o a su protegido Lúculo.

Pompeyo se había empeñado en no ingresar en el Senado, pero no entraba en sus planes apartarse del círculo íntimo del dictador. No, sus sueños se encaminaban ahora a convertirse en el único héroe militar de la historia de la República que obtuviese poderes proconsulares sin ser senador. Decían que eso era imposible; se habían burlado de él y le habían ridiculizado. ¡No sabían el riesgo a que se exponían! En su momento se lo haría pagar… no matándolos, como habría hecho Mario, ni declarándolos proscritos, como hacia Sila: él los haría sufrir obligándoles a someterse, incitándoles a ocupar una posición tan envidiable, que el oprobio de tener que mostrarse complacientes destruyese su amor propio. ¡Para él eso era mucho más dulce que verles morir!

Así, Pompeyo logró dominar su deseo por la deliciosa ramita de la gens Emilia y se contentó con visitar asiduamente a Praecia y consolarse con mirar el vientre de Emilia Escaura, que nunca jamás engendraría más que su progenie.

Emilia debía dar a luz a primeros de diciembre, pero a finales de octubre le sobrevino un repentino y difícil parto. Hasta aquel momento su embarazo no había presentado incidentes, por lo que el episodio sorprendió a todos, incluidos los físicos. El raquítico niño que trajo prematuramente al mundo murió al día siguiente y no tardó en seguirle la madre, consumida por una hemorragia inexorable.

Su muerte hundió a Pompeyo en la desesperación. La había amado sinceramente a su manera egoísta, y si Sila hubiese buscado por toda Roma la novia adecuada para él con el deseo de complacerle, no hubiera podido encontrar ninguna mejor que la risueña, un poco torpe y totalmente ingenua Emilia Escaura. Hijo de un hombre apodado el Carnicero, y él mismo llamado el Joven Carnicero, la experiencia de Pompeyo en relación con la muerte era de toda la vida, y sin que la redujese impulso alguno de compasión o misericordia. Moría un hombre y otro nacía; moría una mujer y otra nacía. Seres mortales. Al morir su madre había llorado algo, pero hasta la muerte de Emilia Escaura ninguna muerte había llegado a afectarle, salvo la de su padre.

El fallecimiento de su esposa estuvo a punto de inducirle a acompañárla en la pira funeraria; Varrón y Sila no llegaron nunca a saber si aquella pugna por querer saltar a las llamas había sido sincera del todo; hasta tal punto estaba afligido. Ni el propio Pompeyo lo sabía. Lo único cierto es que la Fortuna le había favorecido con el regalo de la hija de Escauro y luego se la había arrebatado antes de que pudiera disfrutarla.

Sumido en un mar de lágrimas, el joven salió de Roma por la puerta Colina, por segunda vez por motivo de una muerte repentina. Primero su padre y ahora Emilia. Para el picentino Pompeyo no había otra solución que volver a su casa.

—Ahora Roma tiene diez provincias —dijo Sila en la cámara al día siguiente del entierro de su hijastra.

Vestía el luto senatorial: la toga blanca y una túnica con la banda púrpura estrecha de los caballeros en lugar de la ancha de senador. De haber tenido parentesco consanguíneo con Emilia, no habría podido asistir a actos públicos durante diez días, pero como no era el caso, allí estaba. Y suerte de ello, porque él tenía asuntos de Estado.

—Voy a nombrarlas, padres conscriptos. Hispania Ulterior, Hispania Citerior, Galia Transalpina, Galia Cisalpina, Macedonia y Grecia, Asia, Cilicia, África y Cirenaica, Sicilia, Cerdeña y Córcega. Diez provincias con diez gobernadores. Si ninguno permanece en la provincia más de un año, serán diez hombres para diez provincias a principio de cada año: los dos cónsules y los ocho pretores que dejan el cargo.

Su mirada se detuvo en Lépido, y a él pareció que dirigía los comentarios que siguieron.

—A cada uno de los gobernadores se le asignará un cuestor salvo al de Sicilia, que tendrá dos, uno para Siracusa y otro para Lilibeo. Así, de los veinte cuestores, quedan nueve para Italia y Roma. De sobra. Cada gobernador tendrá además un equipo de servidores públicos, desde lictores y heraldos hasta escribas, funcionarios y contables. Será deber del Senado (actuando a recomendación del Tesoro) asignar a cada gobernador una determinada suma que se denominará estipendio, y este estipendio no se aumentará bajo ningún concepto durante el año. Por consiguiente, constituye el sueldo del gobernador, y se le abonará por adelantado. Con él pagará a los servidores y los gastos del cargo, y deberá presentar a fin de año un estado de cuentas detallado, aunque no estará obligado a devolver lo que no haya gastado. Es suyo desde el momento en que se le entrega, y con él hace lo que le parece; si lo quiere invertir en Roma a su nombre antes de partir para la provincia, puede hacerlo. ¡Pero que sepa que no se le enviará ningún dinero más! Tengo que hacer otra advertencia. Dado que el estipendio es propiedad suya desde el momento en que se le paga, se les puede retener legalmente si el futuro gobernador tiene deudas. Por lo tanto, aviso a todos los posibles gobernadores que su carrera puede verse comprometida si contraen deudas. ¡Un gobernador arruinado que vaya a hacerse cargo de una provincia se verá acusado de grave delito a su regreso!

Other books

Beggar Bride by Gillian White
A Roman Ransom by Rosemary Rowe
The Only Ones by Carola Dibbell
Beautiful Addictions by Season Vining
Runt of the Litter by Sam Crescent
Monahan 02 Artificial Intentions by Rosemarie A D'Amico
The Second Horror by R. L. Stine
The Beast in Him by Shelly Laurenston